PREG. Si la Propia conciencia sobrevive a la muerte por regla general, ¿por qué ha de haber excepciones?

TEÓS. En los principios fundamentales del mundo espiritual no es posible excepción alguna. Pero existen leyes para los que ven, y leyes para aquellos que prefieren permanecer ciegos.

PREG. Esto lo comprendo perfectamente. Sólo se trata en este caso de la aberración del hombre ciego, que niega la existencia del Sol porque no lo ve. Mas, después de la muerte, sus ojos espirituales lo obligarán seguramente a ver. ¿Es esto lo que queréis decir?

TEÓS. Ni se lo obligará ni verá nada. Habiendo negado con persistencia, durante la vida, la continuación de la existencia después de la muerte, no podrá verla; porque habiendo sido reprimidas sus facultades espirituales durante la vida, no pueden desarrollarse después de la muerte, y permanecerá ciego. Al insistir en que debe ver, os referís, evidentemente, a una cosa y yo a otra. Habláis del espíritu del Espíritu, de la llama de la Llama (de Âtma, en una palabra), y lo confundís con el alma humana, Manas… Veo que no me comprendéis; trataré de explicarme con toda la claridad posible.
El punto capital que encierra vuestra pregunta es saber si tratándose de un materialista completo, es posible la pérdida de la propia conciencia y propia percepción después de la muerte. ¿No es esto? Y yo contesto: es posible.

Porque creyendo firmemente en nuestra Doctrina Esotérica, que habla del período post mortem, o intervalo entre dos vidas o nacimientos, como de un estado simplemente transitorio, digo: aunque el intervalo entre dos actos del drama ilusorio de la vida dure un año o un millón de ellos, puede ese estado post mortem, sin quebrantar en nada la ley fundamental, ser precisamente el mismo que el de un hombre en estado de síncope
profundo.

PREG. Pero, puesto que acabáis de decir que las leyes fundamentales del estado post mortent no admiten excepciones, ¿cómo puede ser esto?

TEÓS. No digo que admita excepción alguna; mas la ley espiritual de continuidad sólo se aplica a las cosas verdaderamente reales. Para aquel que ha leído y comprendido el Mundakya Upanishad y el Vedanta–Sara, todo esto resulta muy claro. Aun diré más: basta comprender el significado de Buddhi y el dualismo de Manas para entender claramente por qué puede el materialista perder la propia conciencia después de la muerte. Como Manas, en su aspecto inferior, es el centro de la inteligencia terrestre, sólo puede dar aquella percepción del Universo que está basada en la evidencia de esa inteligencia; no puede darnos la visión espiritual.
Dice la escuela Oriental que entre Buddhi y Manas (el Ego), o Iswara y Pragna44, no hay más diferencia, en realidad, que la que existe entre un bosque y sus árboles, un lago y sus aguas, según enseña el Mundakya. Un centenar o varios centenares de árboles muertos por falta de vitalidad o arrancados de cuajo no impiden, sin embargo, que el bosque siga siendo un bosque.

PREG. Pero, si lo entiendo bien, Buddhi, en esta comparación, representa al bosque, y Manas–Taijasa 45 a los árboles.  Y si Buddhi es inmortal, ¿cómo puede aquello que es semejante al mismo Buddhi, es decir, Manas–Taijasa, perder por completo su conciencia hasta el día de la nueva encarnación? No puedo comprenderlo.

TEÓS. No podéis, porque mezcláis una representación abstracta del todo, con sus cambios de forma accidentales. Tened presente que si puede decirse de Buddhi–Manas que es incondicionalmente inmortal, no puede decirse lo mismo del Manas inferior, y mucho menos de Taijasa, que es meramente un atributo. Ninguno de los dos, Manas ni Taijasa, puede existir separado de Buddhi, el alma divina; porque Manas es en su aspecto inferior un atributo calificativo de la personalidad terrestre, y Taijasa es el mismo Manas, sólo que con la luz de Buddhi reflejada en él. A su vez, Buddhi sólo sería un espíritu personal sin este elemento prestado por el alma humana que lo condiciona y hace de él, en este Universo ilusorio, como si fuese una cosa separada del alma universal, durante todo el período del ciclo de encarnación.

Digamos, más bien, que Buddhi–Manas no puede ni morir ni perder en la Eternidad su propia conciencia una ni el recuerdo de sus encarnaciones anteriores, en las que el alma espiritual y el alma humana estuvieron íntimamente ligadas. Mas no sucede así tratándose de un materialista, cuya alma humana no sólo no recibe nada del alma divina, sino que se niega a reconocer la existencia de esta última. Difícilmente podréis aplicar este axioma de la inmortalidad a los atributos y cualidades del alma humana, pues sería lo mismo que decir que porque vuestra alma divina es inmortal, es también inmortal la frescura de vuestras mejillas, cuando esta frescura, lo mismo que Taijasa, es sencillamente un fenómeno transitorio.

PREG. ¿Os referís a que no debemos confundir en nuestra mente el noúmeno con el fenómeno, la causa con su efecto?

TEÓS. Sí; y repito que el resplandor del mismo Taijasa, limitado a Manas o al alma humana sola, se convierte en una mera cuestión de tiempo; porque, después de la muerte, la inmortalidad y la conciencia se convierten, para la personalidad terrestre del hombre, simplemente en atributos condicionados, ya que dependen por completo de las condiciones y creencias creadas por el alma humana misma durante la vida de su cuerpo. Karma obra incesantemente; recogemos después de nuestra vida sólo el fruto
de aquello que nosotros mismos hemos sembrado en ésta.

PREG. Si después de la destrucción de mi cuerpo puede encontrarse sumido mi Ego en un estado de inconsciencia completa, ¿dónde tendrá lugar el castigo por los pecados cometidos durante mi vida pasada?

TEÓS. Nuestra filosofía enseña que sólo encuentra el Ego el castigo kármico en su próxima encarnación. Después de la muerte sólo recibe el premio de los sufrimientos inmerecidos que durante su pasada encarnación experimentó46. Todo el castigo después de la muerte, hasta para un materialista, consiste, por lo tanto, en no recibir recompensa alguna y en la pérdida total de la conciencia de la propia felicidad y descanso. Karma es hijo del Ego terrestre, el fruto de las acciones del árbol que resulta la personalidad objetiva visible para todos, así como el fruto de todos los pensamientos y hasta de los motivos del “Yo” espiritual; pero también es Karma la madre cariñosa y tierna que cura las heridas infligidas por ella durante la vida anterior; sin torturar a aquel Ego causándole nuevos sufrimientos. Si se puede decir que no existe sufrimiento alguno, mental o físico, en la vida de un mortal, que no sea fruto y consecuencia directa de algún pecado cometido en una previa existencia; por otra parte, no conservando el hombre el menor recuerdo de ello en su vida actual, considera que no merece tal castigo y que está sufriendo por un crimen que no ha cometido.

Basta esto para que el alma humana tenga derecho al consuelo, descanso y bienaventuranza más completos, en su existencia post mortem. Siempre se presenta la muerte para nuestros Egos espirituales como salvadora y amiga. Para el materialista que a pesar de su materialismo no fue malo, será el intervalo entre las dos vidas
semejante al sueño tranquilo y no interrumpido de un niño, bien sea libre enteramente de ensueños o lleno de imágenes de las que no tendrá percepción definida; mientras que para el mortal ordinario será un sueño tan vivo y animado como la vida misma, y lleno de felicidad y visiones reales.

PREG. ¿Entonces el hombre personal siempre continuará sufriendo ciegamente las penalidades en que el Ego incurrió?

TEÓS. No del todo así. En el momento solemne de la muerte, todo hombre, aun cuando la muerte sea repentina, ve trazado ante sus ojos y en sus menores detalles el itinerario de su pasada vida. Durante un corto instante, el ego personal se funde con el Ego individual, omnisciente, formando con éste uno solo. Pero basta ese instante para revelarle toda la cadena de causas puestas en acción durante su vida. Se contempla y
comprende entonces a sí mismo, tal cual es, descarnado de toda adulación y propias ilusiones. Lee en su vida cual espectador que dirige la mirada hacia el mundo que está abandonando, y siente entonces la justicia de todos cuantos sufrimientos ha experimentado.

PREG. ¿Sucede esto a todo el mundo?

TEÓS. Sin excepción alguna. Nos enseñan que los hombres muy santos y buenos ven no sólo la vida que están dejando, sino hasta varias vidas anteriores, en que se produjeron las causas que hicieron de ellos lo que eran en la vida que en ese momento abandonan. Reconocen la ley de Karma en toda su majestad y justicia.

PREG. ¿Existe algo que corresponda a esto antes del renacimiento?

TEÓS. Sí. Así como el hombre a la hora de la muerte tiene una visión retrospectiva profunda de la vida que ha llevado, así también el Ego, en el momento de renacer en la Tierra, despertándose del estado de Devachán, tiene una visión previsora de la vida que lo espera, y considera todas las causas que a ella lo han llevado. Se da cuenta y ve el futuro, porque entre el Devachán y el renacimiento es cuando recupera el Ego toda su conciencia manásica, y vuelve a ser por un momento el Dios que era antes de que, en cumplimiento de la ley Kármica, descendiese por primera vez en la materia y encarnase en el primer hombre de carne. El “hilo de oro” contempla todas sus “perlas” y no pierde ninguna de ellas.
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44 Îswara es la conciencia colectiva de la Deidad manifestada, Bramâ, es decir, la conciencia colectiva de la
Hueste de los Dhyân Chohans (véase, Doctrina Secreta ); y Pragna es la sabiduría individual de éstos.
45 Taijasa significa el radiante, por efecto de su unión con Buddhi; es decir, Manas, el Alma humana, iluminada por la radiación del alma divina. Por consiguiente, Manas–Taijasa puede describirse como la
mente radiante, la razón humana iluminada por la luz del espíritu; y Buddhi–Manas es la revelación del intelecto divino plus el intelecto y propia conciencia humana.
46 Algunos teósofos han puesto reparos a esta frase; pero las palabras son del Maestro, y el sentido unido a la palabra “inmerecidos” es el que he dado antes. En el folleto número 6, de la T.P.S. (Sociedad Teosófica de Publicación), se empleaba una frase con la misma idea, de que después se hizo una crítica en el Lucifer. En la forma era desgraciada y se prestaba a la crítica que se hizo de ella; pero la idea esencial era que los hombres sufren a menudo por efecto de las acciones llevadas a cabo por otros; efecto que no forma parte estrictamente de su propio Karma; y, como es natural, merecen la compensación de estos sufrimientos.

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