PREG. ¿Pero no rezó el mismo Cristo y no nos recomendó que orásemos?

 TEÓS. Así consta; pero aquellas “oraciones” pertenecen precisamente a esa especie de comunión que acabamos de mencionar, con el “padre en Secreto” de cada cual. De otro modo, identificando a Jesús con la deidad universal, sería demasiado lógica y absurda la conclusión inevitable de que Él, “el mismo Dios”, se oró a sí mismo, separando la voluntad de ese Dios de la suya propia.

 PREG. Un argumento más opondré, muy usado por algunos Cristianos. Dicen: “Siéntome incapaz de vencer mis pasiones y debilidades con mis propias fuerzas. Pero cuando rezo a Jesucristo, siento que me da fuerzas y que con su ayuda soy capaz de vencer”.

 TEÓS. No es extraño. Si el “Cristo Jesús” es Dios e independiente y separado del que reza, es claro que todo es y debe ser posible a “un Dios todopoderoso”. Mas entonces ¿en donde está el mérito o la justicia de semejante triunfo? ¿Por qué se ha de recompensar al seudovencedor tratándose de lo que tan sólo le han costado unas cuantas oraciones? ¿Daríais vosotros, aunque simples mortales, un día entero de salario a un jornalero vuestro, si ejecutaseis casi todo el trabajo en su lugar, mientras aquél, sentado debajo de un árbol os suplicase hacerlo? La idea de pasarse uno la vida entera en una ociosidad moral, mientras otro, sea Dios u hombre, carga con los trabajos y deberes más duros, nos subleva en alto grado, pues es muy degradante para la dignidad humana.

PREG. Puede ser, y, sin embargo, la creencia en un Salvador personal, que nos ayuda y fortalece en las luchas de la vida, es la idea fundamental del Cristianismo moderno. Y no cabe duda que, subjetivamente, tal creencia es eficaz; es decir, que los que creen se sienten auxiliados y fortalecidos.

TEÓS. Tampoco hay duda respecto a que algunos pacientes de los llamados “Sabios Cristianos y Mentales” (los famosos “negadores”) 16 a veces se curan; ni a que el hipnotismo y la sugestión, la psicología aplicada y hasta la mediumnidad, producen los mismos resultados tan a menudo, si no más.
Sólo consideráis, para dar fuerza a vuestro argumento, los éxitos. ¿Cómo explicáis los fracasos, diez veces más numerosos? ¿No pretenderéis con seguridad decir que es desconocido el fracaso entre los Cristianos fanáticos, aun con toda su fe ciega?

PREG. Pero ¿cómo podéis explicarme los casos seguidos de pleno éxito? ¿Dónde busca el Teósofo el poder y la fuerza necesaria para dominar sus pasiones y su egoísmo?

TEÓS. En su Yo Superior, el espíritu divino o el Dios que en él está, en su Karma. ¿Por cuánto tiempo aún habremos de repetir una y otra vez que se conoce el árbol por su fruto, la naturaleza de la causa por sus efectos? Nos habláis del dominio de las pasiones y de la conversión al bien, por y con la ayuda de Dios o de Cristo. Nosotros preguntamos: ¿dónde halláis más gente pura y virtuosa, que se abstenga más del pecado y del crimen? ¿En la Cristiandad o en el Buddhismo? ¿En países Cristianos o en naciones paganas? Ahí está la estadística para contestaros, corroborando nuestros asertos.

Según el censo último en Ceylan y la India, en el cuadro comparativo de crímenes cometidos por Cristianos, Musulmanes, Indos, Eurasianos, Buddhistas, etc., sobre dos millones de habitantes tomados al azar, y abarcando los delitos de varios años, los cometidos por Cristianos están en proporción de 15 a 4 respecto a los llevados a cabo por la población Buddhista. (Véase el Lucifer de abril 1888, pág. 147, artículo Conferenciantes cristianos sobre Buddhismo). Ningún orientalista, ningún historiador de mediana fama o viajero por países Buddhistas, desde el Obispo Bigandet y el Abate Huc, hasta Sir William Hunter, y todo empleado sincero de la India, dejará de conceder la palma de la virtud a los Buddhistas sobre los Cristianos. Los primeros, sin embargo, no creen en Dios ni en recompensa futura alguna fuera de este mundo (al menos la verdadera secta Buddhista Siamesa). Ni los sacerdotes ni los seglares rezan. ¡Rezar! ¿A quién o a qué?, exclamarían sorprendidos si de esto se les hablase. ___________________________________________________________________________________ 16 Secta de sanadores, que negando la existencia de todo lo que no sea espíritu, el cual no puede ni sufrir ni estar enfermo, pretenden curar todas las enfermedades, con tal que el paciente tenga fe en lo que niega no puede tener existencia. Una nueva forma de hipnotismo.

 PREG. En tal caso, ¿son verdaderos Ateos?

 TEÓS. Sin duda alguna, pero también son los hombres que más aman la virtud y que mejor la practican en el mundo. El Buddhismo dice: “Respeta las religiones de los demás y consérvate fiel a la tuya”; pero el Cristianismo eclesiástico, considerando a todos los dioses de las demás naciones como diablos, quisiera condenar a la perdición eterna a toda persona no Cristiana.

PREG. ¿No hace el clero Buddhista otro tanto?

TEÓS. Jamás. Respetan demasiado el sabio precepto del Dhammapada, pues saben que “si cualquier hombre, sea o no instruido, se considera tan superior que desprecie a los demás, se parece a un ciego llevando una luz (ciego él, quiere alumbrar a los otros)”.



PREG. ¿Creéis en la oración? ¿Rezáis alguna vez?

TEÓS. No. Obramos en vez de hablar.

PREG. ¿Tampoco ofrecéis vuestras oraciones al Principio Absoluto?

TEÓS. ¿Por qué habríamos de hacerlo? Siendo como somos gente ocupada, y teniendo mucho que trabajar, no podemos perder el tiempo en dirigir oraciones verbales a una pura abstracción. Únicamente lo incognoscible relaciona a sus partes entre sí; pero no tiene existencia tratándose de relaciones finitas. La existencia y fenómenos del universo visible dependen de sus formas activas y sus leyes, no de la oración u oraciones.

PREG. ¿No creéis en la oración?

 TEÓS. No en la oración compuesta de tantas o cuantas palabras y que se repite exteriormente, si es que por oración entendéis la súplica externa dirigida a un Dios desconocido, como la que inauguraron los Judíos y popularizaron los Fariseos.

PREG. ¿Existe otra clase de oración?

TEÓS. Sin duda alguna; la llamarnos oración de voluntad, y es más bien una orden o mandamiento interno, que una petición.

PREG. ¿A quién rezáis entonces cuando lo hacéis?

TEÓS. A “nuestro Padre en el cielo”, en su sentido esotérico.

PREG. ¿Acaso es diferente del que nos da la Teología?

TEÓS. Enteramente. Un Oculista o un Teósofo dirige su oración a su Padre que existe en secreto (leed y tratad de comprender el cap. VI. Vers. 6 de Mateo), y no a un Dios extracósmico, y, por lo tanto, finito; y ese “Padre” se encuentra en el hombre mismo.

PREG. ¿Así que hacéis del hombre un Dios?

TEÓS. Decid “Dios” y no un Dios. Para nosotros, el hombre interno es el único Dios que podemos conocer. ¿Y cómo puede ser de otro modo? Concedednos lo que pretendemos, es decir, que Dios es un principio infinito universalmente difundido. ¿Cómo puede en tal caso no compenetrarse el hombre con, por y en la Divinidad? Llamamos nuestro “Padre en el Cielo” a aquella deífica esencia que reconocemos en nosotros, en nuestro corazón y conciencia espiritual, y qué nada tiene que ver con el concepto antropomórfico que podemos formar en nuestro cerebro o en nuestra imaginación:

“¿No sabéis que sois el templo de Dios y que en vosotros habita el espíritu de (lo absoluto) Dios?”15. Sin embargo, evite el hombre antropomorfizar a aquella esencia que está en nosotros. No diga un Teósofo, si quiere seguir la verdad
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15 Se encuentran a menudo en los escritos teosóficos afirmaciones contradictorias acerca del principio de Christos en el hombre. Algunos lo llaman el sexto principio (Buddhi); otros el séptimo (Âtmân). Si desean los Teósofos Cristianos emplear semejantes expresiones, empléenlas de un modo correcto filosóficamente, siguiendo la analogía de los símbolos de la antigua Religión de la Sabiduría. Decimos que no solo es Christos uno de los tres principios superiores, sino todos tres considerados como una Trinidad. Esa Trinidad representa al Espíritu Santo, al Padre y al Hijo, ya que responde al espíritu abstracto, al espíritu diferenciado y al espíritu encarnado. Krishna y el Christo son, filosóficamente, el mismo principio bajo su triple aspecto de manifestación. En el Bhagavat–Gîtâ vemos que Krishna se llama a sí mismo, indiferentemente, Âtman, el Espíritu abstracto, Kshetragnum Ego Superior o que se reencarna, y el yo Universal, nombres todos que, cuando se aplican al hombre en vez del Universo, responden a Âtma Buddhi y Manas. Anugitâ está lleno de la misma doctrina.


divina y no la humana, que ese “Dios en secreto” escucha al hombre finito, o es distinto del mismo o de la esencia infinita; porque todos son uno. Ni tampoco que la oración es una petición, como acabamos de observar. Es, antes bien, un misterio; un procedimiento oculto, por el cual pensamientos y deseos condicionados y finitos, incapaces de ser asimilados por el espíritu absoluto, que es incondicionado, son transformados en deseos espirituales y en voluntad, llamándose ese procedimiento “transmutación espiritual”. La intensidad en nuestras ardientes aspiraciones cambia la oración en “piedra filosofal”, o aquello que transmuta el plomo en oro puro. Por nuestra “oración de voluntad la única esencia homogénea conciértese en fuerza activa o creadora, y produce efectos de acuerdo con nuestro deseo.

PREG. ¿Pretendéis decir que la oración es un procedimiento Oculto que produce resultadas físicos?

TEÓS. Sí. El Poder de Voluntad se convierte en una fuerza viviente, real. Pero desgraciados de aquellos Ocultistas y Teósofos que, en vez de extirpar los deseos de su ego inferior personal, u hombre físico, y decir a su Ego Espiritual Superior rodeado de luz Atma–Búddhica: “Tu voluntad se cumpla, no la mía”, usan del poder de voluntad para objetos egoístas o impíos. Esto es magia negra, abominación y hechicería espiritual. Desgraciadamente, ésta es la ocupación favorita de nuestros hombres de Estado y generales cristianos, sobre todo cuando estos últimos precipitan a los ejércitos uno contra otro, para que mutuamente se destruyan. Unos y otros se entregan, entes de la acción, a un acto de brujería, ofreciendo, respectivamente, oraciones al mismo Dios de los Ejércitos, pidiéndole ayuda para degollara sus enemigos.

PREG. David rogó al Dios de los Ejércitos lo ayudase a derrotar a los Filisteos y a matar a los Sirios y Moabitas; y “el Señor protegió a David en todas las oraciones”. En esto nos limitamos a seguir lo que encontramos en la Biblia.

TEÓS. Es claro. Pero ya que os complacéis en llamaros Cristianos y no Israelitas o Judíos, ¿por qué no hacéis lo que dice Cristo? Muy claramente os ordena no imitar “a los de los tiempos antiguos o de la ley Mosaica, y os invita a seguir lo que él os enseña, advirtiendo a los que quisieran servirse de la espada, que por la espada perecerán. El Cristo os ha dado una oración que habéis convertido en ostentación rutinaria, pues sólo los labios pronuncian, y ninguno, excepto el verdadero Ocultista, la comprende. Decís en ella, en el sentido de la letra muerta: “Perdónanos nuestras deudas, así como perdonamos a nuestros deudores”, cosa que nunca hacéis. También os dijo: Amad a vuestros enemigos y haced bien a aquellos que os odian. No es, seguramente, el “dulce profeta de Nazareth quien os ha enseñado a rezar a vuestro “Padre” para matar y vencer a vuestros enemigos. He aquí porqué rechazamos lo que llamáis “las oraciones.”

PREG. ¿Mas cómo explicáis el hecho universal de que todas las naciones y pueblos han rezado y adorado a un Dios o Dioses? Algunos han adorado e invocado a los diablos y espíritus malignos; pero esto prueba la universalidad de la creencia en la eficacia de la oración.

TEÓS. Se explica por el hecho de que la oración, aparte del significado que le dan los Cristianos, tiene otros varios. No sólo significa un ruego o petición, sino que antiguamente significaba más que nada una invocación o encantamiento. El mantra, o la oración rítmica cantada de los Hindúes, tiene precisamente este sentido, pues los Brahmanes se consideran superiores a los demás comunes o “Dioses.”

Una oración puede ser una apelación o encantamiento para una maldición y una blasfemia (como en el caso de dos ejércitos rezando simultáneamente para perseguir su mutua destrucción); o para una bendición. Y como la gran mayoría de la gente es sumamente egoísta, y sólo reza para sí misma, pidiendo que se les dé su “pan de cada día” en vez de trabajar para conseguirlo; y rogando que Dios no les induzca “en tentación” sino que les libre del mal (sólo al suplicante), resalta que la oración, tal como se entiende hoy, es dablemente perniciosa:

a) Destruye en el hombre la propia confianza, y

b) Desarrolla en éI un egoísmo más feroz aún que el que ya posee naturalmente.

Repetimos que creemos en la “comunión” y acción simultánea con nuestro “Padre en Secreto”; y en raros momentos de felicidad extática, en la fusión de nuestra alma Superior con la esencia universal, siendo atraída hacia su origen y centro; estado llamado Samâdhi durante la vida, y Nirvana después de la muerte. Nos negamos a orar ante seres creados finitos; por ejemplo: dioses, santos, ángeles, etc., porque lo consideramos idolatría. No podemos rezar a lo Absoluto, por las razones antes expuestas, y, por consiguiente, tratamos de reemplazar la oración, estéril e inútil, por actos meritorios y buenas acciones.

PREG. Para los Cristianos esto sería blasfemia y orgullo. ¿Creéis que se equivocan?

TEÓS. Enteramente. Ellos son, al contrario, los que dan prueba de un orgullo satánico, con su creencia de que lo Absoluto o lo infinito (suponiendo que pudiese existir la posibilidad de relación alguna entre lo incondicionado y lo condicionado) se digna escuchar cada oración necia o egoísta que se le dirige.
Ellos son quienes virtualmente blasfeman, enseñando que un Dios Omnisciente y Omnipotente, necesita de oraciones habladas para saber lo que ha de hacer. Esto (entendido esotéricamente) se halla corroborado por Buddha y Jesús. El uno dice: “No solicites nada de los dioses impotentes; no ores, más bien, obra; pues la oscuridad no se aclarará. Nada pidas al silencio, pues no puede ni hablar ni oír”.

Y él otro –Jesús– dice: “Cualquier cosa que pidáis en mi nombre (el del Christos), la haré “Considerada esta cita en su sentido literal, claro está que va contra nuestro argumento. Pero si lo hacemos esotéricamente, con el pleno conocimiento del significado del término “Christos”, que para nosotros representa Atma–Buddhi–Manas (el Yo superior), quiere decir que el único Dios que debemos reconocer y al que hemos de rogar, o más bien con quien hemos de obrar de acuerdo, es ese espíritu de Dios cuyo templo es nuestro cuerpo, en el cual habita.


PREG. ¿Creéis en Dios?

TEÓS. Depende de lo que entendáis por este término.

PREG. Nos referimos al Dios de los Cristianos, el Padre de Jesús y Creador; al Dios Bíblico de Moisés, en una palabra.

TEÓS. En semejante Dios no creemos. Rechazamos la idea de un Dios personal o extracósmico y antropomórfico, que sólo es la sombra gigantesca del hombre, y ni siquiera del mejor. Decimos y probamos que el Dios de la teología es un conjunto de contradicciones y una imposibilidad lógica. Por lo tanto, no tenemos nada que ver con él.

PREG. Aducid razones.

TEÓS. Son varias, y de todas no nos podemos ocupar; pero he aquí unas cuantas: Ese Dios es llamado por sus adoradores infinito y absoluto, ¿no es cierto?

PREG. Así lo creo.

TEÓS. Siendo así, si es infinito –es decir, ilimitado– y especialmente si es absoluto, ¿cómo puede poseer forma alguna y ser creador de algo? La forma implica limitación y un principio, así como un fin, y para crear, un ser necesita pensar y proyectar. ¿Cómo puede suponerse que lo ABSOLUTO piense, es decir que tenga relación alguna con lo limitado, finito y condicionado? Es un absurdo filosófico y lógico. Hasta la kábala hebraica rechaza semejante idea, y hace del principio Uno Deífico Absoluto, una unidad infinita llamada Ain–Soph 13.
Para crear, el creador ha de volverse activo, y como esto es imposible para lo que es ABSOLUTO, el principio infinito se nos muestra como causa de la evolución (no de la creación), de un modo indirecto; es decir, por la emanación de sí mismo (otro absurdo, debido esta vez a los traductores de la Kábala), del Sephiroth

PREG. ¿Cómo se explica entonces que siendo así, existan kabalista que aún creen en Jehová o el Tetragrammaton?

TEÓS. Pueden creer lo que quieran, ya que su creencia o increencia difícilmente puede afectar a un hecho evidente. Nos dicen los Jesuitas que dos y dos no siempre hacen cuatro, puesto que de la voluntad de Dios depende el hacer 2 + 2 = 5. ¿Hemos de aceptar por eso su sofisma?

PREG. ¿Sois entonces ateos?

TEÓS. No nos consideramos tales, a no ser que se aplique el epíteto de “Ateo” a los que no creen en un Dios antropomórfico. Creemos en un principio Divino Universal, la raíz de TODO, del que todo procede y en el que todo será absorbido al fin del gran ciclo del Ser.

PREG. Esto es lo que sostiene el antiquísimo Panteísmo. Si sois Panteístas, no podéis ser Deístas; y no siendo Deístas, habéis de ser entonces considerados como ateos.

TEÓS. No necesariamente. El término “Panteísmo” también es de los muchos de que se ha abusado, y cuya significación real y primitiva ha sido falseada y corrompida por la ciega preocupación y por considerarlo desde un solo punto de vista. Si aceptáis la etimología Cristiana de esa palabra compuesta, la formáis de pan, ”todo”, y seoç, “Dios”', y creéis y enseñáis que esto significa que cada piedra y cada árbol en la
Naturaleza es un Dios o el Dios Uno, entonces claro está que tendréis razón y llamaréis fetichistas a los Panteístas. Pero si empleáis la etimología de la palabra Panteísmo esotéricamente, como hacemos nosotros, difícilmente sacaréis el mismo resultado.


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13 Ain–Soph igual a to pan o epeiron, el infinito o el limitado, en y con Naturaleza; el no existe que Es,
pero no es un SER.
14 ¿Cómo puede el principio eterno no activo emanar o emitir? Nada de esto hace el Parabraham de los
Vedantinos; ni tampoco el Ain–Soph de la Kábala Caldea. Es una ley eterna y periódica la que hace emanar
una fuerza activa y creadora (el Logos), del principio uno, enteramente oculto e incomprensible, al
principio de cada Mahâmanvantara o nuevo ciclo de vida.


PREG. ¿Cuál es pues su definición?

TEÓS. Permitidme que os haga una pregunta: ¿qué entendéis por Pan o Naturaleza?

PREG. Creemos que la Naturaleza es la suma total de las cosas existentes que nos rodean; el agregado de causas y efectos en el mundo de la materia, la creación o universo.

TEÓS. ¿Es entonces la suma y el orden personificados de las causas y efectos conocidos; el total de todos los agentes y fuerzas finitos, separados por completo de un Creador o Creadores, inteligentes, y quizás “concebido como una fuerza aislada y separada” como dicen las enciclopedias?

PREG. Así lo creo.

TEÓS. Pues bien; nosotros no tomamos en consideración esta naturaleza objetiva y material que llamamos ilusión pasajera, ni tampoco tiene para nosotros la palabra pan el significado Naturaleza, en el sentido de su derivación aceptada del latín Natura (de nasci, nacer). Cuando hablamos de la Deidad y la identificamos con la Naturaleza, haciéndola, por lo tanto, contemporánea de la misma, nos referimos a la naturaleza eterna e increada y no a vuestro agregado de sombras pasajeras e imaginarias ilusiones.

Dejarnos para los fabricantes de himnos el considerar al cielo visible o paraíso como el Trono de Dios y a nuestra tierra de fango como su escabel. Nuestra Deidad no se encuentra ni en un paraíso ni en un árbol especial, edificio o montaña: está en todas partes, en cada átomo del Cosmos, tanto visible como invisible; dentro, encima y alrededor de cada átomo invisible y molécula divisible; porque ELLO es aquel misterioso poder de la evolución e involución, la potencialidad creadora, omnipresente, omnipotente y hasta omnisciente.

PREG. ¡Alto aquí! La omnisciencia es la prerrogativa de algo que piensa, y negáis a lo Absoluto el poder del pensamiento.

TEÓS. Se lo negarnos a lo Absoluto, puesto que el pensamiento es una cosa limitada y condicionada. Mas, evidentemente, olvidáis que en filosofía la inconsciencia absoluta también es conciencia absoluta, ya que de otro modo no sería lo absoluto.

PREG. ¿Entonces es que vuestro Absoluto piensa?

TEÓS. NO, ELLO no piensa; por la sencilla razón de que es el Pensamiento Absoluto mismo. Ni tampoco, por igual razón, existe, puesto que es la existencia absoluta, y la Seidad, no un Ser. Leed el magnífico poema Kabalístico de Salomón Ben Jehudah Ibn Gabirol, en el Kether–Malchuth, y comprenderéis.
Dice: “Eres uno, la raíz de todos los números, mas no como elemento de numeración; porque no admite la unidad multiplicación, cambio o forma alguna. Eres uno, y piérdanse los hombres más sabios en el secreto de tu unidad, porque la ignoran. Eres uno, y jamás puede ser Tu unidad disminuida ni aumentada, ni puede ser cambiada. Eres uno, y ningún pensamiento mío puede fijarte un limite o definirte. ERES, mas no como uno existente, porque ni la inteligencia ni la visión de los mortales pueden alcanzar tu existencia, ni determinar acerca de Ti el dónde, cómo y de “dónde”, etc.

En una palabra, nuestra Deidad es la eterna constructora del Universo; no creando, sino evolucionando incesantemente, surgiendo el Universo de su propia esencia, sin ser creado. En su simbolismo, es una esfera sin límites, con un atributo único eternamente activo, que abarca a todos los demás atributos existentes o imaginables: ELLO MISMO. Es la ley única dando impulso a leyes manifestadas, eternas e inmutables, dentro de esa LEY que jamás se manifiesta porque es absoluta, y que durante sus períodos de Manifestación es lo Eternamente Volviendo a Ser, el eterno Devenir.

PREG. Oímos una vez observar, a uno de los miembros de la S. T., que hallándose en todas partes esa Universal Deidad, estaba en lo impuro lo mismo que en lo puro, y, por lo tanto, presente en cada átomo de la ceniza de su cigarrillo. ¿No es ésta una horrible blasfemia?

TEÓS. No lo creemos, porque difícilmente se puede considerar la simple lógica como blasfemia. Si fuésemos a excluir el Principio Omnipresente de un solo punto matemático del universo, o de una partícula de materia que ocupe cualquier espacio concebible, ¿podríamos considerarlo aún como infinito?




PREG. ¿Es, pues, la elevación moral el principal objeto de la Sociedad?

TEÓS. Sin duda alguna. El que aspira a ser un verdadero Teósofo, ha de vivir como tal.

PREG. Siendo así, la conducta de algunos de los miembros, según observaba antes, está en oposición con ese principio fundamental.

TEÓS. Es claro. Pero no se puede evitar entre nosotros, como sucede entre los que se dicen Cristianos y obran como si fuesen enemigos de Cristo. La culpa no proviene de nuestros estatutos y reglamentos, sino de la naturaleza humana. Hasta en algunas ramas exotéricas públicas se comprometen los miembros, en nombre de su YO Superior”, a llevar la vida prescripta por la Teosofía. Tienen que conseguir que su Divino Yo sea el guía de todo acto y pensamiento suyo, cada día y en cada momento de su vida. Un verdadero Teósofo debe “conducirse con justicia y caminar humildemente.”

PREG. ¿Qué entendéis por esto?

TEÓS. Sencillamente, que ha de olvidarse de sí mismo por los demás. Copiaré las palabras de un verdadero Filaleteo, miembro de la S. T., que lo ha expresado admirablemente en The Theosophist: “Lo que cada hombre necesita ante todo es estudiarse a sí mismo y hacer entonces un honrado inventario de su dominio subjetivo, y por malo que éste sea, cabe la redención si con verdadera resolución se propone alcanzarla”. ¿Pero cuántos lo hacen? Todos están dispuestos a trabajar por su propio desarrollo y progreso; muy pocos por el desarrollo y progreso de los demás. Citemos de nuevo al mismo autor: “Los hombres han sido engañados y burlados al extremo; tienen que destruir sus ídolos, dejarse de ficciones y trabajar para ellos (y aquí se ha dicho algo de más o de menos, porque al que trabaja para sí mismo, mejor le valdría no hacer nada); que trabaje al contrario: para los demás, para todos. Por cada flor de amor y caridad que plante en el jardín de su vecino, desaparecerá una mala hierba del suyo, y de tal modo la Humanidad, este jardín de los dioses, podrá florecer. En todas las Biblias, en todas las religiones, encontramos este concepto claramente expuesto; pero los hombres de mala fe lo han desnaturalizado primero y corrompido y materializado después. No se requiere una nueva revelación. Que cada hombre sea para sí mismo una revelación; que el espíritu inmortal del hombre tome posesión del templo de su cuerpo; que expulse del mismo a los mercaderes y demás impurezas, y su propia humanidad divina lo redimirá, porque cuando esté unido consigo mismo, entonces conocerá al “Arquitecto del Templo”.

PREG. Confieso que esto es altruismo puro.

TEÓS. Lo es. Y si sólo un Miembro de la S. T. entre diez quisiera practicarlo, sería indudablemente nuestra Sociedad un Cuerpo de elegidos. Pero entre los que no forman parte de la Sociedad hay quienes no verán jamás la diferencia esencial que existe entre la Teosofía y la Sociedad Teosófica; entre la idea y su representación imperfecta. Semejantes personas harán recaer cada falta, cada imperfección del vehículo (el cuerpo humano), sobre el espíritu puro que arroja en él su luz divina. ¿Es esto justo? Atacan a una asociación que lucha por la propagación de sus ideales contra tremendas fuerzas contrarias. Algunos desacreditan y calumnian a la Sociedad Teosófica sólo porque se atreven a intentar conseguir lo que otros sistemas (la Iglesia y el Estado Cristiano principalmente) no pudieron lograr, habiendo fracasado por completo en su intento; otros, porque quisieran conservar el estado de cosas existente: Fariseos y Saduceos en el lugar de Moisés, y publicanos y pecadores gozando y disfrutando en los altos puestos, como bajo el Imperio Romano durante su decadencia.

Las personas de sano y recto juicio debieran al menos tener en cuenta que el hombre que hace todo cuanto puede, hace tanto como aquel que más ha conseguido, en este mundo de relativas posibilidades. Esto es un axioma para los creyentes en los Evangelios, explicado en la parábola de los talentos entregados por el amo: El servidor que dobló sus dos talentos fue recompensado tanto como el otro compañero suyo, que había recibido cinco. A cada cual es dado “según su capacidad”.

PREG. Sin embargo, es difícil fijar una línea de demarcación entre lo abstracto y lo concreto en este caso, puesto que sólo tenemos lo último para formar una opinión.

TEÓS. ¿Por qué hacer entonces una excepción, tratándose de la Sociedad Teosófica?

La justicia, lo mismo que la caridad, deben empezar por la propia casa. ¿Atacaréis el Sermón de la Montaña y os burlaréis del mismo porque las leyes sociales, políticas y hasta religiosas, no solamente no han conseguido hasta ahora poner en práctica sus preceptos en su espíritu, sino siquiera en su letra muerta? Suprimid el juramento en los Tribunales, Parlamentos, Ejércitos y en todas partes, y haced lo que hacen los
Cuáqueros, si queréis llamaros Cristianos. Suprimid los Tribunales mismos, pues si queréis seguir los Mandamientos de Cristo habéis de dar vuestro abrigo al que de él os hubiera despojado, y presentar la mejilla izquierda al que os hiriera la derecha. “No os rebeléis contra el mal, amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os hacen sufrir, haced el bien a aquellos que os odian”, pues “el que infrinja en lo mínimo esos Mandamientos y así enseñase a hacerlo a los hombres, llamado será el último en el Reino de los Cielos”, y “el que llamase loco a su hermano, estará en peligro del fuego infernal.” No juzguéis a nadie si no queréis ser juzgados. Si se insiste en que entre la Teosofía y la Sociedad Teosófica no existe diferencia, se exponen el sistema Cristiano y su esencia misma a iguales acusaciones, pero en una forma más grave.

PREG. ¿Por qué más grave?

TEÓS. Porque mientras los que dirigen el movimiento Teosófico, reconociendo plenamente sus deficiencias, hacen cuanto pueden para corregirlas y arrancar el mal que existe en la Sociedad; mientras sus reglamentos y leyes propias están basados en el espíritu teosófico, los legisladores e Iglesias de las naciones que se llaman Cristianas hacen lo contrario. Hasta los peores entre nuestros miembros, no son peores que el cristiano ordinario. Además, si tanta dificultad hallan los Teósofos Occidentales en llevar una vida verdaderamente teosófica, es porque todos son hijos de su generación.

Todos eran Cristianos, educados en la sofistería de su Iglesia, de sus costumbres sociales y hasta de sus leyes paradójicas. Tales eran antes de ser Teósofos, o mejor dicho, miembros de la Sociedad de este nombre, ya que nunca repetiremos bastante que entre el ideal abstracto y su vehículo existe una importantísima diferencia.