PREG. Decís que aceptan las doctrinas teosóficas y creen en ellas. Pero como no forman parte de esos adeptos de que acabáis de hablar, tienen que admitir vuestras doctrinas con fe ciega. ¿En qué difiere esto de las religiones convencionales?

TEÓS. Así como difiere en casi todos los demás puntos, difiere también en éste.

Lo que llamáis “fe”, y lo que en realidad es fe ciega con relación a los dogmas de las religiones cristianas, se convierte para nosotros en conocimiento, resultado lógico de cosas que sabemos acerca de hechos de la Naturaleza.Vuestras doctrinas están basadas en la interpretación, y, por lo tanto, en el testimonio de segunda mano de videntes, las nuestras lo están en el testimonio directo invariable de videntes.
Por ejemplo, la Teología Cristiana común sostiene que el hombre es una creación de Dios, compuesta de tres partes –cuerpo, alma y espíritu– esenciales todas para su integridad, bien sea bajo la forma densa de la existencia física terrestre, o bajo la forma etérea de la experiencia de la posresurrección, necesaria para su constitución eterna, teniendo cada hombre de este modo una existencia permanente, separada de los demás hombres y de la Divinidad. La Teosofía, por su parte, afirma que siendo el hombre una emanación de la esencia divina desconocida y siempre infinita y presente, el cuerpo, como todo lo demás, es pasajero, y por lo tanto, ilusorio; la única substancia permanente en él es el espíritu, perdiendo este mismo su separada individualidad en el momento de su completa reunión con el Espíritu Universal.

PREG. Si perdernos hasta nuestra individualidad, ¿entonces esto es sencillamente el aniquilamiento?

TEÓS. Yo digo que no, puesto que hablo de la individualidad separada, y no de la universal.
Esta individualidad se convierte en una parte transformada en el todo; como no se evapora la gota de rocío, sino que se convierte en mar. Cuando el hombre físico se convierte de un feto en un anciano,  ¿queda por esto aniquilado?  ¡Cuán satánico no será nuestro orgullo, cuando colocamos nuestra conciencia e individualidad, infinitamente pequeñas, por encima de la conciencia universal e infinita!

PREG. ¿Resulta, pues, que defacto no existe el hombre, sino que todo es Espíritu?

TEÓS. Estáis equivocado. Lo que resulta es que la unión del espíritu con la materia es temporal; más claro: que formando el espíritu y la materia un solo todo, puesto que son los dos polos opuestos de la substancia universal manifestada, pierde el espíritu su derecho a este nombre, mientras la partícula y átomo más pequeños de su substancia manifestada se adhieren a una forma cualquiera, resultado de la diferenciación. Creer lo contrario es fe ciega.

PREG. ¿De modo que, basándose en el conocimiento y no en la fe, es como aseguráis que el principio permanente, o sea el espíritu, verifica tan sólo un tránsito por la materia?

TEÓS. Mejor dicho, sostenemos que la apariencia del principio permanente y único, el espíritu, es transitoria como materia, y, por consiguiente, nada más que una ilusión.

PREG. Perfectamente; ¿y esto apoyándoos en el conocimiento y no en la fe?

TEÓS. Precisamente. Pero como veo muy bien a donde queréis ir a parar, mejor será que os diga, desde luego, que consideramos la fe, tal como vosotros la comprendéis, como una enfermedad mental; y la fe verdadera, es decir la pistis de los griegos, como la creencia basada en el conocimiento derivado de la evidencia, bien de los sentidos físicos o de los espirituales

PREG. ¿Qué entendéis por esto?

TEÓS. Quiero decir, si es que deseáis saber cuál es la diferencia que hay entre ambas, que entre la fe basada en la autoridad y la basada en la propia intuición espiritual existe una diferencia muy grande.

PREG. ¿Cuál es?

TEÓS. La primera es credulidad y superstición humana, y la segunda es creencia e intuición humanas. Como dice muy bien el profesor Alejandro Wilder en su “Introducción a los Misterios Eleusinos”: “La ignorancia es lo que conduce a la profanación. Los hombres ridiculizan aquello que no comprenden debidamente… La
corriente interna de este mundo se dirige hacia una meta; y en el fondo de la credulidad humana… existe un poder casi infinito, una fe santa, capaz de comprender las verdades más supremas de toda existencia”. Los que limitan esa “credulidad” sólo a los dogmas humanos autoritarios, jamás concebirán aquel poder, ni tampoco lo reconocerán en sus naturalezas. Tal credulidad está fuertemente adherida al plano externo, y es incapaz de poner en juego la esencia que lo gobierna; porque para hacerlo tienen que reclamar su derecho de juzgar privadamente, y esto nunca se atreven a hacerlo.

PREG. ¿Y es acaso esa “intuición” la que os obliga a rechazar a Dios como Padre personal, Dueño y Señor del Universo?

TEÓS. Justamente. Creemos en un Principio eterno, incognoscible, porque sólo la aberración ciega es capaz de sostener que el Universo, el hombre racional y todas las maravillas que hasta el mundo mismo de la materia encierra podrían haberse desarrollado sin el auxilio de poderes inteligentes que dirigiesen las funciones extraordinariamente sabias de todas sus partes. Puede la Naturaleza errar, y sucede a menudo, en sus detalles y en las manifestaciones externas de sus materiales, pero jamás en sus causas y resultados internos. Los antiguos paganos tenían respecto a esta cuestión opiniones mucho más filosóficas que los filósofos modernos, sean Agnósticos, Materialistas o Cristianos; y a ningún escritor pagano se le ha ocurrido jamás, hasta ahora, sentar la proposición de que la crueldad y la compasión no son sentimientos
finitos, y pueden, por lo tanto, ser atributos de un dios infinito. Sus dioses eran, por consiguiente, todos finitos.

El autor siamés de la Rueda de la Ley expresa, como lo hacemos nosotros, la misma idea acerca de nuestro Dios personal, y dice (pág. 25): “Podría un Buddhista creer en la existencia de un Dios sublime, superior a todas las cualidades y atributos humanos; Dios perfecto, al que no afectasen el amor, el odio y
los celos, permaneciendo en un estado de calma que nada pudiese alterar. A un Dios semejante lo respetaría, no por deseo de complacerlo o temor de ofenderlo, sitio por veneración natural; pero no puede comprender a un Dios dotado de los atributos y cualidades humanos; a un Dios que ama y odia, y que se deja dominar por la ira; una Deidad que, ya sean los Misioneros Cristianos, los Mahometanos, los Judíos o los Brahmanes 57 los que nos la describan, no alcanza siquiera el nivel de un hombre bueno
ordinario”.

PREG. Fe por fe, ¿no es preferible la del cristiano que cree, confesando su propia impotencia y humildad, que existe en el cielo un Padre misericordioso que lo ha de librar de la tentación, ayudar en la vida y perdonar sus errores, a la fe orgullosa, fría y casi fatalista de los buddhistas, vedantinos y teósofos?

TEÓS. Persistid en llamar a nuestra creencia “fe”, si así os agrada. Pero ya que volvemos a esta eterna cuestión, pregunto a mi vez: fe por fe, ¿no es mejor la que está basada en la lógica y la razón estrictas, que la que lo está simplemente en la autoridad humana o en el culto de los héroes? Nuestra “fe” posee toda la fuerza lógica de la aritmética verdad de que dos y dos han de producir cuatro. Vuestra fe es parecida a la
lógica de algunas mujeres sensibles, de quienes dijo Tourgenyeff que para ellas dos y dos forman generalmente cinco, y algo más. Vuestra fe es también una fe que no sólo choca con todo sentimiento de justicia y lógica posibles, sino que, si se analiza, arrastra al hombre hacia su perdición moral, se opone al progreso de la humanidad, y convirtiendo positivamente la fuerza en derecho transforma a un hombre sí y otro no en un Caín para su hermano Abel.
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57 Se refiere aquí a los Brahamanes sectarios. El Parabrahm de los Vedantinos es la Deidad que aceptamos y en la cual creemos.

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