EL HOMBRE FÍSICO Y EL ESPIRITUAL

PREG. Celebro saber que creéis en la inmortalidad del alma.

TEÓS. No “del alma”, sino del Espíritu divino; o mejor dicho, en la inmortalidad del Ego que se reencarna.

PREG. ¿Cuál es la diferencia?

TEÓS. Una muy grande en nuestra filosofía; mas ésta es una cuestión demasiado abstracta y difícil para tratarla poco detenidamente y de paso. Hemos de analizarla separadamente primero, y en conjunto después. Podemos principiar por el Espíritu. Decimos que el Espíritu (el “Padre en Secreto” de Jesús), o Âtman, no es propiedad individual del hombre alguno, sino la esencia divina que carece de cuerpo y forma, que es imponderable, invisible e indivisible, aquello que no existe, y sin embargo es, como dicen del Nirvana los buddhistas. Ampara solamente al mortal, pues lo que penetra en él y llena su cuerpo entero son sólo sus omnipresentes rayos o luz proyectada por medio de Buddhi, su vehículo y emanación directa. Ésta es la razón secreta de las afirmaciones de casi todos los antiguos filósofos, cuando decían que “la parte racional del alma del hombre”24 nunca entraba completamente en él, pero que sólo lo amparaba más o menos por medio del alma irracional espiritual o Buddhi”25.

PREG. Estaba en la idea de que sólo el “alma animal” era irracional, no la divina.

TEÓS. Tenéis que aprender la diferencia que existe entre lo que es “irracional” negativa o pasivamente, porque no está diferenciado, y lo que es irracional por ser demasiado activo y positivo. El hombre es una correlación de poderes espirituales, tanto como una correlación de fuerzas químicas y físicas, llamados a funcionar por lo que llamamos “principios”.

PREG. Mucho he leído sobre este asunto, y me parece que las nociones de los antiguos filósofos diferían mucho de las de los kabalistas de la Edad Media, si bien concuerdan en algunos puntos.

TEÓS. La diferencia más substancial entre ellos y nosotros es la que sigue: mientras nosotros creemos, con los neoplatónicos y las doctrinas orientales, que jamás el Espíritu (Âtma) desciende hipostáticamente en el hombre viviente, sino que sólo da su resplandor más o menos intenso al hombre interno (el compuesto psíquico y espiritual de los principios astrales), los kabalistas sostienen que el espíritu humano, separándose
del Océano de luz y del Espíritu Universal penetra en el alma del hombre, donde permanece, durante la vida prisionero en la cápsula astral. Aún sostienen lo mismo todos los kabalistas cristianos, porque no son capaces de romper por completo con sus doctrinas antropomórficas y bíblicas.

PREG. ¿Y qué decís vosotros?

TEÓS. Decimos que sólo admitimos la presencia de la irradiación del Espíritu (o Âtma) en la cápsula astral; y tan sólo en lo que concierne a ese resplandor espiritual.

Decimos que el hombre y el alma han de conquistar su inmortalidad por medio de la ascensión hacia la unidad; con la cual, si logran el éxito, quedarán unidas al fin, y en la que son finalmente absorbidas, por decirlo así. La individualización del hombre después de la muerte depende del espíritu, no de su alma y cuerpo. Aunque la palabra “personalidad”, en el sentido en que se entiende usualmente, es un absurdo si se aplica literalmente a nuestra esencia inmortal, sin embargo esta última es, como Ego nuestro individual, una entidad distinta, inmortal y eterna, per se. Sólo en el caso de tratarse de magos negros o de criminales cuya redención no es posible, criminales que así lo han sido durante una larga serie de vidas, el hilo brillante que une el espíritu al alma personal desde el momento del nacimiento de la criatura, es violentamente roto, y la entidad desencarnada se encuentra divorciada del alma personal, siendo esta última aniquilada, sin dejar en la primera la más leve impresión o rastro de sí misma.

Si esta unión entre el manas inferior, o personal, y el Ego individual que se reencarna no ha sido efectuada durante la vida, entonces tócale al primero la suerte de los animales inferiores, que gradualmente se disuelven en el éter y cuya personalidad es aniquilada; pero aun entonces es el Ego un ser individual. En tal caso sólo pierde un estado devachánico (después de esa vida especial, y en este caso, por cierto, inútil) como personalidad idealizada, y se reencarna casi inmediatamente, después de haber disfrutado por corto espacio de tiempo de su liberación como espíritu planetario.

PREG. Declara “Isis sin Velo” que esos espíritus planetarios o Ángeles, “los dioses de los paganos o los Arcángeles de los cristianos”, jamás serán hombres de nuestro planeta.

TEÓS. Perfectamente. Pero no “estos” de que ahora tratábamos, sino algunas clases de Espíritus Planetarios más elevados, los cuales no serán jamás hombres en este planeta, porque son Espíritus libertados de un mundo primitivo anterior, y como tales, no pueden volver a ser hombres en esta Tierra. Sin embargo, todos éstos vivirán de nuevo en el próximo y mucho más elevado Mahâmanvantara, después de que esta “Gran Edad” y su “pralaya bráhmico” (un pequeño período de 16 cifras de años, poco más o menos) hayan pasado. Pues sabréis, sin duda, que la filosofía oriental nos enseña que la humanidad se compone de tales “Espíritus”, prisioneros en cuerpos humanos. La diferencia existente entre los animales y los hombres consiste en que los primeros están animados potencialmente por los “principios”; y los segundos lo están actualmente 26. ¿Entendéis ahora la diferencia?

PREG. Sí; pero esta especialización ha sido en todas las edades el gran obstáculo de los metafísicos.

TEÓS. Así es. Todo el esoterismo de la filosofía Buddhista está basado sobre esta doctrina misteriosa, comprendida por tan pocas personas y tan completamente falseada por muchos de los más profundos eruditos modernos. Hasta los metafísicos tienden a confundir el efecto con la causa. Un Ego que ha ganado su vida inmortal como espíritu, seguirá siendo el mismo yo interno en todo el curso de sus renacimientos en la Tierra; pero esto no quiere decir necesariamente que haya de seguir siendo el Sr. Smith o Brown que era en la Tierra, y que de lo contrario pierda su individualidad. Por consiguiente, el alma astral y el cuerpo terrestre del hombre pueden en el oscuro más allá ser absorbidos en el Océano cósmico de los elementos
sublimados; el hombre llega a dejar de sentir su último ego personal (si no ha merecido elevarse más) y seguir aún el Ego divino, siendo la misma entidad inalterable, si bien aquella experiencia terrestre de su emanación puede quedar totalmente borrada en el momento de separarse del indigno vehículo.

PREG. Si el “espíritu” o la porción divina del alma es de toda eternidad preexistente como ser determinado, según Orígenes, Sinesio y otros filósofos semicristianos y semiplatónicos enseñaron; y si es la misma alma, metafísicamente objetiva y nada más, ¿cómo puede ser de otra manera más que eterna? ¿Y qué importa en tal caso que un hombre lleve una vida pura o animal si, haga lo que quiera, nunca puede perder su individualidad?

TEÓS. Esa doctrina, conforme acabáis de exponerla, es tan perniciosa en sus consecuencias como lo es la reparación de las faltas por medio de la intervención de un delegado. Si este último dogma, junto con la falsa idea de que todos somos inmortales, hubiese sido demostrado al mundo bajo su verdadero aspecto, su
propagación hubiese mejorado a la humanidad. Permitidme que os vuelva a repetir que Pitágoras, Platón, Timeo de Locres y la antigua Escuela Alejandrina derivaban el alma del hombre (o sus “principios” y atributos más elevados), del Alma Universal del mundo, siendo esta última, según sus enseñanzas, Aether (Pater–Zeus). Ninguno de esos “principios”, por lo tanto, puede ser la esencia pura, sin mezcla, del Monas Pitagórico o de nuestro Âtmâ–Buddhi; porque el Anima Mundi sólo es el efecto, la emanación subjetiva, o mejor dicho, la radiación del Monas. El espíritu humano (la individualidad), el Ego espiritual que se reencarna, y Buddhi, el alma espiritual, son preexistentes.

Pero mientras el primero existe como entidad distinta, o individualización, el alma existe como aliento que preexiste y es parte inconsciente de un todo inteligente. Ambos fueron formados en su origen del Océano Eterno de Luz. Pero, según se expresaron los filósofos del fuego (los teósofos de la Edad Media), hay en el fuego un espíritu visible y otro invisible. Establecían una diferencia entre el ánima bruta y el ánima divina. Empédocles creyó firmemente que todos los hombres y animales poseían dos almas; y vemos que Aristóteles llama a una el alma que raciocina, nouç, y a la otra el alma animal, yuch. Según esos filósofos, el alma que raciocina viene dentro del Alma universal, y la otra, de fuera.

PREC. ¿Llamaríais materia al alma, es decir, al alma humana que piensa, o sea lo que llamáis ego?

TEÓS. Materia no, pero substancia sí, seguramente; ni tampoco rehuiremos la palabra “materia”, siempre que venga unida al adjetivo primordial. Decimos que esta materia es coeterna con el Espíritu y que no es nuestra materia visible, tangible y divisible, sino su sublimación extrema. El Puro Espíritu no es sino un cambio del no espíritu o el Todo absoluto. A menos de admitir que el hombre ha sido evolucionado
de este Espíritu–Materia primordial, y representa una escala regular progresiva de “principios” desde la meta espíritu hasta la materia más grosera, ¿cómo podremos jamás considerar como inmortal al hombre interno y a la vez considerarlo como entidad espiritual y hombre mortal?

PREG. ¿Por qué, entonces, no creéis en Dios como tal entidad?

TEÓS. Porque lo que es infinito e incondicionado no puede tener forma alguna ni puede existir como ser, al menos en ninguna filosofía oriental digna de este nombre.

Una “entidad” es inmortal, mas sólo en su última esencia, no en su forma individual. En el último punto de su ciclo es absorbida en su naturaleza primordial, y se vuelve espíritu mando pierde su nombre de entidad.
Su inmortalidad como forma está limitada únicamente a su ciclo, de vida o al Mahâmanvantara; después de lo cual es una e idéntica con el espíritu Universal, y no ya una entidad separada. En cuanto al alma personal (lo que entendemos como la chispa de conciencia que conserva en el Ego Espiritual la idea del “yo” personal de la última encarnación), subsiste como recuerdo distinto, separado únicamente durante el período devachánico; después del cual es agregada a la serie de otras innumerables encarnaciones del Ego, como el recuerdo en nuestra memoria de un día en una serie de días, al cabo de un año. ¿Limitaréis a condiciones finitas la infinitud que reclamáis para vuestro Dios? Únicamente aquello que está indisolublemente cimentado por Âtma (es decir, Buddhi–Manas) es inmortal.

El alma del hombre (esto es, de la personalidad), per se no es inmortal, ni eterna, ni divina. Dice el Zohar: “El alma, cuando es enviada a esta Tierra, se reviste de un hábito terrenal para preservarse aquí abajo; y del mismo modo recibe arriba una brillante vestidura que la hace capaz de mirar sin daño en el espejo cuya luz procede del Señor de la Luz”. Además, el Zohar enseña que el alma no puede alcanzar la mansión de la gloria hasta haber recibido el “ósculo santo” o reunión del alma con la substancia de la que emanara (el espíritu). Todas las almas son duales y son un principio femenino, mientras que el espíritu es masculino. Encarcelado en el cuerpo, el hombre es una trinidad, a no ser que su corrupción sea tan grande, que cause su divorcio con el espíritu. “Desgraciada el alma que prefiera el himeneo sensual, con su cuerpo terrestre a su divino esposo (el espíritu)”dice un texto de una obra hermética, el Libro de las Claves. ¡Ay de ella, en efecto, porque ningún recuerdo de aquella personalidad quedará registrado en la imperecedera memoria del Ego!

PREG. ¿Y cómo aquello que si no ha sido dado por Dios al hombre, según vuestra propia confesión, es de idéntica substancia que lo divino, puede dejar de ser inmortal?

TEÓS. Cada átomo y parte de materia, así como de substancia, es imperecedero en su esencia, mas no en su conciencia individual. La inmortalidad sólo es la propia conciencia no interrumpida, y difícilmente puede la conciencia personal durar más tiempo que la personalidad misma. Esta conciencia, como ya os dije, sobrevive tan sólo durante el período devachánico, después del cual es reabsorbida en la conciencia individual primero y en la universal después.

Preguntad a vuestros teólogos por qué han alterado tan profundamente las escrituras judaicas. Leed la Biblia, si queréis tener una buena prueba de que especialmente los escritores del Pentateuco y del Génesis jamás consideraron a nephesh, el soplo con que Dios dotó a Adán (Gén. cap. II, 7), como alma inmortal. He aquí algunos ejemplos: –”Y Dios creó… a cada nephesh (vida), que se mueve” (Gén. I, 21), refiriéndose a los animales; y dice el Génesis (II, 7): “Y el hombre se volvió un Nephesh” (alma viviente), lo que demuestra que la palabra nephesh se aplicaba indiferentemente tanto al hombre inmortal como al animal mortal. “Y seguramente os pediré la sangre de vuestro nepheshim (vidas); lo pediré a cada animal y al hombre” (Gén. IX, 5. “Huye por tu nephesh” (Gén. XIX, 17). “No le matemos”, dice la versión inglesa (XXXVII, 21). “No matemos a su nephesh”, dice el texto Hebraico. “Nephesh por nephesh”, dice el Levítico. “Aquel que mate a cualquier hombre será seguramente muerto”; literalmente, “Aquel que mate al nephesh de un hombre” (Lev. XXIV, 17). “Y el que mata a un animal (nephesh) tiene que pagarlo… Animal por animal”, en vez del texto que dice: “nephesh por nephesh”. ¿Cómo podría el hombre matar lo que es
inmortal? Y esto también explica por qué los saduceos negaban la inmortalidad del alma; como también prueba que, muy probablemente, los judíos mosaicos (los no iniciados al menos) jamás creyeron en la supervivencia del alma.
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24 Significando la palabra “racional”, en su sentido genérico, algo que emana de la Sabiduría Eterna.
25 Irracional en el sentido de que, como pura encarnación de la Mente Universal, no puede tener en este
plano de materia razón alguna individual propia; pero como la Luna, que recibe su luz del Sol y su vida de
la Tierra, así también Buddhi, recibiendo su luz de sabiduría de Atma, alcanza sus cualidades racionales de
Manas. Carece per se, como cosa homogénea, de atributo alguno.
26 Véase Doctrina Secreta, vol. II (Comentarios)

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