PREG. Advierto en la cita que del Catecismo Buddhista hacíais anteriormente, una discrepancia que desearía me explicaseis. Dice aquél que los skandhas. –incluso la memoria– cambian con cada nueva encarnación; y, sin embargo, se nos asegura que el reflejo de las vidas pasadas, que según nos dicen están enteramente integradas por los skandhas, “debe sobrevivir”. En este momento no veo claramente qué es lo que sobrevive, y deseo saberlo. ¿Qué es? ¿Es tan sólo aquel “reflejo”, son esos skandhas, o es siempre el mismo Ego, el Manas?
TEÓS. Acabo de explicar que el principio que reencarna, a lo que llamamos el hombre divino, es indestructible a través de la vida del ciclo: indestructible como entidad que piensa, y hasta como forma etérea. El “reflejo” no es más que el recuerdo espiritualizado, durante el período devachánico, de la ex personalidad del señor A o de la señora B, conque se identifica el Ego mismo durante aquel período. Como este período devachánico no es más que la continuación, por decirlo así, de la vida terrestre; el apogeo en serie continua de los pocos momentos felices de la pasada existencia, el Ego ha de identificarse, él mismo, con la conciencia personal de esa vida, si es que de ésta ha de quedar algo.
PREG. Esto significa que el Ego, a pesar de su naturaleza divina, pasa cada período entre dos encarnaciones en un estado de obscuración mental o de extravío pasajero.
TEÓS. Podéis apreciarlo como queráis. Creyendo, como creemos, que fuera de la ÚNICA Realidad, todo lo demás no es más que una ilusión transitoria, incluso el Universo, no lo consideramos como extravío, sino como una consecuencia o desarrollo muy natural de la vida terrestre. ¿Qué es la vida? Un conjunto de experiencias variadísimas, de ideas, emociones y opiniones que se modifican y cambian diariamente.
Durante nuestra juventud nos entusiasmamos, generalmente, por un ideal, por algún héroe o heroína que tratamos de imitar y resucitar; unos cuantos años después, cuando la frescura de nuestros sentimientos se ha desvanecido, somos los primeros en reírnos de nuestras fantasías. Y sin embargo hubo un día en que habíamos identificado tan por completo nuestra propia personalidad con la del ideal de nuestra imaginación,
sobre todo si se trataba de un ser viviente, que la primera se había sumido y perdido enteramente en la última. ¿Puede decirse de un hombre de 50 años que es el mismo ser que cuando tenía 20? El hombre interno es el mismo, pero la personalidad externa viviente está transformada y cambiada por completo. ¿Llamaríais también extravíos a estos cambios de la mente humana?
PREG. ¿Cómo los llamaríais vosotros? Y especialmente, ¿cómo explicaríais la permanencia del uno y la mutabilidad de la otra?
TEÓS. Tenemos nuestra doctrina, y para nosotros no ofrece dificultad. La clave está en la doble conciencia de nuestra mente, y también en la doble naturaleza del “principio” mental. Hay una conciencia espiritual, la mente manásica iluminada por la luz de Buddhi, que percibe subjetivamente las abstracciones; y hay una conciencia sensible (la luz manásica inferior), inseparable de nuestro cerebro y los sentidos físicos; y dependiendo a la vez igualmente de ellos, debe, como es natural, desvanecerse y morir al fin, cuando desaparecen el cerebro y los sentidos físicos. Sólo la primera clase de conciencia, cuya raíz nace en la eternidad, es la que sobrevive y vive eternamente, y la que puede, por consiguiente, considerarse inmortal. Todo lo demás son ilusiones pasajeras.
PREG. ¿Qué entendéis realmente por ilusión en este caso?
TEÓS. Está bien descrito en el estudio sobre el “El Yo Supremo” de que hablábamos hace un momento. Su autor se expresa en los siguientes términos:
“La teoría que examinamos ahora (el cambio de ideas entre el Yo Superior y el yo inferior) se armoniza perfectamente con el concepto de que este mundo en que vivimos es un mundo fenomenal de ilusión, siendo, por otra parte, los planos espirituales de la Naturaleza el mundo monumental o plano de la realidad. Esa región de la Naturaleza en que, por decirlo así, el alma permanente está arraigada, es más real que ésta, en la que sus efímeras flores aparecen por breve espacio de tiempo para marchitarse y morir, mientras recobra la planta nueva energía para dar vida a otra flor. Suponiendo que sólo las flores fuesen perceptibles a los sentidos ordinarios, y que existiesen las raíces en un estado de la Naturaleza intangible e invisible para nosotros, los filósofos que en un mundo semejante adivinasen que existían cosas llamadas raíces en otro plano de existencia, podrían decir de las flores: “Éstas no son las plantas verdaderas; no tienen importancia relativamente; son puros fenómenos ilusorios del momento”.
Esto es lo que quiero decir. El mundo en que brotan las flores transitorias de las vidas personales no es el mundo real permanente, sino aquel en que encontramos la raíz de la conciencia, esa raíz que se halla fuera de toda ilusión y vive en la eternidad.
PREG. ¿Qué entendéis por la “raíz que vive en la eternidad”?
TEÓS. Me refiero a la entidad inteligente, al Ego que encarna, sea que lo consideremos como un ángel, un espíritu o una fuerza. De todo cuanto conocemos por medio de nuestras percepciones sensibles, sólo lo que nace directamente de aquella raíz invisible superior, o está ligado a la misma, puede participar de su vida inmortal.
De ahí que todo pensamiento, idea y aspiración elevados de la personalidad, procedentes de esa raíz y alimentados por ella, ha de convertirse en permanente. En cuanto a la conciencia física, siendo ésta una condición del principio sensible, pero inferior (Kâma–Rûpa o instinto animal, iluminado por el reflejo manásico inferior o Alma humana), debe desaparecer. Lo que manifiesta actividad mientras el cuerpo duerme o está paralizado es la conciencia superior, y nuestra memoria registra sólo de un modo débil e incorrecto, por obrar automáticamente, esas experiencias que a menudo ni siquiera ligeramente quedan impresas en ella.
PREG. Pero ¿cómo se explica que Manas, a pesar de que le llamáis Nous, un “Dios”, sea tan débil durante sus encarnaciones, que sea vencido y prisionero de su cuerpo?
TEÓS. Podría contestaros con la misma pregunta y deciros: “¿Cómo es que aquel a quien consideráis como el “Dios de los Dioses” y el único Dios viviente es tan débil que permite al mal (o al Diablo), que pueda vencerlo así como a todas sus criaturas, tanto mientras está en el Cielo como cuando estaba encarnado en la Tierra?” Seguramente me contestaréis que “eso es un misterio, y nos está prohibido indagar los misterios de
Dios”. Como a nosotros no nos lo prohíbe nuestra filosofía religiosa, contesto a vuestra pregunta que, excepto en el caso de bajar un dios a la Tierra como Avatar, todo principio divino ha de verse sujeto y paralizado por la turbulenta materia animal. La heterogeneidad siempre vencerá a la homogeneidad sobre este plano de ilusiones; y cuanto más se aproxima una esencia a la homogeneidad primordial que es su principio base, más difícil le es imponerse en la tierra.
Los poderes espirituales y divinos se hallan, dormidos, en todo ser humano; y cuanto más amplia sea su visión espiritual, más poderoso será su Dios interno. Pero pocos son los hombres capaces de sentir a ese Dios. Generalmente, en nuestro pensamiento señalamos límites a la deidad, efecto de nuestros primeros conceptos acerca de la misma, arraigados en nosotros desde la niñez. Por esas razones os resulta tan difícil comprender nuestra filosofía.
PREG. ¿Y es acaso ese Ego nuestro, nuestro Dios?
TEÓS. De ningún modo. “Un Dios” no es la deidad universal, sino sólo un resplandor del Océano único del Fuego Divino. Nuestro Dios interno o “nuestro Padre en Secreto” es lo que llamamos el “Yo Supremo”, Âtma. El Ego nuestro que se encarna fue un Dios en su origen, como lo fueron todas las emanaciones primitivas del Principio Uno Desconocido. Pero desde su “caída en la materia”, teniéndose que encarnar a través del ciclo, desde su principio a su fin, ya no es un Dios libre y feliz, sino un pobre peregrino que va a recuperar aquello que ha perdido. Puedo contestaros más detalladamente repitiéndoos lo que se dijo acerca del HOMBRE INTERNO en Isis sin Velo (volumen II, pág. 593, ed. inglesa):
“Desde la más remota antigüedad, la humanidad en conjunto ha estado siempre convencida de la existencia de una entidad personal espiritual dentro del hombre físico. Esta entidad interna era más o menos divina según su proximidad a la corona… Cuanto más íntima es la unión, más apacible y puro es el destino del hombre, menos peligrosas las condiciones externas.
Esta creencia no es fanática, ni supersticiosa, sino un sentimiento instintivo, constante, de la proximidad de otro mundo espiritual e invisible, que, aunque subjetivo para los sentidos del hombre exterior, es perfectamente objetivo para el Ego interno.
Se creía, además, que existen condiciones externas e internas que afectan a la determinación de nuestra voluntad sobre nuestros actos. Se rechazaba el fatalismo, porque el fatalismo implica la conducta ciega de un poder más ciego aún. Pero se creía en el destino o Karma que el hombre, semejante a la araña, teje hilo por hilo desde que nace hasta que muere, y ese destino está guiado por aquella presencia que algunos llaman el ángel de la guarda, o por nuestro hombre astral interno más íntimo, que demasiado a menudo es el genio del mal para el hombre de carne (o la personalidad).
Ambos guían al Hombre, pero uno de los dos ha de prevalecer; y desde el principio mismo de la invisible lucha, la severa e implacable ley de compensación (y retribución) interviene y continúa su curso, siguiendo con fidelidad las fluctuaciones (del conflicto). Concluida la última trama, queda el hombre envuelto en la red que se ha tejido, y entonces se halla enteramente bajo el imperio de ese destino forjado por él mismo. Entonces el destino lo fija, cual concha inerte a la roca inmóvil, o bien lo arrastra como una pluma en el torbellino producido por sus propias acciones.”
Tal es el destino del Hombre, el verdadero Ego, no el Autómata, la CÁSCARA a la que prestan este nombre. De él depende llegar a convertirse en un vencedor de la materia.