PREG. ¿Quisierais decirme algo sobre la naturaleza de Manas y la relación de las skandhas del hombre físico, con aquél?

TEÓS. Esa naturaleza misteriosa, proteica, fuera de todo alcance, casi confusa en sus correlaciones con los demás principios, es muy difícil de comprender y más aún de explicar. Manas es un “principio”, y sin embargo es una “entidad” e individualidad, o Ego. Es un “Dios”, y sin embargo está condenado a un ciclo indeterminable de encarnaciones, de cada una de las cuales es tenido por responsable, y por cada una de las cuales tiene que sufrir. Todo esto parece tan contradictorio como enigmático; sin embargo existen centenares de personas, hasta en la misma Europa, que comprenden todo esto perfectamente, porque conciben el Ego no sólo en su integridad, sino en sus múltiples aspectos. En fin, para explicarme de una manera comprensible, he de empezar por el principio, dándoos en pocas líneas la genealogía de ese Ego.

PREG. Decid.

TEÓS. Tratad de imaginaros un “espíritu”, un ser celestial, llamémoslo como queramos, divino en su naturaleza esencial, pero no bastante puro para ser uno con el TODO, y teniendo para conseguirlo que purificar su naturaleza hasta lograr ese objeto. Sólo puede alcanzarlo pasando individual y personalmente, es decir, espiritual y físicamente, por toda experiencia y sensación existente en el Universo diferenciado.
Por consiguiente, después de haber adquirido aquella experiencia en los reinos inferiores, habiendo ascendido más y más en la escala del Ser, tiene que pasar por todas las experiencias de los planos humanos. En su esencia misma es el PENSAMIENTO; por lo tanto, en su pluralidad, toma el nombre de Manasa–putra, “los Hijos de la mente (Universal)”. A este PENSAMIENTO individualizado es al que nosotros los teósofos llamamos el verdadero Ego humano, la Entidad pensante prisionera en una prisión de carne y hueso.

Es seguramente una entidad espiritual, no material; y esas entidades son los Egos que se encarnan animando a la masa de materia animal llamada humanidad, cuyo nombre es Manasa–putra, y son las “mentes”.
Mas, una vez prisioneros o encarnados, conviértese en dual su esencia; es decir, los rayos de la Mente divina y eterna, considerados como entidades individuales, adquieren un doble atributo, que es: a) su carácter esencial inherente, la aspiración de la mente al cielo (Manas Superior), y b) la cualidad humana de pensar o reflexión animal, racionalizada por efecto de la superioridad del cerebro humano, inclinado a Karma o Manas inferior. El uno gravita hacia Buddhi, el otro tiende hacia abajo, hacia el centro de las pasiones y de los deseos animales. Para estos últimos no hay sitio en el Devachán, ni pueden asociarse con la tríada divina que, como unidad, asciende a la bienaventuranza mental. Sin embargo, el Ego, la entidad manásica, es responsable de todos los pecados de los atributos inferiores, del mismo modo que un padre es responsable de las transgresiones de su hijo mientras éste es irresponsable.

PREG. ¿Es acaso el “hijo” la “personalidad”?

TEÓS. Sí. Por lo tanto, cuando se declara que la “personalidad” muere con el cuerpo, no queda dicho todo. El cuerpo, que sólo era el símbolo objetivo del señor A o de la señora B, se extingue con todos sus skandhas materiales, que son las expresiones visibles del misma. Pero todo aquello que durante la vida constituyó el núcleo espiritual de experiencias, las aspiraciones más nobles, las afecciones inmortales y la naturaleza altruista del señor A o de la señora B, se adhiere durante el período devachánico al Ego, identificado con la parte espiritual de aquella entidad terrestre que ha desaparecido de nuestra vista. Tan imbuido está el actor del papel que acaba de representar, que sueña con él durante la noche devachánica entera; y esa visión dura hasta que para él suena la hora de volver al escenario de la vida a desempeñar otro
papel.

PREG. ¿Pero cómo se explica que esta doctrina, la cual, seguía decís, es tan antigua como el pensamiento humano, no haya penetrado en la Teología Cristiana?

TEÓS. Estáis equivocado; ha penetrado en ella; sólo que de tal modo la ha desfigurado la Teología, que está desconocida, como sucede con muchas otras doctrinas. La Teología llama al Ego el ángel que Dios nos da en el momento de nacer, para cuidar de nuestra alma; y en vez de hacer responsable a aquel “ángel” de las transgresiones de la pobre “alma” desamparada, esta última es la que, según la Teología, recibe castigo por todos los pecados, tanto de la carne como de la mente. Y es el alma, el HÁLITO inmaterial de Dios y su pretendida creación, la que, gracias a una de las tretas intelectuales más extraordinarias que se han conocido, está condenada a arder, sin consumirse jamás 51, en un infierno material, mientras que el “ángel”, después de plegar sus blancas alas, que humedece con unas cuantas lágrimas, escapa ileso. Sí; tales son nuestros “espíritus defensores”; los “mensajeros de paz” enviados, según nos dice el Obispo Mant,

 “… para hacer el
Bien a los herederos de la Salvación;
Sufrir por nosotros cuando pecamos, y
Regocijarse cuando nos arrepentimos.”

Resulta sin embargo evidente que si pidiésemos a todos los Obispos del mundo
entero una definición clara y terminante acerca de lo que entienden por el alma y sus
funciones, serían tan incapaces de hacerlo como de demostrarnos la mínima sombra de
lógica en la creencia ortodoxa.
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51 Ya que es de una “naturaleza como el amianto o asbesto”, según la elocuente y fogosa expresión de un
moderno Tertuliano inglés.

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