PREG. ¿Se aplica en la Sociedad algún sistema de ética?

TEÓS. Bastante clara y fácil es la nuestra para el que quiera seguirla. Es la esencia de la ética del mundo, sacada de las enseñanzas de todos los grandes reformadores del Universo. En ella veréis representados a Confucio y Zoroastro, Lao–Tse y el Bhagavat–Gîtâ, los preceptos de Gotama Buddha y Jesús de Nazaret, de Hillel y su escuela; así como los de Pitágoras, Sócrates, Platón y sus respectivas escuelas.

PREG. ¿Siguen los miembros de la Sociedad esos preceptos? Tengo entendido que existen grandes disensiones y disputas entre ellos.

TEÓS. Es muy natural; pues aunque la reforma, en su estado actual, puede considerarse como nueva, los hombres y las mujeres que hay que reformar no son sino las mismas naturalezas humanas pecadoras de los tiempos pasados. Como ya se dijo, son pocos los miembros activos, celosos y ardientes; pero muchos son los sinceros y bien dispuestos que tratan de sostener lo mejor que pueden los ideales de la Sociedad y los suyos propios. Es deber nuestro el ayudar a los miembros, individualmente, en el progreso intelectual, moral y espiritual, y no censurar o condenar a los que yerran y fracasan. No tenemos, estrictamente hablando, derecho para negar la admisión a persona alguna especialmente en la Sección Esotérica de la Sociedad en la cual “el que entra es igual a un recién nacido”. Pero si cualquier miembro, a pesar de sus compromisos sagrados, contraídos bajo su palabra de honor y en nombre del “Yo” inmortal, sigue después de ése “nuevo nacimiento” con los vicios y defectos de la antigua vida, tolerándolos y satisfaciéndolos no obstante pertenecer a la Sociedad, entonces, naturalmente, es más que probable que se le pondrá en el trance de adimitir o, en caso de negarse a ello, será expulsado. Tenemos reglas estrictas para tales circunstancias.

PREG. ¿Podéis citar algunas de ellas?

TEÓS. Sí. Ningún miembro de la Sociedad, sea exotérico o esotérico, tiene derecho a imponer sus opiniones personales a otro miembro. Ésta es una ofensa contra la Sociedad en general. Respecto a la Sección Interior, llamada ahora Esotérica, la siguiente regla ha sido presentada y adoptada desde el año 1880: “No podrá ningún hermano, servirse para su uso egoísta, de ningún conocimiento que se le comunique por cualquier miembro de la primera sección (actualmente, “un grado” superior), siendo la violación de esta regla castigada con la expulsión”. Antes que puedan ser comunicados esos conocimientos, ha de comprometerse el aspirante, bajo juramento solemne, a no usarlos con miras egoístas, ni a revelar nada de lo que se le ha confiado, si no está autorizado para ello.

PREG. ¿Pero puede una persona expulsada de la Sección, o dimisión, revelar lo que pueda haber aprendido o violar cualquier cláusula del compromiso adquirido?

TEÓS. No, ciertamente. Su expulsión o dimisión sólo la relevan de la obligación de obediencia al maestro, y de tomar parte activa en la obra de la Sociedad; pero no seguramente del sagrado compromiso del secreto.

PREG. ¿Es esto razonable y justo?

TEÓS. Seguramente. Para todo hombre o mujer dotado aun del mínimo sentimiento del honor, su promesa del secreto, tomada bajo su palabra de honor, y mucho más, en nombre de su Yo superior (el Dios interno), es inviolable mientras viva. Y aunque pueda dejar de formar parte de la Sección y de la Sociedad, ningún hombre o mujer dignos pensará en atacar o perjudicar a una corporación a que pertenecen en virtud de semejante compromiso.

PREG. Sin embargo, ¿no es esto extremar las cosas?

TEÓS. Puede que sí, teniendo en cuenta la relajación de estos tiempos y de la moral; mas si la promesa no fuera firme, ¿qué necesidad habría de compromiso alguno?
¿Cómo puede uno aspirar a que se lo instruya en la ciencia secreta, si ha de quedar en libertad de eximirse cuando le plazca de todas las obligaciones que se ha impuesto?

¿Qué seguridad, confianza o crédito podrían existir jamás entre los hombres, si compromisos tales no hubiesen de tener valor o fuerza real alguna? Creedme; la ley de retribución (Karma) daría su merecido muy pronto a aquel que de tal modo quebrantase su compromiso; tan pronto, quizás, como se manifestaría el desprecio de todo hombre honrado, hasta en este mismo plano físico. Como dice muy bien el Path,julio 1889 (Nueva York), respecto a este asunto: “Una vez adquirido un compromiso, nos obliga para siempre en el mundo moral y en el mundo oculto. Si alguna vez lo violamos y sufrimos las consecuencias, esto no nos justifica para violarlo de nuevo; y siempre que así lo hagamos, reaccionará sobre nosotros la poderosa balanza de la Ley (de Karma).

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