PREG. ¿Creéis, pues, que todos hemos vivido ya antes en la Tierra, en muchas encarnaciones pasadas, y que seguiremos viviendo de igual modo?

TEÓS. Lo creo. El ciclo de la vida, o más bien, el ciclo de la vida consciente, empieza con la separación en sexos del hombre animal mortal, y terminará con el fin de la última generación de hombres, en la séptima ronda y séptima raza de la humanidad. Si consideramos que sólo nos hallamos en la cuarta ronda y quinta raza, mas fácil es imaginar su duración que expresarla.

PREG. ¿Y seguimos encarnándonos en nuevas personalidades durante todo el tiempo?

TEÓS. Seguramente; porque esa vida cíclica o período de encarnación puede compararse muy bien con la vida humana, como cada vida de esta última está compuesta de días de actividad, separados por noches de sueño o inacción, así, en un cielo de encarnación, cada vida activa es seguida de un descanso devachánico.

PREG. ¿Y esa sucesión de nacimientos es la que, generalmente, lleva el nombre de reencarnación?

TEÓS. Precisamente. Sólo por medio de esos nacimientos es como puede lograrse el progreso perpetuo de los innumerables millones de Egos hacia la perfección, y un descanso final por tanto tiempo como haya durado el período de actividad.

PREG. ¿Y qué es lo que regula la duración o las cualidades especiales de esas encarnaciones?

TEÓS. Karma, la ley universal de justicia retributiva.

PREG. ¿Es inteligente esa ley?

TEÓS. Para el materialista, que considera la ley de periodicidad que regula el orden de las cosas, y todas las demás leyes de la Naturaleza como fuerzas ciegas y leyes mecánicas, no cabe duda de que Karma ha de ser una ley o causalidad, y nada más.

Para nosotros, no hay adjetivo o calificativo alguno capaz de describir lo que es impersonal, lo que no es una entidad, sino una ley operativa universal. Si me preguntáis acerca de la inteligencia causal que existe en ello, os contestaré que no lo sé. Pero si deseáis que os defina sus efectos y que os diga, según nuestras creencias, cuáles son, puedo deciros que la experiencia de miles de años nos ha demostrado que son la equidad, la sabiduría y la inteligencia absolutas e infalibles. Porque, en sus efectos, Karma es un reparador seguro de la injusticia humana y de todas las demás faltas de la Naturaleza, y corrige los errores con estricta justicia; es una ley retributiva que recompensa y castiga con igual imparcialidad. Estrictamente hablando, “no respeta a persona alguna”, y, por otra parte, no se logra aplacar ni modificar por medio de la oración. Esta creencia es común a los hindúes y a los buddhistas, pues ambos creen en Karma.

PREG. Los dogmas cristianos contradicen a ambos, y dudo que cristiano alguno acepte tal doctrina.

TEÓS. No; y hace muchos años que Inman nos explicó el porqué. Como dice muy bien, “los cristianos admitirán cualquier contrasentido, siempre que lo declare la Iglesia cuestión de fe… mientras que los buddhistas sostienen que nada que esté en contradicción con la sana razón puede ser una verdadera doctrina de Buddha”.
Los Buddhistas no creen en el perdón de sus pecados, excepto después de un castigo justo y adecuado por cada mala acción o pensamiento, en una encarnación futura, y una compensación proporcionada a las partes perjudicadas.

PREG. ¿Dónde consta esto?

TEÓS. En gran número de sus libros sagrados. En la Rueda de la Ley podréis encontrar la siguiente sentencia teosófica: “Creen los buddhistas que cada acto, palabra o pensamiento produce su consecuencia, que más tarde o más temprano ha de surgir, sea en la vida presente, sea en un estado futuro. Las malas acciones engendrarán malas consecuencias y las buenas darán buenos resultados: la prosperidad en este mundo, o el nacimiento en el cielo (Devachán)… en el estado futuro”.

PREG. ¿No creen los cristianos lo mismo?

TEÓS. No; creen en el perdón y en la remisión de todos los pecados. Les han prometido que con sólo creer en la sangre de Cristo (¡víctima inocente!), en la sangre que Él ofrendó por la expiación de los pecados de la humanidad entera, quedarán todos los pecados mortales redimidos. Nosotros no creemos ni en el perdón por medio de un vicario, ni en la posibilidad de la remisión del pecado más insignificante por ningún Dios, aunque fuese “personal Absoluto” o “Infinito”, si cosa semejante pudiese existir. En lo que creemos es en la justicia imparcial y estricta. Nuestra idea de la Deidad Universal desconocida, representada por Karma, es la de un poder que no puede errar y que no puede, por lo tanto, sentir cólera ni compasión, porque es la equidad absoluta, que deja a cada causa, pequeña o grande, producir sus inevitables efectos. La sentencia de Jesús: “Con la misma medida con que midiereis seréis medidos vosotros” (Mateo, VII, 2) no hace alusión ni por la expresión de la frase, ni implícitamente, a esperanza alguna de salvación o perdón, por medio de tercero. He aquí por qué, reconociendo nuestra filosofía la justicia de esa sentencia, nunca podemos recomendar bastante la compasión, la caridad y el perdón de las ofensas.

“No resistas al mal” y “devuelve el bien por el mal” son preceptos buddhistas, que fueron predicados en vista de lo implacable de la ley kármica. Hacerse el hombre justicia por sus propias manos, siempre es un acto de orgullo sacrílego, puede la ley humana usar de medidas restrictivas, no de castigos; pues el que creyendo en Karma se venga y se niega a perdonar las ofensas, a devolver bien por mal, es criminal, y sólo a sí mismo, se perjudica. Karma castigará seguramente a aquel que en vez de confiar a la gran Ley la reparación, interviene por cuenta propia en el castigo, pues con ello crea una causa de recompensa para su enemigo y un castigo para sí mismo. El infalible “regulador” señala en cada encarnación la calidad de la que le sucede y la suma de mérito de demérito de las anteriores encarnaciones determina el siguiente renacimiento.

PREG. ¿Hemos, pues, de inferir el estado pasado de un hombre por su presente?

TEÓS. Sólo hasta el punto de creer que su vida presente es lo que había de ser en justicia, para redimir los pecados de la vida anterior. Por supuesto, nosotros (exceptuando los videntes y los grandes adeptos) no podemos, como mortales ordinarios, conocer lo que esos pecados fueron; dados los pocos datos de que
disponemos, nos es imposible determinar lo que debe haber sido la juventud de un anciano; y por las mismas razones, tampoco podemos sacar sólo por lo que vemos conclusiones decisivas de la vida de un hombre, de lo que haya podido ser su vida pasada.

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