PREG. Los partidarios de esta creencia podrían contestar a eso que aun cuando el dogma ortodoxo amenaza con un Infierno demasiado realista al pecador impenitente y al materialista, por otra parte le concede la posibilidad de arrepentirse hasta el último momento. Además, no enseña el aniquilamiento o pérdida de la personalidad, que viene a ser lo mismo.

TEÓS. Si la Iglesia no enseña nada de esto, Jesús, en cambio, lo enseña; y para los que consideran a Cristo como superior al cristianismo, es algo.

PREG. ¿Enseña Cristo cosa semejante?

TEÓS. lo enseña; y todo Ocultista bien informado y hasta cualquier kabalista os dirá lo mismo. Cristo, o al menos el cuarto Evangelio, enseña la reencarnación como también el aniquilamiento de la personalidad, según podéis ver si descartáis la letra muerta y os atenéis al espíritu esotérico. Recordad los versículos 1º y 2º del capítulo XV de San Juan. –¿De qué trata la parábola, sino de la Tríada superior en el hombre? Âtma es el labrador; el Ego Espiritual o Buddhi (Christos), la Viña, mientras que el Alma animal y vital, la personalidad, es la “rama”. “Yo soy la verdadera vid, y mi Padre el labrador.
Cada sarmiento que en mí no da fruto, lo arranca… Así como no puede el sarmiento dar fruto por sí solo, sino manteniéndose en la cepa, tampoco vosotros lo podéis dar, como no viváis en mí. Yo soy la cepa, vosotros sois los sarmientos. Si un hombre no vive en mí, es desechado como un sarmiento y se seca, luego se los recoge y se los echa al fuego y se queman.”

Nosotros lo explicamos del modo siguiente: No creyendo en los fuegos del Infierno que descubre la Teología en la amenaza dirigida a los sarmientos, decimos que el “ labrador” significa Âtma, el símbolo del principio impersonal infinito 52, mientras que la “vid” representa el Alma Espiritual, Christos, y cada “sarmiento una nueva encarnación.

PREG. ¿En que pruebas os apoyéis para sostener una interpretación tan arbitraria?

TEÓS. El simbolismo universal es una garantía de su exactitud y de que no es arbitraria. Hermas dice, hablando de “Dios”, que “plantó el viñedo”, es decir, que creó a la humanidad. Vemos en la Kábala que el Anciano de los Ancianos, o la “Larga Faz”, planta una viña, representando ésta a la humanidad, y una cepa o vid, que significa la vida. Por esta razón, al espíritu del “Rey Mesiah” nos lo representa lavando sus vestiduras en el vino de arriba, desde la creación del mundo 53. El Rey Mesiah es el Ego purificado por el lavado de sus vestiduras (es decir, las personalidades de sus renacimientos) en el vino de arriba o Buddhi. Adam o A–dam es la “sangre”. La vida de la carne está en la sangre (nephesh, alma), (Levítico, XVII). Y Adam Kadmon es el Único Engendrado. También Noé planta un viñedo, la cuna alegórica de la futura humanidad.

Como consecuencia de la adopción de la misma alegoría, la hallamos reproducida en el Códex Nazareno. Siete son las cepas o vidas creadas cuyas siete cepas o vidas son nuestras Siete Razas, con sus siete Salvadores o Buddhas– que nacen de Jukabar Zivo; y Aebel Zivo las riega 54. Cuando asciendan los bienaventurados hasta las criaturas de Luz, contemplarán a Jukabar Zivo, Señor de la Vida y la primera Vid 55. Estas metáforas Kabalísticas se repiten, naturalmente, en el Evangelio de San Juan.

No olvidemos que, en el sistema humano –según aquellas mismas filosofías que ignoran nuestra división septenaria–, el Ego u hombre pensante es llamado Logos, o el “hijo” del alma y del Espíritu. “Manas es el hijo adoptivo del Rey y la Reina” (equivalentes esotéricos de Âtma y Buddhi), dice una obra oculta. Él es el “hombre Dios” de Platón, que se crucifica a sí mismo en el espacio, o duración del ciclo de vida, para la redención de la MATERIA. Esto lo lleva a cabo encarnándose una y otra vez, guiando de este modo a la humanidad hacia la perfección y haciendo así sitio a las formas inferiores para desarrollarse en otras superiores. Ni una sola vida deja de progresar por sí misma y de ayudar a progresar a la Naturaleza física entera, y hasta el caso fortuito, muy raro, de perder una de sus personalidades, por carecer esta última
en absoluto de la menor chispa de espiritualidad, lo ayuda en su progreso individual.

PREG. Pero, seguramente, si el Ego es responsable de las transgresiones de sus personalidades, también ha de responder de la pérdida o más bien del completo aniquilamiento de una de éstas.

TEÓS. De ninguna manera, a no ser que nada haya hecho para impedir esa suerte horrible. Pero si, a pesar de todos sus esfuerzos, su VOZ, la de nuestra conciencia, no pudo penetrar a través de la materia, entonces, procediendo la estupidez de esta última de su naturaleza imperfecta, va a reunirse con los demás fracasos de la Naturaleza. Suficientemente castigado queda el Ego con la pérdida del Devachán, y sobre todo con tener que encarnar casi inmediatamente.

PREG. Esta doctrina de la posibilidad de perder el alma –o la personalidad– se encuentra en oposición con las teorías ideales, tanto de los cristianos como de los espiritistas, aunque, hasta cierto punto, la admite Swedenborg en lo que llama la muerte espiritual. Jamás aceptarán tal doctrina los cristianos y espiritistas.

TEÓS. Lo cual no puede alterar en modo alguno un hecho en la Naturaleza, si es tal hecho, ni impedir que pueda suceder semejante cosa en determinadas circunstancias. El Universo y todo cuanto encierra, moral, mental, físico, psíquico o espiritual, está basado en una ley perfecta de equilibrio y armonía. Como ya se dijo en Isis sin Velo, no podría la fuerza centrípeta manifestarse en las armoniosas revoluciones de las esferas sin la fuerza centrífuga; y todas las formas y su progreso son producto de esa fuerza dual en la Naturaleza.

Ahora bien, el espíritu (o Buddhi) es la energía centrífuga espiritual, y el alma (Manas), la centrípeta; para producir un resultado, es menester que se hallen en perfecta unión y armonía. Romped o alterad el movimiento centrípeto del alma terrenal que tiende hacia el centro que la atrae; detened su progreso, imponiéndole un peso de materia superior al que puede soportar o al que le corresponde en el estado devachánico, y quedará destruida la armonía del conjunto. Sólo puede continuar la vida personal o, quizás mejor, su reflejo ideal, por medio de la doble fuerza, es decir por la unión íntima de Buddhi y Manas en cada renacimiento o existencia personal. La más ligera desviación de la armonía la quebranta; y cuando queda destruida sin remedio, sepárense ambas fuerzas en el momento de la muerte.

Durante un breve intervalo, la forma personal (llamada indiferentemente kama rupa y mayavi rupa), cuya florescencia espiritual, uniéndose al Ego, le sigue al Devachán y presta a la individualidad permanente su color personal, es arrastrada al Kâmaloka, en donde permanece hasta ser gradualmente aniquilada. Porque después de la muerte es cuando llega el momento crítico y supremo para los absolutamente depravados, los antiespirituales y los criminales que se hallan fuera de toda redención. Si, durante la vida, el último y desesperado esfuerzo hecho por el YO INTERNO (Manas) para ligar algo de la personalidad a él y al rayo superior y resplandeciente del divino Buddhi ha sido vano; si a ese rayo se lo aleja más y más del cerebro físico, el Ego espiritual, o Manas, una vez libre de los lazos de la materia, queda enteramente separado de la
reliquia etérea de la personalidad; y esta última o Kâma rûpa, siguiendo sus atracciones terrenales, se ve precipitada en el Hades, que nosotros llamamos Kâmaloka. Éstos son los “sarmientos secos” que habían de arrancarse de la vid a que se refería Jesús. El aniquilamiento, sin embargo, nunca es instantáneo, y puede necesitar a veces siglos para verificarse. La personalidad permanece allí con los residuos de otros Egos personales más afortunados; y, como ellos, se convierte en una cáscara y en un elementario. Según consta en Isis sin Velo, estas dos clases de “espíritus”, las cáscaras y los elementarios, son las principales “estrellas” en el gran teatro espiritista de las “materializaciones”. Seguro podéis estar de que no son ellas las que se encarnan; y por esto tan pocos entre los “queridos ausentes” saben una palabra de reencarnación; induciendo así a error a los espiritistas.

PREG. ¿No fue acusado, sin embargo, el autor de “Isis sin Velo” de haber predicado contra la reencarnación?

TEÓS. Sí; por aquellos que no comprendieron lo que decía. En la época en que se escribió aquella obra, nadie, entre los espiritistas, tanto ingleses como americanos, creía en la reencarnación; y lo que se dice de la reencarnación en aquella obra iba dirigido contra los espiritistas franceses, cuya teoría es tan antifilosófica y absurda como lógica y evidente es la doctrina oriental. Los reencarnacionistas de la escuela de Allan Kardec creen en una reencarnación arbitraria e inmediata. Según ellos, el padre muerto puede encarnarse en su propia hija, aun por nacer, y así sucesivamente. No tienen ni Devachán, ni Karma, ni teoría filosófica que garantice o pruebe la necesidad de los renacimientos consecutivos. ¿Cómo puede el autor de Isis argüir en contra de la reencarnación kármica, con largos intervalos que varían entre mil y mil quinientos años, siendo la creencia fundamental, tanto de los Buddhistas como de los Hindúes?

PREG. ¿Rechazáis enteramente, entonces, las teorías de los espiritistas reencarnacionistas y las de los no reencarnacionistas o espiritualistas?

TEÓS. No por completo, sino únicamente lo que se refiere a sus respectivas creencias fundamentales. Unos y otros se fían en lo que sus “espíritus” les dicen; y están tan en desacuerdo entre sí como nosotros los teósofos lo estamos con unos y con otros. La verdad es una; y cuando vemos a los espectros franceses predicar la reencarnación y a los espectros ingleses negar esta doctrina y atacarla, afirmamos que tanto los
“espiritistas” franceses como los ingleses no saben lo que dicen. Creemos, con los espiritualistas y los espiritistas, en la existencia de “espíritus” o seres invisibles dotados de mayor o menor inteligencia. Pero mientras que nuestra doctrina admite la existencia de legiones de clases y géneros, nuestros adversarios no admiten más que “espíritus” humanos desencarnados, los cuales, según nuestro saber, son, en su mayoría,
CÁSCARAS kamalóquicas.

PREG. Atacáis muy duramente a los “espíritus”. Ya que me habéis manifestado los motivos por los que no creéis en la materialización de los espíritus desencarnados, o “espíritus de los muertos”, así como tampoco en la comunicación directa en las “sesiones” espiritistas, ¿tendríais inconveniente en ilustrarme acerca de otro punto? ¿Por qué no se cansan jamás algunos teósofos de advertirnos del peligro que ofrecen el comercio con los espíritus y el mediumnismo? ¿Tienen para ello algún motivo especial?

TEÓS. Hemos de suponerlo. Yo, por mi parte, lo tengo. Gracias a mi intimidad durante más de medio siglo con esas “influencias” invisibles (pero, sin embargo, demasiado tangibles e innegables), desde los elementales conscientes y las cáscaras semiconscientes hasta los mas sensibles e indefinidos espectros de todas clases, tengo algún derecho para defender mi opinión.

PREG. ¿Podéis darme algún ejemplo que demuestre el peligro que tales prácticas encierran?

TEÓS. Esto necesitaría más tiempo del que puedo consagrar a este punto. Toda causa ha de juzgarse por los efectos que produce. Repasad la historia del Espiritismo durante los últimos cincuenta años, desde su reaparición en América en este siglo, y juzgad vos mismo acerca del resultado bueno o malo producido sobre sus partidarios. Comprendedme bien. No hablo contra el verdadero espiritismo, sino contra el movimiento moderno que lleva este nombre, y la pretendida filosofía inventada para explicar sus fenómenos.

PREG. ¿No creéis en sus fenómenos?

TEÓS. Precisamente porque tengo demasiados buenos motivos para creer en ellos, y porque sé (salvo en algunos casos de engaño deliberado) que son tan ciertos como que vos y yo vivimos, es porque mi ser entero se rebela contra ellos. Repito que hablo solamente de los fenómenos físicos, y no de los mentales, o de los psíquicos mismos. Lo semejante se atrae. Conozco personalmente a varias personas, hombres y mujeres de elevado espíritu, buenos y puros, que han pasado muchos años de su vida bajo la dirección inmediata, y hasta bajo la protección de “espíritus” elevados, sea desencarnados o planetarios. Pero esas inteligencias no pertenecen al tipo de los “John Kings” y de los “Ernestos” que figuran en las reuniones espiritistas. Esas inteligencias guían y protegen a los mortales sólo en casos raros y excepcionales, atraídas hacia ellos magnéticamente por el pasado kármico del individuo. No basta para atraerlas con esperar pasivamente “para desarrollarse.” Con esto sólo se abre la puerta a un enjambre de “aparecidos” buenos, malos e indiferentes, convirtiéndose el médium en esclavo suyo durante toda su vida. Esa promiscuidad del médium y comercio con los duendes son los que combato, y no el misticismo espiritual.
El último ennoblece y santifica; la naturaleza del primero pertenece exactamente a los fenómenos de hace doscientos años, por los que tantos brujos y brujas sufrieron tormento. Leed a Glanvil y otros autores que tratan de la brujería, y encontraréis en sus obras el paralelo de la mayor parte de los fenómenos físicos, si no todos, del “espiritismo” del siglo XIX.

PREG. ¿Pretenderéis que todo ella es brujería y nada más?

TEÓS. Lo que entiendo es que, sean conscientes o inconscientes, todas esas comunicaciones con los muertos son necromancia y prácticas peligrosísimas. Siglos antes de Moisés, esa evocación de los muertos estaba considerada como pecaminosa y cruel por todas las naciones inteligentes, puesto que turba el descanso de las almas y contraría su progreso evolucionario hacia estados superiores. La sabiduría colectiva de todos los siglos pasados, siempre denunció terminantemente tales prácticas. En fin, digo lo que no he cesado de repetir, verbalmente y por escrito, durante quince años: mientras algunos llamados “espíritus” no saben lo que dicen, y repiten simplemente, como loros, lo que encuentran en el cerebro del médium y de otras personas, otros, en cambio, son muy peligrosos y sólo pueden conducir al mal. Éstos son dos hechos evidentes. Id a los círculos espiritistas de la escuela de Allan Kardec, y encontraréis “espíritus” que sostienen la reencarnación y hablan como católicos romanos de nacimiento. Dirigíos a los “queridos ausentes” en Inglaterra y América, y los oiréis negar la reencarnación rotundamente, atacando a los que la enseñan y defendiendo las ideas protestantes. Los mejores y más poderosos médiums han sufrido todos, física y moralmente. Acordaos del triste fin de Charles Foster, que murió en un asilo, loco furioso; de Slade, epiléptico; Eglinton (hoy día el mejor médium de Inglaterra), sujeto a la misma enfermedad. Ved lo que fue la vida de D.D. Home, hombre de carácter agrio y amargado, que jamás tuvo una buena palabra para aquellos que suponía dotados de poderes psíquicos y calumniaba a todos los demás médiums. Este Calvino del

Espiritismo padeció durante años una terrible enfermedad de la médula, producida por sus comunicaciones con los “espíritus” y murió de una manera espantosa. Pensad también en la triste suerte del pobre Washington Irving Bishop. Lo conocí en Nueva York cuando él tenía catorce años, y sin duda alguna era un verdadero médium. Verdad es que el pobre hombre les jugó una mala pasada a sus “espíritus”, y los bautizó con el nombre de “acción muscular inconsciente”, para mayor gaudium de todas las corporaciones de sabios y científicos mentecatos, al mismo tiempo que se llenaba el bolsillo.
Pero de mortuis nil nisi bonum; su muerte fue mala. Había ocultado tenazmente sus ataques epilépticos –el primer síntoma, así como el más seguro, del verdadero mediumnismo–; y ¿quién sabe si estaba muerto o en trance cuando se llevó a cabo el reconocimiento post mortem? Si hemos de prestar crédito a los telegramas de Reuter, sus pacientes insisten en que estaba vivo. En fin, considerad a los médiums antiguos, los fundadores y primeros instigadores del espiritismo moderno, las hermanas Fox. Después de más de cuarenta años de relaciones con los “ángeles”, éstos han permitido que se vuelvan imbéciles incurables y que declaren en conferencias públicas que la obra tan larga de su vida, así como su filosofía, son todo ello un engaño. Ahora os pregunto: ¿qué clase de “espíritus” serán los que las inspiraron?

PREG. ¿Creéis que sea exacta vuestra deducción?

TEÓS. Si los mejores discípulos de una escuela especial de canto se muriesen a causa de haber abusado de la delicadeza de sus gargantas, ¿que deducción sacaríais de este hecho? Seguramente la de que el método seguido era malo. Así es que creo igualmente correcta la deducción respecto del Espiritismo, cuando veo lo que les sucede a sus mejores médiums. Sólo diremos que los que se interesan por la cuestión juzguen el árbol del Espiritismo por sus frutos, y reflexionen. Nosotros, los teósofos, siempre hemos tenido a los espiritistas por hermanos que poseen la misma tendencia mística que nosotros; mas siempre nos han considerado ellos como enemigos. Estando nosotros en posesión de una filosofía más antigua, hemos tratado de ayudarlos y ponerlos en guardia; pero nos han pagado con calumnias e injurias, lo más que han podido. Sin embargo, siempre que tratan seriamente de sus creencias, los mejores espiritistas ingleses dicen exactamente lo mismo que nosotros. Oíd al Sr. M. A. Oxon confesar la verdad siguiente: “ Los espiritistas se inclinan demasiado a creer, exclusivamente, en la intervención de los espíritus externos en nuestro mundo, descuidando los poderes del espíritu encarnado”56. ¿Por qué, al decir nosotros precisamente lo mismo, han de atacarnos e insultarnos? Nada queremos tener que ver ya en adelante con el Espiritismo. Ahora volvamos a la reencarnación.

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52 Durante los Misterios, el hierofante era el “ Padre” que plantaba la Viña. Cada símbolo tiene sus siete
claves . El revelador del pleroma, siempre era llamado “ Padre.”
53 Zohar, XL, 10.
54 Codees Nazaroeus, Liber Adami Appellatus, III, 60, 61.
55 Ibíd., II, 281.
56 Segunda Vista. Introducción.

One Response so far.

  1. Unknown says:

    No hay que creer en brujas, pero que las hay, las hay. Dejemos en paz a los espíritus de los desencarnados y fortalezcamos el nuestro con buenas obras, amando de verdad a Dios y a nuestro prójimo como nos enseñó Jesucristo.

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