PREG. ¿Cómo consideran los teósofos el deber cristiano de la caridad?

TEÓS. ¿A qué caridad os referís; a la caridad mental o a la caridad práctica en el plano físico?

PREG. A la caridad práctica, pues vuestra idea sobre la fraternidad universal incluye, por supuesto,la caridad mental.

TEÓS. ¿Os referís a la aplicación práctica de los mandamientos de Jesús en el Sermón de la Montaña?

PREG. Precisamente.

TEÓS. Entonces, ¿por qué llamarlos “cristianos”? Aunque vuestro Salvador los predicó y practicó, lo último en que piensan los cristianos de hoy día es en ponerlos en práctica durante su vida.

PREG. ¡Sin embargo, muchos son los que se pasan la vida practicando la caridad!

TEÓS. Sí, con las sobras de sus grandes fortunas. Pero enseñadme un cristiano, entre los más filántropos, que esté decidido a socorrer al ladrón hambriento que le robe su abrigo; o a presentar su mejilla derecha al que le abofeteara la izquierda, sin conservar jamás resentimiento por ello.

PREG. Debéis tener presente que no deben tomarse estos preceptos al pie de la letra. Desde la época del Cristo, han cambiado los tiempos y las circunstancias. Además, habló en parábolas.

TEÓS. En este caso, ¿por qué no dicen las Iglesias que la doctrina de la condenación y del fuego del infierno debe entenderse también como parábolas? ¿Por qué insisten algunos de los predicadores más populares y afamados en el sentido literal de los fuegos del Infierno y de los tormentos físicos de un alma “asbestina”, y permiten virtualmente que se interpreten esas “parábolas” en el sentido que se hace? Si
“parábola” es lo uno, también lo es lo otro. Si el fuego infernal es una verdad literal, entonces los mandamientos de Cristo en el Sermón de la Montaña deben obedecerse al pie de la letra. Y os digo que muchos que, como el Conde León Tolstoi, no creen en la divinidad del Cristo, cosa que también sucede a más de un teósofo, aplican literalmente esos nobles y universales preceptos.
Muchas personas buenas lo harían si no estuviesen convencidas de que semejante proceder en la vida les había de conducir a un manicomio, ¡efecto de lo cristianas que son nuestras leyes!

PREG. Todo el mundo sabe, sin embargo, que se gastan anualmente muchos millones en la caridad privada y pública.

TEÓS. ¡Oh, sí! La mitad se queda entre las manos por que pasa, antes de llegar a las del pobre; y una buena parte del resto en poder, de los mendigos de oficio, demasiado holgazanes para trabajar, no favoreciendo así de ningún modo a los que realmente sufren o están en la miseria. ¿No sabéis que el primer resultado del gran desbordamiento de caridad en beneficio del East–End de Londres fue producir en Whitechapel un alza de 20 por ciento en los alquileres?

PREG. ¿Qué haríais vosotros?

TEÓS. No obrar colectiva y sí individualmente; seguir el precepto de la escuela Buddhista del Norte. “Jamás pongas alimento en la boca del hambriento sirviéndote de mano ajena.” “Nunca permitas que se interponga entre ti y el objeto de tu generosidad la sombra de tu vecino (la de una tercera persona).” “Nunca des tiempo al Sol para secar una lágrima, antes de haberla tú enjuagado.” “No des jamás por medio de tus criados dinero al pobre, o alimento al sacerdote que pide a tu puerta; no fuera tu dinero a aminorar el agradecimiento y a convertirse en hiel tu aliento”. 

PREG. ¿Cómo puede aplicarse esto prácticamente?

TEÓS. Las ideas teosóficas acerca de la caridad significan esfuerzo personal para los demás; compasión y bondad personales; interés personal en el bienestar y prosperidad de los que sufren; previsión y ayuda personales en sus penas y necesidades. Nosotros, teósofos, no creemos en la eficacia del sistema de dar dinero por conducto ajeno; creemos aumentar cien veces el poder del dinero y su eficacia por nuestro contacto y simpatía personales con los que lo necesitan. Creemos en el alivio del alma tanto, si no más, que en el del estómago, porque el agradecimiento hace un bien mayor al hombre que lo siente que al que lo ha hecho sentir. ¿Dónde está el agradecimiento que vuestros millones de libras esterlinas debieran haber despertado, o los buenos sentimientos provocados por ellos? ¿Acaso en el odio que siente el pobre de East–End hacia el rico? ¿En el aumento del partido de la anarquía y del desorden, o en esos centenares de infelices muchachas obreras, víctimas del sistema “del sudor”, obligadas diariamente a andar por las calles para ganarse la subsistencia?
¿Acaso quedan agradecidos a las fábricas en que les dan trabajo las ancianas y ancianos desamparados, o los pobres por las viviendas malsanas en que les consienten engendrar nuevas generaciones de seres enfermizos, escrofulosos y raquíticos, con el único objeto de llenar los bolsillos de los Shylocks insaciables que poseen casas? Como consecuencia, cada moneda de estos “millones” entregada por gente buena y que quisiera ser caritativa, cae como una desgracia en vez de una bendición sobre el pobre a quien debiera aliviar.
A esto llamamos crear Karma nacional, y terribles serán sus resultados el día que haya que rendir cuentas.




PREG. ¿Es la justicia igual para todos y el amor hacia todos los seres el objeto más elevado de la Teosofía?

TEÓS. No; existe otro aún mucho más alto.

PREG. ¿Cuál puede ser?

TEÓS. El dar a los otros más que a uno mismo; el propio sacrificio. Esto es lo que ha distinguido tan preeminentemente a los Maestros más grandes de la Humanidad, tales como Gotama Buddha en la Historia, y Jesús de Nazaret en los Evangelios. Ha bastado ese solo rasgo para conservarles el respeto y el agradecimiento perpetuos de las generaciones que después de ellos se han sucedido. Decimos, sin embargo, que el propio sacrificio debe practicarse con discernimiento; y que si semejante abandono de uno mismo se lleva a cabo sin tener en cuenta la justicia, ciegamente, sin considerar los resultados, puede a menudo ser no sólo vano el esfuerzo, sino perjudicial. Una de las reglas fundamentales de la Teosofía es la justicia consigo mismo, considerándonos como una unidad de la humanidad colectiva, y no como un yo personal:
considerándonos no más que los demás, pero tampoco menos, excepto cuando, gracias al sacrificio propio, podemos beneficiar a los muchos.

PREG. ¿Podéis aclarar algo más vuestra idea por medio de un ejemplo?

TEÓS. Muchos ejemplos existen en la historia. La Teosofía considera el propio sacrificio por el bien práctico de los muchos como muy superior a la abnegación por una idea sectaria, como por ejemplo la de “salvar a los paganos de la condenación”. En nuestra opinión, el Padre Damián (aquel joven de 30 años que sacrificó su vida entera para aliviar los sufrimientos de los leprosos de Molokai, y se fue a vivir durante
dieciocho años solo con ellos, siendo al fin atacado por tan terrible enfermedad, de la cual murió), no ha muerto en vano. Él alivió, y proporcionó una relativa felicidad a miles de pobres desgraciados. Les llevó el consuelo mental y físico. Derramó un rayo de luz en la noche oscura y terrible de una existencia cuya amargura no encuentra otra comparable en los anales del sufrimiento humano.

Era un verdadero teósofo, y su memoria vivirá eternamente en nosotros. Consideramos a ese pobre sacerdote belga inconmensurablemente más elevado que, por ejemplo, aquellos sinceros pero insensatos y vanos misioneros que han sacrificado su vida en las islas de los mares del Sur o en China. ¿Qué bien han hecho? En las primeras, trataron con seres que no eran aún aptos para recibir verdad alguna; y en cuanto a la segunda, se trata de una nación cuyos sistemas de filosofía religiosa son tan elevados como cualesquiera otros, si quisieran los que los poseen seguir el modelo de Confucio y demás sabios de su raza. Murieron víctimas de caníbales y de salvajes irresponsables, o del fanatismo y del odio populares; mientras que si hubiesen ido a los tugurios de Whitechapel, u otra localidad de aquellas que se estancan y pudren, bajo el sol brillante de nuestra civilización, llenas de salvajes cristianos y de lepra mental, hubieran podido hacer verdadero bien y haber conservado la vida para una causa mejor y más digna.

PREG. Pero ¿no piensan los cristianos lo mismo?

TEÓS. Es claro que no, porque obran partiendo de una creencia errónea. Piensan que bautizando el cuerpo de un salvaje irresponsable salvan su alma de la condenación. Por una parte, la Iglesia olvida a sus mártires, y por otra beatifica y levanta estatuas a hombres como Labro, que sacrificó su cuerpo durante cuarenta años sólo en beneficio de los inmundos insectos que en él se alimentaban.
Si dispusiésemos de los medios necesarios para ello, levantaríamos una estatua al Padre Damián, santo verdadero y práctico, y perpetuaríamos su memoria para siempre, como ejemplo viviente de heroísmo teosófico y de compasión y propio sacrificio, Buddhista y cristiano.

PREG. ¿Consideráis, por tanto, el propio sacrificio como un deber?

TEÓS. Sí; y lo explicamos, mostrando que el altruismo es una parte integrante del propio desarrollo. Pero hemos de distinguir. Ningún hombre tiene derecho a dejarse morir de hambre para que pueda otro alimentarse, a no ser que la vida de este último sea, de un modo evidente, más útil a los muchos que la suya propia. Pero es deber suyo sacrificar su propio bienestar y trabajar por los demás si éstos son incapaces de
trabajar por sí mismos. Deber suyo es dar todo lo que le pertenece, por completo, si a nadie aprovecha más que a él mismo, caso que lo guarde egoístamente. La Teosofía enseña la propia abnegación, pero no el propio sacrificio impulsivo e inútil, ni justifica el fanatismo.

PREG. ¿Cómo podremos alcanzar un estado tan elevado?

TEÓS. Llevando a la práctica con discernimiento nuestros preceptos. Por el uso de nuestra razón más elevada, de la intuición espiritual, del sentido moral, y obedeciendo al dictamen de lo que llamamos “la tranquila y suave voz” de nuestra conciencia, que es la de nuestro Ego, y habla más alto en nosotros que los terremotos y los truenos de Jehová, en que “no está el Señor”.

PREG. Si tales son nuestros deberes hacia la humanidad en general, ¿qué entendéis por nuestros deberes respecto a los que nos rodean?

TEÓS. Exactamente los mismos, con más los que nacen de las obligaciones especiales de los lazos de familia.

PREG. ¿No es cierto entonces, como se dice, que apenas ha entrado alguno en la Sociedad Teosófica, se ve separado gradualmente su mujer, de sus hijos y de los deberes de familia?

TEÓS. Es una calumnia sin fundamento alguno, como tantas otras. El primero de los deberes teosóficos es el de cumplir el propio deber hacia todos los hombres y principalmente hacia aquellas personas con quienes tenemos obligaciones especiales, bien por haberlas asumido voluntariamente, como son los lazos del matrimonio, o porque el destino nos ha ligado a ellas, como las que debemos a nuestros padres o parientes.

PREG. ¿ Y cuál puede ser el deber del teósofo hacia sí mismo?

TEÓS. Reprimir y vencer al yo inferior, por medio del Superior. Purificarse interna y moralmente; no temer a nadie ni a nada, fuera del tribunal de su propia conciencia. No hacer jamás una cosa a medias; es decir, si cree hacer una cosa buena, debe hacerla abierta y francamente; y si es mala, apartarse de ella por completo. Un teósofo tiene el deber de aligerar su carga, pensando en el sabio aforismo de Epicteto que dice: “No te
dejes apartar, de tu deber por cualquier reflexión vana que de ti pueda hacer el mundo necio, porque en tu poder no están sus censuras, y, por consiguiente, no deben importarte nada”.

PREG. Suponiendo que un miembro de vuestra Sociedad manifestase su incapacidad para practicar el altruismo con otras personas, fundándose en que “la caridad empieza por uno mismo”, y alegando que está demasiado ocupado, o que es demasiado pobre para favorecer a la humanidad, o siquiera a algunos de sus elementos, ¿cuáles son vuestras reglas en caso semejante?

TEÓS. Ningún hombre tiene el derecho de decir que nada puede hacer por los demás, bajo cualquier pretexto que sea. “Cumpliendo su deber en la ocasión conveniente, puede el hombre convertirse en acreedor del mundo”, dice un escritor inglés. Un vaso de agua ofrecido a tiempo al viajero sediento realiza un deber más noble y más digno que una docena de comidas dadas sin oportunidad a gentes que pueden pagarlas. Un hombre que no sienta esto, jamás será teósofo; pero podrá, sin embargo, seguir siendo
miembro de nuestra Sociedad. Carecemos de reglas para obligar a ningún hombre a convertirse en teósofo práctico, si no desea serlo.

PREG. ¿Para qué entran entonces en la Sociedad?

TEÓS. El que lo hace lo sabrá. Tampoco en esto tenemos derecho para formar juicios anticipados sobre una persona, aun cuando toda una comunidad se manifestase en su contra, y os diré por qué. En nuestros tiempos, la vox populi (al menos en lo que se refiere a la de las clases ilustradas) ya no es la vox dei, sino siempre la de la preocupación, la de los motivos egoístas, y a menudo también la de la impopularidad.
Nuestro deber es sembrar semilla abundante para el futuro, y tratar de que sea buena; no detenernos en averiguar por qué hemos de hacerlo así, ni cómo y para qué vamos a perder nuestro tiempo, puesto que los que han de recoger más adelante la cosecha no seremos nosotros.



PREG. ¿No es, pues, la Sociedad Teosófica una organización política?

TEÓS. Seguramente que no. Es internacional en el más elevado sentido, puesto que comprende, entre sus miembros, hombres y mujeres de todas las razas, creencias y opiniones, que trabajan unidos por el mismo objeto: el progreso de la humanidad; pero como Sociedad no toma parte en ninguna política nacional o de partido, sea cual fuese.

PREG. ¿Por qué?

TEÓS. Precisamente por las razones que acabo de dar. La acción política, además, debe variar necesariamente con las circunstancias y con la idiosincrasia de los individuos; y si bien, por la naturaleza misma de su posición como teósofos, los miembros de la Sociedad Teosófica concuerdan en los principios de la Teosofía, porque de lo contrario no formarían parte de la Sociedad, no se deduce de esto que opinen del mismo modo sobre los demás asuntos. Como Sociedad, sólo pueden obrar juntos en materias que son comunes a todos, esto es, en lo que se refiere a la Teosofía; como individuos, cada cual es perfectamente dueño de seguir su línea particular de acción y opinión política, siempre que no esté en oposición con los principios teosóficos o perjudique a la Sociedad Teosófica.

PREG. Pero ¿no se desentenderá, claro está, la Sociedad Teosófica de las cuestiones sociales que con tanta fuerza se vienen imponiendo?

TEÓS. Los principios mismos de la Sociedad Teosófica son una prueba de que ésta, o mejor dicho, muchos de sus miembros, no se desentienden de aquéllas. Si sólo vigorizando ante todo las leyes fisiológicas más legítimas y científicas es posible el desarrollo mental y espiritual de la humanidad. deber de todos los que luchan por ese progreso es hacer todo cuanto puedan para que aquellas leyes se apliquen de una manera general. Bien saben todos los teósofos que, por desgracia, especialmente en los países occidentales, el estado social de las masas hace imposible educar como es debido su cuerpo y su espíritu, lo que es causa de que el desarrollo de ambos esté paralizado. Como esa educación y desarrollo es uno de los objetos expresos de la Teosofía, la Sociedad Teosófica simpatiza y concuerda enteramente con todo
verdadero esfuerzo en este sentido.

PREG. ¿Pero qué entendéis por “verdaderos esfuerzos”? Todo reformador social posee su panacea especial, y cada uno cree que sólo la suya puede mejorar y salvar la humanidad.

TEÓS. Eso es perfectamente exacto, y éste es el verdadero motivo que hace sea tan poco satisfactoria la obra social llevada a cabo. No existe realmente en la mayor parte de esas panaceas ningún principio que sirva de guía y, con seguridad, ni uno solo que las una a todas entre sí. De este modo se está perdiendo un tiempo y una energía preciosos; porque los hombres, en vez de ayudarse luchan unos contra otros, muchas
veces quizá para alcanzar fama y recompensa, más que por la gran causa de que se declaran defensores sinceros, y que debiera ser suprema en su vida.

PREG. ¿Cómo deben aplicarse los principios teosóficos a fin de que la cooperación social pueda fomentarse, y aplicarse los verdaderos esfuerzos al mejoramiento de la Sociedad?

TEÓS. Permitidme que os recuerde cuáles son esos principios: Unidad y Causalidad universales, Solidaridad Humana, Ley de Karma, Reencarnación. Éstos son los cuatro eslabones de la cadena dorada que debiera unir a la humanidad, formando así una sola familia, una Fraternidad universal.

PREG. ¿Cómo?

TEÓS. En el estado presente de la sociedad, particularmente en los países llamados civilizados, tropezamos continuamente con grandes masas que sufren por efecto de la miseria, de la pobreza y de las enfermedades. Sus condiciones físicas son miserables, y sus facultades mentales y espirituales, a menudo inactivas. Por otra parte, muchas personas que ocupan el extremo opuesto de la escala social viven indiferentes, entregadas al lujo material y a la complacencia egoísta. Ninguna de esas formas de existencia es hija de la pura casualidad. Ambas son efecto de las condiciones que rodean a los que están sujetos a ellas; y el abandono del deber social, por un lado, está en relación muy íntima con el interrumpido progreso, por el otro. En Sociología, como en todos los ramos de la verdadera ciencia, la ley de causalidad universal es exacta.

Pero esa causalidad implica necesariamente, como resultado lógico, la solidaridad humana, en la que tanto insiste la Teosofía. Si la acción de una persona se deja sentir en la vida de todos los demás, y ésta es la verdadera idea científica, entonces sólo convirtiéndose los hombres en hermanos, y practicando todos diariamente la verdadera hermandad, es como podrá alcanzarse la real solidaridad humana, en que radica la perfección de la raza. Esta acción mutua, esta verdadera hermandad, en la que cada uno debe vivir para todos y todos para uno, es uno de los principios teosóficos fundamentales, que todo teósofo debiera obligarse, no sólo a enseñar, sino a aplicar prácticamente en su vida.

PREG. Todo esto, como principio general, me parece muy bien; pero ¿cómo podrá aplicarse de un modo concreto?

TEÓS. Observad, por un momento, lo que llamaríais los hechos concretos de la sociedad humana. Comparad, no sólo la vida de la masa del pueblo, sino la de muchos de las llamadas clase media y superior, y pensad lo que pudiera ser bajo condiciones más sanas y nobles, en que dominasen por completo la justicia, la benevolencia y el amor, en vez del egoísmo, la indiferencia y la brutalidad que ahora, con harta frecuencia, parecen reinar en absoluto. Todas las cosas buenas y malas de la humanidad tienen su origen en el carácter humano, y este carácter es y ha sido condicionado por la interminable cadena de la causa y el efecto. Pero esto se aplica tanto al futuro como al presente y al pasado. El egoísmo, la indiferencia y la brutalidad no pueden ser nunca el estado normal de la raza humana; creerlo así sería desesperar de la humanidad, y esto no puede hacerlo ningún teósofo. El progreso puede alcanzarse, pero sólo es posible por medio del desarrollo de las cualidades más nobles. Ahora bien; la verdadera evolución nos enseña que alterando el medio ambiente del organismo podernos alterar y mejorar éste; y en el sentido más estricto, esto es cierto con respecto al hombre.
Todo teósofo por consiguiente, está obligado a hacer cuanto le sea posible para contribuir a todo esfuerzo social razonable que tenga por objeto el mejoramiento de las condiciones de los pobres. Estos esfuerzos deben tener como fin la emancipación social de aquellos; o el desarrollo del sentimiento del deber, en los que ahora lo olvidan con tanta frecuencia en casi todos los actos de la vida.

PREG. Concedido. Mas, ¿quién decidirá de la bondad de esos esfuerzos sociales?

TEÓS. Ninguna persona y ninguna sociedad pueden sentar regla absoluta alguna respecto a este punto. El juicio individual tendrá necesariamente que decidir, en muchos casos. Sin embargo, puede apelarse a una piedra de toque, y es que la acción propuesta tienda a promover aquella verdadera hermandad, que es el objeto de la Teosofía. Seguramente que ningún teósofo sincero tendrá gran dificultad en aplicarla; y una vez satisfecho del resultado, su deber consistirá en encauzar en ese sentido la opinión pública. Esto solamente puede lograrse inculcando aquellos elevados y nobles conceptos de los deberes públicos y privados que forman la base de todo progreso espiritual y material. Sean cuales fueren las circunstancias, el teósofo debe ser un centro de acción espiritual, y de él y de su vida diaria deben emanar fuerzas espirituales elevadas, únicas que pueden regenerar a sus semejantes.

PREG. ¿Por qué habría de hacerlo? ¿No están, tanto él como todos los demás, condicionados por su Karma, según enseñáis, y no debe necesariamente obrar Karma dentro de ciertos límites?

TEÓS. Esa ley misma del Karma es la que presta fuerza a todo cuanto acabo de decir. El individuo no puede separarse de la raza, ni la raza del individuo. La ley de Karma se aplica a todos por igual, aunque no todos están igualmente desarrollados. Ayudando al desarrollo de los demás, cree el teósofo que no sólo los ayuda a cumplir su karma, sino que también él, en el sentido más estricto, está cumpliendo el suyo. El desarrollo de la humanidad, de la que todos somos parte integrante, es lo que siempre se propone; y sabe que cualquier falta de su parte en responder a lo más elevado de su ser no sólo lo retrasa a él en su marcha progresiva, sino a todos los demás. Puede hacer con sus acciones que sea más difícil o más fácil para la humanidad alcanzar el próximo plano más elevado del ser.

PREG. ¿Cómo se relaciona esto con el cuarto principio de que habéis hablado, o sea con la Reencarnación?

TEÓS. La relación es muy íntima. Si nuestra vida presente depende del desarrollo de ciertos principios, que son producto de los gérmenes que una existencia anterior nos dejó, la ley es exacta en cuanto al futuro. Una vez bien comprendida la idea de que la causalidad universal no es puramente presente, sino pasada, presente y futura, y que cada acción halla en nuestro plano el lugar que naturalmente le corresponde, se verá su verdadera relación con nosotros y con los demás. Cada acción mezquina y egoísta nos impulsa hacía atrás y no hacia adelante, y todo pensamiento noble y todo acto generoso son escalones que conducen a los planos más elevados y gloriosos del ser. Si esta vida lo fuese todo, entonces, por muchos conceptos, sería bien pobre y despreciable, mas, considerada como una preparación para la esfera inmediata de existencia, puede servir de puerta dorada por la que podemos entrar no solos y egoístamente, sino en compañía de nuestros semejantes, en los palacios del más allá.