PREG. ¿ Tenéis en vuestra Sociedad algunas leyes o cláusulas prohibitivas aplicables a los teósofos?
TEÓS. Muchas; aunque, ¡ay!, ninguna es obligatoria. Ellas expresan el ideal de nuestra
organización; pero nos vemos obligados a confiar a la discreción de los mismos miembros
su aplicación práctica. Desgraciadamente, tal es el estado mental de los hombres en el siglo
presente, que si no consintiésemos en dejar que estas cláusulas fuesen consideradas como
anticuadas, por decirlo así, ningún hombre o mujer se atrevería a entrar en la Sociedad
Teosófica. Precisamente por esta razón me veo obligada a insistir tanto sobre la diferencia
que existe entre la verdadera Teosofía y su vehículo laborioso, bien intencionado, pero
todavía indigno, la Sociedad Teosófica.
PREG. ¿Podéis decirme cuáles son los peligrosos escollos que se encuentran en la alta mar de la
Teosofía?
TEÓS. ¡Bien podéis llamarlos escollos, porque más de un sincero y honrado M. S. T.59
ha visto estrellarse en ellos su nave! Y, sin embargo, parece lo más fácil de este mundo
evitar ciertas cosas. Os expondré una serie de semejantes deberes teosóficos negativos,
que ocultan los positivos. Par ejemplo: ningún teósofo debe permanecer callado cuando
oiga hablar mal o calumniar a la Sociedad o a personas inocentes, sean éstas o no sus
colegas.
PREG. Pero suponed que lo que uno oye sea verdad, o pueda ser cierto sin que uno lo sepa.
TEÓS. Entonces debe pedir pruebas de lo que se afirma, y oír a las dos partes
imparcialmente, antes de permitir que la acusación quede impune. No tiene derecho a creer
en el mal hasta que no posea una prueba innegable de la exactitud de lo afirmado.
PREG. ¿Y qué debe hacerse en ese caso?
TEÓS. Tener compasión e indulgencia; la caridad y la longanimidad siempre debieran
encontrarnos dispuestos a excusar a nuestros hermanos pecadores, y a juzgar lo más
benévolamente posible a los que yerran. Jamás debiera un teósofo olvidar las
imperfecciones y flaquezas de la naturaleza humana.
PREG. En tales casos, ¿debe perdonar enteramente?
TEÓS. En todos los casos; particularmente cuando la víctima es él.
PREG. Pero si obrando de este modo se expone a ofender a otras personas o consiente que se las
perjudique, ¿qué debe hacer entonces?
TEÓS. Cumplir con su deber; hacer aquello que su conciencia y naturaleza superior le
sugieran, pero después de madura deliberación. La justicia consiste en no ofender a ser
viviente alguno; pero también nos impone no permitir jamás que se perjudique a la mayoría
o a una persona inocente, consintiendo la impunidad del culpable.
PREG. ¿Cuáles son las demás cláusulas negativas?
TEÓS. Ningún teósofo debe contentarse con una vida ociosa o frívola, que no le reporta
ningún verdadero bien, y menos lo produce a los demás. Debe trabajar en beneficio de
aquellos pocos que necesiten de su ayuda, si se siente incapaz de luchar por la humanidad en
general, contribuyendo así al progreso de la causa teosófica.
PREG. Esto requiere una naturaleza excepcional, y a ciertas personas les sería muy difícil.
TEÓS. Más le valiera, entonces, no formar parte de la Sociedad Teosófica, que navegar
bajo una falsa bandera. A nadie se le exige dar más de lo que puede, ya sea en devoción,
tiempo, trabajo o dinero.
PREG. ¿Qué más?
TEÓS. Ningún teósofo debe prestar demasiada importancia a sus progresos
personales en los estudios teosóficos; pero debe estar dispuesto a trabajar con todas sus
fuerzas por los demás. No debe dejar que carguen unos pocos trabajadores leales con todo
el peso y responsabilidad del movimiento teosófico. Cada miembro debiera considerar de
su deber participar como pueda en la obra común y contribuir a ella por todos los medios
que estén a su alcance.
PREG. Esto es muy justo; ¿y después?
TEÓS. No debe un teósofo colocar su vanidad o sentimiento personales sobre los de su
Sociedad como corporación. Al que sacrifica la reputación de esta última, o la de otras
personas en aras de su vanidad, provecho u orgullo personales, no se le debiera consentir
que siga formando parte de la Sociedad, Un miembro canceroso enferma al cuerpo entero.
PREG. ¿Es deber de todo miembro enseñar y predicar la Teosofía a los demás?
TEÓS. Seguramente. Ningún miembro tiene derecho a permanecer ocioso, con la excusa
de que sabe demasiado poco para enseñar. Porque siempre debe estar seguro de que
hallará otros que saben aún menos que él. Hasta que no empieza un hombre a enseñar a los
demás, no descubre su propia ignorancia, y entonces es cuando se esfuerza en combatirla.
Mas ésta es cláusula secundaria.
PREG. ¿Cuál es, pues, el más importante de los deberes teosóficos negativos?
TEÓS. Estar siempre dispuesto a reconocer, y confesar las propias faltas. Pecar más bien
por una exagerada alabanza de los esfuerzos de nuestro prójimo, que por una apreciación
insuficiente de los mismos. No difamar a espaldas suyas o calumniar a otra persona que no
está presente. Decir siempre abierta y directamente, cara a cara, los motivos de queja que
se tengan. No hacerse eco jamás de cualquier cosa que pueda oírse en contra de una
persona, ni alimentar sentimiento de venganza alguno contra los que nos ofendan.
PREG. Es a menudo expuesto decir la verdad cara a cara. ¿No os parece? Conozco a un
miembro de la Sociedad Teosófica que se ofendió muchísimo, abandonó la Sociedad y se convirtió en
su mayor enemigo sólo porque le dijeron algunas verdades desagradables cara a cara y lo
censuraron por ellas.
TEÓS. De éstos hemos tenido muchos. Ningún miembro, sea importante o
insignificante, ha dejado jamás, al separarse de nosotros, de convertirse en nuestro
declarado enemigo.
PREG. ¿Cómo explicáis esto?
TEÓS. Muy sencillamente. En la mayoría de los casos, habiéndose consagrado a la
Sociedad con mucho ardor al principio, y habiendo prodigado a ésta las más exageradas
alabanzas, la única excusa posible a que puede recurrir un apóstata para explicar su conducta
y su ceguera es presentarse como víctima inocente engañada, volviendo así contra la Sociedad
en general, y sus jefes en particular, las censuras de que ha sido objeto. Esas personas se
parecen a aquel hombre de la antigua fábula que, teniendo la cara torcida, rompió el espejo
diciendo que reflejaba imperfectamente su semblante.
PREG. Pero ¿por qué motivo atacan a la Sociedad?
TEÓS. Casi siempre por vanidad ofendida en una forma u otra. Generalmente, porque su
dictamen y consejos no se consideran como decisivos y de peso; o bien porque pertenecen
a esa clase de personas que preferirían reinar en el infierno a servir en el cielo; en una
palabra: porque no pueden soportar no ser los primeros en todo. Por ejemplo, un
miembro –un verdadero “Don Oráculo”– criticaba y difamaba casi a todo miembro de la
Sociedad Teosófica, dirigiéndose lo mismo a los de afuera que a los teósofos, bajo pretexto
de que todos eran antiteosóficos, censurándolos por lo que él mismo estaba haciendo siempre.
Al fin salió de la Sociedad, dando por motivo su profunda convicción de que éramos todos
(los fundadores especialmente) ¡impostores! Otro, después de haber intrigado por todos
los medios posibles para que se lo colocase al frente de una sección importante de la
Sociedad, viendo que los miembros se oponían a ello, volvió sus armas contra los
fundadores de la Sociedad Teosófica y se convirtió en su más encarnizado enemigo,atacando, siempre que podía, a uno de aquellos simplemente porque no pudo ni quiso
imponerlo a los miembros. Era sencillamente un caso violento de vanidad ofendida. Otro
quería practicar la magia negra, y virtualmente así lo hizo; es decir, ejercer ilícitamente su
influencia psicológica personal sobre ciertos miembros, pretendiendo practicar al mismo
tiempo la devoción y todas las virtudes teosóficas. Habiendo encontrado oposición y
habiéndose puesto fin a este estado de cosas, rompió con la Teosofía; y ahora calumnia a
los desgraciados jefes del modo más violento, esforzándose en destruir la Sociedad y
manchando la reputación de aquellos que no se dejaron engañar por tan “digno” miembro.
PREG. ¿Qué se hace con gente semejante?
TEÓS. Abandonarlos a su Karma. Porque abre mal una persona, no es motivo para que
los demás hagan lo mismo.
PREG. Volvamos a la calumnia. ¿Dónde está la línea de demarcación que separa la difamación
de la justa crítica? ¿No es un deber poner a nuestros amigos y prójimos en guardia contra los que
sabemos son asociados peligrosos?
TEÓS. Si dejando a estos últimos impunes puede perjudicarse a otras personas, es
seguramente nuestro deber evitar el peligro, previniéndolos privadamente. Pero ya sea
exacta o falsa, jamás debe propagarse entre el público una acusación contra otra persona. Si
es cierta, y cuando sólo el pecador resulta perjudicado, abandóneselo a su Karma. Si es
falsa, entonces no se habrá contribuido a aumentar la injusticia en el mundo. Por lo tanto,
guárdese silencio, respecto a esas cosas, con toda persona que no este directamente
interesada en ellas. Pero si la discreción y el silencio pueden perjudicar o poner en peligro
a otros, entonces dígase la verdad a toda costa; y digo con Annesly: “Consulta el deber, no
los acontecimientos”. Casos existen en que por fuerza hay que exclamar: “Perezca la
discreción antes de consentir que se anteponga al deber”.
PREG. Paréceme que si aplicáis esas máximas os espera una serie de disgustos.
TEÓS. Y en efecto, así sucede. Hemos de reconocer que nos hallamos ahora tan
expuestos a los insultos como lo estaban los primeros cristianos. “¡Mirad cuánto se
quieren esos teósofos unos a otros!, puede decirse ahora de nosotros sin la menor
injusticia.
PREG. Puesto que admitís que existen tantas difamaciones, calumnias y disputas, si no más, en la
Sociedad Teosófica que en las Iglesias Cristianas, sin contar las Sociedades Científicas, ¿ qué clase de
Fraternidad es ésa?
TEÓS. Una muestra bien pobre, en verdad, en cuanto al presente; y mientras no se le
pase por una criba y se reorganice, nada mejor que las demás. Acordaos, sin embargo, de
que la naturaleza humana es la misma en la Sociedad Teosófica que fuera de ella. Sus
miembros no son santos; todo lo más, son pecadores que tratan de obrar mejor, pero que
están expuestos a caer por su debilidad personal. Añadid a esto que nuestra “Hermandad”
no es una corporación reconocida o sancionada, y que se encuentra, por decirlo así, al
margen de la acción jurídica. Se halla, además, en un estado caótico, y es más injustamente
impopular que ninguna otra Asociación. ¡Qué tiene de extraño, por lo tanto, que aquellos
miembros incapaces de practicar su ideal vayan a buscar, después de haber abandonado la Sociedad, protección simpática entre nuestros enemigos, confiando a sus oídos, por demás
complacientes, sus odios y rencores! Sabiendo que han de hallar auxilio, simpatía y una
credulidad pronta a admitir toda clase de acusaciones, por absurdas que sean, que les
convenga lanzar contra la Sociedad Teosófica, se apresuran a hacerlo, y descargan su ira
contra el inocente espejo que con demasiada fidelidad reflejó sus facciones. Jamás perdona
la gente a aquellos a quienes ofendió. El sentimiento de la bondad recibida y pagada con la
ingratitud, la conduce a un furor de justificación personal, ante el mundo y ante su propia
conciencia. Al mundo le falta tiempo para creer cualquier cosa que se refiera en contra de
una Sociedad que odia. En cuanto a la propia conciencia… pero no quiero añadir más,
temiendo haber dicho ya demasiado.
PREG. No me parece muy envidiable vuestra posición.
TEÓS. No lo es, en efecto. Mas, ¿no creéis que algo muy noble, muy elevado, muy
verdadero, ha de haber en el fondo de la Sociedad y de su filosofía, cuando aún continúan
trabajando por ella con todas sus fuerzas los jefes y fundadores del movimiento? Sacrifican
por ella todo bienestar, toda prosperidad mundana, todo éxito; su buen nombre y
reputación; y ¡ay!, hasta su honra misma, para ser objeto, en cambio, de la murmuración
incesante, de la persecución implacable, de la calumnia obstinada, de la ingratitud constante;
para ver que sus más nobles esfuerzos son mal interpretados, y para recibir ofensas de
todas partes, cuando abandonando su obra se librarían inmediatamente de toda
responsabilidad y se verían escudados contra todo nuevo ataque.
PREG. Confieso que tanta perseverancia me parece asombrosa, y no comprendo la razón de
tales sacrificios.
TEÓS. No será por beneficio personal, creedlo; únicamente por la esperanza de enseñar
a unos pocos individuos a trabajar en nuestra obra por la humanidad, con arreglo al plan
original, el día que hayan muerto y desaparecido los fundadores. Éstos han encontrado ya,
para llenar su puesto, unas pocas almas nobles y leales. Gracias a estos pocos, las
generaciones venideras hallarán el sendero que conduce a la paz algo más libre de espinas y
de abrojos; el camino algo más ancho; y así tantos sufrimientos habrán producido buenos
resultados, y su propio sacrificio no habrá sido vano. Por ahora, el objeto principal,
fundamental, de la Sociedad, es sembrar semillas en los corazones de los hombres; semillas
que puedan germinar a su tiempo, y bajo circunstancias más propicias, llevarnos a una
reforma saludable, capaz de ofrecer a las masas mayor felicidad que la que hasta ahora han
conocido.
H.P.B