¿QUÉ ES LA MEMORIA, SEGÚN LA DOCTRINA TEOSÓFICA?


PREG. La cosa más difícil para vosotros va a ser explicar semejante creencia apoyándola en principios racionales. Hasta ahora no ha conseguido teósofo alguno presentarme una prueba capaz de quebrantar mi escepticismo. Ante todo, tenéis en contra de esa teoría de la Reencarnación el hecho de que no se ha encontrado aún hombre alguno que se acordase de haber vivido antes, y mucho menos de quien era durante su vida anterior .

TEÓS. Veo que vuestro argumento tiende a la antigua objeción de costumbre, la pérdida de la memoria en cada uno de nosotros, respecto de nuestra encarnación precedente. ¿Creéis que esto quita valor a nuestra doctrina? A ello contesto que no, y que en todo caso no puede ser concluyente una objeción semejante.

PREG. Quisiera oír vuestros argumentos.

TEÓS. Son pocos y breves. Sin embargo, cuando se toma en consideración la absoluta incapacidad de los mejores psicólogos modernos para explicar al mundo la naturaleza de la mente, y su completa ignorancia acerca de las potencialidades y estados superiores de la misma, tenéis que reconocer que aquella objeción está basada en una conclusión a priori, sacada de una evidencia prima fácil y circunstancial, más que de otra cosa. Ahora decidme: ¿qué es en vuestro concepto la “memoria?”

PREG. Lo que se entiende por ella generalmente: la facultad en nuestra mente de recordar y conservar el conocimiento de los pensamientos, actos y acontecimientos ¿Os habéis fijado alguna vez en la diferencia que hay entre ellas? Acordaos de que memoria es un nombre genérico.
No obstante, todos éstos son sinónimos.

TEÓS. No lo son seguramente, al menos en filosofía. La memoria es simplemente un poder innato en los seres racionales, y hasta en los animales, para reproducir pasadas impresiones por medio de una asociación de ideas, sugeridas principalmente por cosas objetivas o por alguna impresión sobre nuestros órganos sensorios externos. La memoria es una facultad que depende enteramente del funcionamiento más o menos
sano y normal de nuestro cerebro físico; el recuerdo y la reproducción son los atributos y los servidores de esa memoria. Pero la reminiscencia es una cosa enteramente distinta.

El psicólogo moderno define la reminiscencia como algo intermedio entre el recuerdo y la reproducción; un proceso consciente por el que se recuerdan los hechos pasados, pero sin aquella referencia completa y variada de objetos determinados, que caracteriza la reproducción. Locke, hablando de la reproducción y del recuerdo, dice: “Cuando una idea se ofrece de nuevo a la memoria sin la influencia del mismo objeto sobre el sensorio externo, esto se llama recuerdo; si la mente encuentra una idea que buscara con trabajo y esfuerzo, esto es reproducción”. Mas Locke mismo deja de darnos una definición clara de la reminiscencia, porque no es una facultad o atributo de nuestra memoria física, sino una percepción intuitiva aparte y fuera de nuestro cerebro físico; una percepción que, al ser puesta en acción por el conocimiento siempre presente de nuestro Ego espiritual, abarca aquellas visiones consideradas anormales en el hombre (desde las pinturas inspirada por el genio hasta el delirio y devaneos de la fiebre y de la locura misma), clasificadas por la ciencia como no existentes, excepto en nuestra imaginación.

El Ocultismo y la Teosofía consideran la reminiscencia, sin embargo, desde un punto de vista completamente distinto. Para nosotros, la memoria es física y pasajera, y depende de las condiciones fisiológicas del cerebro, proposición fundamental entre todos los profesores de la mnemotécnica, apoyados además por las investigaciones de los psicólogos científicos modernos; pero la reminiscencia es la memoria del alma. Esa memoria es la que da a casi todos los seres humanos, sea que lo comprendan o no, la certeza de haber vívido anteriormente y de tener que vivir de nuevo. Dice bien Wordesvorth:

“Nuestro nacimiento es sólo un sueño y un olvido; el alma que surge en nosotros, la estrella de nuestra vida, tuvo en otra parte su punto de partida, y viene de lejos.” anteriores.

TEÓS. Agregad a esto, si gustáis, que existe una gran diferencia entre las tres formas aceptadas de la memoria. Además de la memoria en general, tenemos el recuerdo, la reproducción y la reminiscencia.

PREG. Si basáis vuestra doctrina en esa clase de memoria (poesías y fantasías imaginarias, según vuestra propia confesión), creo, en este caso, que no convenceréis a muchos.

TEÓS. No expresé que fuese una fantasía. Dije sencillamente que los fisiólogos y hombres de ciencia en general consideran tales reminiscencias como alucinaciones y fantasías, siendo bien recibida tan “sabia” conclusión. No negamos que esas visiones del pasado, esos rastros de luz pasajera de los tiempos que fueron, sean anormales comparados con nuestra experiencia de la vida diaria y la memoria física. Pero sostenemos con el profesor W. Knight que “la ausencia de la memoria de cualquier acto ejecutado en un estado previo no puede ser argumento concluyente contra la posibilidad de haber vivido en el mismo”.

Y todo adversario de buena fe deberá convenir en lo que dice Butler en sus Lecturas sobre la filosofía platónica: “la idea de extravagancia que esto (la preexistencia) produce tiene su secreto origen en los prejuicios materialistas o semimaterialistas”. Sostenemos además que la memoria, como la llamó Olimpiodoro.

Es simplemente una fantasía, y la más insegura de todas las cosas en nosotros31. Aseguraba Ammonio Saccas que la memoria es la única facultad en el hombre directamente opuesta a la profecía o visión en el futuro. Acordaos también de que una cosa es la memoria y otra la mente o pensamiento; la una es una máquina para archivar, un registro que muy fácilmente se descompone, los pensamientos son eternos e imperecederos. ¿Os negaríais a creer en la existencia de ciertas cosas u hombres sólo porque no los hubiesen visto vuestros ojos físicos? ¿No es garantía suficiente de haber vivido Julio César el testimonio colectivo de generaciones pasadas que lo vieron? ¿Por qué no se habría de tomar en consideración el mismo testimonio de los sentido psíquicos de las masas?

PREG. Pero ¿no creéis que éstas son distinciones demasiado sutiles para que puedan ser aceptadas por la mayoría de los mortales?

TEÓS. Decid más bien por la mayoría de los materialistas. A éstos decimos: Ved que, hasta en el corto espacio de la existencia ordinaria, la memoria es demasiado débil para registrar todos los acontecimientos de una vida. ¡Con cuánta frecuencia permanecen dormidos en nuestra memoria los hechos más importantes, hasta que son despertados por alguna asociación de ideas, o puestos en movimiento y actividad por algún lazo de unión! Esto es lo que sucede especialmente a las personas de edad avanzada, cuya memoria siempre se debilita. Por lo tanto, teniendo en cuenta lo que sabemos acerca de los principios físicos y espirituales en el hombre, no debiera sorprendernos el hecho de que la memoria no registre nuestras vidas anteriores, sino el caso contrarío, si así sucediese.

31 La fantasía –dice Olimpiodoro (In Platonis Phoedo)–es un impedimento para nuestros conceptos
intelectuales; y, por lo tanto, cuando estamos agitados por la influencia inspiradora de la Divinidad, si
interviene la fantasía, la energía entusiasta cesa; porque el entusiasmo y el éxtasis son contrarios uno al
otro. Si se pregunta si el alma es capaz de producir energía sin la fantasía, contestamos que su percepción
de los universales prueba que es capaz de ello. Tiene, por consiguiente, percepciones independientes de
la fantasía; al mismo tiempo, sin embargo, la fantasía ayuda a sus energías, del mismo modo que la
tempestad persigue al navegante.

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PREG. Mucho he oído acerca de esa constitución del hombre “interno”, como vosotros la llamáis, pero nunca pude entenderla.

TEÓS. Es “confusa”, sin duda, y muy difícil, como decís, el entenderla correctamente y saber distinguir entre los diferentes aspectos llamados por nosotros los “principios” del Ego real. Y lo es tanto más cuanto que existe una diferencia notable entre las varias escuelas Orientales respecto a la enumeración de esos principios, aun cuando en el fondo la base de la doctrina es idéntica.

PREG. ¿Os referís acaso, como ejemplo, a los Vedantinos? ¿No reducen éstos los siete “principios” de que habláis a cinco solamente?

TEÓS. Así lo hacen; pero, sin querer discutir este punto con un vedantino instruido, puedo decir, sin embargo, como opinión mía particular, que tienen un motivo claro y evidente para hacerlo así. Para ellos, lo que se llama el hombre, es únicamente ese conjunto espiritual que consiste en varios aspectos mentales, no mereciendo el cuerpo físico, según ellos, sino el más profundo desprecio y siendo una pura ilusión. Y no es la Vedanta la única filosofía que lo aprecia de este modo. Lao–Tse, en su Tao–te–King, sólo menciona cinco principios, porque, del mismo modo que los vedantinos, deja de incluir dos principios, que son el espíritu (alma) y el cuerpo físico, al que llama “el cadáver”. Hay también la Escuela Taraka Rajá Yoga. Su doctrina, en efecto, sólo reconoce tres “principios”; pero, en realidad, su Sthulopadi o cuerpo físico, en estado de vela consciente; su Sukshmopadhi, el mismo cuerpo en Svapna o estado de ensueño, y su Karanopadhi, “cuerpo causal” o lo que pasa de una encarnación a otra, son todos duales en sus aspectos, y de este modo forman seis. Agregad a éstos Âtma, el principio divino impersonal o el elemento inmortal en el hombre, indistinguible del Espíritu Universal, y tendréis los mismos siete principios30. Bien hacen en atenerse a su división; nosotros conservamos la nuestra.

PREG. Según eso, parece que es casi la misma división establecida por los místicos cristianos, o sea: cuerpo, alma y espíritu.

TEÓS. Exactamente la misma. Fácilmente podríamos hacer del cuerpo el vehículo del “doble vital “; de este último, el vehículo de la Vida o Pranâ; de Kâma–Rûpa, o alma (animal) el de la inteligencia superior e inferior, y hacer seis principios, coronándolos todos el espíritu uno inmortal. En Ocultismo cada cambio calificativo en el estado de nuestra conciencia da al hombre un nuevo aspecto, y si prevalece y llega a formar parte del Ego viviente y activo, debe recibir (y recibe) un nombre especial para distinguir entre el hombre en ese estado particular y ese mismo hombre cuando se halla en un estado distinto.

PREG. Esto es precisamente lo difícil de entender.

TEÓS. Me parece, al contrario, muy fácil una vez comprendida la idea esencial, es decir que obra el hombre en un plano u otro de conciencia, en estricta conformidad con su condición mental y espiritual. Pero tal es el materialismo de nuestra época, que cuanto más nos explicamos, menos capaz de entendernos parece la gente. Dividid al Ser terrestre llamado hombre en tres aspectos principales, porque a no ser que lo consideréis como un simple animal, no podréis menos que hacerlo así, considerad su cuerpo objetivo; luego, el principio reflexivo que está en él (que sólo es algo más elevado que el elemento instintivo en el animal) o alma vital consciente; y, por último, aquello que lo coloca tan inconmensurablemente por encima del animal, es decir, el alma que razona o “espíritu”. Si tomamos esos tres grupos o entidades representativas, y las subdividimos conforme enseña la Doctrina Secreta, ¿qué resulta? Ante todo, el espíritu (en el sentido de lo Absoluto, y. por consiguiente, el todo indivisible) o Âtma.

Como éste no puede ser localizado ni limitado en filosofía, siendo simplemente aquello que es en la Eternidad, y que no puede estar ausente del punto geométrico o matemático más pequeño del Universo de la materia o substancia, no debiera en manera alguna llamarse principio “humano”. Es todo lo más, en Metafísica, aquel punto que la Mónada humana y su vehículo, el hombre, ocupan en el espacio durante el período de cada vida. Ahora bien; este punto es tan imaginario como el hombre mismo, y es en realidad una ilusión, un maya; mas, para nosotros, así como para los demás Egos personales, somos una realidad durante ese momento de ilusión llamada vida, por lo que hemos de tenernos en cuenta a nosotros mismos, en nuestra imaginación por lo menos. Con objeto de hacerlo más concebible para la inteligencia que intenta por primera vez el estudio del Ocultismo y la solución del abecé del misterio del hombre, el Ocultismo llama a ese séptimo principio la síntesis del sexto, y le da por vehículo el alma espiritual, Buddhi.

Pues bien; este último encierra un misterio que jamás es revelado a nadie, excepto a los chelas ligados irrevocablemente por juramento, o a lo más a aquellos en quienes se puede confiar sin temor alguno. Es claro que si pudiera decirse habría menos confusión; pero como esto está directamente relacionado con el poder de la proyección del doble personal, conscientemente y a voluntad; y como este don, del mismo modo que el “anillo de Gijes” resultaría fatal para el hombre en general y pasa el poseedor de esa facultad en particular, se oculta cuidadosamente. Mas volvamos a los “principios”. Esa alma divina, o Buddhi, es el vehículo del Espíritu. Los dos unidos son uno solo, impersonal y sin atributo alguno (en este plano, por supuesto), y hacen dos “principios” espirituales. Si pasamos ahora a considerar el alma humana, Manas o mens, todos convendrán en que la inteligencia del hombre es por lo menos dual, es decir: el hombre de inteligencia superior, difícilmente puede confundirse con el hombre inferior; el hombre muy intelectual y espiritual se halla separado por un abismo del hombre obtuso, torpe y material, quizás de
tendencias animales.

PREG. Pero ¿por qué no se ha de representar al hombre por dos “principios” o dos aspectos?

TEÓS. Cada hombre lleva en sí esos dos principios, uno más activo que el otro, y sólo en raros casos uno de los dos se ve paralizado por completo, por decirlo así, en su crecimiento o desarrollo, por la fuerza y predominio del otro aspecto, en cualquier dirección. Éstos son, pues lo que llamamos los dos principios o aspectos de Manas, el superior y el inferior; el primero, el Manas superior o Ego consciente y reflexivo, gravita hacia el alma espiritual (Buddhi); y el último, o su principio instintivo, es atraído hacia Kama, centro de los deseos animales y de las pasiones en el hombre. Tenemos de este modo demostrados cuatro “principios”, de los cuales los tres últimos son: 1) el “doble” que hemos convenido en llamar alma protea o plástica, 2) el principio de vida, y 3) el cuerpo físico. Ningún fisiólogo o biólogo, por supuesto, aceptará esos principios, ni los comprenderá tampoco. Y por esto quizás ninguno de ellos comprende hasta ahora las funciones del bazo, el vehículo físico del doble proteo, o las de cierto órgano situado en el lado derecho del hombre, centro de los deseos más arriba mencionados; ni tampoco nada sabe acerca de la glándula pineal, que describe como una glándula que contiene un poco de arena, cuando verdaderamente es el propio centro de la más elevada y divina conciencia en el hombre, su inteligencia omnisciente espiritual, que todo lo abraza. Y esto os demostrará aún más claramente que ni hemos inventado esos siete principios, ni son tampoco nuevos en el mundo de la filosofía, como podemos probar fácilmente.

PREG. Pero ¿qué es lo que se reencarna, según vuestra creencia?

TEÓS. El Ego Espiritual pensante, el principio permanente en el hombre, aquello que es centro de Manas. El hombre individual o divino no es Âtma, ni tampoco Âtmâ–Buddhi, considerado como la Mónada dual, sino Manas; porque Âtman es el Todo Universal y se convierte en el Yo SUPREMO del hombre sólo en conjunción con Buddhi, su vehículo, que LO une a la individualidad (u hombre divino). Buddhi–Manas es lo que llaman los Vedantinos el Cuerpo–Causal (los Principios 5º y 6º unidos), el cual es la conciencia que LO enlaza a cada personalidad en que mora en la Tierra. Por consiguiente, siendo el alma un término genérico, hay en los hombres tres aspectos de alma: el terrestre o animal; el alma humana, y el Alma Espiritual; y todas éstas, estrictamente hablando, son un alma sola bajo tres aspectos. Ahora bien; del primer aspecto, nada queda después de la muerte; del segundo (nous o Manas), sólo su esencia divina, si quedó sin mancha, sobrevive; mientras que el tercero, además de ser inmortal, se convierte conscientemente en divino, por la asimilación de Manas superior. Pero, para mayor claridad, hemos de decir, ante todo, algunas palabras acerca de la Reencarnación.

PREG. Haréis bien, porque esa doctrina es la que vuestros enemigos combaten con mayor energía y empeño.

TEÓS. ¿Os referís a los espiritistas? Lo sé, y muchas son las objeciones absurdas, tejidas laboriosamente por ellos, que hallamos en las páginas de la revista Light (Luz). Tan groseros y malévolos son algunos, que nada los detiene. Últimamente encontró uno de ellos una contradicción, que discute gravemente en una carta dirigida a aquel periódico, en dos puntos sacados de las conferencias de Sinnet: Descubre en las dos
frases siguientes esta importante contradicción: “Los regresos prematuros a la vida terrestre, cuando así ocurre, pueden ser debidos a alguna complicación kármica…“; y “no existe accidente en el supremo acto de dirigir la justicia divina la evolución”. Tan profundo pensador encontraría seguramente una contradicción en la ley de la gravedad si un hombre extendiese la mano para impedir que una piedra, en su caída, le rompiese la cabeza a un niño.




30 Véase Doctrina Secreta, Vol. I, para una explicación más clara.




PREG. Juzgo que está casi de más preguntaros si creéis en los dogmas cristianos del Paraíso y el Infierno, o en recompensas y castigos futuros, según enseñan las Iglesias Ortodoxas.

TEÓS. Los rechazamos en absoluto, en la forma que los presentan sus catecismos; y aún aceptaríamos jamás su eternidad. Pero creemos firmemente en lo que llamamos la Ley de retribución, y en la justicia y sabiduría absolutas que rigen esa ley, o Karma. Por lo tanto, nos negamos terminantemente a compartir la creencia cruel y antifilosófica de la recompensa o castigo eternos.

Decimos con Horacio:

Fíjense las reglas que nuestro furor repriman
Y castíguense las culpas con pena proporcionada;
Mas no destruyáis a aquel que merece sólo
Un latigazo por la falta cometida

Ésta es una regla para todos los hombres, y una regla justa. ¿Hemos de creer que Dios, que según vosotros es la personificación de toda sabiduría, amor y misericordia, tiene en menor grado esos atributos que el hombre mortal?

PREG. ¿Tenéis algunas razones para rechazar ese dogma?

TEÓS. Nuestro principal motivo se apoya en la reencarnación. Como ya he dicho, no admitimos la idea de la creación de una nueva alma para cada niño recién nacido. Creemos que todo ser humano es el vehículo de un Ego, coetáneo con todos los demás Egos; porque todos los Egos son de la misma esencia y pertenecen a la emanación primera de un Ego Universal infinito. A este último lo llama Platón el Logos (o segundo Dios manifestado); y nosotros, el principio divino, manifestado, que es uno con la inteligencia o alma universal; y no el Dios antropomórfico, extracósmico y personal, en quien tantos deístas creen. No confundáis.

PREG. ¿Pero por qué, desde el momento en que aceptáis un principio manifestado, no habéis de creer que el alma de cada nuevo ser es creada por aquel Principio así como lo fueron antes todas las almas?

TEÓS. Porque lo que es impersonal mal puede crear, proyectar y pensar a su antojo. Existiendo una Ley universal, inmutable en sus manifestaciones periódicas de radiación y expresión de su propia esencia, al principio de cada nuevo ciclo de vida, no se le puede atribuir la creación de los hombres con el solo objeto de arrepentirse después de unos cuantos años de haberlos creado. Si hemos de creer en algún principio divino, ha de ser en aquel que representa la armonía, la lógica y la justicia absolutas, como es el amor, la sabiduría y la imparcialidad absolutas; y un Dios que crease a cada alma para una vida de breve duración, sin preocuparse de si había de animar el cuerpo de un hombre rico y feliz, o el de un pobre miserable que sufre, desgraciado desde que nace hasta que muere, sin haber hecho nada para merecer su cruel destino, más bien que un Dios, sería un demonio implacable 27. Ni los mismos filósofos judíos, creyentes en la Biblia Mosaica (esotéricamente, se entiende), jamás concibieron semejante idea. Además creían, tal como nosotros, en la reencarnación.

PREG. ¿Podéis darme algunos ejemplos en prueba de ello?

TEÓS. Seguramente. Filón Judeo dice (De Somiis, pág. 455): “El aire está lleno de ellas (de almas); las que se hallan más cerca de la Tierra descienden para ser unidas a los cuerpos mortales, palindomouçin auqiç, y vuelven a otros cuerpos, deseando vivir en ellos”. Según se ve en el Zohar, el alma defiende ante Dios su libertad: “¡Dios del Universo!”, dice “Soy tan feliz en este mundo y no deseo ir a otro, donde seré una sierva expuesta a toda clase de corrupciones28. La doctrina de la necesidad fatal, la inmutable y eterna Ley, queda afirmada en la respuesta de la Divinidad: “Contra tu voluntad te conviertes en embrión, y contra tu voluntad naces29. Incomprensible, sería la luz sin la oscuridad que la hace manifiesta por el contraste; el bien no sería el bien, sin el mal, que nos enseña la naturaleza inapreciable del primero; y la virtud personal ningún mérito tendría a no haber pasado precisamente par las tentaciones. Fuera de la Deidad oculta, nada hay eterno y permanente. Nada de lo que es finito –sea porque tuvo un principio o debe tener un fin– puede quedar estacionado. Ha de progresar o retroceder; y un alma que aspira a la reunión con su espíritu, único que puede conferir la inmortalidad, ha de purificarse a través de las transmigraciones cíclicas, en su camino hacia la única región de gloria y eterno descanso, llamada en el Zohar “El Palacio del Amor”; “Moksha, en la religión Hindú; “El Pleroma de la luz eterna”, entre los Gnósticos, y “Nirvana” entre los Buddhistas. Y todos estos estados no son eternos, sino temporales.

PREG. Sin embargo, en esto no se trata de reencarnación.

TEÓS. A un alma que suplica se le concede permanecer en donde se encuentra, debe ser preexistente, y no haber sido creada para aquella ocasión. Sin embargo, aún hay otra prueba mejor en el Zohar. Hablando de los Egos que se reencarnan (las almas racionales), aquellos cuya última personalidad ha de desaparecer por completo, dice:

“Todas las almas que no son inocentes en este mundo, en el cielo se han apartado ya del Santo único bendito sea su Nombre; se han precipitado ellas mismas en un abismo, a riesgo de su propia existencia, y han anticipado el momento en que han de volver [una vez más a la tierra]. “El Santo único” significa aquí, esotéricamente, el Âtman o Âtmâ–Buddhi.

PREG. Por otra parte, es muy extraño que nos hablen del “Nirvana” como de algo sinónimo del Reino de los Cielos, o Paraíso, ya que, según todos los Orientalistas de fama, el Nirvana es sinónimo de aniquilamiento.

TEÓS. Considerado literalmente, respecto a la personalidad y a la materia diferenciada, sí; pero no de otro modo. Esas ideas acerca de la reencarnación y la trinidad del hombre las sostuvieron muchos de los primeros Padres Cristianos. La confusión originada por los traductores del Nuevo Testamento y de los antiguos tratados filosóficos, acerca del alma y el espíritu, fue la causa que produjo tantas desavenencias y errores. Es también una de las muchas razones por las que Buddha, Plotino y tantos otros iniciados son acusados actualmente de haber aspirado a la extinción total de sus almas la –” absorción en la Deidad” o “reunión con el alma universal”– lo que significa, según las ideas modernas, aniquilamiento. El alma personal tiene, por supuesto, que ser desintegrada en sus partículas, antes que pueda fundir para siempre su existencia más pura con el Espíritu inmortal. Pero los traductores de los Hechos, así como de las Epístolas, que presentaron los fundamentos del Reino de los Cielos; y los comentadores modernos del Sutra Buddhista de la fundación del Reino de la Justicia, han alterado tanto el sentido del gran apóstol del Cristianismo como el del gran reformador de la India. Los primeros han desfigurado la palabra psuchicos (yucikoç); así es que ningún lector puede imaginarse que tenga relación alguna con el alma; y por efecto de esa confusión entre el alma y el Espíritu, los que leen la Biblia sólo obtienen en esta materia un sentido falseado. Por otra parte, los intérpretes de Buddha no han sabido comprender el significado y el objeto de los cuatro grados Buddhistas de Dhyâna. Preguntad a los Pitagóricos si ese espíritu, que da vida y movimiento, y participa de la naturaleza de la luz, puede ser reducido a la no entidad. ¿Puede el espíritu, sensible hasta en los animales que ejercitan la memoria, una de las facultades racionales, morir y volver a la nada?, observan los Ocultistas.

En la filosofía Buddhista, la aniquilación sólo significa una dispersión de la materia, en cualquier forma o apariencia de forma que sea, porque todo cuanto posee una forma es temporal y, por lo tanto, realmente una ilusión. Para la eternidad, los más largos períodos del tiempo pueden compararse a un abrir y cerrar de ojos; y así ocurre respecto a la forma. Antes que tengamos tiempo de darnos cuenta de su existencia, ha desaparecido y pasado para siempre, como el resplandor instantáneo del relámpago.

Cuando la entidad espiritual rompe para siempre con cada partícula de materia, substancia o forma, y vuelve a ser un hálito espiritual, sólo entonces es cuando penetra en el eterno invariable Nirvana, viviendo tanto tiempo como duró el ciclo de vida: una eternidad verdaderamente. Y entonces aquel hálito, existiendo en espíritu, no es nada porque es todo; como forma, apariencia o figura, es por completo aniquilado; como espíritu absoluto, aún es, porque se ha convertido en la Egoeidad. La frase: “absorbido en la esencia universal”, que se usa cuando se habla del alma como espíritu, significa: unión con. Jamás puede significar aniquilamiento, que implicaría separación eterna.

PREG. ¿No os exponéis a la acusación de predicar el aniquilamiento, dado el lenguaje que empleáis? Pues acabáis de hablar del alma del hombre que vuelve a sus primeros elementos.

TEÓS. Olvidáis que he tratado de las diferencias existentes entre los varios significados de la palabra “alma” y demostrado la vaguedad con que ha sido traducido hasta ahora el término “espíritu”. Hablamos del alma animal, humana y espiritual, y distinguimos entre ellas. Platón, por ejemplo, llama “alma racional” a lo que nosotros llamamos buddhi, añadiendo el adjetivo “espiritual”; pero a lo que llamamos el Ego que se reencarna, Manas, lo llama espíritu, Nous, etcétera; y aplicamos el término Espíritu, sólo y sin calificación alguna, a Âtma únicamente. Confirma Pitágoras nuestra doctrina arcaica al decir que el Ego (Nous) es eterno con la Deidad; que el alma sola pasa por varios grados para alcanzar la excelencia divina, mientras que thumos vuelve a la tierra, y hasta el phren, el Manas inferior, queda eliminado. Además define Platón el
alma (buddhi) como “el movimiento capaz de moverse a sí mismo”. “El alma –añade (Leyes X)– es la más antigua de todas las cosas, y el principio, del movimiento”; llamando así a Âtmâ–Buddhi, “alma”, y a Manas, “espíritu”, lo que no hacemos nosotros.

El alma fue creada antes que el cuerpo, y éste es posterior y secundario, siendo, según la naturaleza, gobernado por el alma.” “El alma, que rige todas las cosas que se mueven en cada dirección, rige igualmente los cielos. El alma, por lo tanto, gobierna todas las cosas en el cielo y en la tierra, así como en el mar, por sus movimientos, cuyos nombres son: querer, considerar, vigilar, consultar, formar opiniones justas y erróneas, tener alegría, pena, confianza, miedo, odio, amor, junto con todos aquellos movimientos primitivos que están unidos a éstos. Siendo una diosa, siempre tiene a Nous, un dios, por aliado, y ordena todas las cosas correcta y felizmente; pero cuando se une a Annoia (no a Nous), trabaja en todas las cosas en opuesto sentido.” En este lenguaje, así como en los textos buddhistas, se considera lo negativo como existencia esencial. El aniquilamiento está explicado de un modo semejante. El estado positivo es el ser esencial, pero, no la manifestación como tal. En lenguaje Buddhista, cuando entra el espíritu en el Nirvana, pierde la existencia objetiva, pero conserva el ser subjetivo. Para las inteligencias objetivas, esto es convertirse en absolutamente nada, y para las subjetivas, en NINGUNA COSA, en nada que pueda ser manifestado a los sentidos. Por consiguiente, su Nirvana significa la certidumbre de la inmortalidad
individual en espíritu, no en alma, la cual, si bien es “la más antigua de todas las cosas”, es, sin embargo, en unión con todos los demás Dioses, una emanación finita en formas e individualidad, si no en substancia.

PREG. No comprendo bien aún la idea, y os agradecería la desarrollaseis por medio de algunos ejemplos.

TEÓS. No cabe duda que es muy difícil de comprender, y especialmente para el que ha sido educado en las ideas ortodoxas comunes de la Iglesia Cristiana. Debo además deciros que, a no ser que hayáis estudiado perfectamente las funciones separadas asignadas a todos los “principios” humanos, y el estado de todos ellos después de la muerte, difícilmente comprenderéis nuestra filosofía Oriental.

27 Véase más adelante: “De la recompensa y castigo del Ego.”
28 Zohar, vol. II, pág. 9.
29 Mishna, Aboth, vol .IV, pág. 19.



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                                         EL HOMBRE FÍSICO Y EL ESPIRITUAL

PREG. Celebro saber que creéis en la inmortalidad del alma.

TEÓS. No “del alma”, sino del Espíritu divino; o mejor dicho, en la inmortalidad del Ego que se reencarna.

PREG. ¿Cuál es la diferencia?

TEÓS. Una muy grande en nuestra filosofía; mas ésta es una cuestión demasiado abstracta y difícil para tratarla poco detenidamente y de paso. Hemos de analizarla separadamente primero, y en conjunto después. Podemos principiar por el Espíritu. Decimos que el Espíritu (el “Padre en Secreto” de Jesús), o Âtman, no es propiedad individual del hombre alguno, sino la esencia divina que carece de cuerpo y forma, que es imponderable, invisible e indivisible, aquello que no existe, y sin embargo es, como dicen del Nirvana los buddhistas. Ampara solamente al mortal, pues lo que penetra en él y llena su cuerpo entero son sólo sus omnipresentes rayos o luz proyectada por medio de Buddhi, su vehículo y emanación directa. Ésta es la razón secreta de las afirmaciones de casi todos los antiguos filósofos, cuando decían que “la parte racional del alma del hombre”24 nunca entraba completamente en él, pero que sólo lo amparaba más o menos por medio del alma irracional espiritual o Buddhi”25.

PREG. Estaba en la idea de que sólo el “alma animal” era irracional, no la divina.

TEÓS. Tenéis que aprender la diferencia que existe entre lo que es “irracional” negativa o pasivamente, porque no está diferenciado, y lo que es irracional por ser demasiado activo y positivo. El hombre es una correlación de poderes espirituales, tanto como una correlación de fuerzas químicas y físicas, llamados a funcionar por lo que llamamos “principios”.

PREG. Mucho he leído sobre este asunto, y me parece que las nociones de los antiguos filósofos diferían mucho de las de los kabalistas de la Edad Media, si bien concuerdan en algunos puntos.

TEÓS. La diferencia más substancial entre ellos y nosotros es la que sigue: mientras nosotros creemos, con los neoplatónicos y las doctrinas orientales, que jamás el Espíritu (Âtma) desciende hipostáticamente en el hombre viviente, sino que sólo da su resplandor más o menos intenso al hombre interno (el compuesto psíquico y espiritual de los principios astrales), los kabalistas sostienen que el espíritu humano, separándose
del Océano de luz y del Espíritu Universal penetra en el alma del hombre, donde permanece, durante la vida prisionero en la cápsula astral. Aún sostienen lo mismo todos los kabalistas cristianos, porque no son capaces de romper por completo con sus doctrinas antropomórficas y bíblicas.

PREG. ¿Y qué decís vosotros?

TEÓS. Decimos que sólo admitimos la presencia de la irradiación del Espíritu (o Âtma) en la cápsula astral; y tan sólo en lo que concierne a ese resplandor espiritual.

Decimos que el hombre y el alma han de conquistar su inmortalidad por medio de la ascensión hacia la unidad; con la cual, si logran el éxito, quedarán unidas al fin, y en la que son finalmente absorbidas, por decirlo así. La individualización del hombre después de la muerte depende del espíritu, no de su alma y cuerpo. Aunque la palabra “personalidad”, en el sentido en que se entiende usualmente, es un absurdo si se aplica literalmente a nuestra esencia inmortal, sin embargo esta última es, como Ego nuestro individual, una entidad distinta, inmortal y eterna, per se. Sólo en el caso de tratarse de magos negros o de criminales cuya redención no es posible, criminales que así lo han sido durante una larga serie de vidas, el hilo brillante que une el espíritu al alma personal desde el momento del nacimiento de la criatura, es violentamente roto, y la entidad desencarnada se encuentra divorciada del alma personal, siendo esta última aniquilada, sin dejar en la primera la más leve impresión o rastro de sí misma.

Si esta unión entre el manas inferior, o personal, y el Ego individual que se reencarna no ha sido efectuada durante la vida, entonces tócale al primero la suerte de los animales inferiores, que gradualmente se disuelven en el éter y cuya personalidad es aniquilada; pero aun entonces es el Ego un ser individual. En tal caso sólo pierde un estado devachánico (después de esa vida especial, y en este caso, por cierto, inútil) como personalidad idealizada, y se reencarna casi inmediatamente, después de haber disfrutado por corto espacio de tiempo de su liberación como espíritu planetario.

PREG. Declara “Isis sin Velo” que esos espíritus planetarios o Ángeles, “los dioses de los paganos o los Arcángeles de los cristianos”, jamás serán hombres de nuestro planeta.

TEÓS. Perfectamente. Pero no “estos” de que ahora tratábamos, sino algunas clases de Espíritus Planetarios más elevados, los cuales no serán jamás hombres en este planeta, porque son Espíritus libertados de un mundo primitivo anterior, y como tales, no pueden volver a ser hombres en esta Tierra. Sin embargo, todos éstos vivirán de nuevo en el próximo y mucho más elevado Mahâmanvantara, después de que esta “Gran Edad” y su “pralaya bráhmico” (un pequeño período de 16 cifras de años, poco más o menos) hayan pasado. Pues sabréis, sin duda, que la filosofía oriental nos enseña que la humanidad se compone de tales “Espíritus”, prisioneros en cuerpos humanos. La diferencia existente entre los animales y los hombres consiste en que los primeros están animados potencialmente por los “principios”; y los segundos lo están actualmente 26. ¿Entendéis ahora la diferencia?

PREG. Sí; pero esta especialización ha sido en todas las edades el gran obstáculo de los metafísicos.

TEÓS. Así es. Todo el esoterismo de la filosofía Buddhista está basado sobre esta doctrina misteriosa, comprendida por tan pocas personas y tan completamente falseada por muchos de los más profundos eruditos modernos. Hasta los metafísicos tienden a confundir el efecto con la causa. Un Ego que ha ganado su vida inmortal como espíritu, seguirá siendo el mismo yo interno en todo el curso de sus renacimientos en la Tierra; pero esto no quiere decir necesariamente que haya de seguir siendo el Sr. Smith o Brown que era en la Tierra, y que de lo contrario pierda su individualidad. Por consiguiente, el alma astral y el cuerpo terrestre del hombre pueden en el oscuro más allá ser absorbidos en el Océano cósmico de los elementos
sublimados; el hombre llega a dejar de sentir su último ego personal (si no ha merecido elevarse más) y seguir aún el Ego divino, siendo la misma entidad inalterable, si bien aquella experiencia terrestre de su emanación puede quedar totalmente borrada en el momento de separarse del indigno vehículo.

PREG. Si el “espíritu” o la porción divina del alma es de toda eternidad preexistente como ser determinado, según Orígenes, Sinesio y otros filósofos semicristianos y semiplatónicos enseñaron; y si es la misma alma, metafísicamente objetiva y nada más, ¿cómo puede ser de otra manera más que eterna? ¿Y qué importa en tal caso que un hombre lleve una vida pura o animal si, haga lo que quiera, nunca puede perder su individualidad?

TEÓS. Esa doctrina, conforme acabáis de exponerla, es tan perniciosa en sus consecuencias como lo es la reparación de las faltas por medio de la intervención de un delegado. Si este último dogma, junto con la falsa idea de que todos somos inmortales, hubiese sido demostrado al mundo bajo su verdadero aspecto, su
propagación hubiese mejorado a la humanidad. Permitidme que os vuelva a repetir que Pitágoras, Platón, Timeo de Locres y la antigua Escuela Alejandrina derivaban el alma del hombre (o sus “principios” y atributos más elevados), del Alma Universal del mundo, siendo esta última, según sus enseñanzas, Aether (Pater–Zeus). Ninguno de esos “principios”, por lo tanto, puede ser la esencia pura, sin mezcla, del Monas Pitagórico o de nuestro Âtmâ–Buddhi; porque el Anima Mundi sólo es el efecto, la emanación subjetiva, o mejor dicho, la radiación del Monas. El espíritu humano (la individualidad), el Ego espiritual que se reencarna, y Buddhi, el alma espiritual, son preexistentes.

Pero mientras el primero existe como entidad distinta, o individualización, el alma existe como aliento que preexiste y es parte inconsciente de un todo inteligente. Ambos fueron formados en su origen del Océano Eterno de Luz. Pero, según se expresaron los filósofos del fuego (los teósofos de la Edad Media), hay en el fuego un espíritu visible y otro invisible. Establecían una diferencia entre el ánima bruta y el ánima divina. Empédocles creyó firmemente que todos los hombres y animales poseían dos almas; y vemos que Aristóteles llama a una el alma que raciocina, nouç, y a la otra el alma animal, yuch. Según esos filósofos, el alma que raciocina viene dentro del Alma universal, y la otra, de fuera.

PREC. ¿Llamaríais materia al alma, es decir, al alma humana que piensa, o sea lo que llamáis ego?

TEÓS. Materia no, pero substancia sí, seguramente; ni tampoco rehuiremos la palabra “materia”, siempre que venga unida al adjetivo primordial. Decimos que esta materia es coeterna con el Espíritu y que no es nuestra materia visible, tangible y divisible, sino su sublimación extrema. El Puro Espíritu no es sino un cambio del no espíritu o el Todo absoluto. A menos de admitir que el hombre ha sido evolucionado
de este Espíritu–Materia primordial, y representa una escala regular progresiva de “principios” desde la meta espíritu hasta la materia más grosera, ¿cómo podremos jamás considerar como inmortal al hombre interno y a la vez considerarlo como entidad espiritual y hombre mortal?

PREG. ¿Por qué, entonces, no creéis en Dios como tal entidad?

TEÓS. Porque lo que es infinito e incondicionado no puede tener forma alguna ni puede existir como ser, al menos en ninguna filosofía oriental digna de este nombre.

Una “entidad” es inmortal, mas sólo en su última esencia, no en su forma individual. En el último punto de su ciclo es absorbida en su naturaleza primordial, y se vuelve espíritu mando pierde su nombre de entidad.
Su inmortalidad como forma está limitada únicamente a su ciclo, de vida o al Mahâmanvantara; después de lo cual es una e idéntica con el espíritu Universal, y no ya una entidad separada. En cuanto al alma personal (lo que entendemos como la chispa de conciencia que conserva en el Ego Espiritual la idea del “yo” personal de la última encarnación), subsiste como recuerdo distinto, separado únicamente durante el período devachánico; después del cual es agregada a la serie de otras innumerables encarnaciones del Ego, como el recuerdo en nuestra memoria de un día en una serie de días, al cabo de un año. ¿Limitaréis a condiciones finitas la infinitud que reclamáis para vuestro Dios? Únicamente aquello que está indisolublemente cimentado por Âtma (es decir, Buddhi–Manas) es inmortal.

El alma del hombre (esto es, de la personalidad), per se no es inmortal, ni eterna, ni divina. Dice el Zohar: “El alma, cuando es enviada a esta Tierra, se reviste de un hábito terrenal para preservarse aquí abajo; y del mismo modo recibe arriba una brillante vestidura que la hace capaz de mirar sin daño en el espejo cuya luz procede del Señor de la Luz”. Además, el Zohar enseña que el alma no puede alcanzar la mansión de la gloria hasta haber recibido el “ósculo santo” o reunión del alma con la substancia de la que emanara (el espíritu). Todas las almas son duales y son un principio femenino, mientras que el espíritu es masculino. Encarcelado en el cuerpo, el hombre es una trinidad, a no ser que su corrupción sea tan grande, que cause su divorcio con el espíritu. “Desgraciada el alma que prefiera el himeneo sensual, con su cuerpo terrestre a su divino esposo (el espíritu)”dice un texto de una obra hermética, el Libro de las Claves. ¡Ay de ella, en efecto, porque ningún recuerdo de aquella personalidad quedará registrado en la imperecedera memoria del Ego!

PREG. ¿Y cómo aquello que si no ha sido dado por Dios al hombre, según vuestra propia confesión, es de idéntica substancia que lo divino, puede dejar de ser inmortal?

TEÓS. Cada átomo y parte de materia, así como de substancia, es imperecedero en su esencia, mas no en su conciencia individual. La inmortalidad sólo es la propia conciencia no interrumpida, y difícilmente puede la conciencia personal durar más tiempo que la personalidad misma. Esta conciencia, como ya os dije, sobrevive tan sólo durante el período devachánico, después del cual es reabsorbida en la conciencia individual primero y en la universal después.

Preguntad a vuestros teólogos por qué han alterado tan profundamente las escrituras judaicas. Leed la Biblia, si queréis tener una buena prueba de que especialmente los escritores del Pentateuco y del Génesis jamás consideraron a nephesh, el soplo con que Dios dotó a Adán (Gén. cap. II, 7), como alma inmortal. He aquí algunos ejemplos: –”Y Dios creó… a cada nephesh (vida), que se mueve” (Gén. I, 21), refiriéndose a los animales; y dice el Génesis (II, 7): “Y el hombre se volvió un Nephesh” (alma viviente), lo que demuestra que la palabra nephesh se aplicaba indiferentemente tanto al hombre inmortal como al animal mortal. “Y seguramente os pediré la sangre de vuestro nepheshim (vidas); lo pediré a cada animal y al hombre” (Gén. IX, 5. “Huye por tu nephesh” (Gén. XIX, 17). “No le matemos”, dice la versión inglesa (XXXVII, 21). “No matemos a su nephesh”, dice el texto Hebraico. “Nephesh por nephesh”, dice el Levítico. “Aquel que mate a cualquier hombre será seguramente muerto”; literalmente, “Aquel que mate al nephesh de un hombre” (Lev. XXIV, 17). “Y el que mata a un animal (nephesh) tiene que pagarlo… Animal por animal”, en vez del texto que dice: “nephesh por nephesh”. ¿Cómo podría el hombre matar lo que es
inmortal? Y esto también explica por qué los saduceos negaban la inmortalidad del alma; como también prueba que, muy probablemente, los judíos mosaicos (los no iniciados al menos) jamás creyeron en la supervivencia del alma.
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24 Significando la palabra “racional”, en su sentido genérico, algo que emana de la Sabiduría Eterna.
25 Irracional en el sentido de que, como pura encarnación de la Mente Universal, no puede tener en este
plano de materia razón alguna individual propia; pero como la Luna, que recibe su luz del Sol y su vida de
la Tierra, así también Buddhi, recibiendo su luz de sabiduría de Atma, alcanza sus cualidades racionales de
Manas. Carece per se, como cosa homogénea, de atributo alguno.
26 Véase Doctrina Secreta, vol. II (Comentarios)



PREG. Tenemos grandes helenistas, latinistas, sanscritistas y hebraístas. ¿Cómo explicáis que no hallemos nada en sus traducciones que se refiera a lo que decís?

TEÓS. Porque sus traductores, a pesar de su gran saber, han tomado a los filósofos, a los griegos especialmente, por escritores nebulosos, en vez de reconocer que son místicos. Ved a Plutarco, por ejemplo, y leed lo que dice respecto de los “principios” del hombre. Lo que describe fue aceptado literalmente y atribuido a superstición metafísica e ignorancia. Permitidme que os cite un ejemplo: “El hombre –dice Plutarco– es compuesto; y se equivocan los que lo creen compuesto de dos partes solamente.

Pues suponen que el entendimiento (intelecto del cerebro) es una parte del alma (la tríada superior); pero yerran en esto, lo mismo que los que hacen del alma una parte del cuerpo (es decir, de la tríada una parte del cuaternario mortal corruptible). Pues el entendimiento (Nous), tanto excede al alma como ésta sobrepuja en bondad y divinidad al cuerpo. Ahora bien, ese compuesto del alma (psuche) con el entendimiento (Nous) forma la razón; y con el cuerpo (o thumos, alma animal), la pasión; siendo el uno origen o principio del placer y del dolor, y el otro de la virtud y el vicio. De esas tres partes unidas y compactas entre sí, la Tierra dio el cuerpo, la Luna el alma y el Sol el entendimiento a la generación humana”.

Esta última frase es puramente alegórica, y sólo la entenderán aquellos que están versados en la ciencia esotérica de las correspondencias y que saben cuál es el planeta relacionado con cada principio. Plutarco divide estos últimos en tres grupos, y hace del cuerpo un compuesto de forma física, sombra astral y aliento, o parte triple inferior, que de la Tierra fue sacada, y a la Tierra vuelve”. Del principio medio y del alma instintual forma la segunda parte, derivada de la Luna y siempre influida por ella21, y únicamente de la parte superior del Alma Espiritual (Buddhi), con los elementos Átmicos y Manásicos en ella, hace una emanación directa del Sol, que aquí representa a Agathon, la Deidad Suprema. Esto está probado por lo que más adelante dice:

“Así es que de las muertes por las que pasamos, la una hace al hombre dos de tres y la otra uno de dos. La primera ocurre en la región y jurisdicción de Deméter, por lo que el nombre dado a los misterios, telein, se asemejaba al que daban a la muerte, telein tan. También los atenienses consideraron antiguamente a los muertos como consagrados a Deméter.  En cuanto a la otra muerte, tiene lugar en la Luna o región de Perséfona.”

Aquí tenéis nuestra doctrina, que da a conocer al hombre como septenario durante la vida; un quinario inmediatamente después de la muerte, en Kâmaloka; y una tríada, el Ego, espíritu–alma y conciencia, en el Devacán. Esa separación, primero en los “Prados del Hades”, según llama Plutarco al Kâma–loka, y después en el Devacán, formaba parte integrante de las representaciones durante los sagrados Misterios, cuando interpretaban los candidatos a la iniciación el drama entero de la muerte y resurrección como espíritu glorioso, entendiéndose por este nombre la plena conciencia. A esto es a lo que se refiere Plutarco cuando dice:

“Y tanto con el uno, el terrestre, como con el otro, el celeste, vive Hermes. Éste arranca repentina y violentamente al alma del cuerpo; pero dulcemente, y durante largo tiempo, separa Proserpina el entendimiento del alma22. Por esta razón se la llama Monógenes, sola engendrada, o mejor que engendra a uno solo; porque la mejor parte del hombre queda sola cuando es separada por ella. Tanto lo uno como lo otro sucede así, de acuerdo con la Naturaleza. Prescribe el Destino (Fatum o Karma) que cada alma, con o sin entendimiento (inteligencia), una vez fuera del cuerpo, ha de errar durante un tiempo determinado, si bien no todas por igual, por la región que se extiende entre la Tierra y la Luna (Kâma–loka)23.

Los que fueron injustos y disolutos sufren entonces el castigo merecido por sus culpas; mas los buenos y virtuosos quedan allí detenidos hasta que estén purificados y hayan purgado por asedio de la expiación todas las corrupciones que puedan haber adquirido por el contagio del cuerpo, al modo de enfermedades vergonzosas; viviendo en la parte más suave del aire, llamada Prados del Hades, donde han de permanecer durante cierto tiempo determinado. Y entonces, como si volviesen a su país tras una peregrinación venturosa o tras largo destierro, experimentan una sensación de alegría, como la sienten principalmente los iniciados en los Sagrados Misterios, mezclada de inquietud y de admiración, y cada cual con sus esperanzas peculiares y propias.”

Ésta es la bienaventuranza nirvánica, y ningún teósofo podría describir en lenguaje más claro, aunque esotérico, la alegría y gozos mentales del Devacán, en donde cada hombre se ve rodeado del paraíso formado por su conciencia. Pero debéis poneros en guardia contra el error en que caen hasta muchos de nuestros teósofos. No os imaginéis que porque el hombre es llamado septenario, luego quíntuple, y después
tríada, sea por esto un compuesto de siete, cinco o tres entidades; o como dice muy bien un escritor teosófico, un conjunto dé pieles o cortezas separables, como las de una cebolla. Como ya se ha dicho, los “principios”, exceptuados el cuerpo, la vida y el eidolon astral, los cuales se dispersan a la muerte, son simplemente aspectos y estados de conciencia. Sólo existe un hombre real permanente a través del ciclo de vida, inmortal en esencia, si no en forma, y ése es manas, el hombre–mente o conciencia encarnada. La objeción de los materialistas, que niegan la posibilidad de la acción de la inteligencia y de la conciencia sin la materia, no tiene valor alguno en el caso nuestro. No negamos fuerza a su argumento, pero preguntamos sencillamente a nuestros adversarios: “¿Conocéis todos los estados de la materia, vosotros que hasta ahora sólo sabíais de tres? ¿Y cómo sabéis si aquello a que nos referimos como CONCIENCIA ABSOLUTA, o Deidad, por siempre invisible e incognoscible, no es lo que, si bien escapa eternamente a nuestro concepto humano finito, es, sin embargo, el espíritu–materia universal o materia–espíritu, en su infinitud absoluta?” El Ego consciente es uno de los aspectos inferiores de este espíritu–materia fraccionado durante sus manifestaciones manvantáricas, el cual crea su propio paraíso, paraíso fantasmagórico quizás, pero sin embargo estado de dicha.

PREG. ¿Pero qué es Devacán?

TEÓS. Literalmente, la “tierra de los dioses”; una condición, un estado de felicidad mental. Filosóficamente, una condición mental análoga al ensueño, pero mucho más viva y real que el ensueño más vivo. Es el estado de la mayoría de los mortales después de la muerte.

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21 Los Kabalistas que conocen la relación que existe entre Jehová, el productor de la vida y de los hijos, con la Luna, y la influencia de esta última en la generación, comprenderán este punto, así como algunos
astrólogos.
22 Proserpina o Perséfone representa aquí el karma post mortem, que se supone rige o regula la separación de los “principios” inferiores de los superiores, esto es : el alma, como nephesh, el hálito de la vida animal que permanece durante algún tiempo en Kâma–loka, del Ego superior compuesto, que entra en el estado de Devacán o bienaventuranza.
23 Hasta que tiene lugar la separación del “principio” superior espiritual, de los inferiores, los cuales permanecen en Kâma–loka, hasta que se desintegran.
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PREG. ¿Enseñáis realmente, según la acusación formulada contra vosotros por algunos espiritualistas y espiritistas franceses, la aniquilación de toda personalidad?

TEÓS. No lo hacemos. Pero como esa cuestión de la dualidad –la individualidad del Ego divino y la personalidad del animal humano– envuelve la de la posibilidad de la aparición del Ego real inmortal en las sesiones espiritistas como “espíritu materializado”, (lo que negamos, según ya expliqué anteriormente), nuestros adversarios han lanzado esa acusación desatinada.

PREG. Acabáis de hablar del completo aniquilamiento del “psuche” cuando éste se adhiere a anoia. ¿Que entendía Platón y qué entendéis vosotros por esto?

TEÓS. El aniquilamiento completo de la conciencia personal, como caso raro y excepcional, según creo. La regla general y casi invariable es la fusión de la personalidad en la conciencia individual o inmortal del Ego (una transformación o transfiguración divina), y el aniquilamiento completo, tan sólo del cuaternario inferior. ¿Pensaríais acaso en la posibilidad de que el hombre carnal, o la personalidad temporal, su sombra, lo “astral”, sus instintos animales y hasta su vida física, sobreviviesen juntos con el “Ego espiritual” y fuesen eternos? Todo esto naturalmente deja de existir, sea en el momento de la muerte corporal, sea después. Disgregase por completo a su tiempo, y desaparece de la vista, quedando aniquilado en conjunto.

PREG. ¿Entonces también rechazaréis la “resurrección de la carne”?

TEÓS. ¡Absolutamente! ¿Por qué habríamos (nosotros que creemos en la Filosofía arcaica esotérica de los antiguos) de aceptar las especulaciones antifilosóficas de la Teología Cristiana posterior, sacada de los sistemas exotéricos griegos y egipcios de los Gnósticos?

PREG. Los egipcios honraban a los espíritus de la Naturaleza, y deificaban hasta las cebollas; los indos son hasta ahora idólatras; los zoroastrianos adoraban y aún adoran al Sol; y los mejores filósofos griegos eran soñadores o materialistas, como Platón y Demócrito, respectivamente. ¿Cómo os atrevéis a comparar?

TEÓS. Puede ser que conste así en el catecismo cristiano y hasta en el científico moderno, pero no es exacto para los espíritus libres de prejuicios. Los egipcios rendían culto al “Uno–Único–Uno” bajo el nombre de Nout, y fue de esta palabra donde Anaxágoras sacó su denominación Nous, o según la llama, Nonç an to ra thç, “la Mente o Espíritu Potente por sí mismo”; el arch thç kinhnewç, “el motor principal” o
primun mobile de todo. Para él, el Nous era Dios, y el logos el hombre, su emanación. El Nous es el espíritu (ya sea en el Cosmos o el hombre); y el logos, bien sea él Universo o el cuerpo astral, la emanación del primero, siendo el cuerpo físico solamente lo animal.

Nuestros poderes externos perciben los fenómenos, pero únicamente nuestro Nous es capaz de conocer sus nóumenos. Sólo el logos o el nóumeno es el que sobrevive, porque en su misma naturaleza y esencia es inmortal, y el logos es en el hombre el Ego eterno, que se reencarna y vive eternamente. Pero ¿cómo puede la sombra externa que se desvanece, el ropaje temporal de esa emanación divina, que vuelve a la fuente de
donde surgiera, ser “lo formado en la incorruptibilidad”?

PREG. Difícilmente, sin embargo, podéis libraros de la acusación de haber inventado una nueva división de las partes que constituyen al hombre espiritual y psíquico, porque ningún filósofo habla de ellas, si bien creéis que Platón las menciona.

TEÓS. Y lo sostengo. Además de Platón, ahí está Pitágoras, que también pensaba lo mismo20.

Describió el Alma como una unidad (Mónada) que se mueve por sí misma, compuesta de tres elementos: el Nous (Espíritu), el phren (la mente) y el thumos (la vida, el aliento, o el nephesh de los kabalistas); cuyos tres elementos corresponden a nuestro “Atma–Buddhi” (Espíritu–alma más elevado), a manas (el Ego) y a Kâma–Rûpa en conjunción con el reflejo inferior de manas. Lo que los antiguos filósofos griegos llamaban alma en general, lo llamamos espíritu, o alma espiritual, Buddhi, como vehículo, de Âtma (el Agathon o, Deidad Suprema de Platón). El hecho de que Pitágoras y otros consideren que phren y thumos forman parte del hombre y de los animales prueba que en este caso se refieren al reflejo manásico inferior (instinto), y a
kama–rupa (pasiones animales activas). Y como Sócrates y Platón admitieron esto y lo hicieron suyo, si a esos cinco principios, que son: Agathon (Deidad o Âtmâ), psuche (el alma en su sentido colectivo), Nous (el Espíritu o mente), phren (la mente física) y thumos (Kâma–Rûpa o las pasiones), agregamos el eidolon de los misterios (la forma o doble humano) y el cuerpo físico, fácil será demostrar que tanto las ideas de Pitágoras como las de Platón eran idénticas a las nuestras. Enseñaban que, a su partida, el alma (Ego) tenía que pasar a través de sus siete cámaras o principios: los que dejaba tras de sí y los que con ella se llevaba. La única diferencia que hay, teniendo siempre en cuenta el castigo que traía consigo el revelar las doctrinas de los Misterios (lo cual se pagaba con la vida), consiste en que sólo bosquejaban las enseñanzas en sus grandes rasgos, mientras que nosotros les damos forma y las explicamos en sus detalles.
Pero aunque enseñamos al mundo tanto como nos es permitido hacerlo, sin embargo, hasta en nuestra doctrina misma, se reserva más de un punto importante que sólo están autorizados conocer los que estudian la filosofía esotérica y han prometido silencio.
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20“ Platón y Pitágoras –dice Plutarco– dividen el alma en dos partes: la racional (nôetica) y la irracional (agnoia); aquella parte del hombre que es racional, es eterna; porque aunque no sea Dios, es,sin embargo, el producto de una deidad eterna; pero aquella parte del alma que está privada de razón (agnoia), muere.

“ El término moderno agnóstico viene de agnosis, una palabra similar. Nos extraña que Mr. Huxley, el autor de la palabra, haya relacionado su gran inteligencia con “el alma privada de razón que muere.”
¿Es esto humildad exagerada del materialismo moderno?



PREG. ¿Es lo que llamamos espíritu, alma y hombre de carne?

TEÓS. No. Ésa es la antigua división platónica. Platón estaba iniciado, y, por lo tanto, no podía entrar en detalles prohibidos; pero el que conoce la doctrina arcaica encuentra el número siete en las varias combinaciones de Platón respecto al alma y al espíritu. Consideraba al hombre constituido en dos partes: la una eterna, formada de la misma esencia que lo Absoluto; la otra mortal y corruptible, derivando sus partes constitutivas de los dioses menores “creados”. Demuestra al hombre compuesto de:

1º un cuerpo mortal, 
2º un principio inmortal, y 
3º “una especie del alma mortal separada”. 

Es lo que llamamos, respectivamente, el hombre físico, el alma espiritual o espíritu, y el alma animal (el Nous y psuche). Ésta es la división adoptada por San Pablo, también iniciado, que sostiene que existe un cuerpo psíquico (alma o cuerpo astral implantado en el corruptible), y un cuerpo espiritual (formado en la substancia
incorruptible). Hasta el mismo Santiago (III, 15) lo corrobora diciendo que la “sabiduría” (de nuestra alma inferior) no viene de arriba, sino que es terrestre, “psíquica”, “demoníaca” (véase el texto griego); mientras que la otra Sabiduría es celeste. Tan claro es esto, que Platón y el mismo Pitágoras, al hablar sólo de tres
“principios”, les prestan siete funciones separadas en sus diferentes combinaciones; y si comparamos con esto nuestras doctrinas, resultará evidente la concordancia. Hagamos un bosquejo de estos siete aspectos por medio de las dos tablas siguientes: (Para mejor observación presione las imagenes)

      

18En el Buddhismo Esotérico de Mr. Sinnett, d, e y f son llamadas respectivamente el alma animal, la humana y la espiritual, lo cual responde también a la idea. Aunque los principios están numerados en el Buddhismo Esotérico, esto, estrictamente hablando es inútil. Sólo la Mónada dual (Âtma Buddhi) es susceptible de ser considerada como los dos números superiores (el sexto y el séptimo). En cuanto a todos los demás, como sólo aquel “principio” que predomina en cada hombre ha de considerarse como el primero y el principal, ninguna numeración es posible, por regla general. En algunos hombres es la inteligencia superior (manas o el 5º ) la que domina al resto; en otros, es el alma animal (Kâma–Rûpa) quien reina en absoluto manifestando los instintos más bestiales, etcétera.

19 Pablo llama al Nous de Platón “espíritu”; pero, como ese espíritu es “subsistencia”, evidentemente es a Buddhi a quien se refiere y no a Âtman, ya que en ningún caso puede llamarse “substancia” a la última, filosóficamente. Incluimos a Âtma en los “principios humanos” para no crear mayor confusión. En realidad, no es principio humano “alguno”, sino el principio Absoluto universal, del que Buddhi, el Espíritu–alma, es vehículo.
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Ahora bien; ¿qué nos enseña Platón? Habla del hombre interno como hecho de dos partes: la una inmutable y siempre la misma, formada de igual substancia que la Deidad; y la otra, mortal y corruptible. Esas dos partes encuéntrense en nuestra tríada superior y en el cuaternario inferior (véanse las tablas). Explica Platón que cuando el alma, psuche, “se une al Nous (espíritu o substancia divina)19, obra recta y felizmente en todas las cosas”; pero que sucede lo contrario cuando se deja arrebatar por anoia (la locura o alma animal irracional). Tenemos pues, aquí, Manas (o el alma en general) en sus dos aspectos: cuando se adhiere a anoia (nuestro Kâma–Rûpa o “alma animal” en el Buddhismo Esotérico), corre hacia su completo aniquilamiento en lo que concierne al ego personal; pero cuando se une al Nous (Atma–Buddhi), se funde en el Ego inmortal e imperecedero, y entonces la conciencia espiritual de lo que era la personalidad convierte en inmortal.




PREG. Según tengo entendido, describís nuestro planeta como formando parte de una cadena de tierras.

TEÓS. Así es. Pero las otras seis “tierras” o globos no se hallan en el mismo plano de subjetividad de nuestra tierra; por lo tanto, no podemos verlas.

PREG. ¿Es debido esto a la gran distancia que nos separa de ellas?

TEÓS. De ninguna manera, porque vemos a simple vista planetas y hasta estrellas a distancias inconmensurablemente mayores; pero es debido a que esos seis globos se hallan fuera del alcance de nuestros medios físicos de percepción o plano de nuestro ser. No es tan sólo que su densidad material, peso o constitución sean por completo distintos de los de nuestra tierra y de los demás planetas conocidos, sino que se encuentran situados (para nosotros) en una capa del espacio, por decirlo así, enteramente diferente; una capa que no puede ser percibida; o sentida por nuestros sentidos físicos. Y cuando digo “capa” no creáis que se trata de capas materialmente colocadas como fajas una sobre otra, puesto que esto sólo nos llevaría a un nuevo absurdo y a un nuevo error.

Lo que entiendo por “capa” es aquel plano, del espacio infinito que por su misma naturaleza no puede ser percibido por nuestras facultades ordinarias en estado de vigilia, bien sean mentales o físicas, sino que existe en la Naturaleza, fuera de nuestra mentalidad normal o conciencia, fuera de nuestro espacio de tres dimensiones y de nuestra división de tiempo. Cada uno de los siete planos (o capas) fundamentales en el espacio por supuesto, considerados como un todo, como el espacio puro según la definición de Locke, no como nuestro espacio finito tiene su propia objetividad y subjetividad, su propio espacio y tiempo, su conciencia propia y su clase de sentidos. Pero es difícil que todo esto sea comprensible para el hombre educado en la manera de pensar moderna.

PREG. ¿Qué entendéis por clase diferente de sentidos? ¿Existe algo en nuestro plano humano que pudieseis presentar como ejemplo de lo que decís, para darnos una idea más clara acerca de lo que podáis entender por esa variedad de sentidos, espacios y percepciones respectivas?

TEÓS. Nada; exceptuando acaso lo que para la Ciencia sólo serviría de argumento en contra nuestra. ¿No tenemos mientras soñamos una clase diferente de sentidos? Sentimos, hablamos, oímos, vemos, tocamos y obramos en general en un plano diferente, quedando evidenciado el cambio de estado de nuestra conciencia por el hecho de que una serie de actos y acontecimientos que, según nos parece, abrazan varios años, se suceden idealmente por nuestra mente en un momento. Pues bien; esa extrema rapidez de nuestras operaciones mentales durante los sueños, y la naturalidad perfecta mientras tanto de todas las demás funciones, nos demuestran que nos encontramos en un plano completamente distinto. Nos enseña nuestra filosofía que del mismo modo que existen siete fuerzas fundamentales en la Naturaleza y siete planos de existencia, hay también siete estados de conciencia, en los que puede el hombre vivir, pensar, recordar y tener su existencia.

Imposible es enumerarlos en este lugar; para ello es preciso dedicarse al estudio de la Metafísica Oriental. Mas respecto a esos dos estados –la vigilia y los sueños–, todos los mortales, desde el profundo filósofo hasta el salvaje más inculto, tienen buena prueba de que difieren el uno del otro.

PREG. ¿No admitís entonces las doctrinas bien conocidas de la Biología y Fisiología tocante a los sueños?

TEÓS. No. Rechazamos hasta las hipótesis de los psicólogos, prefiriendo atenernos a las doctrinas de la Sabiduría Oriental. Creyendo en siete planos del Ser cósmico y estados de conciencia, respecto al Universo o Macrocosmo, nos detenemos al llegar al cuarto plano, viendo la imposibilidad de pasar más allá con algún grado de seguridad. Pero respecto al Microcosmo u hombre, especulamos libremente acerca de sus siete estados y principios.

PREG. ¿Cómo explicáis éstos?

TEÓS. Encontramos ante todo en el hombre dos seres distintos: el espiritual y el físico; el hombre que piensa y el hombre que recuerda tantos de aquellos pensamientos como puede asimilar. Por consiguiente, consideramos dos naturalezas distintas: el ser superior o espiritual, compuesto de tres “principios” o aspectos, y el Inferior o cuaternario físico, compuesto de cuatro; en total siete.




PREG. ¿Pero quién es el que crea cada vez el Universo?

TEÓS. Nadie lo crea. La ciencia llamaría evolución al proceso; los filósofos precristianos y los orientalistas lo llamaban emanación; nosotros, ocultistas y teósofos, vemos en ello la única realidad universal y eterna, que proyecta un reflejo de sí misma en las profundidades infinitas del Espacio. Ese reflejo que consideráis como el Universo objetivo material, lo miramos nosotros como una ilusión pasajera, y nada más.
Sólo lo que es eterno es real.

PREG. Según esto, ¿usted y yo somos también ilusiones?

TEÓS. Como personalidades pasajeras, siendo hoy una persona y mañana otra, lo somos. ¿Llamaríais “realidad” a los repentinos resplandores de la aurora boreal, a las claridades del Norte, por mas que sean todo lo reales posible mientras las contempláis? Seguramente que no; la causa que las produce, si es permanente y eterna, es la única realidad, mientras que el efecto no es más que una pasajera ilusión.

PREG. Todo esto no me explica cómo toma origen esa ilusión llamada Universo; cómo procede el ser consciente para manifestarse, de la inconsciencia que es.

TEÓS. Sólo es inconsciencia con relación a nuestra conciencia finita. Bien podríamos ahora parafrasear el versículo V del primer capítulo de San Juan, y decir: “Y la absoluta luz (que es la oscuridad para nosotros) resplandeció en las tinieblas (que es la luz material ilusoria); y las tinieblas no la comprendieron”. Aquella luz absoluta es también la ley absoluta e inmutable. Sea por radiación o emanación no disputemos sobre los
términos, el Universo pasa de su subjetividad homogénea al primer plano de manifestación, existiendo, según se nos enseña, siete de estos últimos; se va haciendo más material y denso en cada plano, hasta que alcanza a éste, el nuestro, en el cual el único mundo aproximadamente conocido y comprendido por la Ciencia en su
composición física es el sistema planetario o solar, sistema su géneris, conforme se nos dice.

PREG. ¿Qué entendéis por sui géneris?

TEÓS. Entiendo que, si bien la ley fundamental y las leyes universales activas de la Naturaleza son uniformes, tiene, sin embargo, nuestro sistema solar (así como cada sistema semejante entre los muchos millones de los mismos en el Cosmos), y hasta nuestra Tierra, su programa de manifestaciones propio particular, que difiere de los programas de todos los demás. Hablamos de los habitantes de otros planetas y nos imaginamos que si son hombres, es decir, entidades que piensan, han de ser como nosotros.

Siempre nos representa la imaginación de los poetas, pintores y escultores que hasta los ángeles son copias hermosas del hombre, más las alas. Decimos que todo esto es un error y una ilusión; porque si sólo en esta tierra nos encontramos con una diversidad tan grande en su flora, fauna y humanidad –desde el alga marina hasta el cedro del Líbano, desde el pez jalea hasta el elefante, desde el hombre de los bosques y el negro hasta el Apolo de Belvedere–, alteradas las condiciones cósmicas y planetarias, deben darnos como resultados una flora, fauna y humanidad enteramente diferentes. Forman las mismas leyes un orden de cosas y de seres completamente distintos, hasta en este mismo plano nuestro, incluyendo en él todos nuestros
Planetas. ¡Cuánto más diferente ha de ser la naturaleza externa en otros sistemas solares! ¡Y qué locura la de juzgar las otras estrellas, mundos y seres humanos por lo que somos nosotros, como lo hace la ciencia física!

PREG. ¿Pero qué antecedentes tenéis para formular esta aserción?

TEÓS. Lo que la ciencia en general jamás querrá aceptar como prueba: los testimonios acumulados de una serie interminable de Videntes que lo han atestiguado.

Sus visiones espirituales, sus exploraciones reales a través de los sentidos psíquicos y espirituales, desembarazados de la materia ciega, fueron regularizadas sistemáticamente, comparadas unas con otras, y su naturaleza analizada e investigada.

Todo aquello que no era corroborado por una experiencia unánime y colectiva era desechado; y sólo era aceptado como verdad establecida lo que en varias edades, bajo diferentes climas y después de un sinnúmero de observaciones incesantes, resultaba exacto y era constantemente comprobado. Los métodos empleados por nuestros discípulos y estudiantes de las ciencias psicoespirituales no difieren, como veis, de los que emplean los de las ciencias naturales y físicas. Sólo que se hallan nuestros campos de indagación en dos diferentes planos, y no son construidos nuestros instrumentos por manos humanas, por cuya razón son quizá más de fiar. Las retortas y microscopios del químico y del naturalista pueden descomponerse; el telescopio y los instrumentos horológicos del astrónomo pueden estropearse; pero nuestros instrumentos de análisis escapan a la influencia de los elementos o de la atmósfera.

PREG. ¿Tenéis, por consiguiente, implícita fe en los mismos?

TEÓS. La palabra fe no se encuentra en los Diccionarios Teosóficos: decimos conocimiento, basado en la observación y la experiencia. Existe, sin embargo, la diferencia siguiente: que mientras la observación y experiencia de la ciencia física conduce a los sabios a tantas hipótesis “activas” como cerebros hay para formarlas, nuestro conocimiento nos permite sumar a su sabiduría sólo aquellos hechos que resultan innegables y absolutamente demostrados. No tenemos acerca de un mismo punto dos creencias o hipótesis distintas.

PREG. ¿Y con semejantes datos habéis aceptado las teorías extrañas que encontramos en el “Buddhismo Esotérico?”

TEÓS. Precisamente. Pueden esas teorías ser algo incorrectas en sus menores
detalles, y hasta erróneas en su exposición, hecha por estudiantes del círculo externo;
mas, sin embargo, son hechos en la naturaleza, y se aproximan más a la verdad que
ninguna hipótesis científica.



PREG. Habiendo ya manifestado lo que Dios, el alma y el hombre no son, según vosotros, ¿puede informársenos acerca de lo que son, conforme a vuestras doctrinas?

TEÓS. En su origen y en la eternidad, los tres (como el Universo y todo cuanto contiene) forman uno solo con la Unidad absoluta, la esencia deífica incognoscible, de la que he hablado ya. No creemos en la creaci6n, sino en las apariciones periódicas y consecutivas del Universo, desde el plano subjetivo del ser al objetivo, en intervalos regulares de tiempo, cubriendo períodos de inmensa duración.

PREG. ¿Podéis detallar esta materia?

TEÓS. Servios (como primera comparación y como auxilio para un concepto más correcto) del año solar; y como segunda, de las dos mitades de ese mismo año, produciendo cada una un día y una noche de seis meses de duración, en los polos. Ahora bien; imaginaos, si podéis, en vez de un año solar de trescientos sesenta y cinco días, la ETERNIDAD; que el Sol representa al Universo, y los, días y noches polares de seis meses son días y noches que duran ciento ochenta y dos trillones o cuatrillones de años en vez de ciento ochenta y dos días cada uno. Así como sale el Sol cada mañana de su espacio subjetivo (para nosotros), y antipódico, en nuestro horizonte objetivo; del mismo modo surge periódicamente el Universo en el plano de la objetividad, procediendo del de la subjetividad, los antípodas del primero.

Tal es el “Ciclo de Vida”; y de igual modo que desaparece de nuestro horizonte el Sol, desaparece en períodos regulares el Universo cuando comienza la “noche universal”.

Los hindúes llaman a esas alternativas los Días y Noches de Brahma o el tiempo del Manvantara y el del Pralaya (disolución). Pueden los Occidentales llamarlas, si así lo prefieren, Días y Noches Universales. Durante las últimas (las noches) Todo está en Todo; cada átomo es reabsorbido en la Homogeneidad.



PREG. ¿Qué enseña el Buddhismo respecto del alma?

 TEÓS. Depende la contestación de si os referís al Buddhismo exotérico, popular, o bien a sus enseñanzas esotéricas. Del siguiente, modo se explica él primero, en el Catecismo Buddhista: “Considera el alma como una palabra empleada por el ignorante para expresar una idea falsa. Si cada cosa está sujeta a cambio, hay que incluir entonces al hombre, y cada parte material del mismo debe cambiar. Lo que está sujeto a cambio no es permanente; por lo tanto, una cosa inconstante no puede tener una supervivencia inmortal”. Esto parece claro y definido. Pero cuando llegamos a la cuestión de que la nueva personalidad en cada renacimiento sucesivo es el agregado de los skandhas o atributos de la antigua personalidad, y preguntarnos si esa nueva agregación de skandhas es también un nuevo ser, en el que no ha quedado nada del último, leemos que: “En un sentido es un nuevo ser, y en otro no lo es. Durante esta vida los skandhas cambian continuamente. Mientras que el hombre A. B. de cuarenta años respecto a la personalidad es idéntico al joven A. B. de dieciocho, sin embargo, por el gasto y reparación continuos de su cuerpo y el cambio de inteligencia y carácter, es un ser diferente. No obstante, en la vejez, el hombre recoge con justicia la recompensa a los sufrimientos correspondientes a sus pensamientos y acciones en cada período anterior de la vida. De igual modo, el nuevo ser, en cada renacimiento, siendo la misma individualidad de antes (mas no la misma personalidad), con una forma distinta o nueva agregación de skandhas, recoge con justicia las consecuencias de sus actos y pensamientos en una existencia anterior. Esto es metafísica abstrusa, y de ningún modo expresa la negación del alma. 

PREG. ¿No habla el Buddhismo esotérico de algo parecido?

 TEÓS. Sí, porque esta doctrina pertenece a la vez al Buddhismo esotérico o Sabiduría Secreta, y al Buddhismo exotérico o filosofía religiosa de Gautama Buddha.

PREG. Pero nos dicen claramente que la mayor parte de los Buddhistas no creen en la inmortalidad del Alma.


TEÓS. Tampoco creemos nosotros en ella, si entendéis por alma el ego personal o alma de vida (Nephesh). Pero todo Buddhista instruido cree en el Ego individual o divino. Los que no creen en él se equivocan en su juicio. Se equivocan respecto a este punto como aquellos cristianos que confunden las interpolaciones teológicas de los últimos redactores de los Evangelios, acerca de la condenación y el fuego del infierno, con el lenguaje verbatím de Jesús. Ni Buddha ni Cristo jamás escribieron cosa alguna; pero ambos se expresaron alegóricamente y usaron “palabras oscuras”, como hicieron y seguirán haciendo aún por mucho tiempo todos los Iniciados verdaderos. Ambas Escrituras tratan de todas esas cuestiones metafísicas con mucha prudencia y cautela; y los anales Buddhistas y Cristianos pecan por ese exceso de exoterismo, extralimitando ambos el sentido de la letra muerta.

 PREG. ¿Pretenderíais decir que ni las enseñanzas de Buddha ni las de Cristo han sido hasta ahora correctamente interpretadas?

 TEÓS. Es precisamente lo que pienso. Ambos Evangelios, el Buddhista y el Cristiano, fueron predicados con el mismo objeto. Ambos reformadores fueron ardientes filántropos y altruistas prácticos, predicando, sin género alguno de duda, el Socialismo más noble y elevado, el propio sacrificio, hasta el último momento de su vida. “Recaigan sobre mí los pecados del mundo entero, a fin de que pueda aliviar las miserias y sufrimientos del hombre”, exclama Buddha. “No dejaría yo gemir a quien pudiera salvar”, dice el Príncipe mendigo, cubierto de harapos desechados de los cementerios. “Venid a mí vosotros, todos los que trabajáis y estáis agobiados, y yo os daré descanso”; así llama a los pobres y desheredados el “hombre de las angustias” que no tenía en dónde descansar la cabeza. Ambos basan sus enseñanzas en el amor ilimitado a la humanidad, en la caridad, en el perdón de las injurias, en el olvido de sí mismo y en la piedad por las engañadas masas; ambos manifiestan el mismo desprecio a las riquezas, y no hacen diferencia entre meum y tuum.

Era su deseo, aunque sin revelar todos los sagrados misterios de la iniciación, atraer a los ignorantes extraviados, cuya carga en la vida fuera excesiva; darles esperanza y hacerles entrever lo suficiente de la verdad para que fuese un auxilio en sus horas más penosas. Pero el objeto de los dos reformadores se vio frustrado a causa del exceso de celo de sus discípulos posteriores. Habiendo sido mal comprendidas e interpretadas las palabras de los Maestros, ¡ved las consecuencias!

 PREG. Buddha debió de negar, sin embargo, la inmortalidad del alma, ya que todos los orientalistas y sus propios sacerdotes así lo afirman.

 TEÓS. Los Arhats siguieron al principio el sistema de su Maestro; pero la mayoría de los sacerdotes que les sucedieron no estaban iniciados, como igualmente sucedió en el Cristianismo; así es que, poco a poco, casi llegaron a perder las grandes verdades esotéricas. Prueba de ello es que de las dos sectas existentes en Ceylan, cree la siamesa que la muerte es el aniquilamiento absoluto de la individualidad y de la personalidad; y la otra explica el Nirvana en el sentido en que lo hacemos los teósofos.

PREG. Pero en ese caso, ¿por qué representan el Buddhismo y el Cristianismo los dos polos opuestos de esa creencia?

TEÓS. Porque no eran iguales las condiciones en que fueron predicados. Celosos los Brahmanes de la India de su superior sabiduría, excluyendo de la misma a todas las castas excepto la suya, precipitaron a millones de hombres en la idolatría y casi en el fetichismo. Tenía Buddha que dar el golpe de gracia a una exuberancia tan grande de superstición fanática y de fantasía malsana, nacidas de la ignorancia, como rara vez se ha conocido anterior o posteriormente en la historia. Más vale un ateísmo filosófico, que no semejante culto ignorante, para aquellos “que invocan a sus dioses, no son oídos ni atendidos” y viven y mueren en un estado de desesperación mental. Tenía que contener, ante todo, aquel cenagoso y corrompido torrente de superstición; extirpar los errores, antes de dar a conocer la verdad.

Y como no podía darla a conocer toda, por las idénticas y buenas razones que tenía Jesús cuando decía a sus discípulos que no eran para las masas ignorantes los Misterios del Cielo, sino sólo para los elegidos y, por lo tanto, “les hablaba en parábolas”(Mat. XIII, 10,11), así Buddha llevó su prudencia al extremo de ocultar demasiado. Hasta se negó a contestar al monje Vacchagotta si existía o no en el hombre un Ego. Instado a que contestase, “el hombre Sublime permaneció silencioso”17.
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17 En el diálogo traducido del Samyutaka Nikaya, por Oldenburg, Buddha da a Ananda, su discípulo iniciado, que le pregunta la razón de este silencio, una respuesta clara e inequívoca: “Si yo, Ananda, al preguntarme el monje errante Vacchagotta “¿Existe el Ego?”, hubiese contestado “el Ego existe”, entonces, Ananda, esto hubiese confirmado la doctrina de los Samanas y Brahmanes que creen en la permanencia. Si yo, Ananda, cuando el monje errante Vacchagotta me preguntó “¿no existe el ego?”, hubiese contestado “ el Ego no existe”, entonces, Ananda, esto hubiese confirmado la doctrina de los que creen en la aniquilación. Si yo, Ananda, cuando el monje errante Vacchagotta me preguntó “¿Existe el Ego?”, le hubiese contestado “el Ego existe”, ¿hubiese esto servido a mi propósito, Ananda, produciendo en él el conocimiento de que todas las existencias (dahmma) son no–ego? Pero si yo, Ananda, hubiese contestado “el Ego no existe”, entonces, Ananda, esto solo hubiese dado por resultado producir en el monje errante Vacchagotta una nueva confusión. “¿Mi Ego, no existía antes? ¡Y ahora ya no existe!” Esto demuestra mejor que nada que Gotama Buddha rehuía dar a las masas semejantes doctrinas metafísicas difíciles, para no turbarlas más aún. A lo que se refería era a la diferencia que hay entre el Ego personal temporal y el Yo Supremo que vierte su luz sobre el Ego imperecedero, el “Yo” espiritual del hombre
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PREG. Esto se refiere a Gotama, ¿pero qué relación tiene con los Evangelios?

TEÓS. Leed la historia y reflexionad. En el tiempo en que tuvieron lugar los hechos que describen los Evangelios, existía una fermentación intelectual análoga en todo el mundo civilizado, sólo que con resultados opuestos en el Oriente y el Occidente. Los antiguos dioses morían. Mientras las clases civilizadas en Palestina dejaban se arrastrar por los incrédulos Saduceos a las negaciones materialistas, sólo por la mera letra muerta de la forma mosaica, y Roma se hallaba en plena disolución moral, las clases inferiores y pobres corrían tras la brujería y dioses extraños, o volvían sé hipócritas. Una vez más había sonado la hora de una reforma espiritual. El Dios celoso, cruel y antropomórfico de los Judíos, con sus leyes sanguinarias de “ojo por ojo y diente por diente”, derramando sangre y sacrificando animales, tenía que relegarse a segundo término y verse reemplazado por el misterioso “Padre en Secreto”. Había de presentarse este último, no como un Dios extracósmico, sino como un divino Salvador del hombre de carne, encerrado en su propio corazón y alma, tanto en el pobre como en el rico.

Ni aquí ni en la India podían los secretos de la iniciación ser divulgados, a menos que, por dar lo que es santo a los perros y por echar perlas a los cerdos, se viesen el Revelador y el revelado pisoteados y arrastrados por los suelos. De ahí las reticencias de Buddha y de Jesús (el cual, sea que haya vivido o no fuera del período histórico que se le señala, se abstuvo de revelar claramente los misterios de la Vida y de la Muerte). Esas reticencias trajeron, en el primer caso, las vacías negaciones del Buddhismo meridional; y en el segundo, las tres formas contradictorias de la Iglesia Cristiana y las trescientas sectas existentes, sólo en la protestante Inglaterra. demuestra




PREG. ¿Cómo explicáis, pues, el que el hombre esté dotado de un espíritu y un alma? ¿De dónde proceden?

TEÓS. Del Alma Universal; no concedidos ciertamente por un Dios personal. ¿De dónde procede en el pez jalea el elemento húmedo? Del Océano que lo rodea, en el que vive y respira, y al que vuelve cuando se disuelve.

PREG. ¿Negáis entonces que el alma sea dada por Dios al hombre?

TEÓS. Nos vemos obligados a ello. El “alma” de que sé habla en el capítulo II del Génesis (v. 7) es, según está escrito, el “alma viviente” o Nephesh (el alma vital, animal), con la que Dios (nosotros decimos la Naturaleza” y la ley inmutable) dota tanto al hombre como a los animales. De ningún modo es el alma que piensa, la mente, y mucho menos el Espíritu inmortal.

PREG. Presentaré la cuestión de otro modo: ¿es Dios quien dota al hombre de un alma humana racional y de un Espíritu inmortal?

TEÓS. Dada la forma en que planteáis la cuestión, no podemos estar de acuerdo. Puesto que no creemos en un Dios personal, ¿cómo podemos creer que dote al hombre de cosa alguna? Pero, suponiendo, en consideración al argumento, un Dios que tome sobre sí el riesgo de crear un alma nueva para cada recién nacido, todo lo que se puede decir es que difícilmente puede considerarse a un Dios semejante, dotado de sabiduría o previsión. Otras dificultades, y la imposibilidad de conciliarlas con la piedad, justicia, equidad y omnisciencia que se atribuyen a ese Dios, son otros tantos escollos contra los que se estrella constantemente aquel dogma teológico.

PREG. ¿A qué os referís? ¿Cuáles son esas dificultades?

TEÓS. En este instante se me ocurre un argumento incontestable dirigido un día en mi presencia por un sacerdote Buddhista Cingalés, predicador famoso, a un misionero Cristiano, hombre nada ignorante y bien preparado para la discusión pública en la que fue presentado ese argumento. Era cerca de Colombo, y el misionero había desafiado al sacerdote Megittuvate a que presentase las razones por las que los “paganos” no admiten el Dios Cristiano. Pues bien, el misionero salió, como de costumbre en semejantes casos, malparado de aquella memorable discusión.

PREG. Desearía saber lo que sucedió.

TEÓS. Ocurrió lo siguiente: el sacerdote Buddhista empezó por preguntar al padre si su Dios había dado mandamientos a Moisés para que los cumpliesen los hombres, pero para ser violados por Dios mismo. El misionero rechazó indignado esa suposición. “Pues bien –dijo su adversario–, nos decís que Dios no admite excepción a esta regla, y que no puede nacer alma alguna sin su voluntad. Dios prohíbe el adulterio, entre otras cosas, y, sin embargo, afirmáis al mismo tiempo que Él es quien crea a cada recién nacido, Él quien lo dota de un alma. ¿Hemos de entender, entonces, que son obra de vuestro Dios los millones de criaturas nacidas en el crimen y el adulterio? ¿Que vuestro Dios prohíbe y castiga la violación de sus leyes, y que, a pesar de ello, crea cada día y a cada momento almas para esas mismas criaturas? Según la lógica más elemental, ese Dios es cómplice en el crimen, puesto que sin su ayuda e intervención, aquellos hijos de la lujuria no podrían haber nacido. ¿Dónde está la justicia, castigando no solamente a los padres culpables, sino hasta a la inocente criatura, por lo hecho por ese Dios mismo, al que, sin embargo, descargáis de toda culpa?…” El misionero miró el reloj, y de repente observó que se iba haciendo tarde para continuar la discusión.

PREG. ¿Olvidáis que todos esos casos inexplicables son misterios y que nuestra religión nos prohíbe analizar los misterios de Dios?

TEÓS. No, no lo olvidamos, pero rechazamos simplemente tales imposibilidades. Tampoco queremos haceros creer lo que creemos nosotros. Contestamos únicamente a las preguntas que nos dirigen. Tenemos, sin embargo, otro nombre para vuestros “misterios”.