PREG. ¿ Tenéis en vuestra Sociedad algunas leyes o cláusulas prohibitivas aplicables a los teósofos? 

TEÓS. Muchas; aunque, ¡ay!, ninguna es obligatoria. Ellas expresan el ideal de nuestra organización; pero nos vemos obligados a confiar a la discreción de los mismos miembros su aplicación práctica. Desgraciadamente, tal es el estado mental de los hombres en el siglo presente, que si no consintiésemos en dejar que estas cláusulas fuesen consideradas como anticuadas, por decirlo así, ningún hombre o mujer se atrevería a entrar en la Sociedad Teosófica. Precisamente por esta razón me veo obligada a insistir tanto sobre la diferencia que existe entre la verdadera Teosofía y su vehículo laborioso, bien intencionado, pero todavía indigno, la Sociedad Teosófica. 

PREG. ¿Podéis decirme cuáles son los peligrosos escollos que se encuentran en la alta mar de la Teosofía? 

TEÓS. ¡Bien podéis llamarlos escollos, porque más de un sincero y honrado M. S. T.59 ha visto estrellarse en ellos su nave! Y, sin embargo, parece lo más fácil de este mundo evitar ciertas cosas. Os expondré una serie de semejantes deberes teosóficos negativos, que ocultan los positivos. Par ejemplo: ningún teósofo debe permanecer callado cuando oiga hablar mal o calumniar a la Sociedad o a personas inocentes, sean éstas o no sus colegas. 

PREG. Pero suponed que lo que uno oye sea verdad, o pueda ser cierto sin que uno lo sepa. 

TEÓS. Entonces debe pedir pruebas de lo que se afirma, y oír a las dos partes imparcialmente, antes de permitir que la acusación quede impune. No tiene derecho a creer en el mal hasta que no posea una prueba innegable de la exactitud de lo afirmado. 

PREG. ¿Y qué debe hacerse en ese caso? 

TEÓS. Tener compasión e indulgencia; la caridad y la longanimidad siempre debieran encontrarnos dispuestos a excusar a nuestros hermanos pecadores, y a juzgar lo más benévolamente posible a los que yerran. Jamás debiera un teósofo olvidar las imperfecciones y flaquezas de la naturaleza humana. PREG. En tales casos, ¿debe perdonar enteramente? TEÓS. En todos los casos; particularmente cuando la víctima es él. 

PREG. Pero si obrando de este modo se expone a ofender a otras personas o consiente que se las perjudique, ¿qué debe hacer entonces? 

TEÓS. Cumplir con su deber; hacer aquello que su conciencia y naturaleza superior le sugieran, pero después de madura deliberación. La justicia consiste en no ofender a ser viviente alguno; pero también nos impone no permitir jamás que se perjudique a la mayoría o a una persona inocente, consintiendo la impunidad del culpable. 

PREG. ¿Cuáles son las demás cláusulas negativas? 

TEÓS. Ningún teósofo debe contentarse con una vida ociosa o frívola, que no le reporta ningún verdadero bien, y menos lo produce a los demás. Debe trabajar en beneficio de aquellos pocos que necesiten de su ayuda, si se siente incapaz de luchar por la humanidad en general, contribuyendo así al progreso de la causa teosófica. 

PREG. Esto requiere una naturaleza excepcional, y a ciertas personas les sería muy difícil. 

TEÓS. Más le valiera, entonces, no formar parte de la Sociedad Teosófica, que navegar bajo una falsa bandera. A nadie se le exige dar más de lo que puede, ya sea en devoción, tiempo, trabajo o dinero. 

PREG. ¿Qué más? 

TEÓS. Ningún teósofo debe prestar demasiada importancia a sus progresos personales en los estudios teosóficos; pero debe estar dispuesto a trabajar con todas sus fuerzas por los demás. No debe dejar que carguen unos pocos trabajadores leales con todo el peso y responsabilidad del movimiento teosófico. Cada miembro debiera considerar de su deber participar como pueda en la obra común y contribuir a ella por todos los medios que estén a su alcance. 

PREG. Esto es muy justo; ¿y después? 

TEÓS. No debe un teósofo colocar su vanidad o sentimiento personales sobre los de su Sociedad como corporación. Al que sacrifica la reputación de esta última, o la de otras personas en aras de su vanidad, provecho u orgullo personales, no se le debiera consentir que siga formando parte de la Sociedad, Un miembro canceroso enferma al cuerpo entero.

PREG. ¿Es deber de todo miembro enseñar y predicar la Teosofía a los demás? 

TEÓS. Seguramente. Ningún miembro tiene derecho a permanecer ocioso, con la excusa de que sabe demasiado poco para enseñar. Porque siempre debe estar seguro de que hallará otros que saben aún menos que él. Hasta que no empieza un hombre a enseñar a los demás, no descubre su propia ignorancia, y entonces es cuando se esfuerza en combatirla. Mas ésta es cláusula secundaria. 

PREG. ¿Cuál es, pues, el más importante de los deberes teosóficos negativos? 

TEÓS. Estar siempre dispuesto a reconocer, y confesar las propias faltas. Pecar más bien por una exagerada alabanza de los esfuerzos de nuestro prójimo, que por una apreciación insuficiente de los mismos. No difamar a espaldas suyas o calumniar a otra persona que no está presente. Decir siempre abierta y directamente, cara a cara, los motivos de queja que se tengan. No hacerse eco jamás de cualquier cosa que pueda oírse en contra de una persona, ni alimentar sentimiento de venganza alguno contra los que nos ofendan. 

PREG. Es a menudo expuesto decir la verdad cara a cara. ¿No os parece? Conozco a un miembro de la Sociedad Teosófica que se ofendió muchísimo, abandonó la Sociedad y se convirtió en su mayor enemigo sólo porque le dijeron algunas verdades desagradables cara a cara y lo censuraron por ellas. 

TEÓS. De éstos hemos tenido muchos. Ningún miembro, sea importante o insignificante, ha dejado jamás, al separarse de nosotros, de convertirse en nuestro declarado enemigo. 

PREG. ¿Cómo explicáis esto? 

TEÓS. Muy sencillamente. En la mayoría de los casos, habiéndose consagrado a la Sociedad con mucho ardor al principio, y habiendo prodigado a ésta las más exageradas alabanzas, la única excusa posible a que puede recurrir un apóstata para explicar su conducta y su ceguera es presentarse como víctima inocente engañada, volviendo así contra la Sociedad en general, y sus jefes en particular, las censuras de que ha sido objeto. Esas personas se parecen a aquel hombre de la antigua fábula que, teniendo la cara torcida, rompió el espejo diciendo que reflejaba imperfectamente su semblante. 

PREG. Pero ¿por qué motivo atacan a la Sociedad? 

TEÓS. Casi siempre por vanidad ofendida en una forma u otra. Generalmente, porque su dictamen y consejos no se consideran como decisivos y de peso; o bien porque pertenecen a esa clase de personas que preferirían reinar en el infierno a servir en el cielo; en una palabra: porque no pueden soportar no ser los primeros en todo. Por ejemplo, un miembro –un verdadero “Don Oráculo”– criticaba y difamaba casi a todo miembro de la Sociedad Teosófica, dirigiéndose lo mismo a los de afuera que a los teósofos, bajo pretexto de que todos eran antiteosóficos, censurándolos por lo que él mismo estaba haciendo siempre. 
Al fin salió de la Sociedad, dando por motivo su profunda convicción de que éramos todos (los fundadores especialmente) ¡impostores! Otro, después de haber intrigado por todos los medios posibles para que se lo colocase al frente de una sección importante de la Sociedad, viendo que los miembros se oponían a ello, volvió sus armas contra los fundadores de la Sociedad Teosófica y se convirtió en su más encarnizado enemigo,atacando, siempre que podía, a uno de aquellos simplemente porque no pudo ni quiso imponerlo a los miembros. Era sencillamente un caso violento de vanidad ofendida. Otro quería practicar la magia negra, y virtualmente así lo hizo; es decir, ejercer ilícitamente su influencia psicológica personal sobre ciertos miembros, pretendiendo practicar al mismo tiempo la devoción y todas las virtudes teosóficas. Habiendo encontrado oposición y habiéndose puesto fin a este estado de cosas, rompió con la Teosofía; y ahora calumnia a los desgraciados jefes del modo más violento, esforzándose en destruir la Sociedad y manchando la reputación de aquellos que no se dejaron engañar por tan “digno” miembro. 

PREG. ¿Qué se hace con gente semejante? 

TEÓS. Abandonarlos a su Karma. Porque abre mal una persona, no es motivo para que los demás hagan lo mismo. 

PREG. Volvamos a la calumnia. ¿Dónde está la línea de demarcación que separa la difamación de la justa crítica? ¿No es un deber poner a nuestros amigos y prójimos en guardia contra los que sabemos son asociados peligrosos? 

TEÓS. Si dejando a estos últimos impunes puede perjudicarse a otras personas, es seguramente nuestro deber evitar el peligro, previniéndolos privadamente. Pero ya sea exacta o falsa, jamás debe propagarse entre el público una acusación contra otra persona. Si es cierta, y cuando sólo el pecador resulta perjudicado, abandóneselo a su Karma. Si es falsa, entonces no se habrá contribuido a aumentar la injusticia en el mundo. Por lo tanto, guárdese silencio, respecto a esas cosas, con toda persona que no este directamente interesada en ellas. Pero si la discreción y el silencio pueden perjudicar o poner en peligro a otros, entonces dígase la verdad a toda costa; y digo con Annesly: “Consulta el deber, no los acontecimientos”. Casos existen en que por fuerza hay que exclamar: “Perezca la discreción antes de consentir que se anteponga al deber”. 

PREG. Paréceme que si aplicáis esas máximas os espera una serie de disgustos. 

TEÓS. Y en efecto, así sucede. Hemos de reconocer que nos hallamos ahora tan expuestos a los insultos como lo estaban los primeros cristianos. “¡Mirad cuánto se quieren esos teósofos unos a otros!, puede decirse ahora de nosotros sin la menor injusticia. 

PREG. Puesto que admitís que existen tantas difamaciones, calumnias y disputas, si no más, en la Sociedad Teosófica que en las Iglesias Cristianas, sin contar las Sociedades Científicas, ¿ qué clase de Fraternidad es ésa? 

TEÓS. Una muestra bien pobre, en verdad, en cuanto al presente; y mientras no se le pase por una criba y se reorganice, nada mejor que las demás. Acordaos, sin embargo, de que la naturaleza humana es la misma en la Sociedad Teosófica que fuera de ella. Sus miembros no son santos; todo lo más, son pecadores que tratan de obrar mejor, pero que están expuestos a caer por su debilidad personal. Añadid a esto que nuestra “Hermandad” no es una corporación reconocida o sancionada, y que se encuentra, por decirlo así, al margen de la acción jurídica. Se halla, además, en un estado caótico, y es más injustamente impopular que ninguna otra Asociación. ¡Qué tiene de extraño, por lo tanto, que aquellos miembros incapaces de practicar su ideal vayan a buscar, después de haber abandonado la Sociedad, protección simpática entre nuestros enemigos, confiando a sus oídos, por demás complacientes, sus odios y rencores! Sabiendo que han de hallar auxilio, simpatía y una credulidad pronta a admitir toda clase de acusaciones, por absurdas que sean, que les convenga lanzar contra la Sociedad Teosófica, se apresuran a hacerlo, y descargan su ira contra el inocente espejo que con demasiada fidelidad reflejó sus facciones. Jamás perdona la gente a aquellos a quienes ofendió. El sentimiento de la bondad recibida y pagada con la ingratitud, la conduce a un furor de justificación personal, ante el mundo y ante su propia conciencia. Al mundo le falta tiempo para creer cualquier cosa que se refiera en contra de una Sociedad que odia. En cuanto a la propia conciencia… pero no quiero añadir más, temiendo haber dicho ya demasiado. 

PREG. No me parece muy envidiable vuestra posición. 

TEÓS. No lo es, en efecto. Mas, ¿no creéis que algo muy noble, muy elevado, muy verdadero, ha de haber en el fondo de la Sociedad y de su filosofía, cuando aún continúan trabajando por ella con todas sus fuerzas los jefes y fundadores del movimiento? Sacrifican por ella todo bienestar, toda prosperidad mundana, todo éxito; su buen nombre y reputación; y ¡ay!, hasta su honra misma, para ser objeto, en cambio, de la murmuración incesante, de la persecución implacable, de la calumnia obstinada, de la ingratitud constante; para ver que sus más nobles esfuerzos son mal interpretados, y para recibir ofensas de todas partes, cuando abandonando su obra se librarían inmediatamente de toda responsabilidad y se verían escudados contra todo nuevo ataque. 

PREG. Confieso que tanta perseverancia me parece asombrosa, y no comprendo la razón de tales sacrificios. 

TEÓS. No será por beneficio personal, creedlo; únicamente por la esperanza de enseñar a unos pocos individuos a trabajar en nuestra obra por la humanidad, con arreglo al plan original, el día que hayan muerto y desaparecido los fundadores. Éstos han encontrado ya, para llenar su puesto, unas pocas almas nobles y leales. Gracias a estos pocos, las generaciones venideras hallarán el sendero que conduce a la paz algo más libre de espinas y de abrojos; el camino algo más ancho; y así tantos sufrimientos habrán producido buenos resultados, y su propio sacrificio no habrá sido vano. Por ahora, el objeto principal, fundamental, de la Sociedad, es sembrar semillas en los corazones de los hombres; semillas que puedan germinar a su tiempo, y bajo circunstancias más propicias, llevarnos a una reforma saludable, capaz de ofrecer a las masas mayor felicidad que la que hasta ahora han conocido.

H.P.B



PREG. ¿Cómo esperáis que realicen la obra los miembros de la Sociedad?

TEÓS. Primero, estudiando y comprendiendo las doctrinas teosóficas, para que así puedan enseñar a los demás, especialmente a los jóvenes. Segundo, aprovechando toda oportunidad de hablar a los demás sobre Teosofía, explicándoles lo que ésta es y lo que no es, disipando sus errores y fomentando el interés por ella. Tercero, ayudando a la propaganda de nuestra literatura; comprando obras, cuando se tienen medios para ello, prestándolas, dándolas e induciendo a los amigos a hacer lo mismo. Cuarto, defendiendo a la Sociedad contra todo ataque injusto, o por todos los medios legítimos que tengan en su poder. Quinto, y es lo más importante de todo, por el ejemplo de la propia vida.

PREG. Pero toda esa literatura, a cuya propaganda dais tanta importancia, no me parece encerrar una gran utilidad práctica en beneficio, de la humanidad. No es caridad práctica.

TEÓS. Pensamos de otro modo. Creemos que un buen libro que ofrece a las personas materia para pensar, que fortalece y esclarece su mente, facilitándoles la inteligencia de verdades sentidas vagamente, pero que no podían formular, produce un bien real y substancial. En cuanto a lo que llamáis actos prácticos de caridad en beneficio de nuestros semejantes, hacemos lo poco que podemos; pero, como ya os he dicho, la mayor parte de nuestros hermanos son pobres, y la Sociedad por sí misma no tiene bastantes recursos para tener a sueldo gente dedicada a su servicio. Todos los que nos esforzamos en realizarlo, damos gratis nuestro trabajo, y en muchísimos casos nuestro dinero. Los pocos que poseen medios de hacer lo que se llama vulgarmente actos de caridad, siguen los preceptos buddhistas y trabajan por sí mismos, pero no por procuración o suscribiéndose públicamente a obras caritativas. Lo que tiene que hacer ante todo el teósofo es olvidar su personalidad.




PREG. ¿Creéis que ayudaría la Teosofía a extirpar esos males, en las condiciones contrarias de nuestra vida moderna?

TEÓS. Creo firmemente que podríamos lograrlo si tuviésemos más recursos y no tuviesen que trabajar muchísimos teósofos para ganarse el pan.

PREG. ¿De qué modo? ¿Pensáis que podrían arraigarse jamás vuestras doctrinas entre las masas ignorantes, siendo tan abstractas y difíciles que apenas pueden comprenderlas las personas instruidas?

TEÓS. Olvidáis una cosa, y es que precisamente vuestra tan decantada educación moderna es lo que hace difícil para vosotros la inteligencia de la Teosofía. Tan llena de sutilezas y preocupaciones intelectuales tenéis la mente, que vuestra natural intuición y percepción de la verdad no pueden funcionar. Para que el hombre comprenda las verdades generales de Karma y Reencarnación no se necesita la metafísica o la cultura. Ahí están millones de pobres e ignorantes buddhistas e hindúes para quienes Karma y Reencarnación son realidades sólo porque su mente jamás ha sido forzada ni torcida por ningún molde artificial. Nunca se ha pervertido en ellos el innato sentimiento de justicia humana, haciéndoles creer que les serían perdonados todos sus pecados por haber sido muerto otro hombre por ellos. Y notad bien que los buddhistas viven cumpliendo con sus creencias sin proferir una queja contra Karma, o lo que consideran como justo castigo; mientras que el populacho cristiano no cumple su ideal moral, ni acepta su suerte con satisfacción. De ahí las quejas, el descontento y la intensidad de la lucha por la existencia, en los países occidentales.

PREG. Pero esa resignación que alabáis tanto, mataría todo motivo de esfuerzo y detendría el progreso.

TEÓS. Y los teósofos decimos que ese progreso y civilización de que tanto os vanagloriáis no son más que fuegos fatuos que flotan sobre un pantano que exhala miasmas envenenados y mortíferos. Porque vemos el egoísmo, el crimen, la inmoralidad y todos los males imaginables cayendo sobre la desgraciada humanidad, al salir de esa caja de Pandora que llamáis siglo de progreso, y aumentando pari passu con el desarrollo de su civilización material. A este precio, más valen la inercia y la inactividad de los países buddhistas, consecuencias tan sólo de la esclavitud política durante muchos siglos.

PREG. ¿No tiene, entonces, importancia toda esa metafísica y misticismo de que tanto os ocupáis?

TEÓS. No traen gran consecuencia respecto a las masas, que sólo necesitan una dirección y ayuda práctica; pero son de la mayor importancia para las personas ilustradas, jefes naturales de esas masas; para aquellas cuyo modo de pensar y obrar será tarde o temprano adoptado por esas mismas masas. Sólo por medio de la filosofía puede el hombre inteligente e ilustrado evitar el suicidio intelectual de creer basado en la fe ciega; y sólo asimilándose la estricta continuidad y la coherencia lógica de las doctrinas si no esotéricas, orientales, puede comprender la verdad de las mismas. De la convicción nace el entusiasmo; y el “entusiasmo”, dice Bulwer Lytton, “es el genio de la sinceridad, sin el cual no alcanza la verdad victoria alguna”. Emerson, con mucho acierto, dice que “todo movimiento grande e imperioso en los anales del mundo es el triunfo del entusiasmo; y para producir sentimiento semejante, ¿dónde se hallará una filosofía tan sublime, tan estable, tan lógica y que de tal, modo lo abarque todo, como nuestras doctrinas orientales?

PREG. Sin embargo, muy numerosos son sus enemigos, y cada día encuentra la Teosofía nuevos adversarios.

TEÓS. Esto es lo que prueba, precisamente, su excelencia y valor intrínsecos. La gente sólo odia a aquello que teme; y nadie se molesta en echar por tierra lo que ni es una amenaza, ni se eleva sobre la medianía. 

PREG. ¿Esperáis comunicar algún día ese entusiasmo a las masas?

TEÓS. ¿Por qué no? Ya que la historia nos dice que las masas adoptaron con entusiasmo el Buddhismo; ya que, como antes dije, el efecto práctico de esta filosofía de ética se muestra todavía en ellas por la insignificancia del número de crímenes entre las poblaciones buddhistas, según comprueba la estadística cuando se la compara con la de cualquier otra religión. Lo principal es agotar la fuente abundantísima de todo crimen e inmoralidad, o sea la creencia de que puede uno sustraerse a las consecuencias de sus propios actos. Enséñese la más sublime de todas las leyes, Karma y Reencarnación, y además de sentir las masas la verdadera dignidad de la naturaleza humana, se apartarán del mal y huirán de él, como lo harían de un peligro físico.



PREG. ¿Cómo consideran los teósofos el deber cristiano de la caridad?

TEÓS. ¿A qué caridad os referís; a la caridad mental o a la caridad práctica en el plano físico?

PREG. A la caridad práctica, pues vuestra idea sobre la fraternidad universal incluye, por supuesto,la caridad mental.

TEÓS. ¿Os referís a la aplicación práctica de los mandamientos de Jesús en el Sermón de la Montaña?

PREG. Precisamente.

TEÓS. Entonces, ¿por qué llamarlos “cristianos”? Aunque vuestro Salvador los predicó y practicó, lo último en que piensan los cristianos de hoy día es en ponerlos en práctica durante su vida.

PREG. ¡Sin embargo, muchos son los que se pasan la vida practicando la caridad!

TEÓS. Sí, con las sobras de sus grandes fortunas. Pero enseñadme un cristiano, entre los más filántropos, que esté decidido a socorrer al ladrón hambriento que le robe su abrigo; o a presentar su mejilla derecha al que le abofeteara la izquierda, sin conservar jamás resentimiento por ello.

PREG. Debéis tener presente que no deben tomarse estos preceptos al pie de la letra. Desde la época del Cristo, han cambiado los tiempos y las circunstancias. Además, habló en parábolas.

TEÓS. En este caso, ¿por qué no dicen las Iglesias que la doctrina de la condenación y del fuego del infierno debe entenderse también como parábolas? ¿Por qué insisten algunos de los predicadores más populares y afamados en el sentido literal de los fuegos del Infierno y de los tormentos físicos de un alma “asbestina”, y permiten virtualmente que se interpreten esas “parábolas” en el sentido que se hace? Si
“parábola” es lo uno, también lo es lo otro. Si el fuego infernal es una verdad literal, entonces los mandamientos de Cristo en el Sermón de la Montaña deben obedecerse al pie de la letra. Y os digo que muchos que, como el Conde León Tolstoi, no creen en la divinidad del Cristo, cosa que también sucede a más de un teósofo, aplican literalmente esos nobles y universales preceptos.
Muchas personas buenas lo harían si no estuviesen convencidas de que semejante proceder en la vida les había de conducir a un manicomio, ¡efecto de lo cristianas que son nuestras leyes!

PREG. Todo el mundo sabe, sin embargo, que se gastan anualmente muchos millones en la caridad privada y pública.

TEÓS. ¡Oh, sí! La mitad se queda entre las manos por que pasa, antes de llegar a las del pobre; y una buena parte del resto en poder, de los mendigos de oficio, demasiado holgazanes para trabajar, no favoreciendo así de ningún modo a los que realmente sufren o están en la miseria. ¿No sabéis que el primer resultado del gran desbordamiento de caridad en beneficio del East–End de Londres fue producir en Whitechapel un alza de 20 por ciento en los alquileres?

PREG. ¿Qué haríais vosotros?

TEÓS. No obrar colectiva y sí individualmente; seguir el precepto de la escuela Buddhista del Norte. “Jamás pongas alimento en la boca del hambriento sirviéndote de mano ajena.” “Nunca permitas que se interponga entre ti y el objeto de tu generosidad la sombra de tu vecino (la de una tercera persona).” “Nunca des tiempo al Sol para secar una lágrima, antes de haberla tú enjuagado.” “No des jamás por medio de tus criados dinero al pobre, o alimento al sacerdote que pide a tu puerta; no fuera tu dinero a aminorar el agradecimiento y a convertirse en hiel tu aliento”. 

PREG. ¿Cómo puede aplicarse esto prácticamente?

TEÓS. Las ideas teosóficas acerca de la caridad significan esfuerzo personal para los demás; compasión y bondad personales; interés personal en el bienestar y prosperidad de los que sufren; previsión y ayuda personales en sus penas y necesidades. Nosotros, teósofos, no creemos en la eficacia del sistema de dar dinero por conducto ajeno; creemos aumentar cien veces el poder del dinero y su eficacia por nuestro contacto y simpatía personales con los que lo necesitan. Creemos en el alivio del alma tanto, si no más, que en el del estómago, porque el agradecimiento hace un bien mayor al hombre que lo siente que al que lo ha hecho sentir. ¿Dónde está el agradecimiento que vuestros millones de libras esterlinas debieran haber despertado, o los buenos sentimientos provocados por ellos? ¿Acaso en el odio que siente el pobre de East–End hacia el rico? ¿En el aumento del partido de la anarquía y del desorden, o en esos centenares de infelices muchachas obreras, víctimas del sistema “del sudor”, obligadas diariamente a andar por las calles para ganarse la subsistencia?
¿Acaso quedan agradecidos a las fábricas en que les dan trabajo las ancianas y ancianos desamparados, o los pobres por las viviendas malsanas en que les consienten engendrar nuevas generaciones de seres enfermizos, escrofulosos y raquíticos, con el único objeto de llenar los bolsillos de los Shylocks insaciables que poseen casas? Como consecuencia, cada moneda de estos “millones” entregada por gente buena y que quisiera ser caritativa, cae como una desgracia en vez de una bendición sobre el pobre a quien debiera aliviar.
A esto llamamos crear Karma nacional, y terribles serán sus resultados el día que haya que rendir cuentas.




PREG. ¿Es la justicia igual para todos y el amor hacia todos los seres el objeto más elevado de la Teosofía?

TEÓS. No; existe otro aún mucho más alto.

PREG. ¿Cuál puede ser?

TEÓS. El dar a los otros más que a uno mismo; el propio sacrificio. Esto es lo que ha distinguido tan preeminentemente a los Maestros más grandes de la Humanidad, tales como Gotama Buddha en la Historia, y Jesús de Nazaret en los Evangelios. Ha bastado ese solo rasgo para conservarles el respeto y el agradecimiento perpetuos de las generaciones que después de ellos se han sucedido. Decimos, sin embargo, que el propio sacrificio debe practicarse con discernimiento; y que si semejante abandono de uno mismo se lleva a cabo sin tener en cuenta la justicia, ciegamente, sin considerar los resultados, puede a menudo ser no sólo vano el esfuerzo, sino perjudicial. Una de las reglas fundamentales de la Teosofía es la justicia consigo mismo, considerándonos como una unidad de la humanidad colectiva, y no como un yo personal:
considerándonos no más que los demás, pero tampoco menos, excepto cuando, gracias al sacrificio propio, podemos beneficiar a los muchos.

PREG. ¿Podéis aclarar algo más vuestra idea por medio de un ejemplo?

TEÓS. Muchos ejemplos existen en la historia. La Teosofía considera el propio sacrificio por el bien práctico de los muchos como muy superior a la abnegación por una idea sectaria, como por ejemplo la de “salvar a los paganos de la condenación”. En nuestra opinión, el Padre Damián (aquel joven de 30 años que sacrificó su vida entera para aliviar los sufrimientos de los leprosos de Molokai, y se fue a vivir durante
dieciocho años solo con ellos, siendo al fin atacado por tan terrible enfermedad, de la cual murió), no ha muerto en vano. Él alivió, y proporcionó una relativa felicidad a miles de pobres desgraciados. Les llevó el consuelo mental y físico. Derramó un rayo de luz en la noche oscura y terrible de una existencia cuya amargura no encuentra otra comparable en los anales del sufrimiento humano.

Era un verdadero teósofo, y su memoria vivirá eternamente en nosotros. Consideramos a ese pobre sacerdote belga inconmensurablemente más elevado que, por ejemplo, aquellos sinceros pero insensatos y vanos misioneros que han sacrificado su vida en las islas de los mares del Sur o en China. ¿Qué bien han hecho? En las primeras, trataron con seres que no eran aún aptos para recibir verdad alguna; y en cuanto a la segunda, se trata de una nación cuyos sistemas de filosofía religiosa son tan elevados como cualesquiera otros, si quisieran los que los poseen seguir el modelo de Confucio y demás sabios de su raza. Murieron víctimas de caníbales y de salvajes irresponsables, o del fanatismo y del odio populares; mientras que si hubiesen ido a los tugurios de Whitechapel, u otra localidad de aquellas que se estancan y pudren, bajo el sol brillante de nuestra civilización, llenas de salvajes cristianos y de lepra mental, hubieran podido hacer verdadero bien y haber conservado la vida para una causa mejor y más digna.

PREG. Pero ¿no piensan los cristianos lo mismo?

TEÓS. Es claro que no, porque obran partiendo de una creencia errónea. Piensan que bautizando el cuerpo de un salvaje irresponsable salvan su alma de la condenación. Por una parte, la Iglesia olvida a sus mártires, y por otra beatifica y levanta estatuas a hombres como Labro, que sacrificó su cuerpo durante cuarenta años sólo en beneficio de los inmundos insectos que en él se alimentaban.
Si dispusiésemos de los medios necesarios para ello, levantaríamos una estatua al Padre Damián, santo verdadero y práctico, y perpetuaríamos su memoria para siempre, como ejemplo viviente de heroísmo teosófico y de compasión y propio sacrificio, Buddhista y cristiano.

PREG. ¿Consideráis, por tanto, el propio sacrificio como un deber?

TEÓS. Sí; y lo explicamos, mostrando que el altruismo es una parte integrante del propio desarrollo. Pero hemos de distinguir. Ningún hombre tiene derecho a dejarse morir de hambre para que pueda otro alimentarse, a no ser que la vida de este último sea, de un modo evidente, más útil a los muchos que la suya propia. Pero es deber suyo sacrificar su propio bienestar y trabajar por los demás si éstos son incapaces de
trabajar por sí mismos. Deber suyo es dar todo lo que le pertenece, por completo, si a nadie aprovecha más que a él mismo, caso que lo guarde egoístamente. La Teosofía enseña la propia abnegación, pero no el propio sacrificio impulsivo e inútil, ni justifica el fanatismo.

PREG. ¿Cómo podremos alcanzar un estado tan elevado?

TEÓS. Llevando a la práctica con discernimiento nuestros preceptos. Por el uso de nuestra razón más elevada, de la intuición espiritual, del sentido moral, y obedeciendo al dictamen de lo que llamamos “la tranquila y suave voz” de nuestra conciencia, que es la de nuestro Ego, y habla más alto en nosotros que los terremotos y los truenos de Jehová, en que “no está el Señor”.

PREG. Si tales son nuestros deberes hacia la humanidad en general, ¿qué entendéis por nuestros deberes respecto a los que nos rodean?

TEÓS. Exactamente los mismos, con más los que nacen de las obligaciones especiales de los lazos de familia.

PREG. ¿No es cierto entonces, como se dice, que apenas ha entrado alguno en la Sociedad Teosófica, se ve separado gradualmente su mujer, de sus hijos y de los deberes de familia?

TEÓS. Es una calumnia sin fundamento alguno, como tantas otras. El primero de los deberes teosóficos es el de cumplir el propio deber hacia todos los hombres y principalmente hacia aquellas personas con quienes tenemos obligaciones especiales, bien por haberlas asumido voluntariamente, como son los lazos del matrimonio, o porque el destino nos ha ligado a ellas, como las que debemos a nuestros padres o parientes.

PREG. ¿ Y cuál puede ser el deber del teósofo hacia sí mismo?

TEÓS. Reprimir y vencer al yo inferior, por medio del Superior. Purificarse interna y moralmente; no temer a nadie ni a nada, fuera del tribunal de su propia conciencia. No hacer jamás una cosa a medias; es decir, si cree hacer una cosa buena, debe hacerla abierta y francamente; y si es mala, apartarse de ella por completo. Un teósofo tiene el deber de aligerar su carga, pensando en el sabio aforismo de Epicteto que dice: “No te
dejes apartar, de tu deber por cualquier reflexión vana que de ti pueda hacer el mundo necio, porque en tu poder no están sus censuras, y, por consiguiente, no deben importarte nada”.

PREG. Suponiendo que un miembro de vuestra Sociedad manifestase su incapacidad para practicar el altruismo con otras personas, fundándose en que “la caridad empieza por uno mismo”, y alegando que está demasiado ocupado, o que es demasiado pobre para favorecer a la humanidad, o siquiera a algunos de sus elementos, ¿cuáles son vuestras reglas en caso semejante?

TEÓS. Ningún hombre tiene el derecho de decir que nada puede hacer por los demás, bajo cualquier pretexto que sea. “Cumpliendo su deber en la ocasión conveniente, puede el hombre convertirse en acreedor del mundo”, dice un escritor inglés. Un vaso de agua ofrecido a tiempo al viajero sediento realiza un deber más noble y más digno que una docena de comidas dadas sin oportunidad a gentes que pueden pagarlas. Un hombre que no sienta esto, jamás será teósofo; pero podrá, sin embargo, seguir siendo
miembro de nuestra Sociedad. Carecemos de reglas para obligar a ningún hombre a convertirse en teósofo práctico, si no desea serlo.

PREG. ¿Para qué entran entonces en la Sociedad?

TEÓS. El que lo hace lo sabrá. Tampoco en esto tenemos derecho para formar juicios anticipados sobre una persona, aun cuando toda una comunidad se manifestase en su contra, y os diré por qué. En nuestros tiempos, la vox populi (al menos en lo que se refiere a la de las clases ilustradas) ya no es la vox dei, sino siempre la de la preocupación, la de los motivos egoístas, y a menudo también la de la impopularidad.
Nuestro deber es sembrar semilla abundante para el futuro, y tratar de que sea buena; no detenernos en averiguar por qué hemos de hacerlo así, ni cómo y para qué vamos a perder nuestro tiempo, puesto que los que han de recoger más adelante la cosecha no seremos nosotros.



PREG. ¿No es, pues, la Sociedad Teosófica una organización política?

TEÓS. Seguramente que no. Es internacional en el más elevado sentido, puesto que comprende, entre sus miembros, hombres y mujeres de todas las razas, creencias y opiniones, que trabajan unidos por el mismo objeto: el progreso de la humanidad; pero como Sociedad no toma parte en ninguna política nacional o de partido, sea cual fuese.

PREG. ¿Por qué?

TEÓS. Precisamente por las razones que acabo de dar. La acción política, además, debe variar necesariamente con las circunstancias y con la idiosincrasia de los individuos; y si bien, por la naturaleza misma de su posición como teósofos, los miembros de la Sociedad Teosófica concuerdan en los principios de la Teosofía, porque de lo contrario no formarían parte de la Sociedad, no se deduce de esto que opinen del mismo modo sobre los demás asuntos. Como Sociedad, sólo pueden obrar juntos en materias que son comunes a todos, esto es, en lo que se refiere a la Teosofía; como individuos, cada cual es perfectamente dueño de seguir su línea particular de acción y opinión política, siempre que no esté en oposición con los principios teosóficos o perjudique a la Sociedad Teosófica.

PREG. Pero ¿no se desentenderá, claro está, la Sociedad Teosófica de las cuestiones sociales que con tanta fuerza se vienen imponiendo?

TEÓS. Los principios mismos de la Sociedad Teosófica son una prueba de que ésta, o mejor dicho, muchos de sus miembros, no se desentienden de aquéllas. Si sólo vigorizando ante todo las leyes fisiológicas más legítimas y científicas es posible el desarrollo mental y espiritual de la humanidad. deber de todos los que luchan por ese progreso es hacer todo cuanto puedan para que aquellas leyes se apliquen de una manera general. Bien saben todos los teósofos que, por desgracia, especialmente en los países occidentales, el estado social de las masas hace imposible educar como es debido su cuerpo y su espíritu, lo que es causa de que el desarrollo de ambos esté paralizado. Como esa educación y desarrollo es uno de los objetos expresos de la Teosofía, la Sociedad Teosófica simpatiza y concuerda enteramente con todo
verdadero esfuerzo en este sentido.

PREG. ¿Pero qué entendéis por “verdaderos esfuerzos”? Todo reformador social posee su panacea especial, y cada uno cree que sólo la suya puede mejorar y salvar la humanidad.

TEÓS. Eso es perfectamente exacto, y éste es el verdadero motivo que hace sea tan poco satisfactoria la obra social llevada a cabo. No existe realmente en la mayor parte de esas panaceas ningún principio que sirva de guía y, con seguridad, ni uno solo que las una a todas entre sí. De este modo se está perdiendo un tiempo y una energía preciosos; porque los hombres, en vez de ayudarse luchan unos contra otros, muchas
veces quizá para alcanzar fama y recompensa, más que por la gran causa de que se declaran defensores sinceros, y que debiera ser suprema en su vida.

PREG. ¿Cómo deben aplicarse los principios teosóficos a fin de que la cooperación social pueda fomentarse, y aplicarse los verdaderos esfuerzos al mejoramiento de la Sociedad?

TEÓS. Permitidme que os recuerde cuáles son esos principios: Unidad y Causalidad universales, Solidaridad Humana, Ley de Karma, Reencarnación. Éstos son los cuatro eslabones de la cadena dorada que debiera unir a la humanidad, formando así una sola familia, una Fraternidad universal.

PREG. ¿Cómo?

TEÓS. En el estado presente de la sociedad, particularmente en los países llamados civilizados, tropezamos continuamente con grandes masas que sufren por efecto de la miseria, de la pobreza y de las enfermedades. Sus condiciones físicas son miserables, y sus facultades mentales y espirituales, a menudo inactivas. Por otra parte, muchas personas que ocupan el extremo opuesto de la escala social viven indiferentes, entregadas al lujo material y a la complacencia egoísta. Ninguna de esas formas de existencia es hija de la pura casualidad. Ambas son efecto de las condiciones que rodean a los que están sujetos a ellas; y el abandono del deber social, por un lado, está en relación muy íntima con el interrumpido progreso, por el otro. En Sociología, como en todos los ramos de la verdadera ciencia, la ley de causalidad universal es exacta.

Pero esa causalidad implica necesariamente, como resultado lógico, la solidaridad humana, en la que tanto insiste la Teosofía. Si la acción de una persona se deja sentir en la vida de todos los demás, y ésta es la verdadera idea científica, entonces sólo convirtiéndose los hombres en hermanos, y practicando todos diariamente la verdadera hermandad, es como podrá alcanzarse la real solidaridad humana, en que radica la perfección de la raza. Esta acción mutua, esta verdadera hermandad, en la que cada uno debe vivir para todos y todos para uno, es uno de los principios teosóficos fundamentales, que todo teósofo debiera obligarse, no sólo a enseñar, sino a aplicar prácticamente en su vida.

PREG. Todo esto, como principio general, me parece muy bien; pero ¿cómo podrá aplicarse de un modo concreto?

TEÓS. Observad, por un momento, lo que llamaríais los hechos concretos de la sociedad humana. Comparad, no sólo la vida de la masa del pueblo, sino la de muchos de las llamadas clase media y superior, y pensad lo que pudiera ser bajo condiciones más sanas y nobles, en que dominasen por completo la justicia, la benevolencia y el amor, en vez del egoísmo, la indiferencia y la brutalidad que ahora, con harta frecuencia, parecen reinar en absoluto. Todas las cosas buenas y malas de la humanidad tienen su origen en el carácter humano, y este carácter es y ha sido condicionado por la interminable cadena de la causa y el efecto. Pero esto se aplica tanto al futuro como al presente y al pasado. El egoísmo, la indiferencia y la brutalidad no pueden ser nunca el estado normal de la raza humana; creerlo así sería desesperar de la humanidad, y esto no puede hacerlo ningún teósofo. El progreso puede alcanzarse, pero sólo es posible por medio del desarrollo de las cualidades más nobles. Ahora bien; la verdadera evolución nos enseña que alterando el medio ambiente del organismo podernos alterar y mejorar éste; y en el sentido más estricto, esto es cierto con respecto al hombre.
Todo teósofo por consiguiente, está obligado a hacer cuanto le sea posible para contribuir a todo esfuerzo social razonable que tenga por objeto el mejoramiento de las condiciones de los pobres. Estos esfuerzos deben tener como fin la emancipación social de aquellos; o el desarrollo del sentimiento del deber, en los que ahora lo olvidan con tanta frecuencia en casi todos los actos de la vida.

PREG. Concedido. Mas, ¿quién decidirá de la bondad de esos esfuerzos sociales?

TEÓS. Ninguna persona y ninguna sociedad pueden sentar regla absoluta alguna respecto a este punto. El juicio individual tendrá necesariamente que decidir, en muchos casos. Sin embargo, puede apelarse a una piedra de toque, y es que la acción propuesta tienda a promover aquella verdadera hermandad, que es el objeto de la Teosofía. Seguramente que ningún teósofo sincero tendrá gran dificultad en aplicarla; y una vez satisfecho del resultado, su deber consistirá en encauzar en ese sentido la opinión pública. Esto solamente puede lograrse inculcando aquellos elevados y nobles conceptos de los deberes públicos y privados que forman la base de todo progreso espiritual y material. Sean cuales fueren las circunstancias, el teósofo debe ser un centro de acción espiritual, y de él y de su vida diaria deben emanar fuerzas espirituales elevadas, únicas que pueden regenerar a sus semejantes.

PREG. ¿Por qué habría de hacerlo? ¿No están, tanto él como todos los demás, condicionados por su Karma, según enseñáis, y no debe necesariamente obrar Karma dentro de ciertos límites?

TEÓS. Esa ley misma del Karma es la que presta fuerza a todo cuanto acabo de decir. El individuo no puede separarse de la raza, ni la raza del individuo. La ley de Karma se aplica a todos por igual, aunque no todos están igualmente desarrollados. Ayudando al desarrollo de los demás, cree el teósofo que no sólo los ayuda a cumplir su karma, sino que también él, en el sentido más estricto, está cumpliendo el suyo. El desarrollo de la humanidad, de la que todos somos parte integrante, es lo que siempre se propone; y sabe que cualquier falta de su parte en responder a lo más elevado de su ser no sólo lo retrasa a él en su marcha progresiva, sino a todos los demás. Puede hacer con sus acciones que sea más difícil o más fácil para la humanidad alcanzar el próximo plano más elevado del ser.

PREG. ¿Cómo se relaciona esto con el cuarto principio de que habéis hablado, o sea con la Reencarnación?

TEÓS. La relación es muy íntima. Si nuestra vida presente depende del desarrollo de ciertos principios, que son producto de los gérmenes que una existencia anterior nos dejó, la ley es exacta en cuanto al futuro. Una vez bien comprendida la idea de que la causalidad universal no es puramente presente, sino pasada, presente y futura, y que cada acción halla en nuestro plano el lugar que naturalmente le corresponde, se verá su verdadera relación con nosotros y con los demás. Cada acción mezquina y egoísta nos impulsa hacía atrás y no hacia adelante, y todo pensamiento noble y todo acto generoso son escalones que conducen a los planos más elevados y gloriosos del ser. Si esta vida lo fuese todo, entonces, por muchos conceptos, sería bien pobre y despreciable, mas, considerada como una preparación para la esfera inmediata de existencia, puede servir de puerta dorada por la que podemos entrar no solos y egoístamente, sino en compañía de nuestros semejantes, en los palacios del más allá.



PREG. ¿Qué necesidad hay de renacimientos sucesivos, puesto que en ninguno, se consigue alcanzar la paz permanente?

TEÓS. La meta final sólo puede lograrse por las experiencias de la vida, y la masa de esas experiencias está formada por el dolor y el sufrimiento. Sólo gracias a estos últimos podemos aprender. Los goces y los placeres nada pueden enseñarnos; son pasajeros, y a la larga sólo producen la saciedad. Además, nuestra constante imposibilidad de hallar satisfacción permanente en la vida, capaz de llenar las necesidades de nuestra naturaleza más elevada, nos demuestra claramente que sólo pueden ser aquéllas satisfechas en su propio plano, es decir, el espiritual.

PREG. ¿Es un resultado natural de esto el deseo de abandonar la vida de un modo u otro?

TEÓS. Si por ese deseo entendéis “el suicidio”, os contesto terminantemente que no. Jamás puede semejante resultado ser “natural”, y es siempre debido a una enfermedad morbosa del cerebro o a opiniones materialistas arraigadas. Es el peor de todos los crímenes, y terrible en sus resultados. Pero si por deseo os referís simplemente a la aspiración de alcanzar la existencia espiritual, no al deseo de abandonar la Tierra, en tal caso la consideraría, seguramente, como muy natural. De otro modo, la muerte voluntaria sería la deserción de nuestro puesto actual y el abandono de los deberes que nos incumben, así como el intento de eludir las responsabilidades kármicas; todo lo cual implica la creación de nuevo Karma.

PREG. Si las acciones en el plano material no satisfacen, ¿por qué los deberes, que son esas acciones mismas, han de ser tan imperiosos?

TEÓS. Ante todo, porque nuestra filosofía nos enseña que el objeto de cumplir con nuestros deberes respecto a todos los hombres, y en último término respecto a nosotros mismos, no es la adquisición de la felicidad personal, sino la de los demás; el cumplimiento del bien por el bien mismo, no por lo que pueda reportarnos. La felicidad, o mejor dicho, la satisfacción, puede ciertamente resultar del cumplimiento
del deber, mas no es ni tiene que ser el motivo para ello.

PREG. ¿Qué entendéis precisamente por “deber” en Teosofía? No pueden ser los deberes cristianos predicados por Jesús y sus Apóstoles, puesto que no reconocéis a ninguno de éstos.

TEÓS. Os equivocáis nuevamente. Lo que llamáis “deberes cristianos” fueron inculcados por todos los grandes Reformadores morales y religiosos siglos antes de la Era Cristiana. No sólo se trataba antiguamente de todo lo que era grande, generoso y heroico, siendo objeto, como hoy día, de predicaciones desde el púlpito, sino que se practicaba a veces por naciones enteras. La historia Buddhista está llena de los actos
más nobles y más heroicamente generosos. “Sed todos una sola voluntad; compadeceos el uno del otro; quereos como hermanos, sed misericordiosos, afables; no devolváis mal por mal, o injuria por injuria, sino al contrario, sed bondadosos.” Observaban prácticamente estos preceptos los discípulos de Buddha, algunos siglos antes de Pedro. Es grande, sin duda, la Ética del Cristianismo; pero también es innegable que no es nueva, y que nació del mismo modo que los deberes “paganos”.

PREG. ¿Y cómo definís estos deberes, o ese “deber”, en general, según lo entendéis?

TEÓS. El deber es aquello que se debe a la Humanidad, a nuestros semejantes, a nuestros vecinos, a nuestra familia, y especialmente lo que debemos a todos aquellos que son más pobres y desamparados que nosotros. Ésta es una deuda que, no satisfecha durante la vida, nos hace espiritualmente insolventes, y crea un estado de quiebra moral en nuestra encarnación próxima. La Teosofía es la quintaesencia del deber.

PREG. También lo es el Cristianismo cuando es bien entendido y aplicado.

TEÓS. No cabe duda; pero si no fuese en la práctica una religión de los labios, poco tendría que hacer la Teosofía, entre cristianos. Desgraciadamente, sólo es una ética de labios afuera. Los que practican su deber hacia todos, y sólo por el deber mismo, son pocos; y aun son menos los que cumplen este deber, pues en su gran mayoría se contentan con la satisfacción de su propia conciencia. “ La voz pública de la alabanza que honra a la virtud y la recompensa” Es lo que domina siempre en el pensamiento de los filántropos “de fama universal”. Hermosa para leída y discutida es la ética moderna; pero ¿qué son las palabras si no se convierten en actos? Finalmente: si me preguntáis de qué modo comprendemos el deber teosófico puesto en práctica y con relación a Karma, puedo contestaros que nuestro deber es beber, sin una queja, hasta la última gota de cualquier contenido que el destino nos ofrezca en la copa de la vida; coger las rosas de la vida tan sólo por el perfume que puedan exhalar para los demás, y contentarnos únicamente nosotros con las espinas, si no podemos gozar de aquel perfume sin privar a otro de él.

PREG. Todo esto es muy vago. ¿Qué más hacéis que no hagan los cristianos?

TEÓS. No se trata de lo que nosotros, miembros de la Sociedad Teosófica, hacemos –aunque algunos de nosotros hacen cuanto pueden–; de lo que se trata es de si la Teosofía nos lleva o no más lejos en el camino del bien, que el Cristianismo moderno. ¡La acción esforzada y leal es lo que digo, no la simple intención y las palabras! Un hombre puede ser lo que se le antoje, el más mundano, egoísta y duro de todos los hombres, y hasta el bribón más grande, y esto no le impedirá llamarse cristiano, ni tampoco a otro considerarle como tal. Pero ningún teósofo tiene derecho a este nombre si no está perfectamente imbuido de la exactitud del axioma de Carlyle: “El objeto del hombre es un acto y no un pensamiento, aunque fuese éste el más noble”, y como no amolde su vida diaria a ésta verdad. El reconocimiento de una verdad no llega a ser la aplicación de la misma; y cuanto mayor y más hermosa parezca, cuanto más se hable de la virtud o del deber, en vez de practicarlos, tanto más habrán de parecerse al fruto del Mar Muerto. 
La afectación es el más odioso de los vicios; y ella es el distintivo más característico de la nación protestante más grande de este siglo, o sea Inglaterra.

PREG. ¿Qué cosas son las que consideráis que se deben a la humanidad en general?

TEÓS. El completo reconocimiento de derechos y privilegios iguales para todos, sin distinción de raza, color, posición social o nacimiento.

PREG. ¿Cuándo consideráis que no se conceden esos derechos?

TEÓS. Cuando haya la más pequeña violación del derecho ajeno, sea el de un hombre o el de una nación; cuando no demostramos la misma justicia, benevolencia, consideración o compasión que para nosotros mismos deseamos. Todo el sistema político actual está basado en el olvido de tales derechos y en la afirmación rotunda del egoísmo nacional. Dicen los franceses: “Tal amo, tal criado”, y debieran añadir: “Tal política nacional, tales ciudadanos”.

PREG. ¿Os ocupáis de política?

TEÓS. Como Sociedad, huimos de ella por los motivos que os expondré seguidamente: intentar reformas políticas antes de haber llevado a cabo una reforma en la naturaleza humana es lo mismo que echar vino nuevo en odres viejos. Conseguid que en el fondo de su corazón sientan y reconozcan los hombres su real y verdadero deber hacia todos sus semejantes, y todo antiguo abuso del poder, toda ley inicua de la política nacional, fundada en el egoísmo humano, social o político, desaparecerán naturalmente. Loco es el jardinero que, deseando extirpar las plantas venenosas de su plantel de flores, las corta en vez de arrancarlas de raíz. Ninguna reforma política duradera podrá lograrse jamás con los mismos hombres egoístas al frente de los asuntos.