PREG. ¿Pero quién es el que crea cada vez el Universo?

TEÓS. Nadie lo crea. La ciencia llamaría evolución al proceso; los filósofos precristianos y los orientalistas lo llamaban emanación; nosotros, ocultistas y teósofos, vemos en ello la única realidad universal y eterna, que proyecta un reflejo de sí misma en las profundidades infinitas del Espacio. Ese reflejo que consideráis como el Universo objetivo material, lo miramos nosotros como una ilusión pasajera, y nada más.
Sólo lo que es eterno es real.

PREG. Según esto, ¿usted y yo somos también ilusiones?

TEÓS. Como personalidades pasajeras, siendo hoy una persona y mañana otra, lo somos. ¿Llamaríais “realidad” a los repentinos resplandores de la aurora boreal, a las claridades del Norte, por mas que sean todo lo reales posible mientras las contempláis? Seguramente que no; la causa que las produce, si es permanente y eterna, es la única realidad, mientras que el efecto no es más que una pasajera ilusión.

PREG. Todo esto no me explica cómo toma origen esa ilusión llamada Universo; cómo procede el ser consciente para manifestarse, de la inconsciencia que es.

TEÓS. Sólo es inconsciencia con relación a nuestra conciencia finita. Bien podríamos ahora parafrasear el versículo V del primer capítulo de San Juan, y decir: “Y la absoluta luz (que es la oscuridad para nosotros) resplandeció en las tinieblas (que es la luz material ilusoria); y las tinieblas no la comprendieron”. Aquella luz absoluta es también la ley absoluta e inmutable. Sea por radiación o emanación no disputemos sobre los
términos, el Universo pasa de su subjetividad homogénea al primer plano de manifestación, existiendo, según se nos enseña, siete de estos últimos; se va haciendo más material y denso en cada plano, hasta que alcanza a éste, el nuestro, en el cual el único mundo aproximadamente conocido y comprendido por la Ciencia en su
composición física es el sistema planetario o solar, sistema su géneris, conforme se nos dice.

PREG. ¿Qué entendéis por sui géneris?

TEÓS. Entiendo que, si bien la ley fundamental y las leyes universales activas de la Naturaleza son uniformes, tiene, sin embargo, nuestro sistema solar (así como cada sistema semejante entre los muchos millones de los mismos en el Cosmos), y hasta nuestra Tierra, su programa de manifestaciones propio particular, que difiere de los programas de todos los demás. Hablamos de los habitantes de otros planetas y nos imaginamos que si son hombres, es decir, entidades que piensan, han de ser como nosotros.

Siempre nos representa la imaginación de los poetas, pintores y escultores que hasta los ángeles son copias hermosas del hombre, más las alas. Decimos que todo esto es un error y una ilusión; porque si sólo en esta tierra nos encontramos con una diversidad tan grande en su flora, fauna y humanidad –desde el alga marina hasta el cedro del Líbano, desde el pez jalea hasta el elefante, desde el hombre de los bosques y el negro hasta el Apolo de Belvedere–, alteradas las condiciones cósmicas y planetarias, deben darnos como resultados una flora, fauna y humanidad enteramente diferentes. Forman las mismas leyes un orden de cosas y de seres completamente distintos, hasta en este mismo plano nuestro, incluyendo en él todos nuestros
Planetas. ¡Cuánto más diferente ha de ser la naturaleza externa en otros sistemas solares! ¡Y qué locura la de juzgar las otras estrellas, mundos y seres humanos por lo que somos nosotros, como lo hace la ciencia física!

PREG. ¿Pero qué antecedentes tenéis para formular esta aserción?

TEÓS. Lo que la ciencia en general jamás querrá aceptar como prueba: los testimonios acumulados de una serie interminable de Videntes que lo han atestiguado.

Sus visiones espirituales, sus exploraciones reales a través de los sentidos psíquicos y espirituales, desembarazados de la materia ciega, fueron regularizadas sistemáticamente, comparadas unas con otras, y su naturaleza analizada e investigada.

Todo aquello que no era corroborado por una experiencia unánime y colectiva era desechado; y sólo era aceptado como verdad establecida lo que en varias edades, bajo diferentes climas y después de un sinnúmero de observaciones incesantes, resultaba exacto y era constantemente comprobado. Los métodos empleados por nuestros discípulos y estudiantes de las ciencias psicoespirituales no difieren, como veis, de los que emplean los de las ciencias naturales y físicas. Sólo que se hallan nuestros campos de indagación en dos diferentes planos, y no son construidos nuestros instrumentos por manos humanas, por cuya razón son quizá más de fiar. Las retortas y microscopios del químico y del naturalista pueden descomponerse; el telescopio y los instrumentos horológicos del astrónomo pueden estropearse; pero nuestros instrumentos de análisis escapan a la influencia de los elementos o de la atmósfera.

PREG. ¿Tenéis, por consiguiente, implícita fe en los mismos?

TEÓS. La palabra fe no se encuentra en los Diccionarios Teosóficos: decimos conocimiento, basado en la observación y la experiencia. Existe, sin embargo, la diferencia siguiente: que mientras la observación y experiencia de la ciencia física conduce a los sabios a tantas hipótesis “activas” como cerebros hay para formarlas, nuestro conocimiento nos permite sumar a su sabiduría sólo aquellos hechos que resultan innegables y absolutamente demostrados. No tenemos acerca de un mismo punto dos creencias o hipótesis distintas.

PREG. ¿Y con semejantes datos habéis aceptado las teorías extrañas que encontramos en el “Buddhismo Esotérico?”

TEÓS. Precisamente. Pueden esas teorías ser algo incorrectas en sus menores
detalles, y hasta erróneas en su exposición, hecha por estudiantes del círculo externo;
mas, sin embargo, son hechos en la naturaleza, y se aproximan más a la verdad que
ninguna hipótesis científica.

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