PREG. Bien; ahora explicadme qué es Karma.

TEÓS. Como ya he dicho, lo consideramos como la ley última del Universo, la fuente y el origen de todas las demás leyes que existen en la naturaleza. Karma es la ley infalible que ajusta el efecto a la causa, en los planos físico, mental y espiritual del ser.
Como ninguna causa deja de producir su debido efecto, desde la más grande hasta la más pequeña, desde la perturbación cósmica hasta el movimiento de nuestras manos, y como lo semejante produce lo semejante, Karma es aquella ley invisible y desconocida que ajusta sabia, inteligente y equitativamente cada efecto a su causa, haciendo remontar ésta hasta su productor. Aunque incognoscible, su acción es perceptible.

PREG. En este caso nos hallamos con lo “absoluto”, lo “incognoscible”, y no tiene gran valor como explicación de los problemas de la vida.

TEÓS. Al contrario. Porque si bien ignoramos lo que Karma es per se y lo que es su esencia, sabemos cómo opera y podemos definir y describir su modo de acción con exactitud. Sólo ignoramos su causa última, precisamente como la filosofía moderna, que admite que la causa última de las cosas es “incognoscible”.

PREG. ¿Qué puede decirnos la Teosofía respecto a la solución de las necesidades más prácticas de la humanidad? ¿Qué explicación nos ofrece acerca de los espantosos sufrimientos y de la miseria terrible que prevalecen entre las llamadas “clases inferiores”?

TEÓS. Según nuestra doctrina, todos esos males sociales, la distinción de clases en la sociedad y la de los sexos en los asuntos de la vida, la distribución desigual del capital y del trabajo, etc., son debidos a lo que llamamos Karma.

PREG. Pero todas estas calamidades que parecen caer indistintamente sobre las masas, ¿no serán Karma realmente merecido e individual?

TEÓS. No; no pueden definirse tan estrictamente en sus efectos, que nos permitan demostrar que cada medio ambiente individual y las condiciones particulares de vida en que cada persona se halla no sean otra cosa que Karma retributivo, generado por el individuo en una vida anterior. No debemos perder de vista el hecho de que cada átomo está sujeto a la ley general que rige todo el cuerpo del que forma parte; y aquí entramos más de lleno en la ley kármica. ¿No veis que el agregado del Karma individual se convierte en el de la nación a que esos individuos pertenecen, y que la suma total de Karma nacional es el Karma del Mundo? Los males de que habláis no son peculiares al individuo o a la nación misma; son más o menos universales, y sobre esta ancha base de la humana independencia encuentra la ley de Karma su aplicación legítima y uniforme.

PREG. ¿Es decir que la ley de Karma no es necesariamente una ley individual?

TEÓS. Esto es lo que digo. Si no tuviese Karma una amplia y general esfera de acción, seria imposible que pudiese equilibrar la balanza del poder, en la vida y en el progreso del mundo. Se considera como una verdad, entre los teósofos, que la solidaridad y mutua dependencia de la Humanidad es la causa de lo que se llama Karma distributivo; y esta ley es la que ofrece la solución de la gran cuestión del sufrimiento colectivo y de su alivio. Además, una ley oculta enseña que ningún hombre puede sobreponerse a sus defectos individuales, sin elevar por muy poco que sea, a toda la corporación de que es parte integrante.
Tampoco puede nadie pecar y sufrir solo los efectos del pecado. La separación no existe en realidad: y la mayor proximidad a este estado egoísta, que permiten las leyes de la vida, está en la intención o motivo.

PREG. ¿Y no existen medios por los cuales se pueda concentrar o reunir, por decirlo así, Karma distributivo o nacional, y llevarlo a su realización natural y legítima, sin tanto prolongado sufrimiento?

TEÓS. Por regla general, y dentro de ciertos límites que marcan la época a que pertenecemos, no puede precipitarse ni contenerse la ley de Karma. Pero estoy cierto de que nunca se ha tratado de la posibilidad de llevarlo a cabo, en ninguno de los dos sentidos. Escuchad la siguiente relación sobre una fase de sufrimiento nacional, y decid vos mismo si admitiendo el poder activo del Karma individual, relativo y distributivo, no se pueden modificar extensamente y aliviarse en general esos males. Lo que os voy a leer es debido a la pluma de un salvador nacional; de una persona que, habiendo vencido al yo, y libre para elegir, escogió servir a la Humanidad cargando con todo el peso del Karma nacional de que son capaces las fuerzas de una mujer. He aquí lo que dice:

“Sí; siempre habla la Naturaleza. ¿No lo creéis así? Sólo que a veces hacemos tanto ruido que sofocamos su voz. He aquí por qué es tan reconfortante salir fuera de la ciudad y descansar un poco en los brazos de la Madre. Pienso en la tarde que en Hampstead Heath contemplábamos la Puesta del Sol; mas ¡ay, entre cuánto sufrimiento y miseria habíase puesto aquel Sol! Una señora me trajo ayer una gran cesta de flores silvestres. Pensé que alguna persona de mi familia del East–End tenía más derecho a ellas que yo; así es que las llevé esta mañana a una escuela muy pobre de Whitechaped. ¡Hubiese deseado que hubierais visto alegrarse aquellos jóvenes y pálidos semblantes! Fui después, a un figón, a pagar unas cuantas cenas para unos niños. Estaba situado en una callejuela estrecha, llena de gente bulliciosa; había un hedor indescriptible, que exhalaban el pescado, la carne y otros comestibles recalentados, por un sol que en Whitechapel, en vez de purificar, corrompe. El figón era la quinta esencia de todos los olores. ¡Pasteles de carne inverosímiles a un penique la pieza, alimentos repugnantes y enjambres de moscas; un verdadero templo de Belcebú!
Por todas partes niños poniendo en cazos las sobras de alimentos. Uno de ellos, con una cara parecida a la de un ángel, reunía huesos de cerezas como alimento ligero y nutritivo.

Volví hacia el Oeste, presa de un fuerte estremecimiento de todos mis nervios, preguntándome si cabe la posibilidad de hacer algo en favor de algunos barrios de Londres, que no sea el hundirlos en un terremoto, salvando a sus habitantes y sumergiéndolos en algún Leteo purificador, del que ningún recuerdo pudiese surgir. Y entonces pensé en Hampstead Heath, y medité. Si por algún sacrificio pudiese uno adquirir el poder de salvar a esa gente, no valdría la pena reparar en el gasto. Pero, como comprenderéis, es necesario que cambien: ¿y cómo podría lograrse esto? En las condiciones en que ahora se hallan, no se beneficiarían de cualquier ambiente en que se los colocase; y, sin embargo, en sus actuales circunstancias seguirán por fuerza corrompiéndose. Esta miseria infinita y desesperada, y la degradación brutal, que es a la vez su resultado y su causa, me parten el corazón. Sucede como con el plátano: cada rama echa por sí misma raíces y produce nuevos tallos. ¡Qué diferencia entre estos sentimientos y la tranquila escena de Hampstead! Y, sin embargo, nosotros, que somos hermanos y hermanas de estas pobres criaturas, sólo tenemos el derecho de servirnos de los Hampstead Heaths a fin de adquirir la fuerza necesaria para salvar a los Whitechapels.” [Firmado con un nombre demasiado respetado y conocido para exponerlo a las burlas y al escarnio.]

PREG. Ésta es una carta bien triste, aunque hermosa, y creo que presenta con dolorosa claridad la terrible acción de lo que llamáis “Karma relativo y distributivo”. Mas ¡ay!, no vemos esperanza inmediata de alivio fuera de algún terremoto o de alguna catástrofe general.

TEÓS. ¿Qué derecho tenemos a pensar de este modo, cuando media humanidad está en situación de poder aliviar inmediatamente las privaciones que sufren sus semejantes? Cuando haya contribuido cada individuo con todo lo que pueda al bien general, con su dinero su trabajo y sus nobles pensamientos, entonces y sólo entonces se modificará la balanza del Karma nacional; y hasta entonces no tenemos derecho ni razón alguna para decir que hay más vidas en la Tierra de las que puede mantener la naturaleza. A las almas heroicas, a los salvadores de nuestra raza y nación, está reservado encontrar la causa de esa carga desigual del Karma retributivo; y por medio de un supremo esfuerzo, reajustar la balanza del poder, salvando a la gente de un
hundimiento moral, mil veces más desastroso y funesto que la misma catástrofe física, en que parecéis encontrar la única salida posible para tanta miseria acumulada.

PREG. Pues bien; decidme, en términos generales, cómo describís vosotros esta ley de Karma.

TEÓS. La describimos como una Ley de ajuste, que siempre tiende a restablecer el equilibrio en el mundo físico, y la turbada armonía en el mundo moral. Decimos que Karma no obra siempre en tal o cual sentido particular, sino que siempre lo hace de modo que restablece la armonía y el equilibrio de la balanza en virtud del cual existe el Universo.

PREG. Dadme un ejemplo.

TEÓS. Más adelante os lo daré completo. Pensad en un estanque. Cae una piedra en el agua y produce ondas que perturban su tranquilidad. Esas ondas oscilan hacia atrás y adelante, hasta que al fin, gracias a la operación de lo que llaman los físicos la ley de disipación de la energía, se calman y vuelven las aguas a su estado anterior. De igual modo procede toda acción, en cada plano, ante una perturbación en la Armonía del Universo; y las vibraciones producidas de este modo, seguirán oscilando hacia atrás y adelante, si su área es limitada, hasta que quede restablecido el equilibrio. Pero como cada una de esas perturbaciones parte de un punto dado, claro está que sólo puede restablecerse el equilibrio y la armonía volviendo a converger hacia aquel mismo punto todas las fuerzas puestas en movimiento desde éste. Aquí tenéis una prueba de que las consecuencias de los actos de un hombre, así como las de sus pensamientos, etcétera, deben reaccionar todas sobre él mismo con la misma fuerza con que fueron puestos en acción.

PREG. Pero no encuentro en esa ley carácter moral alguno. Me parece igual a la sencilla ley física de que la acción y la reacción son iguales y opuestas.

TEÓS. No me sorprende oíros decir esto. ¡Tan inveterada es entre los europeos la costumbre de considerar la razón y la sinrazón, el bien y el mal, como cuestiones que dependen de un Código de ley arbitrario fijado por los hombres o impuestos por un Dios Personal!… Pero nosotros los teósofos decimos que “Bien” y “Armonía” (así como “Mal” y “Falta de Armonía”) son sinónimos. Además, sostenemos que todo dolor y todo sufrimiento son resultados de la falta de armonía, y que la causa terrible y única de la perturbación de aquélla es el egoísmo, en una forma u otra. Por consiguiente, Karma devuelve a cada hombre las consecuencias precisas de sus propios actos, sin tener en cuenta para nada su carácter moral; pero, puesto que recibe lo que le es debido por todo, es evidente que tendrá que expiar todos los sufrimientos que haya
causado, exactamente del mismo modo que recogerá con júbilo los frutos de la felicidad y armonía que haya contribuido a producir. No puedo hacer más en vuestro beneficio que citaros ciertos trozos sacados de libros y artículos escritos por aquellos de nuestros teósofos; que tienen una idea correcta de Karma.

PREG. Mucho lo deseo, pues vuestra literatura respecto a este punto me parece muy escasa.

TEÓS. Esto se debe a que es el más difícil de todos los puntos de nuestra doctrina. Hace algún tiempo, una pluma cristiana nos hizo la siguiente objeción: “Admitiendo que la doctrina de la Teosofía sea correcta y que el “hombre deba ser su propio salvador, deba vencerse a sí mismo y dominar el mal que existe en su doble
naturaleza para conseguir la emancipación de su alma” ¿qué hará el hombre después de haber abandonado hasta cierta punto el mal y haberse convertido a una vida mejor? ¿Cómo logrará la emancipación, el perdón o la anulación del mal que haya ya cometido?” A esto el Sr. J. H. Conelly contesta, muy oportunamente, que nadie puede hacer “que la máquina teosófica siga el mismo rumbo que la teológica”. Dice así: “Que sea posible eludir la responsabilidad individual, no forma parte de los conceptos de la Teosofía. En esta creencia no existe el perdón ni la “supresión del mal ya cometido”, excepto por medio del castigo adecuado al que ha faltado, y el restablecimiento de la armonía del Universo, turbada por su mala acción. Fue hecho el mal, y mientras otros tienen que sufrir sus consecuencias, la expiación corresponde al que lo produjo.

“El caso supuesto… de que un hombre haya abandonado hasta cierto punto el mal, es el de quien comprendió que sus acciones eran malas, y que merecen castigo. En semejante reconocimiento es inevitable un sentimiento de responsabilidad personal, y el sentimiento de esta terrible responsabilidad debe estar en proporción exacta del grado de su “conversión”. Y cuanto con mayor fuerza pese aquélla sobre él, tanto más se insiste en que acepte la doctrina de la expiación por procuración. Le dicen también que debe arrepentirse, pero nada es tan fácil como esto. Es una agradable debilidad de la naturaleza humana la que nos hace arrepentirnos muy fácilmente del mal que hemos hecho, cuando nos llaman la atención sobre ello y después que hemos sufrido, o disfrutado, de sus resultados. Es  probable que un minucioso análisis del sentimiento en cuestión nos demostrase que nos arrepentimos más bien de la necesidad que pareció exigir el mal, como medio de conseguir nuestros fines egoístas, que no del mal mismo.

“Por atractiva que sea para la inteligencia ordinaria la idea de descargarnos del peso de nuestros pecados “al pie de la cruz” para el teósofo no tiene valor alguno. No concibe por qué el pecador que ha llegado al conocimiento de sus culpas ha de merecer por este motivo perdón alguno por su perversidad pasada o por el olvido de la misma; ni comprende tampoco por qué el arrepentimiento y una vida en adelante justa y honrada le han de dar derecho a una suspensión, en su favor, de la ley Universal de relación entre la causa y el efecto. Los resultados de sus malas acciones continúan existiendo; el sufrimiento ocasionado a los demás por su iniquidad no lo ha borrado. El teósofo considera como formando parte de su ecuación el resultado de su perversidad sobre el inocente. Analiza no sólo a la persona culpable, sino también a sus víctimas.

“El mal es una infracción de las leyes de armonía que rigen el Universo, y su penalidad debe recaer sobre el violador mismo de aquellas leyes. Jesucristo dijo: “No peques más, no fuese a sucederte una cosa peor”. Y dijo San Pablo: “Trabajad en vuestra propia salvación. Lo que un hombre siembre, aquello recogerá”. Esto, dicho sea de paso, es una hermosa metáfora de la sentencia de los Purânas, muy anteriores a aquel apóstol, la cual dice que “todo hombre recoge las consecuencias de sus propias acciones”.

“Éste es el principio de la ley de Karma, enseñado por la Teosofía. En su Buddhismo Esotérico, Sinnett interpretó Karma como “la ley de causación ética”. Más exacta es la versión de Madame Blavatsky: “la ley de retribución”. Es el poder que Justo aunque misterioso nos conduce de infalible modo Por caminos ocultos, desde la falta hasta el castigo.

“Pero aún es más. Recompensa tan infalible y ampliamente el mérito, como castiga el demérito.
Es el resultado de cada acto, pensamiento y palabra, y por ello moldean los hombres su vida y acontecimientos. La filosofía oriental rechaza la idea de la creación de una nueva alma para cada criatura que nace. Cree en un número limitado de Mónadas, que evolucionan y se perfeccionan por medio de la asimilación de muchas personalidades sucesivas. Estas personalidades son producto de Karma; y por Karma y reencarnación es como la Mónada humana vuelve al debido tiempo a su origen, la deidad absoluta.” E. D. Walker, en su obra Reencarnación, nos ofrece la explicación siguiente:

“En pocas palabras, la doctrina de Karma explica que nosotros mismos nos hemos hecho lo que somos, por actos anteriores; y que formamos nuestra eternidad futura con las acciones presentes. No existe otro destino fuera del que nosotros mismos determinamos. No hay salvación ni condenación alguna, excepto la que nosotros mismos nos originamos… Como Karma no ofrece amparo alguno a los actos culpables y requiere mucho valor, no encuentra entre las naturalezas débiles tan buena acogida como las fáciles doctrinas religiosas de la remisión de los pecados, la intercesión, el perdón y las conversiones de última hora… En el dominio de la eterna justicia, la ofensa y el castigo están inseparablemente unidos como un solo hecho, porque no existe diferencia real entre la acción y su consecuencia… Karma, o nuestros antiguos actos, son los que nos vuelven a traer a la vida terrestre. La residencia del espíritu cambia según su Karma, y Karma no consiente una larga permanencia en una misma condición, porque siempre se está modificando. Mientras esté gobernada la acción por motivos materiales y egoístas, deberán manifestarse sus efectos en renacimientos físicos. Sólo el hombre perfectamente desinteresado puede eludir el peso de la vida material. Pocos lo han logrado, mas es la meta a la que tiende la humanidad.”


Aquí el escritor cita de la Doctrina Secreta, lo siguiente:

“Los que creen en Karma, tienen que creer en el destino de que cada hombre, desde que nace hasta que muere, está tejiendo hilo por hilo en torno de él, como la araña su tela; y este destino es guiado, sea por la voz celeste del prototipo invisible fuera de nosotros, sea por nuestro hombre astral íntimo o interno, que con demasiada frecuencia es el genio del mal de la entidad encarnada llamada hombre. Ambos guían al hombre externo; pero uno de ellos ha de prevalecer; y, desde el principio mismo de la contienda, la implacable ley de compensación interviene, siguiendo su curso y sus fluctuaciones. Cuando está tejida la última hebra, y el hombre queda envuelto en la red de su propia hechura, se encuentra entonces, en absoluto, en poder de ese destino creado por él mismo… Un Ocultista o un filósofo no hablará de la bondad o crueldad de la Providencia; pues, identificándola con Karma–Némesis, enseñará que protege a los buenos y vela sobre ellos en esta vida como en las futuras; y que castiga al que hace el mal –aún hasta su séptimo renacimiento–. En una palabra: mientras que el efecto que produjera la perturbación hasta en el más pequeño átomo mismo, en el mundo infinito de la armonía, no haya sido al fin corregido. El único decreto de Karma –decreto eterno e inmutable– es la armonía absoluta en el mundo de la materia, así como en el del espíritu. No es, por lo tanto, Karma quien premia o castiga, sino nosotros los que nos recompensamos o castigamos, según trabajemos con y por la Naturaleza, obedeciendo a las leyes de las cuales depende aquella armonía, o las violemos. Tampoco los designios de Karma serían inescrutables si los hombres obrasen en unión y armonía, en lugar de en la desunión y en la guerra. Porque nuestra ignorancia de esos designios –que una parte de la humanidad llama designios de la Providencia, oscuros e intrincados, mientras otra ve en ellos la acción de un fatalismo ciego, y otra simple casualidad, sin dioses ni demonios que los dirijan– desaparecería, seguramente, si quisiésemos atribuirlos todos ellos a su verdadera causa… Nos turbamos y quedamos sorprendidos ante el misterio de nuestra propia obra y de los enigmas de la vida que no queremos resolver, y acusamos a la gran Esfinge de devorarnos. Pero verdaderamente no hay un accidente en nuestras vidas, un solo día desagraciado o un solo percance, cuya causa no se pueda hacer remontar a nuestros propios actos en esta o en otra vida… La ley de Karma está inextricablemente ligada con la de Reencarnación… Sólo esta doctrina puede explicarnos el misterioso problema del bien y del mal, y reconciliar al hombre con la terrible y aparente injusticia de la vida. Solamente esa certidumbre es capaz de calmar nuestro sublevado sentimiento de justicia. Porque si cualquiera que ignore esa noble doctrina mira en derredor de él y observa las desigualdades del nacimiento y de la fortuna, de la inteligencia y capacidad; y contempla en manos de locos y libertinos los honores y las riquezas, debidos únicamente a su nacimiento, mientras que sus prójimos, con toda su inteligencia y nobles virtudes, perecen en la miseria, faltos de todo apoyo y simpatía; cuando ve todo esto y, desgarrado el corazón, se encuentra en la imposibilidad de aliviar tanto sufrimiento inmerecido, sólo el conocimiento bendito de la ley de Karma le impide maldecir de la vida y de los hombres, así como de su supuesto Creador…

Esa ley sea consciente o inconsciente, a nadie ni a nada predestina. Existe verdaderamente desde y en la Eternidad, porque es la Eternidad misma; y como tal, puesto que ningún acto puede ser coigual con la eternidad, no puede decirse que obra, porque es la acción misma.

No es la ola que ahoga a un hombre, sino el acto personal del desgraciado que deliberadamente se coloca a sí mismo bajo la acción impersonal de las leyes que rigen el movimiento del Océano. Karma ni crea ni prejuzga cosa alguna. El hombre es quien proyecta y crea las causas; y la ley kármica ajusta los efectos. Esa concordancia no es un acto, sino armonía universal que siempre tiende a recuperar su posición original, de igual modo que una rama doblada violentamente hacia abajo rebota con una fuerza correspondiente. Si sucede que rompe el brazo que trató de darle una dirección distinta de su posición natural, ¿diremos que la rama fue la que nos rompió el brazo, o bien que nuestra ignorancia fue la causa del daño sufrido? Jamás trató Karma de anular la libertad intelectual e individual, como sucede con el dios inventado por los monoteístas. No ha ocultado sus decretos en la oscuridad, con el solo fin de confundir y perturbar al hombre; ni tampoco castigará a aquel que se atreva a escudriñar sus misterios. Al contrario; el que por medio del estudio y de la meditación descubre sus intrincados senderos y vierte la luz sobre esos oscuros caminos, en cuyas sinuosidades tantos hombres perecen, por efecto de su ignorancia del laberinto de la vida, trabaja por el bien de sus semejantes. Karma es una ley absoluta y eterna en el mundo de las manifestaciones; y como sólo puede existir un Absoluto, así como, una Causa eternamente presente, los que creen en Karma no pueden ser tenidos por ateos o materialistas, y menos aún por fatalistas, porque Karma forma un solo todo con lo Incognoscible, del cual es un aspecto, en sus efectos en el mundo fenomenal.”

Expresa otro distinguido escritor teosófico (Objeto de la Teosofía, por A. P. Sinnett):

“Cada individuo, con cada acto y pensamiento diario, está creando Karma bueno o malo, y está al mismo, tiempo agotando en ésta vida el Karma producido por los actos y deseos de la anterior. Cuando vemos personas afligidas por sufrimientos naturales, puede decirse que esos sufrimientos son resultados inevitables de causas originadas por ellas mismas en un nacimiento anterior. Podrá argüirse que como esas aflicciones son hereditarias, nada pueden tener que ver con una encarnación pasada; mas es preciso tener en cuenta que el Ego, el hombre real, la individualidad, no tiene su origen espiritual en la parentela que lo reencarna, sino que es atraído, por las afinidades que su género de vida anterior agrupó alrededor de él, dentro de la corriente que lo lleva, cuando llega la hora del renacimiento, hacia la morada más adecuada para el desarrollo de esas tendencias… Esta doctrina de Karma, bien entendida, guía y auxilia a aquellos que comprenden su verdad, elevando y mejorando su vida; porque no hay que olvidar que no sólo nuestros actos, sino también nuestros pensamientos, atraen segurísimamente un cúmulo de circunstancias que han de influir bien o mal en nuestro porvenir, y lo que es más importante aún, en el porvenir de nuestros semejantes. Si los pecados por omisión o comisión sólo interesasen al Karma del pecador, el hecho tendría menos consecuencias; pero como cada pensamiento y acto en la vida entraña una influencia correspondiente, buena o mala, sobre otros miembros de la familia humana, el sentido estricto de la justicia, la moralidad y la generosidad son necesarios a la felicidad o progreso futuros. Ningún arrepentimiento, por grande que sea, puede borrar los resultados de un crimen ya cometido, o los efectos de un mal pensamiento.

El arrepentimiento, si es sincero, detendrá al hombre impidiéndole volver a caer en sus faltas; pero ni a él mismo, ni a los demás tampoco, puede librar de los efectos ya producidos por aquéllas, que infaliblemente recaerán sobre él, sea en esta vida o en el próximo renacimiento.”

Y añade Mr. F. H. Conelly:

“Los que creen en una religión basada en tal doctrina, desearían que se la comparase con aquella en la que el destino del hombre en la eternidad queda determinado por los accidentes de una vida terrestre, única y corta, durante la cual se lo consuela con la promesa de que, “el árbol yacerá del modo que haya caído”; en la que cuando llega al conocimiento de su perversidad, su mayor esperanza es la doctrina de la remisión, gracias a un vicario propuesto al efecto y en la que hasta esta misma esperanza debe perder, según la profesión de Fe Presbiteriana, que dice:

“Por decreto del Todopoderoso, para la manifestación de su gloria, algunos hombres y ángeles, están predestinados a la vida eterna, y otros ya condenados de antemano a la eterna muerte. “Esos ángeles y esos hombres de tal modo predestinados, quedan ya designados inmutable e individualmente, y tan exacto es su número, que no puede ser aumentado o disminuido… Dios ha designado para la gloria al elegido… Tampoco puede nadie ser redimido, eficazmente llamado, justificado, adoptado, santificado y salvado por Cristo, excepto el elegido. “Dios se complació, de acuerdo con el propio consejo insondable de su voluntad, por efecto del cual concede o niega el perdón, para gloria de su poder soberano sobre sus criaturas, en no cuidarse del resto de la humanidad, y en condenarlo a la deshonra y a la ira por sus pecados, en alabanza de su gloriosa justicia.”

Esto es lo que dice el distinguido defensor de nuestra filosofía. Nada mejor podernos
hacer para terminar este asunto, que imitarlo citando un trozo de un magnífico poema.
Como dice muy bien:

“La exquisita belleza de la descripción de Karma en La Luz de Asia, de Edwin Arnold, nos induce a reproducirla aquí; pero es demasiado larga para darla por entero. Sólo citaremos un trozo de la misma:

Karma –es todo aquel total de un alma
Las cosas que hizo, los pensamientos que tuvo,
Que el “Yo” tejió con trama de tiempo sin fin
Al través de la urdimbre invisible de los actos.
…………………………………………………
Antes del principio y sin fin,
Como el espacio eterno, y como la certeza seguro
Hay un Poder divino que incita al bien;
Y sólo sus leyes duran.

De nadie será despreciado;
El que se opone pierde y el que le sirve gana;
Para el bien oculto con paz y con gloria,
Y el mal escondido con sufrimientos.
Ve en todas partes y todo lo anota;

Si haces bien lo recompensa. Comete un error
Y pagarse debe la retribución justa,
Aunque Dharma se detenga mucho.
No conoce cólera ni perdón; justo en verdad
Llena sus medidas, su exacta balanza pesa.
Los tiempos no son nada; mañana juzgará
………………………………………
Tal es la ley que a la justicia incita,
Que nadie al fin puede torcer o detener;
Su corazón es el amor; su fin
Es la Paz y la dulce consumación. Obedece.”

Y ahora os aconsejo que comparéis nuestro punto de vista teosófico sobre Karma, la ley de retribución, y digáis si no es más filosófico y justo que ese dogma cruel y absurdo que convierte a “Dios” en un despiadado enemigo; en particular la doctrina de que “sólo los elegidos” serán salvados, condenándose el resto a eterna perdición.

PREG. Sí; comprendo vuestra idea general, pero quisiera que me dieseis un ejemplo concreto de la acción de Karma.

TEÓS. Esto no puedo hacerlo. Sólo podemos estar seguros, como antes dije, de que nuestras vidas presentes y circunstancias actuales son el resultado directo de nuestros propios actos y pensamientos en vidas pasadas. Mas los que no somos videntes o iniciados no podemos saber cosa alguna respecto a los detalles sobre el modo de operar de la ley kármica.

PREG. ¿Puede alguien, aun entre los mismos adeptos o videntes, seguir en sus detalles ese proceso kármico de restablecimiento de la armonía?

TEÓS. Seguramente. “Los que saben” pueden hacerlo, mediante el ejercicio de poderes que existen latentes en todos los hombres.

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