DEL DESTINO DE LOS “PRINCIPIOS” INFERIORES


PREG. Habéis hablado del Kâma–loka. ¿Qué es?

TEÓS. Cuando muere el hombre, sus tres principios inferiores lo abandonan para siempre; es decir: el cuerpo, la vida y el vehículo de esta última, el cuerpo astral o doble del hombre viviente.
Entonces sus otros cuatro principios –el principio central o medio (el alma animal o Kâma–Rûpa), con lo que se ha asimilado del Manas inferior, y la Tríada superior, se encuentran en Kâma–loka. Ésta es una localidad astral, el limbus de la teología escolástica, el Hades de los antiguos y, estrictamente hablando, una localidad sólo en un sentido relativo. No tiene área definida, ni tampoco límite, pero existe dentro del espacio subjetivo, es decir, fuera del alcance de nuestras percepciones sensoriales.
Existe, sin embargo; y allí es donde los eidolons astrales de todos cuantos seres han vivido, inclusive los animales esperan su segunda muerte. Viene esta última, para los animales, con la desintegración y la completa desaparición de sus partículas astrales. Principia para el eidolon humano, cuando la Tríada Atma–Buddhi–Manásica “se separa” de sus principios inferiores, o sea del reflejo de la personalidad que fue, al entrar en el estado devachánico.

PREG. ¿Y qué sucede después?

TEÓS. Entonces el fantasma kama–rúpico, privado de su principio pensador, y el Manas superior, del aspecto inferior de este último, no recibiendo ya la inteligencia animal luz alguna de la mente superior, y sin cerebro físico para poder obrar, desaparece.

PREG. ¿De que modo?

TEÓS. Cae en un estado semejante al de una rana cuando el vivisector la priva de ciertas partes de su cerebro. Ya no puede pensar, ni aun en el plano animal más inferior.
No es ni siquiera el Manas inferior, puesto que este “inferior” no es nada sin el “superior”.

PREG. ¿Es esta no entidad la que vemos materializarse con los médiums, en las sesiones espiritistas?

TEÓS. Precisamente. Es una no entidad verdadera sólo respecto de las facultades que raciocinan y reflexionan; pero todavía es una entidad, si bien astral y fluídica, como ha sido demostrado en algunos casos en que atraída magnética e inconscientemente hacia un médium, revive por algún tiempo y vive en él por procuración, por decirlo así. Este “fantasma” o Kâma–Rûpa puede compararse con el pez jalea, que tiene una apariencia gelatinosa etérea mientras está en su propio elemento, el agua (el Aura específica del médium); pero que apenas sale de la misma, se disuelve en la mano o en la arena, especialmente al sol. El Kâma–Rûpa vive en el aura del médium una especie de vida ficticia; y razona y habla, bien por el cerebro del médium, bien por los de las otras personas presentes. Pero esto nos llevaría demasiado lejos, entrando en terreno ajeno, que no deseo violar. Ciñámonos a nuestro asunto: la reencarnación.

PREG. ¿Qué sucede con esta última? ¿Cuánto tiempo permanece en el estado devachánico el Ego que se encarna?

TEÓS. Según nos enseñan, esto depende del grado de espiritualidad y del mérito o demérito de la última encarnación. El tiempo medio es de diez a quince siglos, como, ya os dije.

PREG. Pero ¿por qué no ha de poder este Ego manifestarse y comunicar con los mortales, como sostienen los espiritistas? ¿Hay alguna razón que se oponga a que una madre se comunique con los hijos que en la Tierra dejó, un marido con su mujer, y así sucesivamente? Confieso que es una creencia en alto grado consoladora, y no me extraña que los que la profesan se resistan tenazmente a abandonarla.

TEÓS. Ni tampoco los obliga a ello nadie, a no ser que prefieran la verdad a la ficción, por “consoladora” que ésta sea. Nuestras doctrinas podrán disgustar a los espiritistas; pero, sin embargo, nada de lo que creemos y enseñamos es, ni con mucho, tan cruel y egoísta como lo que ellos predican.

PREG. No lo entiendo. ¿A qué llamáis egoísta?

TEÓS. A su doctrina del regreso de los espíritus, las verdaderas “personalidades”, según afirman; y os diré por qué. Si el Devachán –llamado “paraíso” si queréis, “lugar de bienaventuranza y felicidad supremas”– es tal lugar de felicidad (mejor dicho estado), la lógica nos dice que no cabe en él el menor sufrimiento, ni la sombra de una pena siquiera. “Dios enjugará todas las lágrimas de los ojos de aquellos que estén en el Paraíso”, leemos en el libro de las promesas. Y si los “espíritus de los muertos” pueden volver y contemplar todo lo que está pasando sobre la Tierra, y especialmente en sus hogares, ¿qué especie de bienaventuranza es la que los espera?

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