EL MITO DEL ETERNO RETORNO ARQUETIPOS Y REPETICIÓN Parte III- “DESDICHA” E
“HISTORIA” “NORMALIDAD” DEL SUFRIMIENTO
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Con este capítulo quisiéramos abordar la vida humana y la “existencia
histórica” desde un nuevo punto de vista. El hombre arcaico —ya lo hemos
visto— in...
PREG. ¿Creéis, pues, que todos hemos vivido ya antes en la Tierra, en muchas encarnaciones pasadas, y que seguiremos viviendo de igual modo?
TEÓS. Lo creo. El ciclo de la vida, o más bien, el ciclo de la vida consciente, empieza con la separación en sexos del hombre animal mortal, y terminará con el fin de la última generación de hombres, en la séptima ronda y séptima raza de la humanidad. Si consideramos que sólo nos hallamos en la cuarta ronda y quinta raza, mas fácil es imaginar su duración que expresarla.
PREG. ¿Y seguimos encarnándonos en nuevas personalidades durante todo el tiempo?
TEÓS. Seguramente; porque esa vida cíclica o período de encarnación puede compararse muy bien con la vida humana, como cada vida de esta última está compuesta de días de actividad, separados por noches de sueño o inacción, así, en un cielo de encarnación, cada vida activa es seguida de un descanso devachánico.
PREG. ¿Y esa sucesión de nacimientos es la que, generalmente, lleva el nombre de reencarnación?
TEÓS. Precisamente. Sólo por medio de esos nacimientos es como puede lograrse el progreso perpetuo de los innumerables millones de Egos hacia la perfección, y un descanso final por tanto tiempo como haya durado el período de actividad.
PREG. ¿Y qué es lo que regula la duración o las cualidades especiales de esas encarnaciones?
TEÓS. Karma, la ley universal de justicia retributiva.
PREG. ¿Es inteligente esa ley?
TEÓS. Para el materialista, que considera la ley de periodicidad que regula el orden de las cosas, y todas las demás leyes de la Naturaleza como fuerzas ciegas y leyes mecánicas, no cabe duda de que Karma ha de ser una ley o causalidad, y nada más.
Para nosotros, no hay adjetivo o calificativo alguno capaz de describir lo que es impersonal, lo que no es una entidad, sino una ley operativa universal. Si me preguntáis acerca de la inteligencia causal que existe en ello, os contestaré que no lo sé. Pero si deseáis que os defina sus efectos y que os diga, según nuestras creencias, cuáles son, puedo deciros que la experiencia de miles de años nos ha demostrado que son la equidad, la sabiduría y la inteligencia absolutas e infalibles. Porque, en sus efectos, Karma es un reparador seguro de la injusticia humana y de todas las demás faltas de la Naturaleza, y corrige los errores con estricta justicia; es una ley retributiva que recompensa y castiga con igual imparcialidad. Estrictamente hablando, “no respeta a persona alguna”, y, por otra parte, no se logra aplacar ni modificar por medio de la oración. Esta creencia es común a los hindúes y a los buddhistas, pues ambos creen en Karma.
PREG. Los dogmas cristianos contradicen a ambos, y dudo que cristiano alguno acepte tal doctrina.
TEÓS. No; y hace muchos años que Inman nos explicó el porqué. Como dice muy bien, “los cristianos admitirán cualquier contrasentido, siempre que lo declare la Iglesia cuestión de fe… mientras que los buddhistas sostienen que nada que esté en contradicción con la sana razón puede ser una verdadera doctrina de Buddha”.
Los Buddhistas no creen en el perdón de sus pecados, excepto después de un castigo justo y adecuado por cada mala acción o pensamiento, en una encarnación futura, y una compensación proporcionada a las partes perjudicadas.
PREG. ¿Dónde consta esto?
TEÓS. En gran número de sus libros sagrados. En la Rueda de la Ley podréis encontrar la siguiente sentencia teosófica: “Creen los buddhistas que cada acto, palabra o pensamiento produce su consecuencia, que más tarde o más temprano ha de surgir, sea en la vida presente, sea en un estado futuro. Las malas acciones engendrarán malas consecuencias y las buenas darán buenos resultados: la prosperidad en este mundo, o el nacimiento en el cielo (Devachán)… en el estado futuro”.
PREG. ¿No creen los cristianos lo mismo?
TEÓS. No; creen en el perdón y en la remisión de todos los pecados. Les han prometido que con sólo creer en la sangre de Cristo (¡víctima inocente!), en la sangre que Él ofrendó por la expiación de los pecados de la humanidad entera, quedarán todos los pecados mortales redimidos. Nosotros no creemos ni en el perdón por medio de un vicario, ni en la posibilidad de la remisión del pecado más insignificante por ningún Dios, aunque fuese “personal Absoluto” o “Infinito”, si cosa semejante pudiese existir. En lo que creemos es en la justicia imparcial y estricta. Nuestra idea de la Deidad Universal desconocida, representada por Karma, es la de un poder que no puede errar y que no puede, por lo tanto, sentir cólera ni compasión, porque es la equidad absoluta, que deja a cada causa, pequeña o grande, producir sus inevitables efectos. La sentencia de Jesús: “Con la misma medida con que midiereis seréis medidos vosotros” (Mateo, VII, 2) no hace alusión ni por la expresión de la frase, ni implícitamente, a esperanza alguna de salvación o perdón, por medio de tercero. He aquí por qué, reconociendo nuestra filosofía la justicia de esa sentencia, nunca podemos recomendar bastante la compasión, la caridad y el perdón de las ofensas.
“No resistas al mal” y “devuelve el bien por el mal” son preceptos buddhistas, que fueron predicados en vista de lo implacable de la ley kármica. Hacerse el hombre justicia por sus propias manos, siempre es un acto de orgullo sacrílego, puede la ley humana usar de medidas restrictivas, no de castigos; pues el que creyendo en Karma se venga y se niega a perdonar las ofensas, a devolver bien por mal, es criminal, y sólo a sí mismo, se perjudica. Karma castigará seguramente a aquel que en vez de confiar a la gran Ley la reparación, interviene por cuenta propia en el castigo, pues con ello crea una causa de recompensa para su enemigo y un castigo para sí mismo. El infalible “regulador” señala en cada encarnación la calidad de la que le sucede y la suma de mérito de demérito de las anteriores encarnaciones determina el siguiente renacimiento.
PREG. ¿Hemos, pues, de inferir el estado pasado de un hombre por su presente?
TEÓS. Sólo hasta el punto de creer que su vida presente es lo que había de ser en justicia, para redimir los pecados de la vida anterior. Por supuesto, nosotros (exceptuando los videntes y los grandes adeptos) no podemos, como mortales ordinarios, conocer lo que esos pecados fueron; dados los pocos datos de que
disponemos, nos es imposible determinar lo que debe haber sido la juventud de un anciano; y por las mismas razones, tampoco podemos sacar sólo por lo que vemos conclusiones decisivas de la vida de un hombre, de lo que haya podido ser su vida pasada.
PREG. Los partidarios de esta creencia podrían contestar a eso que aun cuando el dogma ortodoxo amenaza con un Infierno demasiado realista al pecador impenitente y al materialista, por otra parte le concede la posibilidad de arrepentirse hasta el último momento. Además, no enseña el aniquilamiento o pérdida de la personalidad, que viene a ser lo mismo.
TEÓS. Si la Iglesia no enseña nada de esto, Jesús, en cambio, lo enseña; y para los que consideran a Cristo como superior al cristianismo, es algo.
PREG. ¿Enseña Cristo cosa semejante?
TEÓS. lo enseña; y todo Ocultista bien informado y hasta cualquier kabalista os dirá lo mismo. Cristo, o al menos el cuarto Evangelio, enseña la reencarnación como también el aniquilamiento de la personalidad, según podéis ver si descartáis la letra muerta y os atenéis al espíritu esotérico. Recordad los versículos 1º y 2º del capítulo XV de San Juan. –¿De qué trata la parábola, sino de la Tríada superior en el hombre? Âtma es el labrador; el Ego Espiritual o Buddhi (Christos), la Viña, mientras que el Alma animal y vital, la personalidad, es la “rama”. “Yo soy la verdadera vid, y mi Padre el labrador.
Cada sarmiento que en mí no da fruto, lo arranca… Así como no puede el sarmiento dar fruto por sí solo, sino manteniéndose en la cepa, tampoco vosotros lo podéis dar, como no viváis en mí. Yo soy la cepa, vosotros sois los sarmientos. Si un hombre no vive en mí, es desechado como un sarmiento y se seca, luego se los recoge y se los echa al fuego y se queman.”
Nosotros lo explicamos del modo siguiente: No creyendo en los fuegos del Infierno que descubre la Teología en la amenaza dirigida a los sarmientos, decimos que el “ labrador” significa Âtma, el símbolo del principio impersonal infinito 52, mientras que la “vid” representa el Alma Espiritual, Christos, y cada “sarmiento una nueva encarnación.
PREG. ¿En que pruebas os apoyéis para sostener una interpretación tan arbitraria?
TEÓS. El simbolismo universal es una garantía de su exactitud y de que no es arbitraria. Hermas dice, hablando de “Dios”, que “plantó el viñedo”, es decir, que creó a la humanidad. Vemos en la Kábala que el Anciano de los Ancianos, o la “Larga Faz”, planta una viña, representando ésta a la humanidad, y una cepa o vid, que significa la vida. Por esta razón, al espíritu del “Rey Mesiah” nos lo representa lavando sus vestiduras en el vino de arriba, desde la creación del mundo 53. El Rey Mesiah es el Ego purificado por el lavado de sus vestiduras (es decir, las personalidades de sus renacimientos) en el vino de arriba o Buddhi. Adam o A–dam es la “sangre”. La vida de la carne está en la sangre (nephesh, alma), (Levítico, XVII). Y Adam Kadmon es el Único Engendrado. También Noé planta un viñedo, la cuna alegórica de la futura humanidad.
Como consecuencia de la adopción de la misma alegoría, la hallamos reproducida en el Códex Nazareno. Siete son las cepas o vidas creadas cuyas siete cepas o vidas son nuestras Siete Razas, con sus siete Salvadores o Buddhas– que nacen de Jukabar Zivo; y Aebel Zivo las riega 54. Cuando asciendan los bienaventurados hasta las criaturas de Luz, contemplarán a Jukabar Zivo, Señor de la Vida y la primera Vid 55. Estas metáforas Kabalísticas se repiten, naturalmente, en el Evangelio de San Juan.
No olvidemos que, en el sistema humano –según aquellas mismas filosofías que ignoran nuestra división septenaria–, el Ego u hombre pensante es llamado Logos, o el “hijo” del alma y del Espíritu. “Manas es el hijo adoptivo del Rey y la Reina” (equivalentes esotéricos de Âtma y Buddhi), dice una obra oculta. Él es el “hombre Dios” de Platón, que se crucifica a sí mismo en el espacio, o duración del ciclo de vida, para la redención de la MATERIA. Esto lo lleva a cabo encarnándose una y otra vez, guiando de este modo a la humanidad hacia la perfección y haciendo así sitio a las formas inferiores para desarrollarse en otras superiores. Ni una sola vida deja de progresar por sí misma y de ayudar a progresar a la Naturaleza física entera, y hasta el caso fortuito, muy raro, de perder una de sus personalidades, por carecer esta última
en absoluto de la menor chispa de espiritualidad, lo ayuda en su progreso individual.
PREG. Pero, seguramente, si el Ego es responsable de las transgresiones de sus personalidades, también ha de responder de la pérdida o más bien del completo aniquilamiento de una de éstas.
TEÓS. De ninguna manera, a no ser que nada haya hecho para impedir esa suerte horrible. Pero si, a pesar de todos sus esfuerzos, su VOZ, la de nuestra conciencia, no pudo penetrar a través de la materia, entonces, procediendo la estupidez de esta última de su naturaleza imperfecta, va a reunirse con los demás fracasos de la Naturaleza. Suficientemente castigado queda el Ego con la pérdida del Devachán, y sobre todo con tener que encarnar casi inmediatamente.
PREG. Esta doctrina de la posibilidad de perder el alma –o la personalidad– se encuentra en oposición con las teorías ideales, tanto de los cristianos como de los espiritistas, aunque, hasta cierto punto, la admite Swedenborg en lo que llama la muerte espiritual. Jamás aceptarán tal doctrina los cristianos y espiritistas.
TEÓS. Lo cual no puede alterar en modo alguno un hecho en la Naturaleza, si es tal hecho, ni impedir que pueda suceder semejante cosa en determinadas circunstancias. El Universo y todo cuanto encierra, moral, mental, físico, psíquico o espiritual, está basado en una ley perfecta de equilibrio y armonía. Como ya se dijo en Isis sin Velo, no podría la fuerza centrípeta manifestarse en las armoniosas revoluciones de las esferas sin la fuerza centrífuga; y todas las formas y su progreso son producto de esa fuerza dual en la Naturaleza.
Ahora bien, el espíritu (o Buddhi) es la energía centrífuga espiritual, y el alma (Manas), la centrípeta; para producir un resultado, es menester que se hallen en perfecta unión y armonía. Romped o alterad el movimiento centrípeto del alma terrenal que tiende hacia el centro que la atrae; detened su progreso, imponiéndole un peso de materia superior al que puede soportar o al que le corresponde en el estado devachánico, y quedará destruida la armonía del conjunto. Sólo puede continuar la vida personal o, quizás mejor, su reflejo ideal, por medio de la doble fuerza, es decir por la unión íntima de Buddhi y Manas en cada renacimiento o existencia personal. La más ligera desviación de la armonía la quebranta; y cuando queda destruida sin remedio, sepárense ambas fuerzas en el momento de la muerte.
Durante un breve intervalo, la forma personal (llamada indiferentemente kama rupa y mayavi rupa), cuya florescencia espiritual, uniéndose al Ego, le sigue al Devachán y presta a la individualidad permanente su color personal, es arrastrada al Kâmaloka, en donde permanece hasta ser gradualmente aniquilada. Porque después de la muerte es cuando llega el momento crítico y supremo para los absolutamente depravados, los antiespirituales y los criminales que se hallan fuera de toda redención. Si, durante la vida, el último y desesperado esfuerzo hecho por el YO INTERNO (Manas) para ligar algo de la personalidad a él y al rayo superior y resplandeciente del divino Buddhi ha sido vano; si a ese rayo se lo aleja más y más del cerebro físico, el Ego espiritual, o Manas, una vez libre de los lazos de la materia, queda enteramente separado de la
reliquia etérea de la personalidad; y esta última o Kâma rûpa, siguiendo sus atracciones terrenales, se ve precipitada en el Hades, que nosotros llamamos Kâmaloka. Éstos son los “sarmientos secos” que habían de arrancarse de la vid a que se refería Jesús. El aniquilamiento, sin embargo, nunca es instantáneo, y puede necesitar a veces siglos para verificarse. La personalidad permanece allí con los residuos de otros Egos personales más afortunados; y, como ellos, se convierte en una cáscara y en un elementario. Según consta en Isis sin Velo, estas dos clases de “espíritus”, las cáscaras y los elementarios, son las principales “estrellas” en el gran teatro espiritista de las “materializaciones”. Seguro podéis estar de que no son ellas las que se encarnan; y por esto tan pocos entre los “queridos ausentes” saben una palabra de reencarnación; induciendo así a error a los espiritistas.
PREG. ¿No fue acusado, sin embargo, el autor de “Isis sin Velo” de haber predicado contra la reencarnación?
TEÓS. Sí; por aquellos que no comprendieron lo que decía. En la época en que se escribió aquella obra, nadie, entre los espiritistas, tanto ingleses como americanos, creía en la reencarnación; y lo que se dice de la reencarnación en aquella obra iba dirigido contra los espiritistas franceses, cuya teoría es tan antifilosófica y absurda como lógica y evidente es la doctrina oriental. Los reencarnacionistas de la escuela de Allan Kardec creen en una reencarnación arbitraria e inmediata. Según ellos, el padre muerto puede encarnarse en su propia hija, aun por nacer, y así sucesivamente. No tienen ni Devachán, ni Karma, ni teoría filosófica que garantice o pruebe la necesidad de los renacimientos consecutivos. ¿Cómo puede el autor de Isis argüir en contra de la reencarnación kármica, con largos intervalos que varían entre mil y mil quinientos años, siendo la creencia fundamental, tanto de los Buddhistas como de los Hindúes?
PREG. ¿Rechazáis enteramente, entonces, las teorías de los espiritistas reencarnacionistas y las de los no reencarnacionistas o espiritualistas?
TEÓS. No por completo, sino únicamente lo que se refiere a sus respectivas creencias fundamentales. Unos y otros se fían en lo que sus “espíritus” les dicen; y están tan en desacuerdo entre sí como nosotros los teósofos lo estamos con unos y con otros. La verdad es una; y cuando vemos a los espectros franceses predicar la reencarnación y a los espectros ingleses negar esta doctrina y atacarla, afirmamos que tanto los
“espiritistas” franceses como los ingleses no saben lo que dicen. Creemos, con los espiritualistas y los espiritistas, en la existencia de “espíritus” o seres invisibles dotados de mayor o menor inteligencia. Pero mientras que nuestra doctrina admite la existencia de legiones de clases y géneros, nuestros adversarios no admiten más que “espíritus” humanos desencarnados, los cuales, según nuestro saber, son, en su mayoría,
CÁSCARAS kamalóquicas.
PREG. Atacáis muy duramente a los “espíritus”. Ya que me habéis manifestado los motivos por los que no creéis en la materialización de los espíritus desencarnados, o “espíritus de los muertos”, así como tampoco en la comunicación directa en las “sesiones” espiritistas, ¿tendríais inconveniente en ilustrarme acerca de otro punto? ¿Por qué no se cansan jamás algunos teósofos de advertirnos del peligro que ofrecen el comercio con los espíritus y el mediumnismo? ¿Tienen para ello algún motivo especial?
TEÓS. Hemos de suponerlo. Yo, por mi parte, lo tengo. Gracias a mi intimidad durante más de medio siglo con esas “influencias” invisibles (pero, sin embargo, demasiado tangibles e innegables), desde los elementales conscientes y las cáscaras semiconscientes hasta los mas sensibles e indefinidos espectros de todas clases, tengo algún derecho para defender mi opinión.
PREG. ¿Podéis darme algún ejemplo que demuestre el peligro que tales prácticas encierran?
TEÓS. Esto necesitaría más tiempo del que puedo consagrar a este punto. Toda causa ha de juzgarse por los efectos que produce. Repasad la historia del Espiritismo durante los últimos cincuenta años, desde su reaparición en América en este siglo, y juzgad vos mismo acerca del resultado bueno o malo producido sobre sus partidarios. Comprendedme bien. No hablo contra el verdadero espiritismo, sino contra el movimiento moderno que lleva este nombre, y la pretendida filosofía inventada para explicar sus fenómenos.
PREG. ¿No creéis en sus fenómenos?
TEÓS. Precisamente porque tengo demasiados buenos motivos para creer en ellos, y porque sé (salvo en algunos casos de engaño deliberado) que son tan ciertos como que vos y yo vivimos, es porque mi ser entero se rebela contra ellos. Repito que hablo solamente de los fenómenos físicos, y no de los mentales, o de los psíquicos mismos. Lo semejante se atrae. Conozco personalmente a varias personas, hombres y mujeres de elevado espíritu, buenos y puros, que han pasado muchos años de su vida bajo la dirección inmediata, y hasta bajo la protección de “espíritus” elevados, sea desencarnados o planetarios. Pero esas inteligencias no pertenecen al tipo de los “John Kings” y de los “Ernestos” que figuran en las reuniones espiritistas. Esas inteligencias guían y protegen a los mortales sólo en casos raros y excepcionales, atraídas hacia ellos magnéticamente por el pasado kármico del individuo. No basta para atraerlas con esperar pasivamente “para desarrollarse.” Con esto sólo se abre la puerta a un enjambre de “aparecidos” buenos, malos e indiferentes, convirtiéndose el médium en esclavo suyo durante toda su vida. Esa promiscuidad del médium y comercio con los duendes son los que combato, y no el misticismo espiritual.
El último ennoblece y santifica; la naturaleza del primero pertenece exactamente a los fenómenos de hace doscientos años, por los que tantos brujos y brujas sufrieron tormento. Leed a Glanvil y otros autores que tratan de la brujería, y encontraréis en sus obras el paralelo de la mayor parte de los fenómenos físicos, si no todos, del “espiritismo” del siglo XIX.
PREG. ¿Pretenderéis que todo ella es brujería y nada más?
TEÓS. Lo que entiendo es que, sean conscientes o inconscientes, todas esas comunicaciones con los muertos son necromancia y prácticas peligrosísimas. Siglos antes de Moisés, esa evocación de los muertos estaba considerada como pecaminosa y cruel por todas las naciones inteligentes, puesto que turba el descanso de las almas y contraría su progreso evolucionario hacia estados superiores. La sabiduría colectiva de todos los siglos pasados, siempre denunció terminantemente tales prácticas. En fin, digo lo que no he cesado de repetir, verbalmente y por escrito, durante quince años: mientras algunos llamados “espíritus” no saben lo que dicen, y repiten simplemente, como loros, lo que encuentran en el cerebro del médium y de otras personas, otros, en cambio, son muy peligrosos y sólo pueden conducir al mal. Éstos son dos hechos evidentes. Id a los círculos espiritistas de la escuela de Allan Kardec, y encontraréis “espíritus” que sostienen la reencarnación y hablan como católicos romanos de nacimiento. Dirigíos a los “queridos ausentes” en Inglaterra y América, y los oiréis negar la reencarnación rotundamente, atacando a los que la enseñan y defendiendo las ideas protestantes. Los mejores y más poderosos médiums han sufrido todos, física y moralmente. Acordaos del triste fin de Charles Foster, que murió en un asilo, loco furioso; de Slade, epiléptico; Eglinton (hoy día el mejor médium de Inglaterra), sujeto a la misma enfermedad. Ved lo que fue la vida de D.D. Home, hombre de carácter agrio y amargado, que jamás tuvo una buena palabra para aquellos que suponía dotados de poderes psíquicos y calumniaba a todos los demás médiums. Este Calvino del
Espiritismo padeció durante años una terrible enfermedad de la médula, producida por sus comunicaciones con los “espíritus” y murió de una manera espantosa. Pensad también en la triste suerte del pobre Washington Irving Bishop. Lo conocí en Nueva York cuando él tenía catorce años, y sin duda alguna era un verdadero médium. Verdad es que el pobre hombre les jugó una mala pasada a sus “espíritus”, y los bautizó con el nombre de “acción muscular inconsciente”, para mayor gaudium de todas las corporaciones de sabios y científicos mentecatos, al mismo tiempo que se llenaba el bolsillo.
Pero de mortuis nil nisi bonum; su muerte fue mala. Había ocultado tenazmente sus ataques epilépticos –el primer síntoma, así como el más seguro, del verdadero mediumnismo–; y ¿quién sabe si estaba muerto o en trance cuando se llevó a cabo el reconocimiento post mortem? Si hemos de prestar crédito a los telegramas de Reuter, sus pacientes insisten en que estaba vivo. En fin, considerad a los médiums antiguos, los fundadores y primeros instigadores del espiritismo moderno, las hermanas Fox. Después de más de cuarenta años de relaciones con los “ángeles”, éstos han permitido que se vuelvan imbéciles incurables y que declaren en conferencias públicas que la obra tan larga de su vida, así como su filosofía, son todo ello un engaño. Ahora os pregunto: ¿qué clase de “espíritus” serán los que las inspiraron?
PREG. ¿Creéis que sea exacta vuestra deducción?
TEÓS. Si los mejores discípulos de una escuela especial de canto se muriesen a causa de haber abusado de la delicadeza de sus gargantas, ¿que deducción sacaríais de este hecho? Seguramente la de que el método seguido era malo. Así es que creo igualmente correcta la deducción respecto del Espiritismo, cuando veo lo que les sucede a sus mejores médiums. Sólo diremos que los que se interesan por la cuestión juzguen el árbol del Espiritismo por sus frutos, y reflexionen. Nosotros, los teósofos, siempre hemos tenido a los espiritistas por hermanos que poseen la misma tendencia mística que nosotros; mas siempre nos han considerado ellos como enemigos. Estando nosotros en posesión de una filosofía más antigua, hemos tratado de ayudarlos y ponerlos en guardia; pero nos han pagado con calumnias e injurias, lo más que han podido. Sin embargo, siempre que tratan seriamente de sus creencias, los mejores espiritistas ingleses dicen exactamente lo mismo que nosotros. Oíd al Sr. M. A. Oxon confesar la verdad siguiente: “ Los espiritistas se inclinan demasiado a creer, exclusivamente, en la intervención de los espíritus externos en nuestro mundo, descuidando los poderes del espíritu encarnado”56. ¿Por qué, al decir nosotros precisamente lo mismo, han de atacarnos e insultarnos? Nada queremos tener que ver ya en adelante con el Espiritismo. Ahora volvamos a la reencarnación.
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52 Durante los Misterios, el hierofante era el “ Padre” que plantaba la Viña. Cada símbolo tiene sus siete
claves . El revelador del pleroma, siempre era llamado “ Padre.”
53 Zohar, XL, 10.
54 Codees Nazaroeus, Liber Adami Appellatus, III, 60, 61.
55 Ibíd., II, 281.
56 Segunda Vista. Introducción.
PREG. ¿Quisierais decirme algo sobre la naturaleza de Manas y la relación de las skandhas del hombre físico, con aquél?
TEÓS. Esa naturaleza misteriosa, proteica, fuera de todo alcance, casi confusa en sus correlaciones con los demás principios, es muy difícil de comprender y más aún de explicar. Manas es un “principio”, y sin embargo es una “entidad” e individualidad, o Ego. Es un “Dios”, y sin embargo está condenado a un ciclo indeterminable de encarnaciones, de cada una de las cuales es tenido por responsable, y por cada una de las cuales tiene que sufrir. Todo esto parece tan contradictorio como enigmático; sin embargo existen centenares de personas, hasta en la misma Europa, que comprenden todo esto perfectamente, porque conciben el Ego no sólo en su integridad, sino en sus múltiples aspectos. En fin, para explicarme de una manera comprensible, he de empezar por el principio, dándoos en pocas líneas la genealogía de ese Ego.
PREG. Decid.
TEÓS. Tratad de imaginaros un “espíritu”, un ser celestial, llamémoslo como queramos, divino en su naturaleza esencial, pero no bastante puro para ser uno con el TODO, y teniendo para conseguirlo que purificar su naturaleza hasta lograr ese objeto. Sólo puede alcanzarlo pasando individual y personalmente, es decir, espiritual y físicamente, por toda experiencia y sensación existente en el Universo diferenciado.
Por consiguiente, después de haber adquirido aquella experiencia en los reinos inferiores, habiendo ascendido más y más en la escala del Ser, tiene que pasar por todas las experiencias de los planos humanos. En su esencia misma es el PENSAMIENTO; por lo tanto, en su pluralidad, toma el nombre de Manasa–putra, “los Hijos de la mente (Universal)”. A este PENSAMIENTO individualizado es al que nosotros los teósofos llamamos el verdadero Ego humano, la Entidad pensante prisionera en una prisión de carne y hueso.
Es seguramente una entidad espiritual, no material; y esas entidades son los Egos que se encarnan animando a la masa de materia animal llamada humanidad, cuyo nombre es Manasa–putra, y son las “mentes”.
Mas, una vez prisioneros o encarnados, conviértese en dual su esencia; es decir, los rayos de la Mente divina y eterna, considerados como entidades individuales, adquieren un doble atributo, que es: a) su carácter esencial inherente, la aspiración de la mente al cielo (Manas Superior), y b) la cualidad humana de pensar o reflexión animal, racionalizada por efecto de la superioridad del cerebro humano, inclinado a Karma o Manas inferior. El uno gravita hacia Buddhi, el otro tiende hacia abajo, hacia el centro de las pasiones y de los deseos animales. Para estos últimos no hay sitio en el Devachán, ni pueden asociarse con la tríada divina que, como unidad, asciende a la bienaventuranza mental. Sin embargo, el Ego, la entidad manásica, es responsable de todos los pecados de los atributos inferiores, del mismo modo que un padre es responsable de las transgresiones de su hijo mientras éste es irresponsable.
PREG. ¿Es acaso el “hijo” la “personalidad”?
TEÓS. Sí. Por lo tanto, cuando se declara que la “personalidad” muere con el cuerpo, no queda dicho todo. El cuerpo, que sólo era el símbolo objetivo del señor A o de la señora B, se extingue con todos sus skandhas materiales, que son las expresiones visibles del misma. Pero todo aquello que durante la vida constituyó el núcleo espiritual de experiencias, las aspiraciones más nobles, las afecciones inmortales y la naturaleza altruista del señor A o de la señora B, se adhiere durante el período devachánico al Ego, identificado con la parte espiritual de aquella entidad terrestre que ha desaparecido de nuestra vista. Tan imbuido está el actor del papel que acaba de representar, que sueña con él durante la noche devachánica entera; y esa visión dura hasta que para él suena la hora de volver al escenario de la vida a desempeñar otro
papel.
PREG. ¿Pero cómo se explica que esta doctrina, la cual, seguía decís, es tan antigua como el pensamiento humano, no haya penetrado en la Teología Cristiana?
TEÓS. Estáis equivocado; ha penetrado en ella; sólo que de tal modo la ha desfigurado la Teología, que está desconocida, como sucede con muchas otras doctrinas. La Teología llama al Ego el ángel que Dios nos da en el momento de nacer, para cuidar de nuestra alma; y en vez de hacer responsable a aquel “ángel” de las transgresiones de la pobre “alma” desamparada, esta última es la que, según la Teología, recibe castigo por todos los pecados, tanto de la carne como de la mente. Y es el alma, el HÁLITO inmaterial de Dios y su pretendida creación, la que, gracias a una de las tretas intelectuales más extraordinarias que se han conocido, está condenada a arder, sin consumirse jamás 51, en un infierno material, mientras que el “ángel”, después de plegar sus blancas alas, que humedece con unas cuantas lágrimas, escapa ileso. Sí; tales son nuestros “espíritus defensores”; los “mensajeros de paz” enviados, según nos dice el Obispo Mant,
“… para hacer el
Bien a los herederos de la Salvación;
Sufrir por nosotros cuando pecamos, y
Regocijarse cuando nos arrepentimos.”
Resulta sin embargo evidente que si pidiésemos a todos los Obispos del mundo
entero una definición clara y terminante acerca de lo que entienden por el alma y sus
funciones, serían tan incapaces de hacerlo como de demostrarnos la mínima sombra de
lógica en la creencia ortodoxa.
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51 Ya que es de una “naturaleza como el amianto o asbesto”, según la elocuente y fogosa expresión de un
moderno Tertuliano inglés.
PREG. Advierto en la cita que del Catecismo Buddhista hacíais anteriormente, una discrepancia que desearía me explicaseis. Dice aquél que los skandhas. –incluso la memoria– cambian con cada nueva encarnación; y, sin embargo, se nos asegura que el reflejo de las vidas pasadas, que según nos dicen están enteramente integradas por los skandhas, “debe sobrevivir”. En este momento no veo claramente qué es lo que sobrevive, y deseo saberlo. ¿Qué es? ¿Es tan sólo aquel “reflejo”, son esos skandhas, o es siempre el mismo Ego, el Manas?
TEÓS. Acabo de explicar que el principio que reencarna, a lo que llamamos el hombre divino, es indestructible a través de la vida del ciclo: indestructible como entidad que piensa, y hasta como forma etérea. El “reflejo” no es más que el recuerdo espiritualizado, durante el período devachánico, de la ex personalidad del señor A o de la señora B, conque se identifica el Ego mismo durante aquel período. Como este período devachánico no es más que la continuación, por decirlo así, de la vida terrestre; el apogeo en serie continua de los pocos momentos felices de la pasada existencia, el Ego ha de identificarse, él mismo, con la conciencia personal de esa vida, si es que de ésta ha de quedar algo.
PREG. Esto significa que el Ego, a pesar de su naturaleza divina, pasa cada período entre dos encarnaciones en un estado de obscuración mental o de extravío pasajero.
TEÓS. Podéis apreciarlo como queráis. Creyendo, como creemos, que fuera de la ÚNICA Realidad, todo lo demás no es más que una ilusión transitoria, incluso el Universo, no lo consideramos como extravío, sino como una consecuencia o desarrollo muy natural de la vida terrestre. ¿Qué es la vida? Un conjunto de experiencias variadísimas, de ideas, emociones y opiniones que se modifican y cambian diariamente.
Durante nuestra juventud nos entusiasmamos, generalmente, por un ideal, por algún héroe o heroína que tratamos de imitar y resucitar; unos cuantos años después, cuando la frescura de nuestros sentimientos se ha desvanecido, somos los primeros en reírnos de nuestras fantasías. Y sin embargo hubo un día en que habíamos identificado tan por completo nuestra propia personalidad con la del ideal de nuestra imaginación,
sobre todo si se trataba de un ser viviente, que la primera se había sumido y perdido enteramente en la última. ¿Puede decirse de un hombre de 50 años que es el mismo ser que cuando tenía 20? El hombre interno es el mismo, pero la personalidad externa viviente está transformada y cambiada por completo. ¿Llamaríais también extravíos a estos cambios de la mente humana?
PREG. ¿Cómo los llamaríais vosotros? Y especialmente, ¿cómo explicaríais la permanencia del uno y la mutabilidad de la otra?
TEÓS. Tenemos nuestra doctrina, y para nosotros no ofrece dificultad. La clave está en la doble conciencia de nuestra mente, y también en la doble naturaleza del “principio” mental. Hay una conciencia espiritual, la mente manásica iluminada por la luz de Buddhi, que percibe subjetivamente las abstracciones; y hay una conciencia sensible (la luz manásica inferior), inseparable de nuestro cerebro y los sentidos físicos; y dependiendo a la vez igualmente de ellos, debe, como es natural, desvanecerse y morir al fin, cuando desaparecen el cerebro y los sentidos físicos. Sólo la primera clase de conciencia, cuya raíz nace en la eternidad, es la que sobrevive y vive eternamente, y la que puede, por consiguiente, considerarse inmortal. Todo lo demás son ilusiones pasajeras.
PREG. ¿Qué entendéis realmente por ilusión en este caso?
TEÓS. Está bien descrito en el estudio sobre el “El Yo Supremo” de que hablábamos hace un momento. Su autor se expresa en los siguientes términos:
“La teoría que examinamos ahora (el cambio de ideas entre el Yo Superior y el yo inferior) se armoniza perfectamente con el concepto de que este mundo en que vivimos es un mundo fenomenal de ilusión, siendo, por otra parte, los planos espirituales de la Naturaleza el mundo monumental o plano de la realidad. Esa región de la Naturaleza en que, por decirlo así, el alma permanente está arraigada, es más real que ésta, en la que sus efímeras flores aparecen por breve espacio de tiempo para marchitarse y morir, mientras recobra la planta nueva energía para dar vida a otra flor. Suponiendo que sólo las flores fuesen perceptibles a los sentidos ordinarios, y que existiesen las raíces en un estado de la Naturaleza intangible e invisible para nosotros, los filósofos que en un mundo semejante adivinasen que existían cosas llamadas raíces en otro plano de existencia, podrían decir de las flores: “Éstas no son las plantas verdaderas; no tienen importancia relativamente; son puros fenómenos ilusorios del momento”.
Esto es lo que quiero decir. El mundo en que brotan las flores transitorias de las vidas personales no es el mundo real permanente, sino aquel en que encontramos la raíz de la conciencia, esa raíz que se halla fuera de toda ilusión y vive en la eternidad.
PREG. ¿Qué entendéis por la “raíz que vive en la eternidad”?
TEÓS. Me refiero a la entidad inteligente, al Ego que encarna, sea que lo consideremos como un ángel, un espíritu o una fuerza. De todo cuanto conocemos por medio de nuestras percepciones sensibles, sólo lo que nace directamente de aquella raíz invisible superior, o está ligado a la misma, puede participar de su vida inmortal.
De ahí que todo pensamiento, idea y aspiración elevados de la personalidad, procedentes de esa raíz y alimentados por ella, ha de convertirse en permanente. En cuanto a la conciencia física, siendo ésta una condición del principio sensible, pero inferior (Kâma–Rûpa o instinto animal, iluminado por el reflejo manásico inferior o Alma humana), debe desaparecer. Lo que manifiesta actividad mientras el cuerpo duerme o está paralizado es la conciencia superior, y nuestra memoria registra sólo de un modo débil e incorrecto, por obrar automáticamente, esas experiencias que a menudo ni siquiera ligeramente quedan impresas en ella.
PREG. Pero ¿cómo se explica que Manas, a pesar de que le llamáis Nous, un “Dios”, sea tan débil durante sus encarnaciones, que sea vencido y prisionero de su cuerpo?
TEÓS. Podría contestaros con la misma pregunta y deciros: “¿Cómo es que aquel a quien consideráis como el “Dios de los Dioses” y el único Dios viviente es tan débil que permite al mal (o al Diablo), que pueda vencerlo así como a todas sus criaturas, tanto mientras está en el Cielo como cuando estaba encarnado en la Tierra?” Seguramente me contestaréis que “eso es un misterio, y nos está prohibido indagar los misterios de
Dios”. Como a nosotros no nos lo prohíbe nuestra filosofía religiosa, contesto a vuestra pregunta que, excepto en el caso de bajar un dios a la Tierra como Avatar, todo principio divino ha de verse sujeto y paralizado por la turbulenta materia animal. La heterogeneidad siempre vencerá a la homogeneidad sobre este plano de ilusiones; y cuanto más se aproxima una esencia a la homogeneidad primordial que es su principio base, más difícil le es imponerse en la tierra.
Los poderes espirituales y divinos se hallan, dormidos, en todo ser humano; y cuanto más amplia sea su visión espiritual, más poderoso será su Dios interno. Pero pocos son los hombres capaces de sentir a ese Dios. Generalmente, en nuestro pensamiento señalamos límites a la deidad, efecto de nuestros primeros conceptos acerca de la misma, arraigados en nosotros desde la niñez. Por esas razones os resulta tan difícil comprender nuestra filosofía.
PREG. ¿Y es acaso ese Ego nuestro, nuestro Dios?
TEÓS. De ningún modo. “Un Dios” no es la deidad universal, sino sólo un resplandor del Océano único del Fuego Divino. Nuestro Dios interno o “nuestro Padre en Secreto” es lo que llamamos el “Yo Supremo”, Âtma. El Ego nuestro que se encarna fue un Dios en su origen, como lo fueron todas las emanaciones primitivas del Principio Uno Desconocido. Pero desde su “caída en la materia”, teniéndose que encarnar a través del ciclo, desde su principio a su fin, ya no es un Dios libre y feliz, sino un pobre peregrino que va a recuperar aquello que ha perdido. Puedo contestaros más detalladamente repitiéndoos lo que se dijo acerca del HOMBRE INTERNO en Isis sin Velo (volumen II, pág. 593, ed. inglesa):
“Desde la más remota antigüedad, la humanidad en conjunto ha estado siempre convencida de la existencia de una entidad personal espiritual dentro del hombre físico. Esta entidad interna era más o menos divina según su proximidad a la corona… Cuanto más íntima es la unión, más apacible y puro es el destino del hombre, menos peligrosas las condiciones externas.
Esta creencia no es fanática, ni supersticiosa, sino un sentimiento instintivo, constante, de la proximidad de otro mundo espiritual e invisible, que, aunque subjetivo para los sentidos del hombre exterior, es perfectamente objetivo para el Ego interno.
Se creía, además, que existen condiciones externas e internas que afectan a la determinación de nuestra voluntad sobre nuestros actos. Se rechazaba el fatalismo, porque el fatalismo implica la conducta ciega de un poder más ciego aún. Pero se creía en el destino o Karma que el hombre, semejante a la araña, teje hilo por hilo desde que nace hasta que muere, y ese destino está guiado por aquella presencia que algunos llaman el ángel de la guarda, o por nuestro hombre astral interno más íntimo, que demasiado a menudo es el genio del mal para el hombre de carne (o la personalidad).
Ambos guían al Hombre, pero uno de los dos ha de prevalecer; y desde el principio mismo de la invisible lucha, la severa e implacable ley de compensación (y retribución) interviene y continúa su curso, siguiendo con fidelidad las fluctuaciones (del conflicto). Concluida la última trama, queda el hombre envuelto en la red que se ha tejido, y entonces se halla enteramente bajo el imperio de ese destino forjado por él mismo. Entonces el destino lo fija, cual concha inerte a la roca inmóvil, o bien lo arrastra como una pluma en el torbellino producido por sus propias acciones.”
Tal es el destino del Hombre, el verdadero Ego, no el Autómata, la CÁSCARA a la que prestan este nombre. De él depende llegar a convertirse en un vencedor de la materia.
PREG. ¿No creéis que la confusión de ideas que reina en nuestra mente acerca de las respectivas funciones de los “principios” consiste en que no existen términos fijos y definidos para indicar cada “principio”?
TEÓS. Tal ha sido también mi pensamiento. La confusión ha nacido de que hemos expuesto y discutido esos “principios” empleando sus nombres sánscritos, en vez de inventar inmediatamente sus equivalentes en inglés, para uso de los teósofos. Hemos de tratar de remediar ahora esta falta.
PREG. Haréis bien, porque podrá evitarse mayor confusión en adelante. Hasta ahora, me parece que no se encuentran dos escritores teosóficos que estén de acuerdo en dar a un mismo “principio” el mismo nombre.
TEÓS. La confusión, sin embargo, es más aparente que real. He oído a algunos teósofos expresar su sorpresa al hablar de esos “principios” y criticar varios escritos que tratan de los mismos; pero, cuando se los examina detenidamente, el único error que se encuentra es el de emplear la palabra “alma” para comprender tres principios, sin especificar las diferencias. El primero, y sin duda alguna el más claro de nuestros escritores teosóficos, el señor A. P. Sinnett, ha escrito admirablemente algunos pasajes acerca del “Yo Supremo” 47, y también ha sido su verdadero pensamiento mal interpretado por algunos, por emplear la palabra “alma” en sentido general. Sin embargo, he aquí algunos trozos que os demostrarán cuán claro y comprensible es todo cuanto escribe sobre este punto:
“El alma humana, una vez lanzada en las corrientes de la evolución como individualidad humana 48, atraviesa por períodos alternados de existencia física y de existencia relativamente espiritual. Pasa desde un plano o condición de la naturaleza a otro, bajo la dirección de sus afinidades kármicas.
Viviendo en sus encarnaciones la vida que su Karma le tiene de antemano preparada; modificando su progreso dentro de los límites de las circunstancias, y desarrollando nuevo Karma por medio del uso o abuso de sus oportunidades, vuelve a la existencia espiritual (Devachán), después de cada vida física, pasando por la región intermedia de Kâma–loka, para el descanso y absorción gradual en su esencia, como progreso cósmico de la experiencia de la vida adquirida “sobre la Tierra” o durante la existencia física. Este punto de vista habrá sugerido además muchas inferencias colaterales a cualquiera que haya pensado en este asunto; como por ejemplo, que la transferencia de este progreso de la conciencia, desde el Kâma–loka al período Devachánico, habrá de ser necesariamente gradual 49; que, en realidad, ninguna línea de demarcación separa la variedad de las condiciones espirituales; que hasta los planos espirituales físicos no están tan absolutamente separados uno del otro como pretenden las teorías materialistas, pues lo demuestran las facultades psíquicas de los seres vivientes; que todos los estados de la Naturaleza nos rodean simultáneamente y apelan a facultades perceptivas distintas, y así sucesivamente… Claro está que, durante la existencia física, las personas que poseen facultades psíquicas siguen en relación con los planos de la conciencia superfísica, y aunque muchas pueden carecer de tales facultades, todos somos capaces, como lo demuestran los fenómenos del sueño y especialmente los del sonambulismo o mesmerismo, de entrar en ciertas condiciones de conciencia con las que nada tienen que ver los cinco sentidos físicos. Nosotros, las almas que están en nosotros, no flotamos, por decirlo así, a la ventura sobre el Océano de la materia. Conservamos un interés, o derechos bien marcados, en la costa de la cual nos hemos alejado por algún tiempo; el proceso de la encarnación, por lo tanto, no se describe con toda exactitud cuando hablamos de una existencia alternada sobre los planos físicos y espirituales, y representamos de este modo al alma como una entidad completa que pasa toda ella de un estado de existencia a otro.
Las definiciones más correctas del procedimiento representarían probablemente. la encarnación como teniendo lugar en este plano físico de la Naturaleza, por efecto de un efluvio que emana del alma. El reino espiritual siempre sería la verdadera morada del alma, la cual no lo abandonaría jamás por completo; y aquella parte no materializable del alma, que vive permanentemente en el plano espiritual, puede quizá llamarse correctamente el Yo Supremo.” Este “Yo Supremo” es Âtma, y por supuesto, como dice el señor Sinnett, no es “materializable”. Diré más aún: jamás puede ser en circunstancia alguna “objetivo”, ni siquiera para la percepción espiritual más elevada. Porque Âtma o el “Yo Supremo”, es en realidad Brahma, el ABSOLUTO, e indistinguible de éste. En los momentos de Samâdhi, la más elevada conciencia espiritual del Iniciado se absorbe por completo en la esencia ÚNICA, que es Âtma, y, por consiguiente formando uno solo con el todo, nada objetivo puede haber para ella. Algunos de nuestros teósofos han tomado la costumbre de emplear las palabras “Self”, “Yo” y “Ego” como sinónimos, y de asociar el término “SeIf” con el Ego más elevado individual o con el yo personal del hombre, cuando nunca debiera aplicarse ese término, excepto refiriéndose al Self (Yo) Único y Universal. De ahí la confusión. Hablando de Manas (el “Cuerpo Causal”), podemos llamarlo, cuando lo relacionamos con el resplandor Búddhico, el “Ego Superior”; jamás
el “Self o Yo Supremo”. Porque Buddhi mismo, el “alma espiritual”, no es el SELF, sino tan sólo el vehículo del SELF. Todos los demás Selfes (Yoes), como el Self o “Yo Individual” y el Self o Yo “personal”, jamás debieron pronunciarse o escribirse sin sus adjetivos calificativos y característicos.
En ese excelente escrito sobre el “Yo Supremo” se aplica este término al SEXTO principio o Buddhi (en unión, por supuesto, con Manas, ya que sin esa unión no habría principio o elemento pensante en el alma espiritual); y esto ha dado lugar a errores. El declarar que “no adquiere un niño su sexto principio –o que no se convierte en un ser moralmente responsable capaz de engendrar Karma– hasta la edad de siete años”, prueba lo que se quiso decir con la expresión “Higher Self” (Yo Supremo). El distinguido autor queda, por lo tanto, perfectamente justificado cuando explica que después que lo que él llama Yo Supremo ha encarnado en el ser humano y ha saturado la personalidad (en los seres más refinados) con su conciencia, “pueden las personas dotadas de facultades psíquicas percibir ese Yo Supremo de vez en cuando, por medio de sus sentidos interno más exquisitos”.
Pero también están “justificados” los que no lo comprenden porque limitan el término Yo Supremo al Principio Divino Universal. Porque cuando, sin estar bien preparados para esta confusión de términos metafísicos, leemos 50 que mientras “el Yo Supremo se manifiesta por completo en el plano físico, continúa siendo un Ego espiritual consciente en el correspondiente plano de la Naturaleza, nos inclinamos a ver en el Yo Supremo” de esa frase a “Âtma”; y a “Manas”, o mejor dicho, a Buddhi–Manas, en el citado “Ego espiritual”. En consecuencia, podemos tachar de incorrecto todo ello.
Para evitar en adelante esos errores, mi idea es traducir literalmente los equivalentes de los términos ocultos orientales, y proponer que se empleen en lo sucesivo. (Para ver mas ampliamanete ticlear la imagen)
PREG. Esta división tan simplificada en sus combinaciones, creo responderá mejor a la idea; la otra es demasiado metafísica.
TEÓS. Si tanto los profanos como los teósofos quisiesen aceptarla, resultaría, ciertamente, mucho más fácil de comprender.
47 Transacciones de la London Lodge de la Sociedad Teosófica, núm. 7, octubre, 1885.
48 El “ Ego que se reencarna” o alma humana, como él lo llamaba (el Cuerpo Causal para los vedantinos).
49 La duración de esta “ transferencia “ depende, sin embargo, del grado de espiritualidad de la ex
personalidad del ego desencarnado. Para aquellos cuyas vidas fueron muy espirituales, esa transferencia,
aunque gradual, es muy rápida. La duración es mayor tratándose de los que están inclinados a la materia.
50 “Confusión de términos metafísicos” se aplica aquí únicamente al cambio de equivalentes, traducidos
de las expresiones Orientales; hasta hoy día jamás han existido semejantes términos en inglés, por lo que
cada teósofo ha tenido que crear sus propios términos para expresar su idea. Ya es tiempo, por lo tanto,
de fijar una nomenclatura definitiva.