PREG. He oído a algunos Teósofos hablar de un hilo dorado, en el cual están en hebradas sus vidas. ¿Qué quieren decir con esto?

TEÓS. Dicen los libros sagrados hindúes que lo que está sujeto a la encarnación periódica es el Sutrâtmâ, que significa literalmente el “Alma Hilo”. Es un sinónimo del Ego que se reencarna (Manas unido a Buddhi), que absorbe los recuerdos manásicos de todas nuestras vidas anteriores. Se lo llama así porque del mismo modo que las perlas en un hilo, así están ensartadas en aquel hilo las largas series de vidas humanas.
En algunos Upanishad, esos renacimientos repetidos son comparados a la vida de un mortal, que oscila periódicamente entre el sueño y la vigilia.

PREG. Debo decir que no me parece esto muy claro, y voy a explicaros por qué. Para el hombre que se despierta, comienza otro día; mas ese hombre es en cuerpo y alma el mismo que el día anterior; mientras que en cada encarnación tiene lugar un cambio completo, no sólo en la envoltura externa, sexo y personalidad, sino en las capacidades mentales y psíquicas. No me parece muy correcta la comparación.
El hombre que se despierta, recuerda claramente lo que hizo la víspera, la antevíspera y hasta meses y años antes.  Pero ninguno de nosotros guarda el menor recuerdo de una vida anterior o de cualquier hecho o acontecimiento relacionado con ella… Puedo olvidar por la mañana lo que he soñado durante la noche; pero, sin embargo, sé que he dormido y tengo la seguridad de que he vivido mientras dormía. ¿Pero qué recuerdo puedo tener de mi encarnación pasada, hasta el momento de la muerte? ¿Cómo conciliáis esto?

TEÓS. Algunas personas se acuerdan durante la vida de sus pasadas encarnaciones; pero estas personas son Buddhas e Iniciados. Es lo que los yoguis llaman sammasambuddha, o conocimiento de las series enteras de las propias encarnaciones pasadas.

PREG. Pero ¿cómo podremos nosotros, el común de los mortales, que no hemos alcanzado el sammasambuddha, comprender ese caso?

TEÓS. Estudiándolo y tratando de comprender más exactamente el carácter del sueño y las tres clases del mismo. Tanto para el hombre como para el animal, el sueño es una ley general e inmutable; pero existen distintas clases de sueño, y ensueños y visiones aún más diferenciadas.

PREG. Esto nos aparta de nuestro presente objeto. Volvamos al materialista, que aunque no niega los sueños, porque difícilmente podría hacerlo, rechaza, sin embargo, la inmortalidad en general y la supervivencia de su propia individualidad.

TEÓS. Y tiene razón el materialista, aunque sin darse cuenta de ello. Para aquel que no tiene la percepción interna, la fe en la inmortalidad de su alma, jamás podrá ésta convertirse en Buddhi–Taijasa. Seguirá siendo Manas simplemente y para Manas solo no hay inmortalidad posible. Para poder vivir conscientemente en el mundo futuro ha de creer uno primeramente en aquella vida durante la existencia terrestre.
Toda la filosofía relativa a la conciencia e inmortalidad post mortem del alma está basada en esos dos aforismos de la Ciencia Secreta. Siempre es pagado el Ego según sus merecimientos. Empieza para él, después de la disolución del cuerpo un período de completa conciencia, un estado de caóticos ensueños o un sueño enteramente libre de ensueños, semejante al aniquilamiento; y éstas son las tres clases del sueño.
Si hallan nuestros fisiólogos la causa de los ensueños y de las visiones en la preparación inconsciente de los mismos durante la vigilia, ¿por qué no se habría de admitir lo mismo respecto a los ensueños post mortem?
Lo repito: la muerte es un sueño.

Después de la muerte empieza a tener lugar ante los ojos espirituales del alma una representación correspondiente al programa aprendido y que con mucha frecuencia ha sido compuesto por nosotros mismos: la realización práctica de las creencias correctas o de las ilusiones que fueron creadas por nosotros. El Metodista será Metodista; el Musulmán será Musulmán, por algún tiempo al menos, en un paraíso de insensatos, creado según el gusto de cada cual. Tales son los frutos post mortem del árbol de la vida. Nuestra creencia o incredulidad del hecho de la inmortalidad consciente es incapaz, naturalmente, de ejercer influencia alguna sobre la realidad incondicionada del hecho en sí, puesto que existe; pero la creencia o incredulidad en aquella inmortalidad como propiedad de entidades independientes o separadas no puede dejar de prestar color a aquel hecho, en su aplicación a cada una de esas entidades. ¿Empezáis ahora a entenderlo?

PREG. Creo que sí. Rechazando el materialista todo aquello que no puede serle probado por medio de sus cinco sentidos, o por el razonamiento científico, basado exclusivamente en los datos que le pueden proporcionar esos sentidos, a pesar de su insuficiencia, y no admitiendo manifestación espiritual alguna, acepta la vida como la única existencia consciente. Por lo tanto, su vida futura corresponderá a sus creencias. Perderá su Ego personal y se sumergirá en un sueño vacío, hasta un nuevo despertar. ¿No es esto?

TEÓS. Casi. Tened presente la doctrina verdaderamente universal de las dos clases de existencia consciente: la terrestre y la espiritual. Por el hecho de ser esta última habitada por la Mónada eterna, inmutable e inmortal, debe considerarse como real; mientras que el Ego que encarna se reviste de vestiduras enteramente diferentes de aquellas que en sus encarnaciones anteriores llevara, y en las que, a excepción de su prototipo espiritual, todo está sometido a un cambio tan radical, que no deja rastro alguno.

PREG. ¿Cómo es esto? ¿Puede perecer mi “Yo” consciente terrestre no sólo por un tiempo limitado, como la conciencia del materialista, sino tan completamente, que no quede rastro alguno del mismo?

TEÓS. Según nos enseña la doctrina, debe perecer por completo excepto el principio que, habiéndose unido a la Mónada, se ha convertido en esencia espiritual, pura e indestructible, no formando con ella más que uno en la Eternidad. Pero tratándose de un materialista absoluto, en cuyo “yo” personal jamás se ha reflejado Buddhi alguno, ¿cómo ha de llevar este último siquiera una partícula de aquella personalidad terrestre a la Eternidad? El “yo” espiritual es inmortal, mas sólo puede conducir a la Eternidad aquella parte del yo actual que se ha hecho digna de la inmortalidad, esto es, sólo el aroma de la flor tronchada por la muerte.

PREG. Corriente. ¿Pero y la flor o el “yo” terrestre?

TEÓS. La flor, como todas las flores pasadas y futuras que han brotado y brotarán en la rama madre (el Sutrâtmâ), hijas todas de un mismo tronco o Buddhi se convertirá en polvo. Vuestro presente “Yo” no es, como sabéis, el cuerpo que está en este momento delante de mí, ni aun lo que yo llamaría Manas–Sutratma, sino Sutratma–Buddhi.

PREG. Pero esto de ninguna manera me explica por qué llamáis inmortal, infinita y real a la vida que sucede a la muerte, y mero fantasma o ilusión a la vida terrestre, puesto que hasta esa vida post mortem es limitada, aunque sean sus límites mucho más amplios que los de la vida terrestre.

TEÓS. Sin duda. El Ego espiritual del hombre se mueve en la eternidad como un péndulo, entre las horas del nacimiento y de la muerte. Pero si bien esas horas marcan los períodos de la vida terrestre y de la vida espiritual, son limitadas en su duración, y el número mismo de aquellos períodos en la Eternidad, entre el sueño y el despertar, la ilusión y la realidad, tiene su principio y su fin, por otra parte, el peregrino espiritual es eterno. Así que las horas de su vida post mortem, en nuestro concepto, son la única realidad, cuando, desencarnado, se encuentre frente a frente con la verdad y no con las apariencias falaces de sus existencias transitorias terrestres (durante el período de peregrinación que llamamos “el ciclo de renacimientos”).
Tales intervalos, a pesar de su limitación, no impiden al Ego continuar perfeccionándose siempre, aunque gradual y lentamente, sin desviarse del camino que conduce a su última transformación, en que el Ego, habiendo alcanzado su objetivo, se convierte en un ser divino. Estos intervalos y etapas ayudan a conseguir el resultado final, en vez de retardarlo; y sin ellos jamás podría el Ego divino alcanzar su meta. Ya me he servido antes de un ejemplo familiar, al comparar el Ego a la individualidad de un actor y sus numerosas y distintas encarnaciones, a los papeles que representa. ¿Consideraríais esos papeles o los trajes apropiados a los mismos como formando la individualidad del actor? El Ego, del mismo modo que el actor, está obligado, durante el ciclo de necesidad, a representar, hasta llegar al umbral de Paranirvâna, muchos papeles que pueden disgustarlo y molestarlo.

Pero así como la abeja recoge la miel de cada flor, dejando lo demás para alimento de los gusanos de la tierra, de igual modo obra nuestra individualidad espiritual, ya la llamemos Sutrâtmâ o Ego. Recogiendo de cada personalidad terrestre, en que Karma lo obliga a reencarnarse, sólo el néctar de las cualidades espirituales, y la propia conciencia, forma de todas ellas un todo, y surge de su crisálida como Dhyân Chohan glorificado. Tanto peor para aquellas personalidades terrestres de las que nada haya podido recoger. Semejantes personalidades no pueden, de seguro, sobrevivir conscientemente a su existencia terrestre.

PREG. Según se desprende de lo que decís, para la personalidad terrestre es condicional la inmortalidad. ¿No es la inmortalidad por sí misma incondicional?

TEÓS. De ningún modo. Mas no puede la inmortalidad alcanzar a lo no existente: para todo lo que existe como SAT, o emana de SAT, la inmortalidad y la Eternidad son absolutas. La materia es el polo opuesto del espíritu, y, sin embargo, ambos no forman más que uno.
La esencia de todo esto, es decir, el Espíritu, la Fuerza y la Materia, o sea los tres en uno, no tiene fin, como tampoco tiene principio; pero la forma adquirida por esta triple unidad durante sus encarnaciones, su exterioridad, no es, seguramente, más que la ilusión de nuestras concepciones personales. Llamamos solamente realidad, por lo tanto, al Nirvana y a la vida Universal, relegando la vida terrestre, incluso su terrena personalidad, y hasta su existencia devachánica, al fantasmagórico reino de la ilusión.

PREG. ¿Por qué, entonces, llamar en este caso realidad al sueño e ilusión al estado de vigilia?

TEÓS. Es simplemente una comparación, con el objeto de facilitar la comprensión del asunto, y, desde el punto de vista de los conceptos terrestres, es muy correcta.

PREG. No puedo comprender aún; pues si está basada la vida futura en la justicia y la retribución merecida por todos nuestros sufrimientos terrestres, ¿cómo es que al tratarse de los materialistas, entre los cuales se cuentan muchos hombres realmente honrados y caritativos, no ha de quedar nada de su personalidad, excepto el residuo o desecho de la flor marchita?

TEÓS. Jamás se ha dicho cosa semejante. Ningún materialista, por incrédulo que sea, puede morir para siempre, en la plenitud de su individualidad espiritual.
Lo que se ha dicho es que, en el caso de un materialista, la conciencia puede desaparecer completa o parcialmente, de manera que no sobrevivan restos conscientes de su personalidad.

PREG. ¡Pero esto es el aniquilamiento!

TEÓS. De ningún modo. Puede uno, durante un largo viaje en ferrocarril, quedarse profundamente dormido y dejar pasar varias estaciones, sin el más ligero recuerdo o conciencia de ello; despertar luego en otra estación y continuar el viaje, pasando por innumerables puntos de paradas, hasta llegar por fin a su término.

Os he hablado de tres clases de sueño: el sueño sin ensueños, el caótico y el sueño tan real que al hombre
dormido le parecen sus ensueños realidades completas.

Si creéis en el último, ¿por qué no podéis creer en el primero? Según la creencia que haya tenido el hombre respecto a la vida futura, y lo que de la misma haya esperado, será lo que le aguarda. Aquel que no haya esperado vida futura alguna, hallará un vacío absoluto, semejante al aniquilamiento, en el intervalo que media entre los dos renacimientos. Éste es, precisamente el cumplimiento del programa de que hablamos; programa trazado por los mismos materialistas.
Mas, como decís muy bien, existen varias clases de materialistas. Un hombre egoísta y perverso, que jamás haya vertido una lágrima por nadie, sino por sí mismo, uniendo a su incredulidad una indiferencia completa por el mundo entero, debe, a las puertas de la muerte, perder para siempre su personalidad. Careciendo esa personalidad de lazos de simpatía que la unieran al mundo que la rodeaba, y sin nada, por tanto, que dar al Sutrâtmâ, resulta que toda relación entre ambos queda rota con el último suspiro. No existiendo Devachán alguno para un materialista de esta especie, se reencarnará el Sutrâtmâ casi inmediatamente.
Pero los materialistas que, a excepción de su incredulidad, en nada hayan faltado, sólo dejarán pasar una estación durante su sueño, y vendrá el tiempo en que el ex materialista se reconocerá a sí mismo en la Eternidad, y en que se arrepentirá quizás de haber perdido un solo día, una sola estación de la vida eterna.

PREG. ¿No sería, sin embargo, más correcto decir que la muerte es el nacimiento a una nueva vida o un nuevo regreso a la eternidad?

TEÓS. Podéis decirlo así, si os agrada. Tened en cuenta, solamente, que los nacimientos difieren; y que hay nacimientos de seres que mueren al nacer y son fracasos de la Naturaleza. Además, en vuestras ideas fijas occidentales sobre la vida material, las palabras “ser” y “viviente” son enteramente inaplicables al puro estado subjetivo de la existencia post mortem. Precisamente porque los filósofos, excepto algunos pocos no leídos por la mayoría de las personas, se ven ellos mismos desconcertados para poder trazar un cuadro claro y formal de ello, y precisamente porque vuestras ideas occidentales acerca de la vida y de la muerte se han hecho tan estrechas y mezquinas, es por lo que os veis conducidos al materialismo craso, por una parte, y por otra al concepto más material aún de la otra vida, formulado por los espiritistas en su “País de estío” (Summer–land), donde las almas de los hombres comen, beben, se casan y viven en un paraíso tan sensual como el de Mahoma, y aun menos filosófico. Tampoco son mejores la generalidad de los conceptos de los Cristianos sin cultura, sino más materiales aún si cabe; pues con sus ángeles incompletos, sus trompetas de metal, sus arpas doradas y su fuego material del infierno, se parece el cielo Cristiano a una escena  de magia en una pantomima de Navidad. La causa de la dificultad que encontráis en comprender estas ideas consiste en esos conceptos mezquinos. Justamente porque la vida del alma desencarnada, aunque posee toda la lucidez de lo real, como sucede en ciertos sueños, carece de toda forma, rosera objetiva de la vida terrestre, es por lo que la han comparado los filósofos orientales a las visiones durante el sueño.



PREG. Si la Propia conciencia sobrevive a la muerte por regla general, ¿por qué ha de haber excepciones?

TEÓS. En los principios fundamentales del mundo espiritual no es posible excepción alguna. Pero existen leyes para los que ven, y leyes para aquellos que prefieren permanecer ciegos.

PREG. Esto lo comprendo perfectamente. Sólo se trata en este caso de la aberración del hombre ciego, que niega la existencia del Sol porque no lo ve. Mas, después de la muerte, sus ojos espirituales lo obligarán seguramente a ver. ¿Es esto lo que queréis decir?

TEÓS. Ni se lo obligará ni verá nada. Habiendo negado con persistencia, durante la vida, la continuación de la existencia después de la muerte, no podrá verla; porque habiendo sido reprimidas sus facultades espirituales durante la vida, no pueden desarrollarse después de la muerte, y permanecerá ciego. Al insistir en que debe ver, os referís, evidentemente, a una cosa y yo a otra. Habláis del espíritu del Espíritu, de la llama de la Llama (de Âtma, en una palabra), y lo confundís con el alma humana, Manas… Veo que no me comprendéis; trataré de explicarme con toda la claridad posible.
El punto capital que encierra vuestra pregunta es saber si tratándose de un materialista completo, es posible la pérdida de la propia conciencia y propia percepción después de la muerte. ¿No es esto? Y yo contesto: es posible.

Porque creyendo firmemente en nuestra Doctrina Esotérica, que habla del período post mortem, o intervalo entre dos vidas o nacimientos, como de un estado simplemente transitorio, digo: aunque el intervalo entre dos actos del drama ilusorio de la vida dure un año o un millón de ellos, puede ese estado post mortem, sin quebrantar en nada la ley fundamental, ser precisamente el mismo que el de un hombre en estado de síncope
profundo.

PREG. Pero, puesto que acabáis de decir que las leyes fundamentales del estado post mortent no admiten excepciones, ¿cómo puede ser esto?

TEÓS. No digo que admita excepción alguna; mas la ley espiritual de continuidad sólo se aplica a las cosas verdaderamente reales. Para aquel que ha leído y comprendido el Mundakya Upanishad y el Vedanta–Sara, todo esto resulta muy claro. Aun diré más: basta comprender el significado de Buddhi y el dualismo de Manas para entender claramente por qué puede el materialista perder la propia conciencia después de la muerte. Como Manas, en su aspecto inferior, es el centro de la inteligencia terrestre, sólo puede dar aquella percepción del Universo que está basada en la evidencia de esa inteligencia; no puede darnos la visión espiritual.
Dice la escuela Oriental que entre Buddhi y Manas (el Ego), o Iswara y Pragna44, no hay más diferencia, en realidad, que la que existe entre un bosque y sus árboles, un lago y sus aguas, según enseña el Mundakya. Un centenar o varios centenares de árboles muertos por falta de vitalidad o arrancados de cuajo no impiden, sin embargo, que el bosque siga siendo un bosque.

PREG. Pero, si lo entiendo bien, Buddhi, en esta comparación, representa al bosque, y Manas–Taijasa 45 a los árboles.  Y si Buddhi es inmortal, ¿cómo puede aquello que es semejante al mismo Buddhi, es decir, Manas–Taijasa, perder por completo su conciencia hasta el día de la nueva encarnación? No puedo comprenderlo.

TEÓS. No podéis, porque mezcláis una representación abstracta del todo, con sus cambios de forma accidentales. Tened presente que si puede decirse de Buddhi–Manas que es incondicionalmente inmortal, no puede decirse lo mismo del Manas inferior, y mucho menos de Taijasa, que es meramente un atributo. Ninguno de los dos, Manas ni Taijasa, puede existir separado de Buddhi, el alma divina; porque Manas es en su aspecto inferior un atributo calificativo de la personalidad terrestre, y Taijasa es el mismo Manas, sólo que con la luz de Buddhi reflejada en él. A su vez, Buddhi sólo sería un espíritu personal sin este elemento prestado por el alma humana que lo condiciona y hace de él, en este Universo ilusorio, como si fuese una cosa separada del alma universal, durante todo el período del ciclo de encarnación.

Digamos, más bien, que Buddhi–Manas no puede ni morir ni perder en la Eternidad su propia conciencia una ni el recuerdo de sus encarnaciones anteriores, en las que el alma espiritual y el alma humana estuvieron íntimamente ligadas. Mas no sucede así tratándose de un materialista, cuya alma humana no sólo no recibe nada del alma divina, sino que se niega a reconocer la existencia de esta última. Difícilmente podréis aplicar este axioma de la inmortalidad a los atributos y cualidades del alma humana, pues sería lo mismo que decir que porque vuestra alma divina es inmortal, es también inmortal la frescura de vuestras mejillas, cuando esta frescura, lo mismo que Taijasa, es sencillamente un fenómeno transitorio.

PREG. ¿Os referís a que no debemos confundir en nuestra mente el noúmeno con el fenómeno, la causa con su efecto?

TEÓS. Sí; y repito que el resplandor del mismo Taijasa, limitado a Manas o al alma humana sola, se convierte en una mera cuestión de tiempo; porque, después de la muerte, la inmortalidad y la conciencia se convierten, para la personalidad terrestre del hombre, simplemente en atributos condicionados, ya que dependen por completo de las condiciones y creencias creadas por el alma humana misma durante la vida de su cuerpo. Karma obra incesantemente; recogemos después de nuestra vida sólo el fruto
de aquello que nosotros mismos hemos sembrado en ésta.

PREG. Si después de la destrucción de mi cuerpo puede encontrarse sumido mi Ego en un estado de inconsciencia completa, ¿dónde tendrá lugar el castigo por los pecados cometidos durante mi vida pasada?

TEÓS. Nuestra filosofía enseña que sólo encuentra el Ego el castigo kármico en su próxima encarnación. Después de la muerte sólo recibe el premio de los sufrimientos inmerecidos que durante su pasada encarnación experimentó46. Todo el castigo después de la muerte, hasta para un materialista, consiste, por lo tanto, en no recibir recompensa alguna y en la pérdida total de la conciencia de la propia felicidad y descanso. Karma es hijo del Ego terrestre, el fruto de las acciones del árbol que resulta la personalidad objetiva visible para todos, así como el fruto de todos los pensamientos y hasta de los motivos del “Yo” espiritual; pero también es Karma la madre cariñosa y tierna que cura las heridas infligidas por ella durante la vida anterior; sin torturar a aquel Ego causándole nuevos sufrimientos. Si se puede decir que no existe sufrimiento alguno, mental o físico, en la vida de un mortal, que no sea fruto y consecuencia directa de algún pecado cometido en una previa existencia; por otra parte, no conservando el hombre el menor recuerdo de ello en su vida actual, considera que no merece tal castigo y que está sufriendo por un crimen que no ha cometido.

Basta esto para que el alma humana tenga derecho al consuelo, descanso y bienaventuranza más completos, en su existencia post mortem. Siempre se presenta la muerte para nuestros Egos espirituales como salvadora y amiga. Para el materialista que a pesar de su materialismo no fue malo, será el intervalo entre las dos vidas
semejante al sueño tranquilo y no interrumpido de un niño, bien sea libre enteramente de ensueños o lleno de imágenes de las que no tendrá percepción definida; mientras que para el mortal ordinario será un sueño tan vivo y animado como la vida misma, y lleno de felicidad y visiones reales.

PREG. ¿Entonces el hombre personal siempre continuará sufriendo ciegamente las penalidades en que el Ego incurrió?

TEÓS. No del todo así. En el momento solemne de la muerte, todo hombre, aun cuando la muerte sea repentina, ve trazado ante sus ojos y en sus menores detalles el itinerario de su pasada vida. Durante un corto instante, el ego personal se funde con el Ego individual, omnisciente, formando con éste uno solo. Pero basta ese instante para revelarle toda la cadena de causas puestas en acción durante su vida. Se contempla y
comprende entonces a sí mismo, tal cual es, descarnado de toda adulación y propias ilusiones. Lee en su vida cual espectador que dirige la mirada hacia el mundo que está abandonando, y siente entonces la justicia de todos cuantos sufrimientos ha experimentado.

PREG. ¿Sucede esto a todo el mundo?

TEÓS. Sin excepción alguna. Nos enseñan que los hombres muy santos y buenos ven no sólo la vida que están dejando, sino hasta varias vidas anteriores, en que se produjeron las causas que hicieron de ellos lo que eran en la vida que en ese momento abandonan. Reconocen la ley de Karma en toda su majestad y justicia.

PREG. ¿Existe algo que corresponda a esto antes del renacimiento?

TEÓS. Sí. Así como el hombre a la hora de la muerte tiene una visión retrospectiva profunda de la vida que ha llevado, así también el Ego, en el momento de renacer en la Tierra, despertándose del estado de Devachán, tiene una visión previsora de la vida que lo espera, y considera todas las causas que a ella lo han llevado. Se da cuenta y ve el futuro, porque entre el Devachán y el renacimiento es cuando recupera el Ego toda su conciencia manásica, y vuelve a ser por un momento el Dios que era antes de que, en cumplimiento de la ley Kármica, descendiese por primera vez en la materia y encarnase en el primer hombre de carne. El “hilo de oro” contempla todas sus “perlas” y no pierde ninguna de ellas.
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44 Îswara es la conciencia colectiva de la Deidad manifestada, Bramâ, es decir, la conciencia colectiva de la
Hueste de los Dhyân Chohans (véase, Doctrina Secreta ); y Pragna es la sabiduría individual de éstos.
45 Taijasa significa el radiante, por efecto de su unión con Buddhi; es decir, Manas, el Alma humana, iluminada por la radiación del alma divina. Por consiguiente, Manas–Taijasa puede describirse como la
mente radiante, la razón humana iluminada por la luz del espíritu; y Buddhi–Manas es la revelación del intelecto divino plus el intelecto y propia conciencia humana.
46 Algunos teósofos han puesto reparos a esta frase; pero las palabras son del Maestro, y el sentido unido a la palabra “inmerecidos” es el que he dado antes. En el folleto número 6, de la T.P.S. (Sociedad Teosófica de Publicación), se empleaba una frase con la misma idea, de que después se hizo una crítica en el Lucifer. En la forma era desgraciada y se prestaba a la crítica que se hizo de ella; pero la idea esencial era que los hombres sufren a menudo por efecto de las acciones llevadas a cabo por otros; efecto que no forma parte estrictamente de su propio Karma; y, como es natural, merecen la compensación de estos sufrimientos.



PREG. ¿Qué sucede con los skandhas inferiores de la personalidad, después de la muerte del cuerpo? ¿Son aniquilados por completo?

TEÓS. Lo son y no lo son; otro misterio metafísico y oculto para vos. Son destruidos como material al servicio de la personalidad; permanecen como efectos kármicos, como gérmenes flotando en la atmósfera del plano terrestre, prontos a volver a la vida, cual enemigos vengativos y rencorosos, adhiriéndose a la nueva personalidad del Ego cuando se reencarna.

PREG. Esto excede a mi inteligencia y es muy difícil de entender.

TEÓS. No lo será una vez que hayáis asimilado todos los detalles. Entonces veréis que en cuanto a lógica, consistencia, filosofía profunda, compasión y equidad divinas, esta doctrina de la Reencarnación no tiene igual en la tierra. Es la creencia en un perpetuo progreso para cada Ego que se encarna, o alma divina; es una evolución de lo externo a lo interno, de lo material a lo espiritual, alcanzando al fin de cada etapa la unidad absoluta con el Principio divino. De una fuerza a otra fuerza; de la belleza y perfección de un Plano a la belleza y perfección superiores de otro plano, con accesos a nueva gloria y nuevo conocimiento y poder en cada ciclo, tal es el destino de todo Ego que de este modo se convierte en su propio Salvador en cada mundo y encarnación.

PREG. Pero el Cristianismo enseña lo mismo. También predica el progreso.

TEÓS. Sí; sólo que añadiendo algo más. Nos habla de la imposibilidad de alcanzar la Salvación sin ayuda de un Salvador milagroso; y condena además a la perdición a todos aquellos que no aceptan el dogma. Ésta es, precisamente, la diferencia que existe entre la teología Cristiana y la Teosofía. La primera impone la creencia en el descenso del Ego espiritual al yo Inferior; la segunda inculca la necesidad de esforzarse en la propia elevación hacia el Cristo, o estado de Buddhi.

PREG. ¿No creéis, sin embargo, que enseñar el aniquilamiento de la conciencia, en caso de un fracaso, equivale al aniquilamiento del Yo en opinión de los que no son metafísicos?

TEÓS. Desde el punto de vista de aquellos que creen literalmente en la resurrección del cuerpo, e insisten en que cada hueso, arteria y átomo de la carne surgirán corporalmente en el Día del Juicio, es indudable.
Si insistís, además, en que la forma perecedera y las cualidades finitas son las que constituyen al hombre inmortal, difícilmente nos entenderemos. Y si no comprendéis que limitando la existencia de cada Ego a una vida sola en la Tierra, convertís a la Deidad en un Indra sempiternamente ebrio, considerado según la letra muerta Puránica; en un Moloch cruel, en un Dios que produce una confusión: inexplicable en la Tierra, y que además quiere que por ello le demos las gracias: entonces, cuanto antes cortemos esta conversación mejor.

PREG. Pero ya que hemos dejado sentado el asunto respecto a los skandhas, volvamos a la cuestión de la conciencia que sobrevive a la muerte. Éste es el punto que interesa a la mayoría de las personas. ¿Poseemos en el Devachán un conocimiento mayor que en la vida terrestre?

TEÓS. Podemos en un sentido adquirir mayores conocimientos; es decir, podemos desarrollar en más alto grado cualquiera de las facultades que amamos y que nos esforzamos en hacer nuestras durante la vida, con tal que estén relacionadas con cosas abstractas e, ideales, como son la música, la pintura, la poesía, etc., pues el Devachán es tan sólo una continuación idealizada y subjetiva de la vida terrestre.

PREG. Pero si en el Devachán se ve el Espíritu libre de la materia, ¿por qué no posee la completa sabiduría?

TEÓS. Porque, según ya os dije, el Ego está, por decirlo así, unido al recuerdo de su última encarnación. Así es que si reflexionáis acerca de lo que ya os he dicho y enlazáis todos los hechos, veréis que el estado devachánico no es un estado de omnisciencia, sino una continuación trascendente de la vida personal que acaba de concluir. Es el descanso del alma después de las penas de la vida.

PREG. Aseguran, sin embargo, los hombres de ciencia materialistas que con la muerte del hombre todo concluye; que el cuerpo humano se desintegra simplemente en los elementos de que está compuesto, y que lo que llamamos alma es únicamente una conciencia pasajera, hija y producto indirecto de la acción orgánica, que ha de disiparse como el vapor. ¿No es extraño este modo de pensar?

TEÓS. No lo creo tal. Diciendo que la propia conciencia muere con el cuerpo, desde su punto de vista sólo emiten una profecía inconsciente; porque, desde el momento en que están firmemente convencidos de su aserción, no hay para ellos supervivencia posible. No hay regla sin excepción.





PREG. ¿Qué queréis decir? ¿En qué se opone esto a su felicidad?

TEÓS. Es muy sencillo. Os pondré un ejemplo. Muere una madre, dejando abandonadas a sus criaturas huérfanas, a quienes adora, y quizás también a un esposo querido. Decimos que su “Espíritu” o Ego, esa individualidad penetrada por completo durante todo el período devachánico, por los más nobles sentimientos que su última personalidad tuvo, es decir, amor hacia sus hijos, compasión por los que sufren, etc., decimos que está entonces enteramente separado de este “valle de lágrimas”; que su felicidad futura consiste en la bendita ignorancia de todas las miserias que ha dejado detrás de sí. Los espiritistas sostienen, por el contrario, que se dan cuenta de ellas tanto o más que antes, porque los “espíritus ven más que los mortales”.
Nosotros sostenemos que la dicha en el estado devachánico consiste en la completa convicción de no haber abandonado nunca la Tierra y de que no existe la muerte; que la conciencia post mortem espiritual de la madre la hará sentir y ver que vive rodeada de sus hijos y de todos aquellos a quienes amó; que no faltará un solo detalle que pueda turbar en su estado desencarnado la felicidad más perfecta y absoluta. Niegan este punto rotundamente los espiritistas.

Según su doctrina, el desgraciado ser humano ni aun con la muerte se libra de las penas de esta vida. Ni una gota sola del cáliz de amargura y tormentos de la vida escapará a sus labios; y nolens volens, puesto que ahora todo lo ve, ha de apurarlo hasta el fin. Así es que la amante esposa, que durante su vida estaba dispuesta a evitar a su marido las penas, al precio de la sangre de su propio corazón, se halla condenada a ver su desesperación sin poder en modo alguno remediarlo, y a darse cuenta de cada ardiente lágrima que derrama por su pérdida. Peor aún: puede observar que las lágrimas se secan demasiado pronto, y ver junto al padre de sus hijos otra cara querida; ver, a otra mujer en su lugar, reemplazándola en su cariño; condenada a oír a sus hijos, huérfanos, dar el santo nombre de “madre” a una mujer que no siente por ellos más que indiferencia, y contemplar cómo los desatiende, si es que no los maltrata. ¡Según esta doctrina, “la tranquila y dulce ascensión a la vida inmortal” se convierte, sin transición alguna, en un nuevo sendero de sufrimientos mentales! ¡Y, sin embargo, las columnas del Banner of Light, el antiguo órgano de los espiritistas norteamericanos, están llenas de comunicaciones y avisos procedentes de los muertos, los “queridos ausentes”, que escriben para manifestarnos lo muy FELICES que todos son! ¿ Es compatible con la felicidad ese conocimiento de lo que sucede en la Tierra? La felicidad, en tal caso, es igual al castigo más terrible; y la condenación ortodoxa sería un consuelo en comparación.

PREG. ¿Cómo resolvéis este punto con vuestra teoría? ¿Cómo podéis conciliar la teoría de la omnisciencia del alma con su ignorancia acerca de lo que pasa sobre la tierra?

TEÓS. Porque tal es la ley del amor y de la compasión. Durante cada período devachánico, el Ego, omnisciente per se, se reviste, por decirlo así, del reflejo de la personalidad pasada. Acabo de deciros que la florescencia ideal de todo lo abstracto, y, por lo tanto, de todas las cualidades y atributos imperecederos y eternos, como el amor y la misericordia, el amor al bien, a la verdad y a lo bello, que se albergaron en el corazón de la “personalidad” viviente, se adhieren al Ego después de la muerte, y, por consiguiente, le siguen al Devachán. Durante ese tiempo el Ego se convierte en el reflejo ideal del ser humano que existió últimamente en la tierra, y éste no es omnisciente. Si lo fuese, no estaría en el estado que llamamos Devachán.

PREG. ¿Cuáles son vuestras razones para opinar así?

TEÓS. Si queréis una contestación basada estrictamente en nuestra filosofía, os diré, en tal caso, que esto es así porque, fuera de la verdad eterna, ye no tiene ni forma, ni color, ni límites, todo es ilusión (Maya). Aquel que se ha colocado fuera del velo de Maya (como sucede con los Adeptos e Iniciados más elevados) no puede tener Devachán. En cuanto al común de los mortales, su bienaventuranza es completa en el Devachán. Es un olvido absoluto de todo cuanto les causara dolor o pena en su encarnación última, y hasta un olvido del hecho mismo de que existan semejantes sufrimientos. La entidad devachánica vive, durante su ciclo intermedio entre dos encarnaciones, rodeada por todo aquello a que aspiró y deseó en vano, en compañía de todos los que amó en la Tierra. Ha alcanzado la realización de todas las aspiraciones de su alma, y así vive durante largos siglos de una existencia de dicha sin mezcla, que es el premio de sus sufrimientos en la vida terrestre. En una palabra, se baña en un mar de continua felicidad, intercalada tan sólo por sucesos de un grado de felicidad mayor aún.

PREG. ¡Esto es más aún que una ilusión; es una existencia de alucinaciones insanas!

TEÓS. Puede que sea así, desde vuestro punto de vista, pero no desde el de la filosofía. Aparte de esto, ¿no está toda nuestra vida terrestre llena de tales ilusiones? ¿No habéis encontrado nunca hombres y mujeres que viven durante años en un paraíso fantástico? ¿Si averiguaseis que el marido de una mujer por ella adorado, y que se creyese igualmente amada, es infiel a la misma, os atreveríais a desgarrar su corazón y echar por tierra sus doradas ilusiones revelándole la verdad? No lo creo. Repito que ese olvido y alucinación del Devachán, si tal nombre les dais, no son más que una ley misericordiosa de la Naturaleza y estricta justicia. De todos modos, es una perspectiva mucho más halagüeña que la ortodoxa, con su arpa dorada y su par de alas. Creer que “el alma viviente asciende con frecuencia a la celestial Jerusalén, recorriendo familiarmente sus calles, visitando a los patriarcas y profetas, saludando a los apóstoles y admirando al ejército de mártires”, podrá parecer a algunos más piadoso.

Sin embargo, es una alucinación de un carácter mucho más ilusorio, porque las madres quieren a sus hijos con amor inmortal, según todos lo sabemos, mientras que los personajes mencionados en la “celestial Jerusalén” son de una naturaleza más dudosa. Pero, sin embargo, mejor aceptaría lo de la “nueva Jerusalén”, con sus calles empedradas a estilo de escaparate de un joyero, que el consuelo de la doctrina despiadada de los espiritistas. Su idea de que las almas intelectuales conscientes de nuestro propio padre, madre, hija o hermano encuentran su felicidad en un “País de estío” (Summer land), que describen (algo más natural, pero exactamente tan ridícula como la “Nueva Jerusalén”), bastaría para hacer perder a uno todo respeto hacía sus “ausentes”. Creer que un espíritu puro puede ser feliz mientras se ve condenado a presenciar los pecados, los errores, la traición y, sobre todo, los sufrimientos de aquellos de quienes está separado por la muerte, y a quienes más quiere, sin poder prestarles auxilio, sería un pensamiento capaz de volvernos locos.

PREG. Algo de verdad encierra vuestro argumento. Confieso que no lo había considerado nunca desde este punto de vista.

TEÓS. Así es; y se necesita ser profundamente egoísta y privado en absoluto del sentido de la justicia retributiva para imaginarse cosa semejante. En el Devachán estamos con los que hemos perdido cuando nos hallábamos en forma material, y mucho, mucho más cerca de ellos, entonces, que cuando estaban vivos. Y esto no es tan sólo una ilusión de la entidad devachánica, como podrán creer algunos, sino una realidad. Porque el puro amor divino no es sólo la flor de un corazón humano, sino que tiene sus raíces en la eternidad. El santo amor espiritual es eterno, y tarde o temprano hace Karma que todos los que se amaron con ese afecto espiritual encarnen una vez más en el mismo grupo de familia. Repetimos que el amor de ultratumba, por más que lo tachéis de ilusorio, tiene un poder mágico y divino, que reacciona sobre los vivos. El amor que el Ego de una madre siente por los hijos imaginarios que ve cerca de sí (al vivir en una felicidad que es tan real para él como cuando se encontraba en la tierra), este amor siempre lo sentirán sus hijos durante su vida. Se manifestará en sueños, y a menudo en diversos acontecimientos, como en protecciones providenciales, porque el amor es un escudo poderoso y no está limitado por el espacio ni el tiempo. Lo que acabamos de decir respecto de esa “madre” devachánica puede aplicarse a las demás relaciones y afectos, excepto los puramente egoístas o materiales. La analogía os sugerirá lo demás.

PREG. ¿No admitís entonces en ningún caso la posibilidad de comunicación de los vivos con el espíritu desencarnado?

TEÓS. Sí; existen dos excepciones a la regla. Tiene lugar la primera excepción, durante los primeros días inmediatamente después de la muerte de una persona, y antes de que entre el Ego en el estado devachánico. En cuanto a que mortal alguno haya obtenido mucho beneficio del regreso del espíritu al plano objetivo, ésa es otra cuestión. Quizá haya ocurrido así en algunos raros casos excepcionales, cuando la intensidad del deseo del moribundo por algún objeto determinado haya forzado a la conciencia superior a permanecer despierta, y por lo tanto fue la individualidad, el “espíritu”, lo que se comunicó. Después de la muerte, el espíritu está ofuscado, deslumbrado, y muy pronto cae en lo que llamamos la “inconsciencia predevachánica”. La segunda excepción corresponde a los Nirmânakâyas.

PREG. ¿Quiénes son éstos? ¿Qué significado tiene ese nombre para vosotros?

TEÓS. Es el nombre dado a aquellos que, si bien han ganado el derecho al Nirvana y al reposo cíclico40, han renunciado, por compasión a la humanidad y a los que dejaron en la Tierra, al estado Nirvánico. Semejantes Adeptos, Santos, o como queráis llamarlos, considerando como un acto de egoísmo el reposo en la bienaventuranza, mientras que la humanidad gime bajo el peso de los sufrimientos y de la miseria producidos por la ignorancia, renuncian al Nirvana y resuelven permanecer invisibles en espíritu, en esta tierra. Los Nirmânakâyas carecen de cuerpo material, puesto que lo han abandonado; pero, por lo demás, continúan en la posesión de todos sus principios, hasta en la vida astral de nuestra esfera. Ellos pueden comunicarse y se comunican con unos cuantos elegidos, aunque no seguramente con los médiums ordinarios.

PREG. Os hice la pregunta acerca de los Nirmânakâyas porque he leído en algunas obras alemanas y otras que éste era el nombre dado en las doctrinas buddhistas del Norte a las apariencias terrestres o cuerpos de que se revisten los Buddhas.

TEÓS. Así es; sólo que los orientalistas han confundido ese cuerpo “terrestre”, concibiéndolo como objetivo y físico, en vez de puramente astral y subjetivo.

PREG. ¿Y qué bien pueden hacer en la Tierra los Nirmânakâyas?

TEÓS. No mucho, respecto a los individuos, puesto que no tienen el derecho de intervenir en el Karma, y sólo pueden aconsejar e inspirar a los mortales, para el bien general. Sin embargo, hacen mayor número de acciones benéficas de lo que os imagináis.

PREG. Jamás aceptaría esto la ciencia, ni siquiera la psicología moderna. Para ellas, ninguna porción de nuestra inteligencia puede sobrevivir al cerebro físico. ¿Qué podéis contestar a esto?

TEÓS. No me tomaría ni siquiera el trabajo de contestar, pero diré, sencillamente, con las palabras atribuidas a “M. A. Oxon”: La inteligencia se perpetúa después que el cuerpo ha muerto. Porque no es sólo una cuestión de cerebro… Por lo que ya sabemos, se puede sostener con razón la indestructibilidad del espíritu humano”41.

PREG. Pero “M. A. Oxon” es espiritista.

TEÓS. Precisamente, y el único verdadero espiritista que conozco, aunque podamos disentir de él en muchas cuestiones de menor importancia. Aparte de esto, ningún espiritista se acerca más que él a las verdades ocultas. Habla constantemente, como lo haría cualquiera de nosotros, “de los peligros exteriores que amenazan al profanador de lo oculto, ignorante y poco preparado, que penetra en su dominio sin calcular el riesgo “42. Nuestra desavenencia estriba únicamente en la cuestión de la identidad del espíritu”. Exceptuando este punto, por mi parte estoy de acuerdo con él, casi por completo, y acepto las tres proposiciones contenidas en su discurso de julio de 1884 más bien este eminente espiritista está en desacuerdo con nosotros, que nosotros con él.

PREG. ¿Cuáles son esas proposiciones?

TEÓS. 1ª Que existe una vida que coincide con la vida física del cuerpo y que es independiente de ésta.

2ª Que, como corolario preciso, esa vida se extiende más allá de los límites de la vida del cuerpo. (Nosotros decimos que se extiende a través de Devachán).
3ª Que existe comunicación entre los que viven en aquel estado de existencia y los habitantes del mundo en que vivimos ahora.

Todo depende, como veis, de los aspectos secundarios de estas proposiciones fundamentales. Estriba tan sólo en el modo de considerar el Espíritu y el Alma, o la Individualidad y la Personalidad. Los espiritistas confunden a ambas en “una sola”; nosotros las separamos, y decimos que, aparte de las excepciones ya enumeradas, no volverá espíritu alguno a visitar la Tierra, aunque sí puede hacerlo el alma animal. Pero volvamos a nuestro presente asunto principal, o sean los skandhas.

PREG. Empiezo ahora a entenderlo mejor. Es la esencia de los skandhas más elevados la que, adhiriéndose al Ego que se encarna, sobrevive y es agregada a la masa de sus experiencias angélicas; mientras que los atributos relacionados con los skandhas materiales, con objetos o motivos egoístas y personales, son los que desaparecen del campo de acción entre dos encarnaciones, para reaparecer en la encarnación subsiguiente, como resultados kármicos que han de ser expiados; y, por consiguiente, el espíritu no abandonará el Devachán. ¿No es esto?

TEÓS. Casi enteramente. Si a ello añadís que la ley de retribución o Karma, que recompensa en el Devachán a los seres más elevados y espirituales, jamás deja de premiarlos de nuevo en la Tierra, dotándolos de un desarrollo más completo, y proporcionando al Ego un cuerpo en armonía con él, entonces tendréis la verdad exacta.

40 No al Devachán, pues éste es una ilusión de nuestra conciencia, un sueño feliz; y los que son dignos del
Nirvana han perdido necesariamente todo deseo, o posibilidad de deseo, de las ilusiones del mundo.
41 Pág. 69 de Spirit Identity.
42 “Cosa que sé del Espiritismo, y otras que no sé.”



DEL DESTINO DE LOS “PRINCIPIOS” INFERIORES


PREG. Habéis hablado del Kâma–loka. ¿Qué es?

TEÓS. Cuando muere el hombre, sus tres principios inferiores lo abandonan para siempre; es decir: el cuerpo, la vida y el vehículo de esta última, el cuerpo astral o doble del hombre viviente.
Entonces sus otros cuatro principios –el principio central o medio (el alma animal o Kâma–Rûpa), con lo que se ha asimilado del Manas inferior, y la Tríada superior, se encuentran en Kâma–loka. Ésta es una localidad astral, el limbus de la teología escolástica, el Hades de los antiguos y, estrictamente hablando, una localidad sólo en un sentido relativo. No tiene área definida, ni tampoco límite, pero existe dentro del espacio subjetivo, es decir, fuera del alcance de nuestras percepciones sensoriales.
Existe, sin embargo; y allí es donde los eidolons astrales de todos cuantos seres han vivido, inclusive los animales esperan su segunda muerte. Viene esta última, para los animales, con la desintegración y la completa desaparición de sus partículas astrales. Principia para el eidolon humano, cuando la Tríada Atma–Buddhi–Manásica “se separa” de sus principios inferiores, o sea del reflejo de la personalidad que fue, al entrar en el estado devachánico.

PREG. ¿Y qué sucede después?

TEÓS. Entonces el fantasma kama–rúpico, privado de su principio pensador, y el Manas superior, del aspecto inferior de este último, no recibiendo ya la inteligencia animal luz alguna de la mente superior, y sin cerebro físico para poder obrar, desaparece.

PREG. ¿De que modo?

TEÓS. Cae en un estado semejante al de una rana cuando el vivisector la priva de ciertas partes de su cerebro. Ya no puede pensar, ni aun en el plano animal más inferior.
No es ni siquiera el Manas inferior, puesto que este “inferior” no es nada sin el “superior”.

PREG. ¿Es esta no entidad la que vemos materializarse con los médiums, en las sesiones espiritistas?

TEÓS. Precisamente. Es una no entidad verdadera sólo respecto de las facultades que raciocinan y reflexionan; pero todavía es una entidad, si bien astral y fluídica, como ha sido demostrado en algunos casos en que atraída magnética e inconscientemente hacia un médium, revive por algún tiempo y vive en él por procuración, por decirlo así. Este “fantasma” o Kâma–Rûpa puede compararse con el pez jalea, que tiene una apariencia gelatinosa etérea mientras está en su propio elemento, el agua (el Aura específica del médium); pero que apenas sale de la misma, se disuelve en la mano o en la arena, especialmente al sol. El Kâma–Rûpa vive en el aura del médium una especie de vida ficticia; y razona y habla, bien por el cerebro del médium, bien por los de las otras personas presentes. Pero esto nos llevaría demasiado lejos, entrando en terreno ajeno, que no deseo violar. Ciñámonos a nuestro asunto: la reencarnación.

PREG. ¿Qué sucede con esta última? ¿Cuánto tiempo permanece en el estado devachánico el Ego que se encarna?

TEÓS. Según nos enseñan, esto depende del grado de espiritualidad y del mérito o demérito de la última encarnación. El tiempo medio es de diez a quince siglos, como, ya os dije.

PREG. Pero ¿por qué no ha de poder este Ego manifestarse y comunicar con los mortales, como sostienen los espiritistas? ¿Hay alguna razón que se oponga a que una madre se comunique con los hijos que en la Tierra dejó, un marido con su mujer, y así sucesivamente? Confieso que es una creencia en alto grado consoladora, y no me extraña que los que la profesan se resistan tenazmente a abandonarla.

TEÓS. Ni tampoco los obliga a ello nadie, a no ser que prefieran la verdad a la ficción, por “consoladora” que ésta sea. Nuestras doctrinas podrán disgustar a los espiritistas; pero, sin embargo, nada de lo que creemos y enseñamos es, ni con mucho, tan cruel y egoísta como lo que ellos predican.

PREG. No lo entiendo. ¿A qué llamáis egoísta?

TEÓS. A su doctrina del regreso de los espíritus, las verdaderas “personalidades”, según afirman; y os diré por qué. Si el Devachán –llamado “paraíso” si queréis, “lugar de bienaventuranza y felicidad supremas”– es tal lugar de felicidad (mejor dicho estado), la lógica nos dice que no cabe en él el menor sufrimiento, ni la sombra de una pena siquiera. “Dios enjugará todas las lágrimas de los ojos de aquellos que estén en el Paraíso”, leemos en el libro de las promesas. Y si los “espíritus de los muertos” pueden volver y contemplar todo lo que está pasando sobre la Tierra, y especialmente en sus hogares, ¿qué especie de bienaventuranza es la que los espera?



PREG. Os oí decir que el Ego, cualquiera que haya sido la vida de la persona en la que se encarnó, jamás está sujeto a castigo alguno, post mortem.

TEÓS. Nunca, salvo en casos muy raros y excepcionales, de los que no hablaremos aquí, ya que la naturaleza del “castigo” en nada se relaciona con ninguno de vuestros conceptos teológicos acerca de la condenación.

PREG. Pero si es castigado en esta vida por las malas acciones cometidas en una vida previa, entonces a este Ego también debiera recompensárselo, sea aquí, o después de desencarnado.

TEÓS. Y así sucede. Si no admitimos castigo alguno fuera de esta tierra, es porque el único estado que conoce el Yo Espiritual en la vida futura es el de la felicidad sin mezcla.

PREG. ¿Qué queréis decir con esto?

TEÓS. Simplemente lo que sigue: No pueden los crímenes y pecados cometidos en un plano de objetividad y en un mundo de materia recibir castigo alguno en un mundo de subjetividad pura. No creemos en infierno o paraíso como localidades; en ningún fuego objetivo del infierno ni en gusanos que nunca mueren, ni en alguna Jerusalén con calles empedradas de zafiros y diamantes. Creemos en un estado post mortem o condición mental parecida a aquella en que nos encontramos durante un lúcido sueño. Creemos en una ley inmutable de Amor, Justicia y Misericordia absolutos creyendo en esto, decimos: “Sea cual fuere el pecado, y por horribles que sean los resultados de la trasgresión Kármica original de los Egos en la carne”38, ningún hombre (la forma exterior material y periódica de la Entidad Espiritual) puede ser tenido por responsable de las consecuencias de su nacimiento.

Él no pide nacer, ni elige a los padres que han de darle la vida. En todos conceptos es víctima de lo que lo rodea; es hijo de las circunstancias, sobre las que no tiene acción ni poder, y si se investigase imparcialmente cada una de sus transgresiones, se vería que sobre diez casos, nueve veces ha sido él el ofendido en vez del ofensor o pecador. La vida es a lo sumo un fuego cruel, un mar borrascoso que hay que cruzar, y a veces un peso muy difícil de soportar. Los más profundos filósofos han tratado en vano de penetrar y descubrir su razón de ser, y todos han fracasado en su empresa, excepto aquellos que poseían la clave para conseguirlo, a saber, los Sabios Orientales. Según la describe Shakespeare, la vida es:

“Sola una sombra errante, un mal actor
que se pavonea y desgañita cuando entra en escena,
y del cual no se oye hablar más; es un cuento
narrado estentórea y furiosamente por un idiota,
que nada significa…”

Nada es en sus partes separadas; pero es, sin embargo, una cosa de la mayor importancia en su colectividad o series de vidas. Da todos modos, casi todas las vidas individuales son, en su completo desarrollo, un sufrimiento. ¿Y habríamos de creer que el hombre desgraciado y desamparado, batido por las enfurecidas olas de la vida, si no las puede resistir y se ve arrastrado por ellas, ha de ser castigado con una condenación eterna o una pena pasajera siquiera? Jamás. Grande o vulgar pecador, bueno o malo, culpable o inocente, una vez libre del peso de la vida, el Manu (“Ego pensante”), exhausto y consumido, ha adquirido el derecho a un período de bienaventuranza y reposo absolutos. La misma Ley infalible, sabia y justa, más bien que misericordiosa, que inflige al Ego en la carne el castigo kármico por cada pecado cometido durante la vida anterior en la Tierra, ha preparado para la entidad ahora desencarnada un largo periodo de descanso mental, es decir, el olvido completo de todos los acontecimientos desgraciados y hasta de los pensamientos dolorosos más insignificantes, por los que tuvo que pasar en su última vida como personalidad, dejando en la memoria del alma sólo la reminiscencia, de lo que era la dicha o lo que conducía a la felicidad. Plotino, que dijo que nuestro cuerpo era el verdadero río Leteo, porque “las almas que en él se sumergen todo lo olvidan”, aludía a algo más de lo que dijo. Porque así como nuestro cuerpo terrestre se asemeja al Leteo, sucede lo mismo con nuestro cuerpo celeste en Devachán, y mucho más.

PREG. ¿He de creer entonces que el asesino, el trasgresor de la ley divina y humana en toda forma, no recibe castigo alguno?

TEÓS. ¿Quién dijo eso jamás? Tiene nuestra filosofía una doctrina de castigo tan severa como la del calvinista más riguroso, pero mucho más filosófica y conforme con la justicia absoluta. Ningún acto, ni siquiera un pensamiento culpable, dejará de recibir su castigo; más severamente aun este último que el primero, porque es mucho más potente y eficaz en la creación de malos resultados que el acto mismo39. Creemos en una Ley de Retribución infalible, llamada Karma, que se afirma a sí misma en un encadenamiento natural de causas, de inevitables resultados o consecuencias.

PREG. ¿Cómo o dónde funciona esa ley?

TEÓS. Cada trabajador requiere su salario, dice la sabiduría del Evangelio; cada acción buena o mala es un padre prolífico, dice la Sabiduría de las Edades. Unid ambas sentencias y hallaréis el “porqué.” Después de haber concebido al alma libertada de los sufrimientos de la vida personal, una compensación suficiente y hasta céntupla, Karma, con su ejército de skandhas, espera en la entrada del Devachán a que vuelva el Ego para asumir una nueva encarnación. En este momento es cuando el destino futuro del entonces ya descansado Ego oscila en la balanza de la justa retribución, al caer de nuevo bajo la acción de la Ley activa kármica. En este renacimiento preparado para él, renacimiento elegido y dispuesto por esa LEY misteriosa, inexorable (pero infalible en su equidad y sabiduría), es donde son castigados los pecados cometidos en la vida anterior del Ego. Sólo que no es en un Infierno imaginario, con llamas teatrales y diablos ridículos con colas y cuernos, donde es precipitado el Ego, sino en esta Tierra, plano y región de sus pecados, es donde habrá de expiar cada pensamiento malo y cada mala acción. Lo que haya sembrado recogerá. En torno de él la Reencarnación reunirá a todos aquellos otros Egos que hayan sufrido, sea directa o indirectamente, por culpa de la personalidad pasada, aun cuando ésta no haya sido más que un instrumento inconsciente. Serán arrojados por Némesis en el camino del nuevo hombre, que oculta al antiguo, al eterno Ego, y…

PREG. Mas ¿dónde está la equidad de que habláis, ya que esas NUEVAS “personalidades” ignoran haber pecado o que se haya pecado contra ellas?

TEÓS. ¿Ha de considerarse que ha sido tratado con justicia un abrigo que fuese hecho jirones, al ser arrancado de las espaldas de un hombre que lo robara por aquel a quien le hubiese sido robado y que reconociese su propiedad? La nueva “personalidad” es como un traje nuevo, con su forma, color y cualidades especiales que lo caracterizan; pero el hombre verdadero que lo lleva es el mismo pecador de antes. La individualidad es la que sufre por medio de su “personalidad”.

Sólo esto y nada más que esto puede darnos razón de la terrible aunque aparente injusticia en la distribución de los lotes que en la vida tocan al hombre. Cuando acierten vuestros filósofos modernos a darnos una buena razón de por qué tantos hombres inocentes, y buenos en apariencia nacen únicamente para sufrir durante toda su vida, por qué tantos nacen pobres, hasta el punto de morirse de hambre en las calles de las grandes poblaciones, abandonados por la suerte y por los hombres; por qué nacen unos en el arroyo, mientras otros ven la luz en los palacios; por qué suelen, tan frecuentemente, la nobleza y la fortuna estar en manos de los hombres peores, y raras veces de los buenos; por qué existen mendigos cuyo “yo interno” es igual al de los hombres superiores y nobles; cuando todo esto y mucho más quede satisfactoriamente explicado, bien por vuestros filósofos o por vuestros teólogos, sólo en tal caso pero no hasta entonces, tendréis el derecho de rechazar la teoría de la reencarnación. Los más grandes poetas han entrevisto esa verdad de las verdades. Shelley creyó en ella, y debió pensar en ella Shakespeare cuando escribía sobre la insignificancia del nacimiento. Acordaos de sus palabras:

¿Por qué ha de retener mí nacimiento a mi espíritu ascendente?
¿No están todas las criaturas sujetas al tiempo?
Legiones de mendigos existen en la tierra,
cuyo origen arranca de los reyes.
Y monarcas hay hoy, cuyos padres eran
los miserables de su época…”

Cambiad la palabra “padres” por la de “Egos” y tendréis la verdad.



38 Sobre esa trasgresión ha sido basado el dogma cruel e ilógico de los ángeles caídos, que está explicado
en el vol. II de la Doctrina Secreta. Todos nuestros “Egos” son entidades pensadoras y racionales (Mânasa–putras), que han vivido, sea bajo la forma humana u otras, en el ciclo de vida precedente, (Manvantara), y cuyo Karma era el de encarnarse en el hombre en el presente ciclo. Enseñaban en los Misterios que, habiendo dejado de cumplir con esta ley (o habiéndose “ negado a crear“, como el Hinduismo dice de los Kumâras y la leyenda cristiana del Arcángel San Miguel), es decir, no habiéndose encarnado en debido tiempo, los cuerpos que les estaban predestinados se corrompieron (Ver Stanzas, VIII y IX, en las “ Slokas de Dzyan”, vol. II de la Doctrina Secreta). De aquí nace el pecado original de las formas sin entendimiento, y el Infierno se explica simplemente por el hecho de verse prisioneros esos Espíritus o Egos puros en cuerpos de materia impura (la carne).
39 Yo os digo más: “cualquiera que mirare a una mujer con mal deseo hacia ella, ya ha cometido adulterio
en su corazón.” (Mateo, V, 28.)



PREG. Pero ¿cuál es la diferencia entre las dos? Confieso que aún me hallo a oscuras respecto a este punto.

TEÓS. Me esfuerzo en explicarlo; pero, por desgracia, más difícil es con algunos conseguirlo que el infundirles un sentimiento de respeto hacia imposibilidades infantiles, únicamente porque son ortodoxas y porque la ortodoxia es respetable. Para comprender bien la idea, tenéis que estudiar primeramente las dos series de “principios”: los espirituales o aquellos que pertenecen al Ego imperecedero, y los materiales o los principios que constituyen los cuerpos, constantemente variables, o series de personalidades de aquel Ego. Démosles nombres permanentes y digamos que: I. Âtma, el Yo Supremo, no es ni vuestro espíritu ni el mío, sino que, como el sol, resplandece sobre todos. Es el principio divino universalmente difundido, inseparable de su meta–espíritu uno y absoluto, del mismo modo que el rayo solar es inseparable de la luz del sol.

Buddhi ( el alma espiritual) es tan sólo su vehículo. Ni Âtma ni Buddhi por sí, ni los dos colectivamente, son más útiles al cuerpo del hombre que lo pueden ser, a una masa de granito sepultada en la tierra, la luz del sol y sus rayos; a menos “que la dualidad divina sea asimilada por alguna conciencia, y reflejada en ella.” Ni es el más elevado aspecto de Karma, su propio agente activo, en su sentido; y el segundo es inconsciente en este plano. Aquella conciencia o mente es: III.

Manas37, el derivado o producto, en una forma reflejada, de Ahamkâra, “el concepto del yo o egoidad”. Es, por consiguiente, llamado el EGO ESPIRITUAL, cuando está inseparablemente unido a los dos primeros; así como Taijasa (el radiante). Ésta es la verdadera Individualidad real, o el hombre divino. Este Ego es el que, habiéndose encarnado originariamente en la forma humana sin entendimiento, animada par la presencia en sí misma de la Mónada dual, pero inconsciente de ella (puesto que no tenía conciencia), hizo de esa forma, humana en apariencia, un verdadero hombre. Este Ego es aquel “Cuerpo–Causal” que cobija a cada personalidad en que Karma lo obliga a encarnarse. Este EGO es el responsable de todos los pecados cometidos por cada nuevo cuerpo o personalidad (apariencias pasajeras que ocultan al verdadero Individuo a través de las largas series de renacimientos).

PREG. ¿Pero es justo esto? ¿Por qué ha de ser castigado ese Ego como resultado de hechos que ha olvidado?

TEÓS. No los ha olvidado; sabe y recuerda sus malas acciones tan bien como vos os acordáis de lo que hicisteis ayer. ¿Acaso porque la memoria de ese conjunto de compuestos físicos llamado “cuerpo” no recuerde lo que su predecesor (la personalidad anterior) hizo, imagináis que el Ego real lo ha olvidado? Tanto valdría decir que es injusto que sea castigada por una cosa de la que nada sabe la chaqueta nueva que usa un muchacho a quien vapulean por haber robado manzanas.

PREG. Pero ¿no existen medios de comunicación entre la conciencia o memoria espiritual y la humana?

TEÓS. Seguramente los hay; pero jamás fueron reconocidos por vuestros psicólogos científicos modernos. ¿A qué atribuís la intuición, la “voz de la conciencia”, las reminiscencias en forma de aviso, vagas e indefinidas, etc., sino a tales comunicaciones? ¡Ojalá la mayoría de los hombres, los cultos al menos, estuviesen dotados de las delicadas percepciones espirituales de Coleridge, quien demuestra hasta qué punto llega su intuición en algunos de sus comentarios! Ved lo que dice respecto a la probabilidad de que “todos los pensamientos sean en sí mismos imperecederos”. “Si fuese más comprensiva la facultad inteligente [despertar súbito de la memoria], sólo se necesitaría para traer ante cada alma humana la experiencia colectiva de toda su existencia pasada existencias más bien, una organización diferente y apropiada, el cuerpo celeste en vez del terrestre”. Este cuerpo celeste es nuestro Ego Manásico. _________________________________________________________________________________ En su Catecismo Budista, el mismo Coronel Olcott, obligado por la lógica de la filosofía esotérica, tuvo necesidad de corregir los errores de Orientalistas anteriores que no hicieran esa diferencia, y dar al lector sus razones para ello. Dice: “las apariciones sucesivas sobre la Tierra o descenso en la generación de las partes tanhaicamente coherentes (skandhas) de un ser determinado son una sucesión de personalidades.

La PERSONALIDAD difiere en cada nacimiento de un nacimiento anterior o sucesivo. Karma, el DEUS EX MACHINA, se oculta (¿diremos más bien que se refleja? ) a sí mismo ora en la personalidad de un sabio, ya bajo la forma de un artesano, y así sucesivamente, a través de toda serie de existencias. Pero, aunque las personalidades siempre cambian, la línea única de vida que las ensarta como las cuentas de un rosario, permanece unida, es siempre esa línea particular, jamás otra alguna. Es, por lo tanto, una ondulación individual y vital que empezó en Nirvana, o lado subjetivo de la Naturaleza, como la ondulación de la luz o del calor, propagada a través del éter, nació en un origen dinámico; recorre el lado objetivo de la Naturaleza bajo el impulso de Karma, y la dirección creadora de Tanhâ (deseo de vivir no satisfecho); y conduce, a través de muchos cambios cíclicos, de nuevo al Nirvana. Mr. Rhys–Davis llama a aquello que pasa de personalidad a personalidad por la cadena individual, “carácter” o“acción”. Puesto que el “ carácter” no es una simple abstracción metafísica, sino la suma de nuestras propias cualidades mentales y propensiones morales, ¿no contribuiría a rechazar o a desvanecer lo que Mr. Rhys–Davis llama “ el desesperado expediente de un misterio” (Budismo, pág. 101) el considerar la ondulación de la vida como la individualidad, y a cada una de sus series de manifestaciones natales como una personalidad separada?

El individuo perfecto, buddhísticamente hablando, es un Buda; pero Buda no es más que la flor rara de la humanidad, sin la menor mezcla sobrenatural. Y como son necesarias un sinnúmero de generaciones –“cuatro asankheyyas y cien mil ciclos”, según Fansböll y Rhys–Davis (Buddhist Birth Stories, pág.13)– para convertir a un hombre en Buddha, y la voluntad de hierro para convertirse en tal permanece a través de todos los nacimientos futuros, ¿Cómo llamaremos a aquello que de este modo quiere y persevera? ¿El carácter? ¿Nuestra individualidad; una individualidad manifestada sólo en parte en cualquier nacimiento nuestro, pero constituida por fragmentos de todos los nacimientos? ”

37 MAHAT o la MENTE UNIVERSAL es el origen de manas. Este último es el mahat, es decir, la mente en el hombre. También se llama a Manas Kshetrajña, espíritu encarnado, porque, según nuestra filosofía, los Mânasa–putras o “ Hijos de la Mente Universal” son los que crearon o mejor dicho produjeron al hombre pensador, manu, encarnado en la tercera raza de la humanidad en nuestra Ronda. Es Manas por consiguiente, el verdadero y permanente Ego Espiritual que se encarna, la INDIVIDUALIDAD, y nuestras innumerables y diferentes personalidades no son sino sus aspectos externos.



PREG. Me habéis dado una idea general acerca de los siete principios. Decidme ahora cómo se explica la falta completa de memoria respecto de nuestras vidas anteriores, a la luz de lo que habéis dicho sobre esos principios.

TEÓS. Muy fácilmente. Los “principios” que llamamos físicos32, son desintegrados después de la muerte, a la par que sus elementos constitutivos, y la memoria a la vez que su cerebro. Esa memoria desvanecida de un cuerpo que desapareció no puede recordar ni registrar cosa alguna en la encarnación posterior del Ego. 

La reencarnación significa que ese Ego ha de ser dotado de un nuevo cuerpo, de un nuevo cerebro y de una nueva memoria.

Tan absurdo sería, por consiguiente, esperar que se acordase la memoria de aquello que jamás pudo registrar, como inútil resultaría examinar con el microscopio una camisa que nunca hubiese llevado puesta un asesino, y buscar en ella las manchas de sangre que sólo habían de hallarse en la ropa que llevó en otra ocasión. No es la camisa limpia la que hemos de interrogar, sino la ropa que llevaba cuando ejecutó el crimen; y si ésta ha sido quemada y destruida, ¿cómo la podéis encontrar?

PREG. ¿Cómo podéis tener la seguridad de que se cometió el crimen, o de que el “hombre de la camisa limpia” ha existido anteriormente?

TEÓS. Seguramente no por medios físicos, ni basándonos en el testimonio de aquello que ya no existe.  Pero existe la evidencia circunstancial, que nuestras sabias leyes admiten quizás más de lo que debieran. Para convencerse del hecho de la reencarnación y de las vidas pasadas, debe ponerse uno en relación con el propio Ego real permanente, y no con la memoria, que es pasajera.

PREG. Pero ¿cómo ha de poder creer la gente en aquello que no sabe ni ha visto jamás, y mucho menos ponerse en relación con ello?

TEÓS. Si la gente más ilustrada de buena gana cree en “la gravedad”, el “éter”, la “fuerza” y tantas otras cosas de Ciencia, en abstracciones e “hipótesis” que no ha visto, tocado, olido, oído ni probado, ¿por qué no habrían de creer otras personas, en virtud del mismo principio,en el Ego propio permanente, “hipótesis” muchísimo más lógica e importante que ninguna otra?

PREG. ¿Qué es, en fin, ese misterioso principio eterno? ¿Podéis explicar su naturaleza de un modo comprensible para todos?

TEÓS. El Ego que se reencarna es el “Yo” individual e inmortal, no el personal; en una palabra, el vehículo de la MÓNADA Atma–Búddhica; aquello que es recompensado en el Devachán y castigado en la Tierra, y aquello, en fin, a que se une sólo el reflejo dé los skandhas o atributos de cada reencarnación33.

PREG. ¿Qué entendéis por skandhas?

TEÓS. Precisamente lo que acabo de decir: los “atributos” entre los que está comprendida la memoria. Todos mueren como la flor, dejando sólo tras sí un débil aroma. He aquí un párrafo del Catecismo Buddhista de H. S. Olcott34, que se refiere precisamente al asunto y trata la cuestión del modo que sigue:

“El anciano recuerda los incidentes de su juventud, a pesar de haber cambiado física y mentalmente. ¿Por qué entonces no llevamos con nosotros el recuerdo de nuestras pasadas vidas de un nacimiento a otro? Porque la memoria está incluida en los skandhas, y habiendo cambiado éstos con la nueva existencia, la memoria,el recuerdo de la anterior existencia particular, se desvanece. Sin embargo, debe sobrevivir el recuerdo o reflejo de todas las vidas pasadas, porque cuando el príncipe Siddhârtha se convirtió en Buddha, la serie completa de sus nacimientos anteriores le fue revelada… y cualquiera que llega a alcanzar el estado de Jhana puede de ese modo trazar retrospectivamente la línea de su vida”.

Esto os probará que mientras las cualidades imperecederas de la personalidad, como el amor, la bondad, la caridad, etc., se unen al Ego inmortal, fotografiando en él, por decirlo así, una imagen permanente del aspecto divino del hombre que anteriormente existía, sus skandhas materiales (aquellos que generan los efectos kármicos más marcados) son tan pasajeros como la luz del relámpago, y no pueden influir en el cerebro de la nueva personalidad; sin embargo, esto no altera en modo alguno la identidad del Ego reencarnado.

PREG. ¿Queréis decir con esto que aquello que sobrevive es únicamente la memoria del alma, según la llamáis, siendo esa alma o Ego uno mismo, mientras que nada queda de la personalidad?

TEÓS. No por completo. Excepto en el caso de que esta última haya sido la de un materialista absoluto, cuya naturaleza no haya sido penetrable ni por el rayo espiritual más pequeño, algo perteneciente a cada personalidad debe sobrevivir, puesto que deja su eterna huella en el yo permanente que se encarna, o Ego Espiritual35

La personalidad, con sus skandhas, cambia constantemente en cada nuevo nacimiento. Es,como antes hemos dicho, tan sólo el papel que representa el actor (el verdadero Ego)durante una noche. Ésta es la razón por la que no guardamos memoria de nuestras vidas pasadas en el plano físico, aunque el “Ego” real las ha vivido y las conoce todas.

PREG. ¿Por qué no imprime entonces el hombre real o espiritual aquel conocimiento en su nuevo “yo” personal?

TEÓS. ¿Cómo pudieron unas sirvientes de un pobre cortijo hablar el hebreo y tocar el violín en estado extático o de sonambulismo, cosas que desconocían en absoluto en su estado normal? Porque, como os diría todo verdadero psicólogo, no de vuestra escuela moderna sino de la antigua, sólo puede obrar el Ego Espiritual cuando el ego personal está paralizado. 

El “Yo” Espiritual en el hombre es omnisciente, y toda sabiduría es innata en él; mientras que el Yo personal es la hechura de lo que lo rodea,y el esclavo de la memoria física. Si el primero pudiese manifestarse sin interrupción ni impedimento alguno, ya no habría hombres en la Tierra, pues todos seríamos dioses.

PREG. Debiera, sin embargo, haber excepciones, y algunos debieran acordarse.

TEÓS. Las hay, en efecto. Mas, ¿quién cree en sus referencias? Tales personas son consideradas generalmente, por el materialismo moderno, como histéricos alucinados, maniáticos o farsantes. Léanse, sin embargo, las obras que tratan de este punto, especialmente Reencarnación, un estudio de la Verdad Olvidada, por S. D. Walker, M. S. T., y obsérvese la cantidad de pruebas que acerca de tan debatida cuestión presenta el autor. 

Se habla del alma a la gente, y algunos preguntan: “¿Qué es el alma? ¿Habéis probado jamás su existencia?” Inútil es, por supuesto, argüir a los que son materialistas, pero aun a estos últimos quisiera dirigir esta pregunta: 
¿ Podéis acordaros de lo que erais o hacíais cuando niños pequeños?  ¿Habéis conservado el menor recuerdo de vuestra vida, pensamientos o actos, o tan siquiera de que hayáis vivido durante los primeros dieciocho meses o dos años de vuestra existencia? ¿Por qué entonces, partiendo del mismo principio, no negáis también el haber vivido alguna vez como niños?” 

Cuando a todo esto añadimos que el Ego que se reencarna, o individualidad, retiene durante el período devachánico únicamente la esencia de la experiencia de su vida terrestre pasada, o personalidad, quedando absorbidas todas las experiencias físicas en un estado impotencia o siendo convertidas, por decirlo así, en fórmulas espirituales; cuando tenemos en cuenta, además, que el espacio de tiempo que transcurre entre dos renacimientos se dice que es de diez a quince siglos, durante cuyo período la conciencia física está total y absolutamente inactiva, careciendo de órganos que obren en ella, y, por consiguiente, de existencia, la razón de la ausencia de todo recuerdo resulta bien clara.

PREG. Acabáis de decir que el Ego Espiritual es omnisciente. ¿Dónde está, pues, esa decantada omnisciencia durante su vida devachánica, como la llamáis?

TEÓS. Durante ese tiempo se halla en estado latente y potencial; porque en primer lugar, el Ego Espiritual no es el Yo SUPREMO, que siendo uno con el Alma Universal o Inteligencia, es el solo omnisciente; y segundo, porque el Devachán es la continuación idealizada de la vida terrestre que se acaba de abandonar, período de ajustamiento retributivo y recompensa por los daños y sufrimiento experimentados inmerecidamente en aquella vida especial. 

El Ego espiritual, en el Devachán sólo es omnisciente potencialmente, y defacto exclusivamente en Nirvana, cuando el Ego está fundido en el Alma–Mente Universal.

Vuelve a ser casi omnisciente, sin embargo, durante aquellas horas en la Tierra en que ciertas condiciones anormales cambios fisiológicos del cuerpo libran al Ego de los estorbos e impedimentos de la materia.

Ejemplo de ello son los dos casos de sonambulismo más arriba citados, de una humilde criada hablando el hebreo y otra tocando el violín. No quiere esto decir que las explicaciones que respecto a esos dos casos nos ofrece la ciencia médica no encierren verdad alguna en sí, pues una de aquellas muchachas había oído años antes a un pastor protestante, maestro suyo, leer obras hebreas en voz alta, y la otra había oído a un artista tocar el violín en el cortijo que habitaba.

Mas, ninguna de las dos hubiese pedido hacer esto con la perfección con que lo hicieron si no hubiesen estado animadas por Aquello que, debido a la identidad de su naturaleza con la Mente Universal, es omnisciente. 
En el primer caso el principio superior obró sobre los skandhas y los puso en movimiento; en el último, estando la personalidad paralizada se manifestó la individualidad misma. Os ruego no confundáis las dos cosas.


32 A saber: el cuerpo, la vida, los instintos pasionales y animales, y el fantasma astral o eidolon, de cada hombre, sea percibido en pensamiento, por nuestro ojo mental, u objetivamente y separado del cuerpo físico; cuyos principios llamamos Sthula sharira, Prâna, Kâma–Rûpa y Linga sharira. Ningún principio de éstos es negado por la ciencia, aunque los llame de modo distinto.
33 Existen en las doctrinas Buddhistas cinco Skandhas o atributos: Rupa (forma o cuerpo), cualidades materiales; Vedana, sensación; Sanna, ideas abstractas; Sankhara, tendencias de la mente; Vinnana, poderes mentales. Estamos formados de ellos, por ellos somos conscientes de la existencia, y por medio de ellos nos comunicamos con el mundo que nos rodea.
34 Por H.S. Olcott, Presidente y fundador de la Sociedad Teosófica. La exactitud de la doctrina está sancionada por el Rev. H. Sumangala, gran Sacerdote de Sripada y Gales, y Principal del Widyodaya Parivena (Colegio) en Colombo, como de acuerdo con el Canon de la Iglesia Buddhista del Sur.

35 Espiritual, en oposición al yo personal. El estudiante no debe confundir ese Ego Espiritual con el “ YO SUPREMO“, que es Âtma, el Dios nuestro interno e inseparable del Espíritu Universal. (Véase en la sección IX: “De la Conciencia post mortem y post natun.”)