PREG. ¿Qué necesidad hay de renacimientos sucesivos, puesto que en ninguno, se consigue alcanzar la paz permanente?

TEÓS. La meta final sólo puede lograrse por las experiencias de la vida, y la masa de esas experiencias está formada por el dolor y el sufrimiento. Sólo gracias a estos últimos podemos aprender. Los goces y los placeres nada pueden enseñarnos; son pasajeros, y a la larga sólo producen la saciedad. Además, nuestra constante imposibilidad de hallar satisfacción permanente en la vida, capaz de llenar las necesidades de nuestra naturaleza más elevada, nos demuestra claramente que sólo pueden ser aquéllas satisfechas en su propio plano, es decir, el espiritual.

PREG. ¿Es un resultado natural de esto el deseo de abandonar la vida de un modo u otro?

TEÓS. Si por ese deseo entendéis “el suicidio”, os contesto terminantemente que no. Jamás puede semejante resultado ser “natural”, y es siempre debido a una enfermedad morbosa del cerebro o a opiniones materialistas arraigadas. Es el peor de todos los crímenes, y terrible en sus resultados. Pero si por deseo os referís simplemente a la aspiración de alcanzar la existencia espiritual, no al deseo de abandonar la Tierra, en tal caso la consideraría, seguramente, como muy natural. De otro modo, la muerte voluntaria sería la deserción de nuestro puesto actual y el abandono de los deberes que nos incumben, así como el intento de eludir las responsabilidades kármicas; todo lo cual implica la creación de nuevo Karma.

PREG. Si las acciones en el plano material no satisfacen, ¿por qué los deberes, que son esas acciones mismas, han de ser tan imperiosos?

TEÓS. Ante todo, porque nuestra filosofía nos enseña que el objeto de cumplir con nuestros deberes respecto a todos los hombres, y en último término respecto a nosotros mismos, no es la adquisición de la felicidad personal, sino la de los demás; el cumplimiento del bien por el bien mismo, no por lo que pueda reportarnos. La felicidad, o mejor dicho, la satisfacción, puede ciertamente resultar del cumplimiento
del deber, mas no es ni tiene que ser el motivo para ello.

PREG. ¿Qué entendéis precisamente por “deber” en Teosofía? No pueden ser los deberes cristianos predicados por Jesús y sus Apóstoles, puesto que no reconocéis a ninguno de éstos.

TEÓS. Os equivocáis nuevamente. Lo que llamáis “deberes cristianos” fueron inculcados por todos los grandes Reformadores morales y religiosos siglos antes de la Era Cristiana. No sólo se trataba antiguamente de todo lo que era grande, generoso y heroico, siendo objeto, como hoy día, de predicaciones desde el púlpito, sino que se practicaba a veces por naciones enteras. La historia Buddhista está llena de los actos
más nobles y más heroicamente generosos. “Sed todos una sola voluntad; compadeceos el uno del otro; quereos como hermanos, sed misericordiosos, afables; no devolváis mal por mal, o injuria por injuria, sino al contrario, sed bondadosos.” Observaban prácticamente estos preceptos los discípulos de Buddha, algunos siglos antes de Pedro. Es grande, sin duda, la Ética del Cristianismo; pero también es innegable que no es nueva, y que nació del mismo modo que los deberes “paganos”.

PREG. ¿Y cómo definís estos deberes, o ese “deber”, en general, según lo entendéis?

TEÓS. El deber es aquello que se debe a la Humanidad, a nuestros semejantes, a nuestros vecinos, a nuestra familia, y especialmente lo que debemos a todos aquellos que son más pobres y desamparados que nosotros. Ésta es una deuda que, no satisfecha durante la vida, nos hace espiritualmente insolventes, y crea un estado de quiebra moral en nuestra encarnación próxima. La Teosofía es la quintaesencia del deber.

PREG. También lo es el Cristianismo cuando es bien entendido y aplicado.

TEÓS. No cabe duda; pero si no fuese en la práctica una religión de los labios, poco tendría que hacer la Teosofía, entre cristianos. Desgraciadamente, sólo es una ética de labios afuera. Los que practican su deber hacia todos, y sólo por el deber mismo, son pocos; y aun son menos los que cumplen este deber, pues en su gran mayoría se contentan con la satisfacción de su propia conciencia. “ La voz pública de la alabanza que honra a la virtud y la recompensa” Es lo que domina siempre en el pensamiento de los filántropos “de fama universal”. Hermosa para leída y discutida es la ética moderna; pero ¿qué son las palabras si no se convierten en actos? Finalmente: si me preguntáis de qué modo comprendemos el deber teosófico puesto en práctica y con relación a Karma, puedo contestaros que nuestro deber es beber, sin una queja, hasta la última gota de cualquier contenido que el destino nos ofrezca en la copa de la vida; coger las rosas de la vida tan sólo por el perfume que puedan exhalar para los demás, y contentarnos únicamente nosotros con las espinas, si no podemos gozar de aquel perfume sin privar a otro de él.

PREG. Todo esto es muy vago. ¿Qué más hacéis que no hagan los cristianos?

TEÓS. No se trata de lo que nosotros, miembros de la Sociedad Teosófica, hacemos –aunque algunos de nosotros hacen cuanto pueden–; de lo que se trata es de si la Teosofía nos lleva o no más lejos en el camino del bien, que el Cristianismo moderno. ¡La acción esforzada y leal es lo que digo, no la simple intención y las palabras! Un hombre puede ser lo que se le antoje, el más mundano, egoísta y duro de todos los hombres, y hasta el bribón más grande, y esto no le impedirá llamarse cristiano, ni tampoco a otro considerarle como tal. Pero ningún teósofo tiene derecho a este nombre si no está perfectamente imbuido de la exactitud del axioma de Carlyle: “El objeto del hombre es un acto y no un pensamiento, aunque fuese éste el más noble”, y como no amolde su vida diaria a ésta verdad. El reconocimiento de una verdad no llega a ser la aplicación de la misma; y cuanto mayor y más hermosa parezca, cuanto más se hable de la virtud o del deber, en vez de practicarlos, tanto más habrán de parecerse al fruto del Mar Muerto. 
La afectación es el más odioso de los vicios; y ella es el distintivo más característico de la nación protestante más grande de este siglo, o sea Inglaterra.

PREG. ¿Qué cosas son las que consideráis que se deben a la humanidad en general?

TEÓS. El completo reconocimiento de derechos y privilegios iguales para todos, sin distinción de raza, color, posición social o nacimiento.

PREG. ¿Cuándo consideráis que no se conceden esos derechos?

TEÓS. Cuando haya la más pequeña violación del derecho ajeno, sea el de un hombre o el de una nación; cuando no demostramos la misma justicia, benevolencia, consideración o compasión que para nosotros mismos deseamos. Todo el sistema político actual está basado en el olvido de tales derechos y en la afirmación rotunda del egoísmo nacional. Dicen los franceses: “Tal amo, tal criado”, y debieran añadir: “Tal política nacional, tales ciudadanos”.

PREG. ¿Os ocupáis de política?

TEÓS. Como Sociedad, huimos de ella por los motivos que os expondré seguidamente: intentar reformas políticas antes de haber llevado a cabo una reforma en la naturaleza humana es lo mismo que echar vino nuevo en odres viejos. Conseguid que en el fondo de su corazón sientan y reconozcan los hombres su real y verdadero deber hacia todos sus semejantes, y todo antiguo abuso del poder, toda ley inicua de la política nacional, fundada en el egoísmo humano, social o político, desaparecerán naturalmente. Loco es el jardinero que, deseando extirpar las plantas venenosas de su plantel de flores, las corta en vez de arrancarlas de raíz. Ninguna reforma política duradera podrá lograrse jamás con los mismos hombres egoístas al frente de los asuntos.

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